Alejandro Zambra, sacar una hoja y lucirse

Foto: Martín Bonetto

El escritor chileno reedita su primer libro de ensayos y presenta Tema libre, una nueva antología.

Por: Mauro Libertella

Diario Clarín (Ar)

Casi diez años separan el primer libro de ensayos de Alejandro Zambra, No leer, recién reeditado, del segundo, que se acaba de publicar: Tema libre. Diez años en los que pasó de todo –Zambra escribió novelas, poemas, un libro de género inclasificable como Facsímil; se mudó de Chile, vivió en Estados Unidos, se instaló en México; tuvo un hijo, volvió a escribir novelas– y que quedaron registrados, como un rompecabezas, como un puñado de astillas de colores, en este nuevo libro, escrito en una primera persona que universaliza las experiencias (al contrario de los que creen, con extraña superstición, que la primera persona es una extensión no mediada del ego).

En Tema libre, por lo pronto, la libertad no está solamente en el tema: la auténtica rebelión de sus páginas está en la forma, en la estructura, en el uso de los géneros. Elogio de la hibridez, Tema libre agrupa conferencias, cuentos, diarios, columnas, ensayos. En la compaginación de esos materiales hay una mano maestra: en un libro de fragmentos, si las piezas no encajan con naturalidad, el primer viento que pasa derriba el castillo de naipes.

Ya Sarmiento había dicho en el siglo XIX que los libros del futuro tendrían un poco de testimonio, un poco de narración, algo de ensayo, algo de dietario. El tan mentado “fin de los grandes relatos” trajo, como efecto feliz de esa implosión, la proliferación de este tipo de libros, que los libreros no saben muy bien en qué anaquel disponer.

Hay quienes dicen que todo narrador tiene que tener amor por los personajes sobre los que escribe. No importa si son asesinos, genocidas, psicópatas: hasta en la peor de las distancias hay siempre un giro sentimental. Lo mismo podríamos decir, por qué no, de la crítica literaria. Alejandro Zambra escribió durante algunos años reseñas en la prensa chilena y en diarios extranjeros, y muchas veces tuvo que abordar textos que no le gustaron, que no le interesaron.

Ese conflicto está sugerido en No leer. Y sin embargo, hay un tipo de pasión que despiertan los libros malos, los libros insoportables, los libros fallidos, que los buenos libros no terminan de activar: esa relación tensa e irresuelta con ciertos libros también puede ser una relación de amor.

En “No leer”, el texto que da título al conjunto, Zambra dice que en los últimos años ha “experimentado innumerables veces la felicidad de no leer algunos libros que, si hubiera seguido trabajando como crítico literario, debería haber leído”.

Afecto a los juegos paradojales y a los bucles de sentido, el texto no es sin embargo un elogio de la no lectura sino una crítica a los escritores que no leen: cuenta el caso de Jorge Edwards, por ejemplo, que presentó en vivo una novela diciendo que solo había leído la mitad, o del cuentista Marcelo Lillo, “afirmando que no le interesa la literatura chilena y declarando a su vez que con su libro de cuentos pretende refrescar la literatura chilena”.

Rápido para el arte de la injuria, en el prólogo de No leer llega a afirmar que dejó de publicar reseñas en los medios porque ya le resultaba intolerable cruzarse en bares y fiestas con todos esos escritores sobre los que había dispensado su sarcasmo (el humor es la marca de fábrica de los textos de Zambra).

Más allá de la veracidad o la exageración de esa sentencia, el hecho dice algo sobre la relación problemática entre escritura y trabajo, que quizás sea el estribillo secreto que une estos dos libros. ¿De qué vive un escritor? ¿Cuál es, digamos, el trabajo ideal? Cuando empezó a escribir crónicas un poco más largas, o ensayos narrativos libres, Zambra pareció alcanzar el espejismo: “Hablar sobre libros que quería leer, sobre autores que admiraba o sobre temas que realmente me interesaban era el trabajo ideal”.

Pero si No leer es el libro del crítico, del ensayista, del cronista ocasional, Tema libre es el libro del profesor, el docente: otra profesión que, bien llevada, parece indicar Zambra, puede ser una forma de la felicidad. En definitiva, se trata de hablar de libros ante gente a la que le gusta leer. ¿Qué más se puede pedir?

Así, los dos libros de ensayos de Alejandro Zambra son tratados que trabajan sobre la lectura como una actividad contradictoria, en movimientos, porque eso también es la lectura: un blanco móvil, una experiencia biológica que va cambiando con los años, con los humores, incluso con el clima o las horas del día. Al modo borgeano, Zambra se reconoce más como lector que como escritor; la escritura sería en él, en todo caso, una consecuencia casi fatal, no necesariamente deliberada, del hombre tímido, algo fóbico, que lee. Como escribió en uno de los cuentos de Mis documentos, “leer es cubrirse la cara, y escribir es mostrarla”.

Uno de los grandes momentos de Tema libre es su final. Largo relato teórico en dos partes, “Traducir a alguien” es una autobiografía lingüística en la que el chileno ensaya, en tiempo real, una historia de su vínculo con el idioma inglés y un análisis de los miedos y los riesgos de ir perdiendo las muletillas chilenas desde que vive en México. Lo saliente de ese texto es, de nuevo, formal: narrado en presente, genera la ilusión de que se está escribiendo a medida que lo vamos leyendo.

Dice: “Hace tiempo que quería escribir un ensayo como este, virtualmente infinito, exclusivamente integrado por hilachas de pensamiento sobre palabras, acentos y traducciones. Puras historias de sobremesa, montadas a pulso incierto de acuerdo con un criterio discutible; más o menos algo que quisiera leer a lo largo de una tarde de ocio puro, hasta con algunas pausas para dormitar entre uno y otro fragmento”.

El poeta argentino Mariano Blatt tiene dos poemas que ya superan las veinte páginas y a los que les va agregando una línea cada tanto, una vez por semana, una vez por mes. Son poemas que va a escribir durante toda la vida. Estos ensayos finales de Tema libre persiguen el mismo objetivo: ser textos que se habitan toda la vida, que no tienen punto final.

Decíamos al principio que casi diez años separan a un libro del otro. Y pienso ahora que debería haber una ley, una especie de decreto oficial que instara a los escritores a publicar, cada diez años, un libro de ensayos y lecturas. Porque solo a partir de lo que leyeron se termina de completar el sentido de aquello que luego escribieron.

Tema libre, Alejandro Zambra. Ediciones Universidad Diego Portales, 156 págs.

No leer, Alejandro Zambra. Anagrama, 312 págs.


Tomado de la Revista Ñ del diario Clarín (Ar)