Catequesis del Papa Francisco sobre la Consolación

Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa

Este miércoles 30 de noviembre el Papa Francisco dirigió una nueva catequesis sobre el discernimiento, en este caso dio las pistas para reconocer la auténtica consolación:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Continuando nuestra reflexión sobre el discernimiento, y en particular sobre la experiencia espiritual llamada “consolación”, de la que hablamos el pasado miércoles, nos preguntamos: ¿Cómo reconocer la verdadera consolación? Esta es una cuestión muy importante para un buen discernimiento, para que no nos engañemos en la búsqueda de nuestro verdadero bien.
Podemos encontrar algunos criterios en un pasaje de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. “Si en el pensamiento todo es bueno”, dice San Ignacio, “el principio, el medio y el fin, y si todo se dirige al bien, esto es señal del ángel bueno. Puede ser, por otra parte, que en el curso de los pensamientos haya algo malo o que distraiga o sea menos bueno que lo que el alma se había propuesto antes, o algo que debilite al alma, la inquiete, la ponga en agitación y le quite la paz, le quite la tranquilidad y el sosiego que antes tenía: esto es, pues, una clara señal de que esos pensamientos provienen del mal espíritu” (Nº 333).
Porque es cierto: hay consuelo verdadero, pero también hay consuelos que no son verdaderos. Y para ello hay que entender bien el camino de la consolación: ¿cómo va y a dónde me lleva? Si me lleva a una cosa que va a menos, eso no es bueno, el consuelo no es verdadero, es “falso”, digamos.
Y estas son indicaciones valiosas, que merecen un breve comentario. ¿Qué significa que el principio esté orientado al bien, como dice San Ignacio de la buena consolación? Por ejemplo, tengo el pensamiento de rezar, y noto que va acompañado de afecto hacia el Señor y el prójimo, invita a gestos de generosidad, de caridad: es un buen principio.
Por otro lado, puede ocurrir que ese pensamiento surja para evitar un trabajo o una tarea que me ha sido encomendada: cada vez que tengo que lavar los platos o limpiar la casa, ¡me entran unas ganas enormes de ponerme a rezar! Esto sucede mucho en los conventos. Pero la oración no es una evasión de las tareas, al contrario, es una ayuda para realizar el bien que estamos llamados a hacer, aquí y ahora. Hasta aquí el comienzo.
Luego están los del medio: San Ignacio decía que el principio, los medios y el fin deben ser buenos. El principio es el siguiente: tengo ganas de rezar para no lavar los platos: ve, lava los platos y luego ve a rezar. Luego está el medio, es decir, lo que viene después, lo que sigue a ese pensamiento.
Siguiendo con el ejemplo anterior, si me pongo a rezar y, como hace el fariseo de la parábola (cf. Lc 18,9-14), tiendo a complacerme a mí mismo y a despreciar a los demás, quizá con un ánimo resentido y agrio, entonces son señales de que el espíritu maligno ha utilizado ese pensamiento como llave para entrar en mi corazón y transmitirme sus sentimientos.
Si voy a rezar y me acuerdo del famoso fariseo – “Te doy las gracias, Señor, porque rezo, no soy como los demás que no te buscan, no rezan”- ahí, esa oración termina mal. Ese consuelo de rezar es sentirse como un pavo real ante Dios. Y ese es el medio que falla.
Y luego está el final: el principio, el medio y el final. El final es algo que ya hemos encontrado, a saber: ¿a dónde me lleva un pensamiento? Por ejemplo, a dónde me lleva el pensamiento de rezar. Aquí puede ocurrir que esté plenamente comprometido con una obra hermosa y digna, pero esto me empuja a dejar de rezar, porque estoy ocupado con muchas cosas, me encuentro cada vez más agresivo e irritado, siento que todo depende de mí, hasta el punto de perder la fe en Dios.
Aquí está evidentemente la acción del espíritu maligno. Me pongo a rezar, entonces en la oración me siento omnipotente, que todo debe estar en mis manos porque soy el único, el único que sabe cómo hacer las cosas: evidentemente no hay ningún espíritu bueno allí. Tenemos que examinar bien el camino de nuestros sentimientos y el camino de los buenos sentimientos, del consuelo, cuando quiero hacer algo. Cómo es el principio, cómo es el medio y cómo es el final.
El estilo del enemigo – cuando hablamos del enemigo, hablamos del diablo, porque el diablo existe eh- su estilo, lo sabemos, es presentarse de forma disfrazada: empieza por lo que más apreciamos y luego nos atrae hacia sí, poco a poco: el mal entra en secreto, sin que la persona sea consciente de ello. Y con el tiempo la dulzura se convierte en dureza: ese pensamiento se revela como lo que realmente es.
De ahí la importancia de este paciente pero imprescindible examen del origen y la verdad de los propios pensamientos; es una invitación a aprender de la experiencia, de lo que nos ocurre, para no seguir repitiendo los mismos errores. Cuanto más nos conozcamos a nosotros mismos, más percibiremos por dónde entra el mal espíritu, sus “contraseñas”, las puertas de entrada a nuestro corazón, que son los puntos a los que somos más sensibles, para prestarles atención de cara al futuro.
Cada uno de nosotros tiene los puntos más sensibles, los puntos más débiles de nuestra personalidad: y ahí es donde el mal espíritu entra y nos lleva por el camino equivocado, o nos aleja del verdadero camino correcto. Voy a rezar pero me aleja de la oración.
Los ejemplos podrían multiplicarse a voluntad, reflexionando sobre nuestros días. Por eso es tan importante el examen de conciencia diario: antes de terminar la jornada, detente un rato. ¿Qué ha pasado? Ni en los periódicos, ni en la vida: ¿qué ha pasado en mi corazón? ¿Ha estado mi corazón atento? ¿Ha crecido? ¿Ha pasado por todo, sin que yo lo sepa? ¿Qué pasó en mi corazón? Y este examen es importante, es el precioso esfuerzo de releer la vida desde un punto de vista particular.
Notar lo que sucede es importante, es una señal de que la gracia de Dios está actuando en nosotros, ayudándonos a crecer en libertad y conciencia. No estamos solos: es el Espíritu Santo quien está con nosotros. Veamos cómo han resultado las cosas.
El auténtico consuelo es una especie de confirmación de que estamos haciendo lo que Dios quiere de nosotros, de que estamos caminando por sus sendas, es decir, por las sendas de la vida, de la alegría, de la paz. El discernimiento, en efecto, no se refiere simplemente a lo que es bueno o al mayor bien posible, sino a lo que es bueno para mí aquí y ahora: sobre esto estoy llamado a crecer, poniendo límites a otras propuestas, atractivas pero irreales, para no ser engañado en la búsqueda del verdadero bien.
Hermanos y hermanas, necesito entender, avanzar en la comprensión de lo que pasa en mi corazón. Y para ello necesitamos el examen de conciencia, para ver lo que ha pasado hoy. “Hoy me he enfadado allí, no he hecho eso…”: ¿pero por qué? Ir más allá del por qué es buscar la raíz de estos errores.

“Hoy he sido feliz pero me he aburrido porque tenía que ayudar a esa gente, pero al final me he sentido lleno, lleno por esa ayuda”: y ahí está el Espíritu Santo. Aprender a leer en el libro de nuestro corazón lo que sucedió durante el día. Hazlo, sólo dos minutos, pero te hará bien, te lo aseguro. Gracias.


Fuente: Aciprensa