Annie Ernaux: “Feminista era un insulto hace no tanto”

Foto: La escritora francesa Annie Ernaux en su casa de Cergy-Pontoise. LÉA CRESPI

El Premio Formentor, que recibe la próxima semana, y varias reediciones de sus libros convierten a la escritora francesa en una de las grandes protagonistas del otoño. En un tiempo en el que triunfan la autoficción y la narrativa basada en hechos reales, es una de las autoras más influyentes de su país, una maestra de la escritura sin adornos

Por: Álex Vicente

Babelia / EL PAÍS (ES)

Contar la verdad, caiga quien caiga. Y evitar que la memoria individual, estrechamente ligada a la colectiva, termine arrastrada por el paso del tiempo. Si todas las imágenes y todos los recuerdos están condenados a desa­parecer, Annie Ernaux (Lillebonne, Francia, 1940) se encierra en su escritorio cada día buscando un antídoto a ese inexorable olvido. Sus libros son, en el fondo, una copia de seguridad. Es la conclusión a la que llega la autora tras casi dos horas de conversación en la casita con jardín, aislada en medio de la nada, en la que reside desde hace cuatro décadas. Ernaux encontró su hogar en Cergy-Pontoise, a unos 40 kilómetros de París, una de esas villes nouvelles que Pompidou levantó de la nada para atenuar la concentración urbana en la capital. La ciudad, dotada de un espectacular ejemplo del neoclásico posmoderno de Ricardo Bofill, es un lugar sin historia. Una curiosa elección para una escritora obsesionada por el recuerdo. “Sé que parece una contradicción, pero esta urbe sin pasado era el único lugar donde me sentía bien. Las ciudades históricas me recuerdan a una larga tradición de exclusión social. Aquí podía vivir sin sentirme sometida a ese determinismo”, explica Ernaux, siempre influida por las tesis del sociólogo Pierre Bourdieu.

Casi toda su literatura surge del sentimiento de haber traicionado a su clase social, al separarse de su familia de modestos tenderos en la Normandía profunda para convertirse en escritora e intelectual. Su madre vendía patatas todo el día para que ella “pudiera sentarse en un anfiteatro universitario para escuchar hablar de Platón”, como escribió en Una mujer. Durante mucho tiempo, se creyó que su obra, que ya suma 20 volúmenes, resultaba demasiado francesa para interesar al lector extranjero, como sucedió con otro hijo de la guerra y ebrio de memoria, Patrick Modiano, antes de la concesión del Nobel de Literatura en 2014. Como le sucedió a su compatriota, a Ernaux el reconocimiento internacional le llega tarde, pero con fuerza. El próximo viernes recibirá el Premio Internacional Formentor. “Lo primero que hice fue mirar la lista de premiados anteriores. Y tuve un reflejo habitual: ¿dónde están las mujeres”, recuerda Ernaux, que descubrió que solo había tres: Nathalie Sarraute, Dacia Maraini y Gisela Elsner. Después se hizo otra pregunta recurrente: “¿Por qué yo? La verdad es que no creo merecérmelo. Mi discurso hablará del sentimiento de indignidad que siento al recibir un premio. No doy saltos de alegría. Siento más estupefacción que regocijo”.

Puede parecerlo, pero no es falsa modestia. Ernaux es consciente de poseer “una singularidad” como escritora, una obcecación por reflejar la experiencia femenina centrándose en todo aquello que, por estar vinculado a ese género, no tenía reflejo literario. Eso la llevó a relatar vivencias como el aborto (El acontecimiento), la muerte de su padre (El lugar), la enfermedad de su madre (No he salido de mi noche), el cáncer (El uso de la foto), las miserias del matrimonio (La mujer helada) o la lujuria reencontrada (Pura pasión). Esa diferencia le permitió sobresalir entre los émulos tardíos de un nouveau roman que daba sus últimos coletazos. Pero también hizo que se la arrinconara como una escritora menor, denostada por su miserabilismo y sensacionalismo. “No tuvo incidencia en mi trabajo. He tenido enemigos de los que me siento orgullosa. Venían de la derecha, pero también de la izquierda caviar. Ahora ya no se atreven, pero durante mucho tiempo me masacraron”, responde.

Ese persistente desdén terminó, según confiesa, hace solo 10 años, con la publicación de Los años, crónica de los cambios en la sociedad francesa de posguerra que se convirtió en un fenómeno en su país, y que ahora recupera Cabaret Voltaire coincidiendo con la concesión del Formentor. “Fue un libro que me acercó a un nuevo público. De hecho, es un volumen que no gusta demasiado a mis lectores más fieles. Sintieron que perdían un vínculo de exclusividad conmigo”, sonríe. Pese a todo, hasta no hace mucho, seguía definiéndose como una paria de las letras francesas. “Ahora ya no puedo decir eso. Sería solo una pose, una postura de escritora maldita”, admite. Eso no impide que añore los tiempos en los que era ignorada.

“Vivía mejor cuando era menos conocida”, reconoce Ernaux. “Sentía una tranquilidad y una libertad que he perdido. Ahora cargo con una responsabilidad enorme”. Las invitaciones a grandes citas literarias se han multiplicado —el día siguiente a la entrevista, realizada a finales de agosto, debía marcharse a regañadientes al Festival de Edimburgo, obligada por su editor británico—, igual que las peticiones de entrevistas. “La gente no se da cuenta de que tengo 79 años. Ya no soy una mujer joven. No hay día que no me levante con dolores en algún lugar del cuerpo”, protesta. “Cuando lo cuento, me tratan de desagradecida. ¡Este es el precio del éxito! ¿Cómo me atrevo a quejarme? Nunca haría esta reflexión en la prensa francesa. Pero siendo un diario español…”.

En sus libros siempre se distingue una silueta solitaria, sentada en un escritorio oscuro o errando en un jardín frondoso, pero desierto. Ernaux trabajó durante décadas como profesora de francés a distancia, lo que subraya esa existencia eremítica. “Aclaro que fue por motivos de salud. Nací con una luxación congénita de la cadera y tuve artrosis desde los 35 años. Me aconsejaron moverme lo menos posible. Ahora bien, ya me vino bien esa soledad…”, se carcajea. “Es un rasgo de carácter, sí. No sufrí por ello, aunque el aislamiento todavía sea un motivo de vergüenza. ¡Una profesora sin alumnos! ¡Un individuo al margen de la masa! Son cosas que, culturalmente, todavía no se aceptan”. El germen de su literatura se encuentra en Flaubert, otro normando como ella, cuya quimera obsesiva por encontrar le mot juste puede recordar al estilo clínico y punzante de su heredera, que cree que la escritura debe funcionar “como un cuchillo”. “Flaubert fue mi primer modelo. Mi primer libro, que firmé a los 22 años y del que nunca he hablado en público, mezclaba la exigencia flaubertiana con la herencia del nouveau roman. Era un ensayo, más que una novela, que nunca publiqué. Un objeto literario no identificado”. Sería la matriz de una obra que abre una tercera vía entre esas dos categorías, además de renunciar a la noción de subjetividad. Para Ernaux, la primera persona es un receptáculo vacío que le sirve para recoger una experiencia universalmente compartida. “El yo es solo un lugar y no la expresión de una persona”, confirma.

El segundo referente citado, Zola, le hace fruncir el ceño. “Sigo influida por la condescendencia respecto a Zola que existía en la Universidad francesa”, concede. Ahí están, pese a todo, su voluntad de dejar un testimonio de una época y de su inigualable violencia y su denuncia implícita a una desigualdad sistémica. Ernaux acaba recordando que le gusta uno de sus libros, La taberna, donde Zola usa el estilo indirecto libre para solapar el pensamiento de un individuo y el de todo el pueblo. Ernaux escribe, igual que Zola, como si la escritura fuera una especie de obligación social. “En eso sí estoy de acuerdo. Cada vez que comienzo un libro tengo que sentir ese mandato. Si no, me parece gratuito”, admite. En 2014, el historiador francés Pierre Rosanvallon le propuso participar en el proyecto Raconter la vie (Contar la vida), que llevó a varios escritores a describir la existencia del francés medio. A Ernaux le pidió que se infiltrase en un hipermercado y contase lo que veía. El resultado fue un volumen titulado Regarde les lumières mon amour. “No me apetecía demasiado escribirlo. Y, a la vez, no pude quitarme de la cabeza que tenía la obligación de hacerlo, porque la gente odia esos lugares y a la gente que los frecuenta”, recuerda.

Ese mandato simbólico pasa por la responsabilidad de ser la portavoz de la clase social de la que procede. Durante mucho tiempo, Ernaux quiso darle una representación fidedigna, alejada de los discursos biempensantes pero también de las caricaturas cruentas. “El sentimiento de ser una tránsfuga de clase me ha marcado mucho”, admite. Añade otra dimensión a ese mandato: la que implica el hecho de ser mujer y escritora. “El campo literario sigue dominado por los hombres y su ideología. Un escritor de verdad sigue siendo un hombre. Una mujer que escribe es, como mucho, una novelista”, ironiza. A Ernaux no le interesa sentar cátedra ni dar conferencias. Lo que no impide que confiera una enorme importancia a su trabajo. “He tenido hijos y nietos, y eso me ha hecho muy feliz. Pero haber sido escritora puede que sea todavía más importante. Me da el sentimiento de no haber venido al mundo para nada”, reconoce. La eclosión del MeToo ha despertado en Ernaux un ápice de esperanza. “Aunque, para que la literatura cambie, primero tendrá que cambiar la sociedad entera. Y todavía estamos empezando…”, matiza. Observa un avance positivo en las nuevas generaciones, formadas por “mujeres que saben cuáles son sus derechos y no se amedrantan frente a la hegemonía masculina”. Y que terminan con el “terrible vacío” que imperó hasta hace solo una década. “Hace no tanto, la palabra feminista era un insulto. Hacia 2010 empecé a ver un nuevo despertar, aunque en Francia tampoco sea muy vigoroso”, lamenta.

Al final de Los años, Ernaux se preguntaba de dónde surgiría “la próxima revolución”. No la veía surgir entre los estudiantes, ni tampoco guiada por sindicatos muy debilitados. Hoy cree que su antecámara podría ser la revuelta de los chalecos amarillos. La escritora fue una de las pocas personalidades de la cultura francesa que les brindaron un apoyo incondicional. “Han entendido en qué consisten la arrogancia y el desprecio de clase del Gobierno de Macron. No es el primer presidente que se caracteriza por esos atributos, pero sí el primero que los exhibe sin complejos”, asegura Ernaux, apoyo del líder antiliberal Jean-Luc Mélenchon y su Francia Insumisa. Ernaux no condenó la violencia de ese movimiento, ante la incomprensión de muchos de sus compatriotas. “Es una violencia real que responde a una violencia simbólica. Quien no la entienda es porque nunca ha sentido la necesidad de destrozarlo todo, porque nunca ha experimentado ese sentimiento de injusticia”, asegura. Para Ernaux, la solución a este presente turbio no será necesariamente sosegada. “A veces, pienso que no saldremos de esta sin un poco de violencia”.

LECTURAS

Los años Annie Ernaux Traducción de Lydia Vázquez. Cabaret Voltaire, 2019. 336 páginas 20,95 euros.

El acontecimiento Annie Ernaux Traducción de Berta Corral y Mercedes Corral. Tusquets, 2019. 128 páginas 17 euros.

Pura pasión Annie Ernaux Traducción de Thomas Kauf Tusquets, 2019. 80 páginas 17 euros.

Escenas de la vida de Annie Ernaux Moisés Mori KRK, 2011. 832 páginas 49,95 euros.

LA TERCERA VÍA ENTRE REALIDAD Y FICCIÓN

Para todos los escritores franceses que han construido sus carreras buscando una tercera vía entre realidad y ficción, Annie Ernaux se ha convertido en una referencia ineludible. Su nombre es reivindicado hoy por todo tipo de autores, desde Virginie Despentes, con sus artefactos explosivos que aúnan relato y teoría social, hasta Didier Eribon, que apunta a Ernaux como máxima influencia para escribir su Regreso a Reims, mitad autobiografía y mitad estudio sociológico.

Emmanuel Carrère, otro firme defensor de los híbridos, se inclina ante la forma literaria que Ernaux inventó a comienzos de los ochenta, cuando renunció a la ficción pura para mezclarla con la historia, la sociología y las experiencias vividas. “Ernaux es uno de los autores contemporáneos, no excesivamente numerosos, de quienes he leído todos los libros. Es uno de esos autores que siempre cuentan lo mismo, que es lo que suelen hacer los mejores”, afirma Carrère en un correo electrónico. “El café de sus padres en Lillebonne, en Normandía, se ha convertido en un lugar literario mítico, no exactamente como el Combray de Proust, pero tampoco muy lejos. Cuando publicó Los años, con esa simplicidad solemne y esa majestuosidad desgarradora, nos dimos cuenta de que se había convertido en un clásico. Ni siquiera sus lectores más fieles lo vimos venir”, añade Carrère.

Édouard Louis, joven fenómeno de las letras francesas, también figura entre sus seguidores. “Los autores a los que más admiro son aquellos que han sido atacados con gran violencia. Annie Ernaux forma parte de ellos. Durante mucho tiempo se dijo que contaba historias de señorona y que haría mejor en dejarlo correr”, señala Louis, que acaba de publicar Quién mató a mi padre (Salamandra). El escritor se inspiró en Eribon, su mentor, pero también en Ernaux para firmar su exitoso debut, Para acabar con Eddy Bellegueule, que hablaba de lo que conlleva cambiar de clase social y abandonar los orígenes familiares. Louis señala a la autora como uno de los pocos nombres dentro de la literatura francesa que “no se han plegado a la cultura de la sumisión, esa que lleva a rendirse ante las instituciones y obsesionarse con los premios”. Para el autor, Ernaux ha provocado “una transformación del campo literario” inventando “una nueva manera de escribir”.

Nicolas Mathieu, ganador del último Premio Goncourt con Sus hijos después de ellos (AdN), fresco literario inspirado en su juventud en la Lorena francesa, también la señala como su mayor influencia. “Encontré en sus libros las palabras que designaban con exactitud la realidad que yo vivía a título personal: el destino de un tránsfuga de clase y las deudas y las vergüenzas que luego pesarán en su trayectoria”, señala Mathieu. “Representa un ejemplo muy logrado de hibridación entre literatura y ciencias sociales. Además, Ernaux es un ejemplo de probidad. Como tantos otros, pero mejor que muchos, procuró despojar la escritura de su atuendo ceremonial, de sus manías de prestidigitador. Fue a buscar la herida, el hueso. Escribió libros con un bisturí en la mano. Yo le envidio esa rigidez”, concluye Mathieu.


Tomado de suplemento cultural Babelia del diario EL PAÍS (ES)