Así queda el escenario político tras la detención de Uribe

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Análisis: la polarización por situación de Uribe se reaviva cuando el país más necesita consensos.

Por: Armando Neira

EL TIEMPO

El presidente Iván Duque llegó a la mitad de su gobierno con dos situaciones tan inesperadas como inquietantes: primera, la pandemia del coronavirus, además en pleno pico de contagios. Y segunda, con su mentor político, el expresidente y senador Álvaro Uribe, en detención domiciliaria.

Duque ha confesado que además del atentado contra la Escuela de Cadetes de Policía General Santander, en Bogotá, perpetrado por el Eln –que mató a 23 personas y dejó 100 más heridas–, estas son las situaciones más difíciles de su mandato.

Y no solo para él. Un país sacudido por la detención de Uribe, el político más influyente en casi dos décadas, es también una prueba de fuego para medir la solidez de las instituciones y un reto para todos los actores de la vida pública y de cada uno de los miembros de la sociedad civil.

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Hacia adelante, el camino está lleno de desafíos. Ahora más que nunca son necesarios los consensos institucionales y ciudadanos para levantar al país tras los estragos causados por la pandemia: miles de empresas quebradas, el desempleo en niveles históricos y en el borde del precipicio los avances sociales conquistados en los últimas 20 años son desafíos que deben estar en la prioridad de todos.

La medida de detención preventiva impuesta al expresidente, en una decisión de 1.554 páginas, le añade un complejo factor de turbulencia política a ese propósito. El pronóstico es incierto y tampoco genera consensos. Para algunos sectores, esta circunstancia será superada, mientras otros señalan que se convertirá en un factor constante de discusión en la agenda pública.

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“El país, con los hechos más recientes, va a pasar la página del uribismo. A partir de ahora, Uribe es el pasado”, dice el analista y docente universitario Aurelio Suárez. “Se equivocan quienes creen que con una decisión política de la Corte, privando de la libertad a la figura dominante de la política colombiana, el uribismo va a desaparecer. Ahora, las bases se van a mover, dolidas, para demostrar su vigencia”, riposta el analista y dirigente del Centro Democrático Rafael Nieto Loaiza.

Ambas opiniones tan distantes muestran el impacto de un proceso jurídico que apenas empieza, ya que se vienen meses intensos en la Corte para determinar si hay o no méritos para llamar a juicio a Uribe.

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Polarización recargada

Ante esto, Duque reaccionó de inmediato. En una alocución televisada, criticó que el líder de su partido, el Centro Democrático, deba defenderse privado de la libertad, a diferencia de “muchos de los que han lacerado al país con barbarie”, en clara alusión a los miembros de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (Farc), partido surgido de los acuerdos de paz entre el Estado y la guerrilla.

Muchos sintieron una especie de déjà vu. Era como si se estuvieran repitiendo los argumentos de las elecciones presidenciales de 2014, entre quienes estaban a favor de una salida negociada para los guerrilleros y quienes no; y luego, en 2016, durante el año del plebiscito entre quienes se pusieron en la orilla del No y sus antagónicos del Sí.

Así como a Uribe se lo recuerda como el presidente de la seguridad democrática y a Santos como el de la paz, Duque será el presidente del covid-19. De su gestión depende cómo se le valorará. Las soluciones que él jalone en este sentido, por ejemplo, para reconstruir el tejido productivo, no dan un segundo de espera. En esta época, lo estratégico para la gente es el corto plazo. Encender el motor del país.

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“Esta agenda poscovid –le dijo Duque a este diario hace una semana– depende también del trabajo en equipo. Sociedad, Estado y Gobierno debemos trabajar de la mano, en unidad. Un país no se construye solo a partir de unas políticas o programas, sino de la mano de todos los que quieran contribuir de forma positiva a esa construcción”.

El anuncio de la Corte, visto por unos como una decisión con ánimo revanchista y defendido por otros como una actuación en derecho, puso otra vez al país a hablar de lo que representa el discurso de Uribe.

Eso se traduce en el ardor de muchos, en especial en las redes sociales, que salieron a expresar su satisfacción o su malestar por su situación jurídica. No es marginal que en Twitter hayan sido tendencia en las últimas horas dos figuras mediáticas. Una locutora con el himno nacional de fondo mostrando su gozo porque, dice, nunca pensó vivir para ver a Uribe en detención; y un artista con la camiseta de la selección, dolido, porque le cuesta creer que esto haya ocurrido con quien equipara con el Libertador Simón Bolívar.

Dos orillas distintas

Las dos reflexiones hechas a este diario por Suárez y Nieto son un espejo de lo que ocurre en el resto de la sociedad. En el Congreso, la agenda de conversación por ahora está marcada por el senador ausente.

En las primeras de cambio, la bancada del Centro Democrático en el Congreso planteó la urgente necesidad de “una Asamblea Nacional Constituyente, con el propósito de despolitizar la justicia y recuperar la confianza en las instituciones de la República”.

Semejante respuesta fue tomada con distancia por el propio presidente Duque. “Más que hablar de una constituyente, que considero es un mecanismo legítimo, lo que el país necesita es que podamos avanzar en una reforma. Un proceso constituyente es importante, que involucra al constituyente primario, pero es largo. Más allá de la coyuntura, se necesita la reforma de la justicia”, argumentó.

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Este viernes 7 de agosto, en la conmemoración de los 201 años de la batalla de Boyacá, Duque volvió a insistir en la reforma de la justicia. La vía para una constituyente está prácticamente cerrada.

“En 1990 y 1991 hubo un gran acuerdo nacional en torno a la Asamblea Constituyente. Por eso fue exitosa”, dice Antonio Navarro, uno de los tres presidentes de la Asamblea que redactó la Carta Magna vigente. “Hoy estamos en la polarización exacerbada”, argumenta el excongresista.

El hecho, sin embargo, saca a la luz las fisuras entre el Presidente y su partido, el CD. “No me sorprendió”, dijo un dirigente de esta colectividad que prefiere reservarse el nombre. Y agrega: “Llevamos a Duque al poder, pero ¿cuántos ministros hay de nuestro partido en el gabinete? Solo dos: Interior y Defensa”.

Esta ala radical quiere que el primer mandatario no se comporte con la ecuanimidad exigida a un jefe del Estado sino como un líder partidista que encabece el movimiento para poner en libertad a Uribe.

Lo que pase se sigue al milímetro, no solo en Colombia. “La detención domiciliaria de
Uribe es la mayor prueba de fuego para el Estado de derecho en Colombia en la última década”, afirmó José Miguel Vivanco, de Human Rights Watch. “Iván Duque se entrega a una defensa incondicional del expresidente Álvaro Uribe”, tituló en su sección internacional El País de Madrid.

Crisis económica

El consultor y analista Jairo Libreros dice que nunca como ahora, todos los estamentos sociales del país deben trabajar e ir por un mismo camino. Este profesor titular de la Escuela de Gobierno de la Universidad Externado advierte: “En tres semanas podría acabar el aislamiento preventivo obligatorio. Cuando el país que aún no ha salido a la calle lo haga, se va a encontrar la más dramática situación social y económica en décadas. Al empresariado lo veo más urgido por buscar salidas a esta tragedia que por cualquier otro asunto”.

Dice que ciertos temas, por más justos e injustos que sean, van a quedar atrás, y que uno de ellos es el proceso judicial de Uribe.

“Sería un tremendo error”, dice Ariel Ávila, subdirector de la Fundación Paz y Reconciliación (Pares), que el Gobierno Nacional se centre solo en el tema del expresidente porque se “le pueden esfumar los dos años que le quedan defendiendo a Uribe ”. Y añade: “Porque Uribe tan definitivo como ha sido, también es innegable que se ha convertido en un factor de tensión permanente”.

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Nieto Loaiza también cree que es posible el resurgir de la polarización y “la fractura política del país”, pero él tiene su propia explicación: “¿A quién le puede parecer sensato que el hombre que más ha hecho por este país esté privado de la libertad mientras que hay criminales, que ni siquiera han dicho la verdad, con curules en el Congreso?”, pregunta. “Eso no lo entiende nadie”.

“Su detención amenaza con polarizar aún más la política colombiana, lo que aumenta el conflicto entre los aliados de Uribe y sus oponentes sobre el legado del expresidente”, valoró el diario The New York Times al analizar la medida judicial y sus efectos políticos.

El senador liberal y expresidente del Congreso Luis Fernando Velasco insiste, de otro lado, que la actividad política debe centrarse en el hecho más importante para la vida de los ciudadanos. La gente “quiere saber cómo se va a atender la pandemia, cómo se va a atender al personal de salud” y “cómo se van a recuperar los empleos que se están perdiendo”, dice.

En el terreno práctico, por los lados del Congreso, el escenario político cambiará en dos sentidos: primero, para su partido, el Centro Democrático, que perderá, al menos mientras el exmandatario está ausente del Legislativo, el referente principal para enfrentar los debates y quien tiraba línea con un control absoluto; y segundo, las sesiones no serán las mismas sin Uribe, quien, además de ser un referente, era oído por los senadores, aportaba ideas y alimentaba como pocos el debate parlamentario.

Además, asuntos como la elección de Procurador, del Defensor o de magistrados, que deben surtirse en esta legislatura, estarán en medio de una puja que será más agitada e intensa de la que se preveía hace una semana.

En el escenario político se empiezan a sentir los primeros vientos electorales. Una cosa muy distinta es ir a las urnas con un Uribe plenamente activo y otra, a media marcha. No es gratuito que algunos de los miembros del CD que durante estos días han elevado el tono reconozcan que tienen aspiraciones presidenciales.

En ese ajedrez surge la pregunta sobre si la figura de un Uribe detenido y convertido en mártir por sus seguidores puede renovar su influencia electoral a niveles que algunos creían ya disminuidos. Y a eso se suma el interrogante de cuál podría ser el impacto electoral para los movimientos de centro ante una radicalización entre derecha e izquierda.

Los opositores, por su parte, han sido moderados a la hora de valorar la detención. Todos saben que una palabra en momentos de tanta sensibilidad se puede devolver como bumerán.

Y, entre tanto, en calles de varias ciudades se escuchan pitos de los carros, con manifestantes que exigen la libertad de Uribe, en otra señal de que el ruido político volvió a ser protagónico en la agenda.

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ARMANDO NEIRA
Editor de Política


Tomado del diairo EL TIEMPO