Ariana Harwicz da voz a la mente de un pedófilo

Foto: Ariana Harwicz / Clarín (Ar)

Toma un crimen aberrante desde la ficción: “Me interesa lo que pasa hoy con el varón como género”, dice la escritora. 

Por. Paula Conde

Diario Clarín (Ar)

Por lo transgresora e inquietante, por lo violenta, si hay algo que caracteriza la literatura de Ariana Harwicz es que busca incomodar. Prácticamente asfixiar al lector. Incomodó con sus tres novelas anteriores. En Matate, amorLa débil mental y Precoz, especie de trilogía sobre la maternidad, la tensa relación madre-hija o madre-hijo aparece de manera brutal y casi monstruosa. El año pasado fue nominada al premio Man Booker Internacional por Matate, amor.

Vuelve a hacerlo ahora con su nuevo libro, Degenerado, en el que se mete por primera vez en la cabeza de un hombre, acusado de abusar y matar a una niña. Un pedófilo. Puntualmente, trabaja el discurso de ese hombre –otro monólogo, como en sus obras anteriores– sentado en el banquillo de los acusados. Y el discurso de un pedófilo, en la pluma de Harwicz, es una creación absorbente. El contexto del presente, con las decenas de sacerdotes católicos procesados por pedofilia, además del reciente caso de un médico pediatra, se cuela de manera inevitable en la lectura.

Desde Saint-Satur, 200 kilómetros al sur de París, en plena campiña francesa, donde vive desde 2007, Ariana Harwicz dialogó por teléfono y reveló que empezó a escribir esta novela primero en francés y después en español y que eso derivó en una mezcla: un español “totalmente invadido” por el francés. Lo mismo con la historia. Es que para Ariana, que en julio vendrá a presentar el libro en el país, el personaje es tan francés como argentino: “Hay tanto de la represión de la ley francesa como de la violencia argentina. Es como un pueblo con dos banderas”, explica y, como para agregar otro condimento a esta especie de Babel, anuncia que el texto será traducido al árabe de Irak.

Aunque no fue premeditado, la creación de esta novela coincidió con la lectura de biografías y discursos de personalidades históricas como Churchill y Stalin (varias veces mencionado) y represores argentinos (aparecen Scilingo y elípticamente Aramburu), y eso le sirvió para elaborar el discurso del pedófilo: “Esas voces entraron en la cabeza del personaje, más que nada por los gestos de un discurso exaltado, político; no tanto por el contenido ideológico. La novela se podría haber llamado, pero no es mi manera de titular, El hombre en el banquillo”.

–Contaste que la escritura de Matate, amor se dio en medio del insomnio por la maternidad, los pañales, la teta y el llanto; ¿qué estuvo en el origen de esta novela?

–Fue muy particular. En las tres primeras novelas, esa suerte de trilogía de tres madres, se trató de una misma angustia y paisaje. Y ésta, en cambio, es la oveja negra descarriada. A nivel personal, me fui de esa casa donde escribí los libros anteriores, me divorcié, y estuve errando por varias casas de campo, siempre en la misma región, cada una más medieval e inhóspita que la anterior. Fue en ese paisaje errabundo, sombrío, que surgió esta novela. No sabría decir cómo la escribí, supongo que en un estado de sentirme marginal, sin casa.

–Te metés por primera vez con un personaje masculino, un pedófilo acusado de abusar y matar a una nena. ¿Por qué esta historia?

–Es la gran pregunta. Lo que más me interesaba era no ir a lo fácil. Me doy cuenta ahora de que Matate puede generar cierta empatía, si bien la madre es oscura y tiene su violencia. En cambio, un hombre al final de su vida, corrido de una moralidad, no sé qué puede generar; pero es más difícil identificarse.

–El personaje de alguna manera explica sus acciones a través del deseo; dice “la pederastia es otra versión del amor” y considera que la ley es represora (“el deseo es el deseo, cómo va a ser legislado”).

–Tengo miedo de que la literatura sea leída en clave realista, aunque sé que es inevitable asociar los libros con la vida. Traté de hacer un experimento, en el que me meto en la cabeza de un tipo que, sin empatía con nadie, odia la ley y la ley, con mucha razón, lo odia a él. También me interesa lo que pasa hoy con el hombre como género, porque veo que en Latinoamérica y en Europa la mujer tiene una causa. Pero ¿cuál es la causa del hombre? Yo lo veo totalmente perdido. Yo observaba mucho acá en el campo, viejos merodeando las plazas, tal vez no eran pedófilos, eran abuelos divinos, pero yo veía algo monstruoso. Obvio que esta novela es una deformación y va a la exageración. Pero con casos como el de Mangeri, es como si viera al hombre en estado calamitoso.

–Te interesan los estados de perversión, la tensión familiar, ¿qué hay en las familias que son carne de relato? Porque este pedófilo también tiene una relación tensa con sus padres. Incluso dice: “Los lazos familiares son un problema mental”.

– ¡No puedo creer que volví al tema de la madre! Pensaba alejarme rotundamente de la maternidad, porque era un asunto omnipresente en todo lo que escribí. Y sin embargo, ahí está la madre. Siempre me digo ‘de ahora en más, voy a escribir directamente personajes sin padres’. Pero no pude, es como si el amor materno-filial fuera la fuente de toda represión o perversión y como si yo no pudiera dejar de pensar en las relaciones materno-filiales como la fuente de toda frustración, odio, represión o amoralidad sexual.

–Te gusta tomar riesgos al escribir.

–Sí, me interesaba escribir algo que no sea claro ideológicamente, que no se pueda decir es una novela feminista o lo que sea. Es riesgoso, pero es ficción. Después, si me preguntás, no hay nada en el mundo que me angustie más que la pedofilia, me parece el gran crimen. Por otro lado, vivo en Francia y la relación con la ley es distinta que en Argentina. En Francia, todo ciudadano es un policía en potencia; la ley es omnipresente. Ese clima de vigilancia está en el libro.

-En un principio, la novela se iba a titular Racista, ¿qué cambió?

-La naturaleza del crimen que él iba a cometer: acá cualquier cosa que hacés es racismo, sería imposible poner un insulto a un negro, no es políticamente correcto. Y yo estoy de acuerdo con la ética en la vida, pero me gustaría que la escritura siga siendo un lugar de absoluta libertad. Obvio que hay pedófilos, machistas o racistas en las novelas, pero queda claro que eso está mal. Y a mí lo que me interesa de un texto es que me incomode, como las películas de Gaspar Noé: me re incomoda la escena en que un carnicero le pega una patada a una embarazada, es intolerable. No es que me guste el efectismo, pero sí me gusta pensar, no tener claro el signo ideológico, de decir ‘esto lo leo tranquila, porque el autor y yo estamos de acuerdo’. Me parece cómodo, para qué.

Obra: Degenerado, Editorial Anagrama. Págs.: 128. Autor: Ariana Harwicz. Colección Narrativas Hispánicas.


Tomado del diario Clarín (Ar)