El superclásico fue brasileño: 2-0 a Argentina para ir a la final

Foto: RTVE.es

Los goles del encuentro fueron anotados por Gabriel Jesús y Firmino.

Por: Pablo Romero

EL TIEMPO

Desde este martes en la noche Brasil es más carnaval, Brasil es más música, Brasil es más festejo, Brasil es más emoción, Brasil es más ilusión. Y Argentina… Argentina es más decepción, Argentina es más tristeza, Argentina es más rabia, Argentina es más lamento. El superclásico latinoamericano fue para el organizador de la fiesta. Al visitante le tocó irse a escuchar tangos a su casa. Brasil ganó 2-0 en la semifinal, viaja a Río de Janeiro para jugar en Maracaná. Argentina va a Buenos Aires con su melancolía.

No importa cómo haya sido, no importa si Argentina luchó, si fue más que lo que había sido hasta ahora en la Copa América, si se esforzó, si mereció, si debió tener más suerte. No importa nada. Perdió y no hay vuelta atrás. Brasil necesitó llegar dos veces con contundencia, llegar dos veces con inspiración, necesitó elaborar dos buenas jugadas para pasar por encima en el marcador, para ganar 2-0, para eliminar a su archirrival, para clasificar a la final.

Este era un partido aparte, el de luchar, el de pegar, el de bravear, pero no era solo eso, había que poner fútbol, había que jugar, que tocar, que elaborar. Y el primero que lo hizo fue Brasil, y de qué manera, un jugada de jogo bonito: un túnel de Coutinho, un sombrerito de Dani Alves, luego un enganche, rival en el piso, rival que pasa de largo, rival que no sabe cómo frenar, Dani que mira a su izquierda, engaña, toca a la derecha, para Firmino, y el centro al área donde estaba Gabriel Jesús, ahí donde los lobos cenan, y la pelota al fondo, gol brasileño, 1-0, Brasil se ilusionaba con la final, y Argentina sufría, Messi agachaba la cabeza, como si pensara en cómo resolver este lío, iban 19 minutos.

Brasil había arrancado el partido como si quisiera comerse vivo a Argentina, y con el 1-0 parecía que iba a ser de un solo mordisco. Además, su rival no elaboraba dos pases, tiraban la pelota a cualquier parte, y después del gol duraron unos minutos en reaccionar, en despertar. Mientras tanto, el partido era pura lucha, puro roce, a los 9 minutos Tagliafico ya tenía una amarilla, a los 20 Casemiro ya debería tener la amarilla que no tuvo; hubo patadas y codazos y alegatos, con Leandro Paredes exaltado, pegando, peleando, y Dani Alves imponiendo su experiencia, su coraje.

Casemiro tenía la misión de anular a Messi en una lucha incesante, lo mordía, le respiraba en la nuca, lo acosaba, lo jalaba, como era predecible. Era su hombre, era su misión. Y, mientras tanto, Messi pedía, Messi buscaba, Messi en su propio arco, le faltaba ir a pedirle la pelota a Armani. Messi correteaba brasileños para recuperar el balón. Iba al piso, lo tiraban al piso. En todo caso, el partido se equilibró muy rápido. Brasil no volvió a llegar, y Argentina hizo de tripas corazón para crear algo, y creó, Agüero recibió un centro de tiro libre de Messi y puso un remate en el travesaño que toda Argentina alcanzó a gritar como gol, un gol herido, un gol contenido, un gol que no fue gol. 

En el segundo tiempo, Argentina quiso aprovechar su envión, una buena tocata entre Agüero, Messi, Lautaro y De Paul terminó con un remate aceptable, nada espectacular. Pero Argentina parecía mejor. Brasil respondió con Coutinho, quien hizo que la pelota rozara el arco: el segundo gol no lo fue por centímetros.

A Messi solo le quedaba huir de esa marca, ideaba la fórmula, el truco que le permitiera liberarse de Casemiro para intentar algo, y lo hizo, se le prendió la lámpara que siempre está prendida, pero que contra Brasil tenía un velo. Entonces Messi se libró y puso un remate en el palo, otra vez Argentina al palo, otra vez el grito contenido. Luego Messi mandó un tiro libre arriba, con la medida justa, un tiro que en Barcelona sería gol, pero se encontró con Alisson, que lo evitó. El partido tomó la cara que se esperaba, la del superclásico, juego intenso, de polémicas, porque Argentina reclamó dos penaltis.

Pero llegó el segundo gol de Brasil, el del entierro, el que apagó la intención argentina: toda la jugada fue de Gabriel Jesús, arrastrando todo lo que encontrara por delante, luchando; ni Otamendi, ni Pezzela, ni Foyth, nadie pudo detenerlo, y cuando cruzó la pelota encontró a Firmino demasiado libre, como en el primer gol, solo que se invirtieron los roles, ‘ahora yo te la doy, te la devuelvo’, pareció decirle Gabriel a su compañero de ataque. Y él no falló, Firmino anotó, puso el segundo, una sentencia.
Brasil terminó tocando, la afición se animó a gritar el ole porque ya no había tiempo para desgracias. Gritaron y festejaron como si ganaran la final, pero aún no la han jugado. La prueba definitiva será el domingo, en el Maracaná. Por ahora, en Brasil hay carnaval.

Pablo Romero
Enviado especial de EL TIEMPO


Tomado del portal del diario EL TIEMPO