Álvaro Cepeda Samudio, un profeta de la literatura colombiana

Foto: Gustavo Vásquez / Archivo EL TIEMPO

El escritor murió de una enfermedad pulmonar en Nueva York, el 12 de octubre de 1972.

Por: Lucy Nieto De Samper

Para El Tiempo

Hace 60 años, el profesor Jacques Gilard, gran promotor de la literatura latinoamericana en Francia, se propuso investigar la obra literaria de Álvaro Cepeda Samudio, joven escritor barranquillero. A partir de esa investigación, que no pudo culminar debido al inesperado fallecimiento del profesor, Fabio Rodríguez Amaya –máster en Bellas Artes de la Universidad Nacional, doctor en Filosofía y Letras de la Universidad de Bolonia y profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Bérgamo– decidió continuar esa tarea con un doble propósito: rescatar del olvido la obra literaria de Cepeda Samudio y analizarla a fondo con una visión crítica.

Fabio Rodríguez tardó 7 años en revisar la obra completa. Su trabajo resultó tan interesante y completo que la Colección Archivos –“organización creada para el rescate editorial de escritores cuya obra no ha tenido una difusión acorde con su trascendencia”– dedicó una edición especial a Cepeda Samudio. Esa edición incluye su novela La casa grande, sus libros de cuentos Todos estábamos a la espera y Los cuentos de Juana, la investigación del profesor Fabio Rodríguez y comentarios de notables escritores sobre la obra del escritor barranquillero.

Esa investigación, en la cual Fabio Rodríguez incluye comentarios políticos, algunos discutibles, termina siendo una cátedra de literatura universal. Porque, para referirse a la obra de Cepeda, él trae a cuento famosos escritores de otros mundos, como Joyce, Faulkner, Hemingway, Borges, Rulfo, Capote, Saroyan, cuyas obras, conocidas, estudiadas y admiradas por Álvaro Cepeda, posiblemente lo motivaron, o lo influyeron, o le sirvieron de incentivo a la hora de sentarse a escribir. Y siempre estuvo a mano la autorizada opinión de Gabriel García Márquez, quien, como escritor, siguió paso a paso el desempeño profesional de ese gran escritor y amigo.

Álvaro Cepeda tenía 19 años cuando, a mediados de los años 40, fundó con los escritores Germán Vargas y José Félix Fuenmayor y con el dramaturgo catalán Ramón Vinyes el llamado Grupo de Barranquilla. Según Fabio Rodríguez: “Ese grupo se reunía para hablar de periodismo, de literatura, de arte. Y Álvaro Cepeda fue el primero en proponer una estética desconocida en Colombia, la cual demostraba el contraste entre la vitalidad de la periferia costeña frente al racismo excluyente de la cumbre andina. Ese grupo fue actor principal del nuevo periodismo, la nueva pintura, la nueva literatura. Sus integrantes no eran críticos, pero sí analistas. Rechazaban el centralismo cultural y político bogotano, eran informales y, con mamagallismo costeño, criticaban la actitud ceremoniosa de los cachacos. No se reunían en salones ni en clubes, sino en librerías, bares, cantinas y hasta en prostíbulos. Demostraban que la cultura se funda en la amistad”.

Rodríguez elogia la visión crítica e independiente sobre la literatura nacional que asumieron desde el principio jóvenes escritores costeños como Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda, desde cuando comenzaban a abrirse camino como escritores. Exalta su visión internacionalista, su contacto con autores de otros mundos, su nueva técnica narrativa, todo lo cual marcó un fuerte contraste con lo que acontecía en la fría capital. “En donde el Nacionalismo Literario, fomentado a lo largo de la década de los 40, había impulsado a un puñado de escritores, artistas, e intelectuales a interrogarse sobre la llamada Identidad Nacional”.

A propósito de ese nacionalismo, Rodríguez recuerda la polémica que estalló en Bogotá en un concurso de cuento convocado por la Revista de Indias. Porque ocurrió que un jurado, integrado por cuatro ciudadanos, escogió dos ganadores: Eduardo Caballero y Jorge Zalamea. Por Caballero, autor del cuento Por qué mató el zapatero, votaron Tomás Rueda y Tomás Vargas Osorio. Y por Zalamea, autor de La grieta, votaron Hernando Téllez y Eduardo Carranza. Que el cuento de Caballero tratara un tema local, mientras que el de Zalamea ocurría en Dublín, desató un agitado debate, más ideológico que literario, entre nacionalistas y universalistas. Tal vez García Márquez habría dicho a propósito: “El provincianismo literario comenzó en Colombia a 2.360 metros sobre el nivel del mar”.

Las cualidades de Cepeda Samudio como periodista, escritor, cineasta, promotor artístico no recibieron en su momento merecida atención. No obstante, el joven escritor fue reconocido, junto con Gabriel García Márquez, como uno de los grandes innovadores de la literatura latinoamericana. Por eso, Fabio Rodríguez se empeñó en rescatar del olvido la obra de Cepeda Samudio y en resaltar sus calidades de gran escritor.

“Había que hacerle justicia y demostrar cómo una novela y dos libros de cuentos, de la categoría de los publicados por Cepeda Samudio, justifican su existencia para la historia de la literatura”, dijo Rodríguez.

La vida de Álvaro Cepeda transcurrió en tres escenarios: Barranquilla, donde nació, estudió y trabajó; Ciénaga, donde vivió unos años, y Nueva York, ciudad que visitó muchas veces y en donde frecuentó la prestigiosa Columbia University. Periodista multifacético, escribió en El Heraldo, El Universal, El Nacional, EL TIEMPO, El Colombiano y dirigió el Diario del Caribe.

En 1954 se casó con Teresa Manotas, y tuvieron dos hijos: Patricia y Álvaro Pablo. Convertido en padre de familia, Cepeda trabajó con mayor entusiasmo.

Dueño de una personalidad arrolladora, llevaba un tren de vida bastante agitado pero al mismo tiempo muy productivo. Culto, inquieto, fiestero, arrogante, generoso, emprendedor, en plena era del cine sonoro, fue pionero en Colombia en cine de autor con un cortometraje mudo: La langosta azul.

Según el escritor Álvaro Medina: “Esa fue una expresión artística altamente tecnificada en un país sin equipos ni infraestructura industrial adecuada. Y fue admirable que un narrador literario como Cepeda se hubiera atrevido a armar una historia con elementos puramente visuales, sin que la palabra contara para nada”.

Polifacético, acelerado, en un jeep semidestartalado Cepeda recorría a mil la costa Atlántica para cumplir con sus compromisos. Para conocerlo tal cual era, me atreví a extraer apartes de un artículo de García Márquez publicado en El Espectador, en 1954: “Álvaro Cepeda no ha permanecido quieto más de una hora en toda su vida. …Uno no puede entender que un día… sentado frente a una máquina, hubiera escrito… una cosa tan hermosa y lograda como Hoy decidí vestirme de payaso… Y ha escrito ocho cuentos más… con el mismo cuidado con que ha leído, sin que nadie entienda cómo ni cuándo, a Saroyan y a Faulkner, a Joyce y a Hemingway, a todo Pío Baroja, a Arturo Barea, a Benito Pérez Galdós y a muchos otros escritores… Dijo que tenía escritos una cantidad de cuentos… En realidad no se sabía… dónde estaban los borradores… Fue preciso buscar por toda la costa Atlántica una camioneta que Cepeda había vendido… en cuya guantera se habían ido enredados los originales”.

La obra cumbre de Álvaro Cepeda se llama La casa grande. Es una novela dedicada a Alejandro Obregón, su mejor amigo. Se basa en hechos ocurridos durante la huelga de los bananeros en Santa Marta. García Márquez dice: “Además de ser una hermosa novela, es un experimento arriesgado y una invitación a meditar sobre los recursos imprevistos, arbitrarios y espantosos de la creación poética. Y es, por lo mismo, un nuevo y formidable aporte al hecho literario más importante del mundo actual: la novela latinoamericana”.

Para el escritor Robert L. Sims: “Esa novela no comienza ni termina de manera convencional”. Termina con dos frases: “De todas maneras, estamos derrotados. Sí: de todas maneras”. Así, Álvaro Cepeda les puso punto final a diez capítulos conmovedores. El primero, titulado Los soldados, lo escogió el director Carlos José Reyes para hacer una interesante obra de teatro. El escritor Pablo Montoya dice que “el gran acierto de La casa grande es esa trama de fragmentos desgarrados, que une la trama de un pueblo explotado con el drama de una familia expoliadora”.

Y dice el escritor Álvaro Medina: “La novela toca el desequilibrio que las compañías transnacionales suelen introducir en los países en donde se instalan, imponiendo sus programas de explotación comercial y pervirtiendo a las élites locales que les prestan apoyo”.

Para Fabio Rodríguez, “la valiosa obra literaria de Álvaro Cepeda Samudio estuvo sepultada durante varias décadas, por la indiferencia y el descuido del Ministerio de Cultura, del Instituto Caro y Cuervo, del Instituto de Cultura, que no se ocuparon de hacer la valoración de la obra de un escritor tan importante”. Y agrega: “Sin la fervorosa e inteligente actividad de Teresa Manotas, para la conservación de la memoria, todo lo concerniente al escritor habría quedado sepultado en el olvido”.

Álvaro Cepeda Samudio murió de una enfermedad pulmonar en Nueva York, en el Memorial Hospital, el 12 de octubre de 1972. Y uno de los objetivos de esta publicación ha sido rendirle justicia a un autor, a una obra, a una vida. Y contribuir a crear condiciones objetivas para que obra y autor se confronten, en la segunda mitad del siglo XXI, con el evento más significativo en el campo literario: la nueva novela latinoamericana.


Tomado del diario El Tiempo