Reflexión del Evangelio para hoy 22 de marzo

(Lucas 22,14-23,56)

Nos preparamos para vivir una nueva Semana Santa. Nueva en el sentido que tú y yo no somos los mismos que hace un año y, en cierto modo, Jesús tampoco es el mismo.

Su novedad se refleja en el camino que a diario recorremos. Cada evento, cada éxito o fracaso es novedad, como el amor sincero y donado es novedad. Amar hasta el final es lo que hace nueva la creación.

Las horas de pasión y muerte que vivimos a diario, nos pueden indicar que pocas cosas terminan bien, que no vale la pena mirar muy lejos. Sin embargo, desde el horizonte que se amplió con Jesús, el camino se renueva para todos y se vuelve historia de salvación para el mundo. Por ello, propongo un lugar particular desde donde vivir esta Semana Santa.
Siguiendo el Evangelio de Lucas, miremos de cerca el mismo camino que recorrió Jesús en sus últimas horas. El camino hacia el Gólgota está marcado por el dolor de Jesús y por la presencia de una “gran multitud de personas”  (Lc 23,27). El camino de esta gente es el camino de Jesús.

Aquellos que se encuentra a cada lado de la vía por curiosidad o porque habrá escuchado hablar de él. Acercándose la pascua, llegaba a Jerusalén gente que ha vivido en carne propia una experiencia de encuentro con él y que los Evangelios nos lo cuentan: El endemoniado de Gerasa (Lc 8,26), Marta y María (Lc 10,28), el leproso agradecido (Lc 17,11), los niños bendecidos (Lc 18,15), la viuda que ofrece todo lo que tiene (Lc 21,1).

Pero encontramos también personas que están allí porque han sido marginadas por otros o empujadas a esas mismas esquinas, al margen del camino. Con toda esta gente ocurre algo diferente.

A ellos/as Jesús los mira y les habla (Lc 23:27). En este momento de dolor, él se fija en ellos/as, y ellos/as en él y los reconoce porque han caminado a su lado. Esta es la ironía de la escena que se repite hasta el mismo momento de la cruz: La ausencia de los cercanos y la cercanía de los marginados.

Por ello, serán un soldado (Lc 23, 47) y un ladrón (Lc 23:42) quienes reconocerán a Jesús: “Verdaderamente este es Hijo de Dios”… “acuérdate de mí”. En la cruz, el lugar de los últimos, el misterio de la esperanza alcanza a todos. Estos “personajes secundarios”, como se les suele llamar, son los protagonistas en las últimas horas junto a Jesús.

Ellos/as nos confirman la verdad y eficacia de su Palabra y de sus acciones, expresiones visibles de la misericordia. Si una orden lo llevó a la cruz (Lc 23,24), una mirada de Dios desde lo Eterno lo trajo a la tierra (Lc 1,28). Jesús es libre para elegir sus caminos, libre para mirar y sanar. Es la libertad que le da la posibilidad de donarse.

Así, el jueves Santo al recordar la última cena, vemos a Jesús que comparte el pan diciendo: “Este es mi cuerpo que es dado por ustedes” (Lc 22,19). Jesús “da” su cuerpo, una acción que es respuesta al pedido que él mismo hace al Padre: “danos hoy nuestro pan de cada día” (Lc 11, 3); Y que es respuesta a su misericordia ante la gente hambrienta: “denles Uds. de comer” (Lc 9,13). Dándose en la cruz, Jesús se hace respuesta de esperanza, de verdad y de justicia.
Al borde del camino somos testigos de la mirada sincera de Jesús a la humanidad sedienta de fe. Desde nuestra fragilidad, compartimos la vida de quien sufre. Este es el sentido del caminar. La autenticidad de la buena noticia deja ver lágrimas, deja escuchar el aparente silencio de Dios, deja poner al centro a los que cómodamente ponemos al margen. En esta semana “se hace memoria” (Lc 22, 19) y se camina hacia la esperanza, llamada Resurrección. Es así que Jesús se identifica en la última cena como “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6), pues la vida es camino y la verdad está en el caminar con Jesús hacia a los marginados del mundo.

 

(Radio Vaticano)