Con la magia de James y el gol de Duván, Colombia está en cuartos

Foto: Prensa Libre

La Selección Colombia venció 1-0 a Catar en un partido luchado y muy enredado.

Por: Pablo Romero

EL TIEMPO

Minuto 85: los nervios destrozados, las uñas agotadas, las piernas temblorosas, los músculos paralizados, el corazón cansado. 85 minutos de rabia, de impotencia, de querer y no poder, de llegar y no anotar, de intentar y de fallar, de lo inexplicable, del miedo, del terror al empate contra Catar. Minuto 86: ahí estaba James para decir, ‘tranquilos’, para sacar de su botín un truco, para lograr el centro perfecto que no había podido, y encontrar a Duván Zapata en el camino, con su cabeza morena pero dorada, y, al fin, la pelota, después de 10, 20 –algunos dirán que 30 intentos– obedeció. Fue gol de Zapata, sufrido y angustiante gol. Colombia recuperó el aliento y clasificó a cuartos en la Copa América.

Qué difícil fue, más de lo pensado. De no creer. Una carrera contra el destino, un juego no contra Catar sino contra el infortunio, que ganaba por goleada. No le entró a Cuadrado en su derechazo misil, tampoco le entró a James en su cabezazo de mortero, ni a Duván, que fue titular por Falcao, en un martillazo potente; le entró a Roger, pero se lo anularon por fuera de lugar, y, para colmo, el VAR le dijo que no a Tesillo, en una mano catarí en el área. Mientras tanto, el rival aguantaba, inofensivo, aparentemente inofensivo, como esos equipos que no tienen cómo o que traman algo.

Y lo intentó Zapata otra vez, pero la pelota se fue por arriba, y Stefan se sumó al ataque y remató a un ángulo, tan acomodado el disparo que tocó la malla, pero por fuera, ¡uyyy! Un catarí se las dio de valiente y Mina casi lo saca del estadio de un empujón; los insultos al árbitro se oían, pero no se entendían: eran en árabe. Catar pidió un penalti que no necesitó de VAR, y, otra vez, los insultos árabes, y los chiflidos colombianos, nada de peligro. Ospina, relajado; la angustia estaba del otro lado.

De nuevo, la pelota al otro campo. Colombia encima, James la llevaba, Stefan y Tesilllo ubicados de la mitad de la cancha para adelante. Zapata se movía, chocaba, arrastraba marcas. Roger picaba por las puntas, Cuadrado amagaba, con esos amagues que los catarís aún no conocen, y nada, nada del gol. “Tigre, Tigre”, sonaba tímidamente en las tribunas, y el ‘Tigre’ Falcao estaba sigiloso desde el banco, donde empezó. A Ospina le faltaba poner una silla para no cansarse de no hacer nada, hubiera podido ir a sentarse junto a Falcao. El árbitro dio tres minutos de adición, se iba el primer tiempo, el 0-0 seguía irrompible. Último minuto, tampoco le entró a James en un tiro libre con efecto que hizo brincar al portero catarí, y al colombiano, que alcanzó a gritar el gol desde su arco. Eso ya era todo en la primera parte. Carlos Queiroz se fue pensativo, como si de camino al vestuario se le fuera a prender una lamparita mágica en la cabeza.

Descanso muy breve, no se sintió. El genio de la lámpara le dijo a Queiroz que Medina no atacaba, y que no lo atacaban, entonces entró Santiago Arias, casi como un delantero más, y Colombia mantuvo su presión endemoniada, y muy rápido llegó un remate de Roger, ¿mano o no mano? Dudó el árbitro, silencio mínimo y a la vez eterno.
Lo pitó, lo pitó, gritaron los colombianos, y los catarís rodearon al árbitro como si quisieran lincharlo; una amarilla, más discusión, abucheos. El juez parecía convencido, pero no, fue al VAR, otra vez, y vio clarito que no fue mano, que fue hombro, tiro de esquina, falsa alarma. 

Y lo intentó Mina, cabezazo de los suyos, de los salvapartidos, y la pelota afuera, de no creer, pero más increíble fue que no le entrara a Roger, que recibió solo, amagó, se perfiló, y su disparo de gol lo desvió el portero. Para esa altura del partido, Ospina parecía con ganas de ir a tirar paredes con James para ayudar, pero no podía porque Catar se fue creciendo, llegó dos veces y obligó al fin al arquero a arrojarse. Ahí entró Falcao, a jugar junto a Zapata, y se entusiasmó Roger, y Roger volvió a rematar y otra vez, el portero le dijo que no, esta vez con una sola mano. 

Colombia no frenó, y en otra llegada apareció un catarí en el piso. A Colombia le pedían que parara, que frenara, que sacara el balón, y James estalló, lo botó lejos y manoteó. Un desespero empezó a notarse, a rondar en la Selección, en el capitán. Y luego, otra vez Mina, un cabezazo menos efectivo, a las manos del portero. Ya iban más de 10 opciones, cómo no se iban a desesperar los jugadores si ya no sabían qué más hacer, y luego la patadita a James, y el capitán que ya estaba caliente respondió, Mateus lo respaldó, y amarilla para Mateus, todo fuera de control.

Fue cuando James demostró por qué es James, el 10, el mejor de Colombia, y metió uno de esos pases que anteceden la gloria, de borde externo, y el cabezazo de Duván rompió el marcador a martillazos, lo destrozó con golpes feroces, le dijo al obstinado infortunio que acá estaban James y él y Colombia para ganar y clasificar, así fuera con el corazón en la mano.

PABLO ROMERO
Enviado especial de EL TIEMPO
Sao Paulo


Tomado del portal del diario EL TIEMPO