El Papa Francisco en la alocución previa al rezo mariano del Ángelus se refirió al pasaje evangélico de Mt 16, 21-27, que nos muestra a Jesús que comienza a hablar de su pasión y explica a sus amigos lo que le espera al final, en Jerusalén, pero sus discípulos todavía no son capaces de comprender sus palabras.
Ciudad del Vaticano
El Papa Francisco, en el último domingo de agosto, se ha dirigido a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro de Roma. Él se refirió al pasaje evangélico de Mt 16, 21-27 que tiene como preámbulo el texto donde Pedro “en nombre también de los otros discípulos, ha profesado la fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios” y después del cual, Jesús empieza a hablar de su pasión.
Misterio de humillación y de gloria
El Papa explica el pasaje del evangelio de este domingo mostrando que “A lo largo del camino hacia Jerusalén, explica abiertamente a sus amigos lo que le espera al final en la ciudad santa: preannuncia su misterio de muerte y de resurrección, de humillación y de gloria. Dice que deberá «sufrir mucho por causa de los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley; que lo matarían y al tercer día resucitaría» (Mt 16, 21).
El Obispo de Roma subraya que las palabras de Jesús “no son comprendidas, porque los discípulos tienen una fe todavía inmadura y demasiado unida a la mentalidad de este mundo (cfr Rm 12, 2”) Piensan en una victoria demasiado terrenal, y por ello no entienden el lenguaje de la cruz".
El “escándalo” es huir de la cruz
Francisco nos invita a ver la escena, fijando nuestra mirada en Pedro, quien ante la posibilidad de que Jesús pueda fracasar y morir en la cruz se rebela y le dice: «Dios no lo quiera, Señor; no te ocurrirá eso» (v. 22). Cree en Jesús, le quiere seguir, pero no acepta que su gloria pase a través de la pasión. Para Pedro y los otros discípulos - ¡pero también para nosotros! - la cruz es un “escándalo”, mientras que Jesús considera “escándalo” el huir de la cruz, que sería como eludir la voluntad del Padre”.
Jesús no renuncia a la misión que el Padre le ha encomendado, afirma el Papa, por eso Jesús responde a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres» (v. 23). El pontífice insiste: "Pero... diez minutos antes, Jesús alabó a Pedro, le prometió ser el fundamento de su Iglesia, el fundamento; diez minutos después le dijo "Satanás". ¿Cómo puedes entender eso? Nos pasa a todos: en los momentos de devoción, de fervor, de buena voluntad, de cercanía al prójimo, "ah, miremos a Jesús y sigamos adelante"; pero en los momentos en que la cruz viene hacia nosotros, huimos. El diablo - "Satanás", le dice Jesús a Pedro - nos tienta. Es precisamente del espíritu maligno, es precisamente del diablo que hace que nos alejemos de la cruz".
Renunciar a sí mismo y tomar la cruz
Después, afirma el Papa, Jesús dirige la palabra a todos y añade: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz, y me siga» (v. 24). De este modo Él indica el camino del verdadero discípulo, mostrando dos actitudes. La primera es «renunciar a sí mismos», que no significa un cambio superficial, sino una conversión, una inversión de valores. La otra actitud es la de tomar la cruz”.
Francisco subraya las implicaciones de la actitud de tomar la cruz y dice: “No se trata solo de soportar con paciencia las tribulaciones cotidianas, sino de llevar con fe y responsabilidad esta parte de cansancio y de sufrimiento que la lucha contra el mal conlleva (…) Así el compromiso de “tomar la cruz” se convierte en participación con Cristo en la salvación del mundo (...) La vida de los cristianos es siempre una lucha. La Biblia dice que la vida del creyente es una milicia: luchando contra el espíritu maligno, luchando contra el Mal".
Gastar nuestra vida por el prójimo
“La cruz es signo santo del Amor de Dios y del Sacrificio de Jesús, y no debe ser reducida a objeto supersticioso o joya ornamental”, afirma el Papa, al contrario, continúa: “Cada vez que fijamos la mirada en la imagen de Cristo crucificado, pensamos que Él, como verdadero Siervo del Señor, ha cumplido su misión dando la vida, derramando su sangre para la remisión de los pecados”. De esto se desprende una consecuencia: “si queremos ser sus discípulos, estamos llamados a imitarlo, gastando sin reservas nuestra vida por amor de Dios y del prójimo”.
Francisco finalizó la reflexión orando a María Santísima pidiéndole que “nos ayude a no retroceder frente a las pruebas y a los sufrimientos que el testimonio del Evangelio conlleva”.
Tomado de portal Vatican News