“No tiene sentido solo dedicarse a escribir libros sobre personas como uno”: Lionel Shriver

Foto: Aurimages

La escritora estadounidense cree que la corrección política está acabando con la literatura y piensa que es increíble que algunos pretendan que solo quienes hacen parte de ciertas minorías puedan escribir sobre ellas. ARCADIA habló con ella de ese debate y sobre el libro que presenta en Colombia.

Por: José Vicente Guzmán

Revista Arcadia

Lionel Shriver se dio a conocer cuando publicó Tenemos que hablar de Kevin en 2003. Un libro sobre una masacre estudiantil en Estados Unidos, su país, que más allá de lo obvio se centraba en la figura de la madre del asesino. Allí Eva, una mujer que siempre había tenido dudas acerca de la maternidad, reflexiona en unas cartas que le manda a su esposo sobre cómo la mala relación que siempre tuvo con su hijo lo pudo llevar a cometer el múltiple asesinato.

Le fue tan bien, que la historia se convirtió en una película protagonizada por Tilda Swinton en 2011. La cinta fue bien calificada, pero nunca pudo captar las hondas reflexiones sobre la maternidad y el hecho de ser mujer que hicieron tan popular el libro.

Más allá de eso, ha escrito sobre temas bastante contemporáneos y actuales, en novelas llenas de personajes difíciles de amar y llenos de contradicciones. La crisis del sistema de salud en Estados Unidos, la situación de quienes sufren obesidad mórbida y los problemas por la superpoblación del mundo, algunos de los temas que ha abordado.

A Colombia llega su novela Los Mandible, una especie de distopía en la que el sistema económico actual colapsa a causa de las deudas y el dinero pierde todo su valor. Las familias que tenían ahorros en los bancos, propiedades o capital invertido, quedan en la calle y tienen que empezar a vivir del intercambio de bienes, como sucedía hace siglos.

Shriver vino a Bogotá para presentar el libro y para participar en la Filbo. Aquí volvió a leer su discurso más polémico: el mismo que dió en 2016, en el Festival de Escritores de Brisbane, Australia, y que le dio la vuelta al mundo. En este dice que la corrección política y las voces en contra de la ‘apropiación cultural’ están matando la libertad de los escritores de ficción.

Si un escritor blanco escribe un personaje negro o latino, dice, puede terminar condenado o censurado por apropiarse sin permiso de una cultura que no le pertenece. Para ella, no tiene sentido, pues cree que la libertad de un escritor es total: puede tomar el personaje que quiera, de la raza que quiera, del género que quiera, de la orientación sexual que quiera y con la condición social que quiera y usarlo como mejor le venga a una historia. Su posición, obviamente, ha generado un debate bastante interesante.

ARCADIA habló con ella de esa polémica, de Los Mandibles y de sus obsesiones literarias.

Viene a Colombia a presentar Los Mandible, una novela de 2016 que trata sobre un futuro distópico, pero cercano, en el que un colapso económico hace desaparecer el dinero en Estados Unidos y deja en la quiebra a muchas familias. ¿De dónde nació esa idea? ¿Cree que algo así podría ocurrir pronto con el modelo económico actual?

Por supuesto que podría pasar en la vida real. Por eso mismo lo convertí en un libro y, de hecho, tuve mucho cuidado en pintar un escenario que se viera posible. La deuda de Estados Unidos actualmente está en unos 20 billones de dólares, una cifra impagable. Así que yo simplemente me pregunté qué pasaría si el gobierno anunciara que ya no vamos a recibir de vuelta el dinero que tenemos guardado en los bancos o invertido. Y lo más interesante de eso es que las personas que sufrirían más serían los más acaudalados o los que creen que tienen el futuro asegurado.

Muchos pensaron que luego de la crisis económica de 2008 la forma en la que se manejaban la economía iba a cambiar, pero no pasó nada…

Mi impresión de la gran crisis financiera de hace 11 años es que nos salvamos por muy poco de un gran colapso económico mundial. Y ojo, porque eso no significa que nos hayamos salvado por completo de esa posibilidad, pues, efectivamente, todas las prácticas que nos llevaron a ella siguen vivas. Así que algo como lo de 2008 podría volver a suceder en algún momento. Para mí el problema principal es que el sistema económico está en estado de fragilidad permanente, pues a pesar de que hoy muestra números bastante robustos, el sistema subyacente es inestable y se basa cada vez más en una mentira.

Eso me hace pensar en lo que dice uno de los personajes de su libro: “el dinero es sentimental, vale lo que la gente cree que vale y lo aceptan a cambio de bienes y servicios solo porque tiene fe en él”. En ese sentido, ¿cree, de verdad, que la economía se parece más a una religión que a una ciencia?

Siempre ha sido más como una religión que como una ciencia. Aceptar un pedazo de papel que solo tiene un número escrito, y que hoy ni siquiera está basado en reservas de oro, a cambio de una manzana o incluso de una casa, requiere una enorme cantidad de confianza. Requiere mucha fé en la moneda y en el mecanismo en el que está basada la transacción. Yo algunas veces siento que mi fé en ese sistema es un poco inestable; tengo algunas inversiones, porque se supone que eso es lo que debo hacer, pero cuando miro a mi portafolio, me toca confiar que sea real, y que vale algo, y que en algún momento voy a recibir de vuelta mi dinero para gastarlo en manzanas. Soy consciente de que es un acto de fé, y sé que en la historia de la economía muchas personas e instituciones se han aprovechado de esa fé. Y creo que ahora pasa más que nunca.

En sus libros normalmente habla de problemas muy contemporáneos. Pareciera que fueran obsesiones sobre el mundo de hoy que necesita plasmar en papel: la posibilidad de una crisis económica, la sobrepoblación, la obesidad mórbida, el fracaso del sistema de salud en Estados Unidos. ¿Cómo decide cuáles de estos temas o preocupaciones de la vida diaria se pueden convertir en libros?

Como periodista, yo mantengo mis mente en muchos lugares y siempre he pensado que mis ficciones deben ir de la mano con lo que me interesa de la vida real. Así que para que un problema o una situación se convierta en un libro debe venir a mí como una historia y no solo como un concepto. A la hora de escribir Los Mandible y un posible colapso económico, por ejemplo, yo sabía que tenía que personalizarlo, que darle cara en una familia. Con el tema de la obesidad en Big Brother (no traducido en Colombia), también, en cómo sufre una mujer por el problema de salud que vive su hermano. Y así. Además los libros deben tener una cosa personal, así sea una chispa, que me empuja a escribirlos.

En Tenemos que hablar de Kevin, más allá del tema de la masacre en la escuela, explora el tema de la maternidad y todas las dudas de una mujer con ese concepto, ¿En este caso vino primero la imagen de un niño que mata a sus compañeros o la de una madre que se siente culpable por sus dudas sobre esa condición?

Yo normalmente me sentía bastante molesta y descolocada con todo este fenómeno de las masacres escolares, desde mucho tiempo atrás. De hecho, empecé a trabajar en los bocetos del libro antes de que ocurriera la masacre de Columbine, en abril de 1999, que fue la que generó el gran debate sobre el tema. Pero no fue sino hasta que decidí contar la historia desde el punto de vista de la madre del asesino que la idea despegó. Y me gustó porque era una buena forma de reunir dos temas que me preocupaban en uno. Para esa época yo estaba empezando los cuarenta y aunque biológicamente aún podía tener hijos,  siempre había sido hostil a esa idea. Quería explorar por qué tenía esos sentimientos y empujarme a pensar si en realidad estaba cometiendo un error que aún podía remediar. Pero creería que ambas imágenes nacieron aparte y se unieron en algún momento determinado.

En Bogotá leyó ‘Ficción e identidad política‘, la conferencia con la que abrió el festival de Brisbane en 2016 y en la que dice que la corrección política y el movimiento contra la apropiación cultural están afectando la libertad de los escritores. Han pasado un par de años de esa polémica, ¿cree que esa “amenaza” ha aumentado?

Sin duda. Los organizadores de la feria del libro me pidieron que diera el mismo discurso con un par de cambios, para actualizarlo. Y al leerlo, antes de imprimirlo, descubrí de manera deprimente que mientras que en 2016 yo luchaba por encontrar ejemplos que mostraran los efectos nefastos de aplicar de forma incorrecta este concepto de ‘apropiación cultural’, hoy habría encontrado docenas de casos de escritores que han sido censurados por escribir personajes que son de poblaciones, razas, géneros u orientaciones sexuales que “no les pertenecen”, así entre comillas.  Eso me desespera y me hace sentir culpable, porque creo que haber hablado en contra de un concepto que no tenía mucho juego en ese entonces, ayudó a propagarlo. Ahora tengo que hablar sobre eso todo el tiempo y algunas veces me dan ganas de darme un puño, porque me parece que la ‘apropiación cultural’ es una idea estúpida y que en ese discurso no pude explicar bien porque es una concepción bastante limitada y errada sobre lo que es una cultura y sobre la propiedad.

Pero el hecho es que muchas personas que hacen parte de minorías, como los afro o los LGTBI, sienten que ellos no están contando sus propias historias, sino que las están contando otros: los blancos, los heterosexuales, etcétera…

Pero es que las culturas no están descritas, se superponen, son amorfas por definición. De hecho, es muy difícil explicar qué es una cultura, más allá de decir que es la forma en la que la gente hace las cosas. Además, a nadie le pertenece su propia cultura, nadie se inventó una cultura. Y uno como ser humano tiene acceso a diferentes culturas durante su vida. Yo, por ejemplo, que vivo en Estados Unidos, tengo acceso todo el tiempo a la cultura hispana, pues está en todas partes de mi país. Así que esta idea de que una cultura le pertenece solo a ciertas personas, y que nadie más puede tocarla o usarla, como si estuviera patentada es realmente increíble. A veces no me creo que aún estemos teniendo esta discusión, especialmente cuando hablamos de novelas y de libros de ficción.

A los aspirantes a escritor que pertenecen a las minorías les han vendido esta idea de que ellos pueden coronar el mercado al hablar de, lo que llaman, su comunidad. Y digo “lo que llaman” porque esa terminología divisoria me parece muy artificial. El hecho es que por eso, creo que también es un tema de oferta y demanda, pues muchos piensan que si delimitan a una población específica, un escritor que hace parte de esa población puede ganar más dinero escribiendo sobre ellos, ya que nadie más tiene el derecho o el permiso de hacerlo. Y me molesta que hablen de esto como un robo, como si uno les estuviera quitando algo. Si yo, por ejemplo, escribo un libro en el que utilizo un inglés lleno de palabras y frases que usan sobre todo los afroamericanos, ¿significa que le estoy quitando algo a alguien? ¿Significa que hay muchos escritores afroamericanos en silencio, callados o sin la posibilidad de publicar solo porque yo estoy usando sus palabras? Me parece que no. Esa es una forma tonta, poco generosa, hostil y egoísta de pensar sobre el mundo.

Muchos de quienes tienen esta queja piensan que los otros escritores no representan bien a sus comunidades en sus obras, sino que aumentan imágenes estereotipadas que los terminan afectando. ¿No tienen ellos algo de razón en esa preocupación?

Es que no podemos reducir esto a que está bien hacerlo solo si uno lo escribe bien. Sobre todo, porque la opinión de qué está bien escrito y de qué está mal escrito es muy subjetiva. Además, si uno es un escritor se debe dar el permiso de fallar  algunas veces. Así que no creo que la pregunta sea si se escribe bien o mal un personaje, sino de cuál es el impulso para escribirlo. Y no creo que el impulso de nadie sea robarle la ‘cultura’ o los aspectos culturales a otros. Excepto por el hecho de que toda la ficción es quitarle cosas al mundo, es tomar cosas que ves de otros para ponerlas en tus propias historias, pero sin hacerle daño a nadie y divirtiéndose. Y eso puede salir mal, puede salir con estereotipos, pero para eso está la crítica literaria, no la censura. Lo que yo pienso es que no tiene sentido ni es realista escribir libros solo sobre personas que son como el autor y que viven como el autor.


Tomado del portal de la Revista Arcadia