Consuelo Luzardo, una niña tímida que lleva seis décadas actuando

Foto: Claudia Rubio. EL TIEMPO

Recorrido por la carrera de la actriz que celebra su aniversario con la obra ‘Las mujeres de Lorca’.

Por: Sofía Gómez y Yhonatan Loaiza

El Tiempo

En su familia tenían la esperanza de un abandono prematuro. En el clan Luzardo no había pianistas ni poetas ni actores o directores; en cambio, sí se contaban abogados, médicos, ingenieros y arquitectos. Por eso, los padres de Consuelo Luzardo ‘empalidecieron’ cuando ella les propuso que la inscribieran en la Escuela Nacional de Arte Dramático tras encontrar un aviso en EL TIEMPO que anunciaba la apertura de las clases del periodo de 1959. Finalmente aceptaron, convencidos de que debido a su timidez, su hija se iba a parar en el escenario, se iba a poner a llorar y finalmente se devolvería a su casa.

“Y me sucedió exactamente lo contrario –recuerda Luzardo, 60 años después–. Cuando uno se para en el escenario es tal la emoción, la dicha y la sensación de felicidad que uno dice: ‘Esto es lo que quiero hacer por el resto de mi vida’. A mis papás les tocó aceptarlo, resignarse y me imagino que volvieron a respirar tranquilos cuando yo tenía más añitos y se veía que sí, que sí iba a poder hacer una carrera con esto”.

La rutina diaria de Luzardo se estiró: después de salir de clases a las 4 de la tarde llegaba corriendo a su casa, se cambiaba, tomaba onces –claramente no alcanzaba hacer sus tareas– y corría otra vez hacía el Teatro Colón, donde, en el último piso, a las 6:30 p. m., comenzaban las clases de historia del arte, arquitectura teatral, expresión corporal, dicción, fonética y hasta ballet y esgrima.

Ahora, Luzardo está de nuevo en ese piso superior del Colón, que ahora se llama Sala Mallarino en honor al fundador de la Escuela, Víctor Mallarino Botero. Está en uno de los ensayos de la obra ‘Las mujeres de Lorca’ y guarda silencio hasta que finalmente irrumpe en la historia. “Que es toda esta verbena cargada de injuria”, grita caminando con el paso amargado de Bernarda Alba, uno de los personajes de Lorca que revive en esta pieza que escribió Víctor Quesada.

Habla duro porque está en su casa, la misma que hace seis décadas recorría como estudiante y en la que, coincidencialmente, preparaba un montaje de ‘La casa de Bernarda Alba’, aquella vez dirigido por Mallarino (otro Víctor), y con el se cerraban las labores de su primer año de estudio.

No era un simple ejercicio estudiantil, recuerda Luzardo, tanto así que en el palco presidencial estaba ocupado, con el doctor Alberto Lleras Camargo junto a su familia, y el teatro, repleto. “Yo le tengo toda la gratitud del mundo a Victor Mallarino porque la obra tiene dos criadas viejas, una de cincuenta y otra un poco mayor, La Poncia. Víctor creyó en mí y volvió la criada de 50 en una criada joven para que yo pudiera estar. A mí no me cabía entre el pecho y la espalda la emoción de estar ahí”, recuerda ahora la actriz.

Aunque Luzardo no crea en las casualidades, no deja de ser una hermosa paradoja que su regreso al Colón, con el que celebrar este aniversario, sea en el mundo de Lorca, esta vez encarnando a la férrea matrona que impone un régimen tan estricto en su casa que una de sus hijas termina suicidándose. “Lo que es esa memoria sensorial de uno –dice Luzardo–, todo el análisis de Bernarda Alba ya estaba en mí por lo que había hecho. En esta obra hay algunos parlamentos reales de la obra de Lorca, y yo los oigo como si no hubieran pasado 60 años”.

Fueron cuatro años de estudios en ese espacio, que se conocía como el Nuevo Palomar, en donde además de las clases recibieron visitantes tan ilustres como el actor y director italiano Vittorio Gassman, que presentó una adaptación tan memorable de ‘Edipo Rey’ que los estudiantes decidieron rematar la función haciendo su propia versión en las gradas del Capitolio.

También había presentaciones en otras ciudades, en las que Luzardo tenía como guardián a Víctor Mallarino, quien era conocido del padre de la novel actriz. “Víctor juraba que yo era su otra hija. Yo iba recomendada y él me cuidaba cuando teníamos giras; si llegaba un chino a sacarme a bailar, la mayoría de las veces le decía: ‘No, ella no sale’”.

Tras esa etapa de formación, Luzardo continuó su camino en el teatro profesional, trabajando junto a directores como Carlos José Reyes, en el teatro El Búho, y el maestro Santiago García, a quien acompañó en el grupo de teatro de la Universidad Nacional y después en la fundación de La Casa de La Cultura, que luego sería rebautizada como Teatro La Candelaria.

“A uno con Santiago, después de haberlo conocido y trabajado con él, le quedan muchas cosas, como esa inteligencia, esa gracia. Y era el maestro maravilloso, cultísimo, que lo sabía todo. Además nosotros parecíamos una logia, nos veíamos hasta los domingos”, recuerda sobre esas épocas.

Ese grupo, al que García bautizó como ‘La Perramenta’, lo conformaban Vicky Hernández, Miguel Torres, Patricia Ariza, Fernando Mendoza, Gustavo Angarita y Reyes, entre otros. Las obras las montaban en su sede, en la carrera 13 con calle 20, y sus epicentros alternativos era el apartamento de Carlos Duplat, Roberto Álvarez y José María Zuluaga y en el café El Cisne, al que llegaban otras figuras como Alejandro Obregón y Enrique Grau.

Allí decidían qué película verían aquella tarde y, si era fin de semana, a dónde se irían de fiesta esa noche. “En esa época ya estaba acá mi hermano Julio (había estudiado cine en California), entonces yo podía ir a todas las fiestas porque iba con él, pero Julio se mantenía como un halcón, que cosa tan desgraciada”, bromea sobre esas noches de parranda.

En La Casa de la Cultura, la actriz participó en montajes exitosos, como ‘Persecución y asesinato de Jean Paul Marat’, de Peter Weiss, y en adaptaciones que la convencieron de que a algunos escritores era mejor dejarlos en las páginas, como le sucedió con ‘La metamorfosis’ de Kafka. “A mí me impresionó lo que me decía (Antanas) Mockus sobre ese montaje: ‘Es que usted no sabe Consuelo lo que fue para mí eso’”.

Ese teatro que fundó García se convirtió en el paradigma del teatro independiente en la ciudad y motivó a los artistas a crear sus propios grupos. Luzardo, por ejemplo, se asoció con Kepa Amuchastegui, Paco Barrero, Germán Moure y Gustavo Mejía para hacer la ‘sucursal’ colombiana de La Mama, el teatro experimental que Ellen Stewart había creado en Nueva York.

Allí las propuestas eran más arriesgadas, tanto en contenido como en nivel de trabajo, porque había estrenos cada quince días y siempre se estaban ensayando tres y cuatro obras al tiempo. “Nosotros pensábamos: si se hace una temporada de tres meses van a ir cuatrocientas personas, con eso no pagamos el arriendo. Entonces dijimos, el que quiera verse la obra le toca venir en quince días y así lográbamos el arriendo y había una platica para los actores, porque yo soy muy buena administradora”.

La gran apuesta de La Mama fue conquistar al público joven de Bogotá con obras más contestatarias y diversas. Y se dio una coincidencia afortunada, pues el teatro quedaba en la calle 48 con carrera 13 y una cuadra más al sur, en la 47, estaba unas de las discotecas más famosas de la ciudad, Las Margaritas. “El plan era del carajo, venían a teatro y después se iban de rumba”, dice Luzardo.

Como muchos actores de la época, Luzardo se multiplicó en diferentes formatos. Llegó al cine, donde participó en películas como ‘Préstame a tu marido’, inspirada en la obra de Luis Enrique Osorio; ‘Pisingaña’, de Leopoldo Pinzón, y ‘El zorrero’, junto a Pacheco. En ‘Tiempo de sequía’, de su hermano Julio, trabajó como asistente de ‘script’ y además cuidaba las serpientes que aparecían en la historia. Actualmente, la actriz dirige la Academia Colombiana de Artes y Ciencias cinematográficas.

También probó suerte en el radioteatro, en emisoras como Todelar, donde compartió micrófono con leyendas como Gaspar Ospina, Lidia Boada de Escobar, Esther Sarmiento de Correa y Rosmira Chica. Claro que la suerte fue esquiva al comienzo. “Yo llegué y sonaba plana al lado de los otros, porque cuando usted hace radio solo tiene la voz, no hay ojos ni pies ni bracitos que se mueven. Yo dije tengo que poder, era cuestión de oreja y entonces me puse juiciosísima”, recuerda la actriz, que en el Colón también volverá al radioteatro en una versión de ‘El perro del hortelano’.

Sin embargo, el medio que más popularidad le ha dado es la televisión, a la que llegó de la mano de Víctor Mallarino para hacer parte del elenco de ‘Hogar dulce hogar’. Con sus gestos histriónicos y esa dicción mecanográfica, impecable, Luzardo recuerda con cariño aquellos primeros años en la pantalla chica, en los que compartió escenas con su amigo y compañero de escuela Frank Ramírez. Era una televisión que bebía de la fuente del teatro, pues los programas eran en vivo y había que tener hasta quince días de ensayo.

La popularidad de Luzardo estalló con ‘Yo y Tú’, la exitosa comedia de los domingos por la noche, en la que actuó junto a Carlos Muñoz, uno de los compañeros inseparables de su carrera –la actriz bromea diciendo que sus matrimonios artísticos con Muñoz y con Álvaro Ruiz suman más años que los dos que tuvo en la vida real–.

“’Yo y Tú’ fue esa plataforma de lanzamiento, porque cuando uno está en el programa más visto de la TV colombiana pues se vuelve tremendamente popular. Todavía hay gente que me dice: ‘Adiós, Cuqui’ (el nombre de su personaje)”.

Esa trayectoria la fue llevando hasta el género de las telenovelas. “Yo era muy reticente a hacerlas porque eran puro ‘Corín Tellado’. Luego Fernando Gómez Agudelo dice que hay que subir el nivel y empieza a comprar los derechos de los libros de escritores del ‘boom latinoamericano’. Y fue la dicha porque la gente vio esas adaptaciones en horario prime y era algo de mucha calidad”.

Luzardo actuó en una versión de 72 capítulos ‘La tía Julia y el escribidor’, que para su estreno contó con la presencia estelar de su autor, el nobel peruano Mario Vargas Llosa. Otras experiencias memorables fueron Los Pérez somos así, dirigida por el argentino David Stivel, quien según Luzardo revolucionó la forma de actuar para televisión en Colombia, y ‘Los cuervos’, una de las tantas producciones en las que trabajo junto a su hermana Celmira, que fue creada por Julio Jiménez.

“Yo formé parte del reinado de Julio Jiménez. Lo que él escribía era éxito asegurado y uno tenía fijo unos personajes fuertes, densos en unos ambientes muy oscuros, de suspenso. Julio era muy neurótico y necio, pero mi hermana y yo siempre nos llevamos muy bien con él”.

Puede que el espectador intuya cómo es la vida de Luzardo por haber sido testigo de sus actuaciones durante tanto tiempo, pero hay detalles que sorprenden, como esa timidez juvenil, que en su edad adulta fue reemplazada por un riesgo que la llevó a ser piloto de carreras y a trabajar durante 20 años dirigiendo cientos de comerciales.

“Yo me di cuenta de que actuar era seguir pidiéndole a papa para las medias y eso sí ya me daba mucha pena. La publicidad fue una actividad creativa y comercial deliciosa, que me dio mi base económica para que pudiera estar tranquila y actuar en lo que yo quisiera”.

El automovilismo, la televisión y la publicidad alejaron durante unos años a Luzardo de la escena. Hizo montajes esporádicos, como una versión de ‘Rosencrantz y Guildenstern’ han muerto que dirigió Kepa Amuchastegui, pero no fue hasta 1982 que regresó a las tablas con regularidad.

La resposable de ese retorno fue su amiga y fundadora del Teatro Nacional, Fanny Mikey, quien le dijo –aquí Luzardo empieza a imitar el pesado acento argentino de Fanny–: “Mi querida, yo necesito que tu vuelvas al teatro, porque TV está bien pero tú eres una actriz de teatro, y tengo una obra a la que no te podés negar: ‘¿Quién le tema a Virginia Woolf?’”.

No se dijo más. Aquel montaje fue un éxito y abrió la veta para una nueva etapa escénica de Luzardo, que protagonizó otros montajes como ‘A puerta cerrada’, ‘Entretelones’ y ‘Panorama desde el puente’, de Arthur Miller, una de sus obras favoritas, que se montó en coproducción entre el Nacional y el Teatro Libre, bajo la dirección de Ricardo Camacho.

“Ahí estaban Celmira, Waldo Urrego, Mario Ruiz, Héctor Rivas, ‘La sílfide de Chinauta’, un maravilloso actor. Ricardo Camacho decía que si Héctor hubiera nacido en México hubiera sido un segundo Indio Fernández porque era un prodigio”, rememora Luzardo.

En el teatro sigue trabajando bajo la batuta de directores más jóvenes y compañeros de escena de nuevas generaciones, con propuestas diferentes a aquellas en las que comenzó su carrera. En ‘Las mujeres de Lorca’, por ejemplo, actúa junto a Diana Ángel, Paula Castaño y Denise Hergett, además de un coro de 30 mujeres. Es una retroalimentación deliciosa, asegura Luzardo, pues trabajar con artistas más jóvenes le permite estar recibiendo nueva información y nuevos impulsos.

La televisión es diferente, pues allí el cambio generacional es más implacable. “Es una cosa que exige tanto trabajo, es tan esclavizante, y se está produciendo mucho menos de lo que se producía hace algún tiempo –reflexiona–. Pero aparte de eso, y yo lo entiendo, las historias van para gente joven, porque es el porcentaje más grande en este país al que hay que conquistar. Hay muchos dramatizados donde el personaje mayor tiene 35 años; por ese lado lo invitan a uno a bajarle el ritmo”.

Pero en el teatro Luzardo no está dispuesta a bajar el ritmo, pues asegura que la escena se convierte en el refugio natural para los actores mayores. La actriz no puede dejar de pensar en países como Inglaterra, en los que, según ella, sí aman a sus actores, pues intérpretes como Judi Dench y Maggie Smith siguen siendo estrellas que continúan haciendo obras de teatro y películas y se mantienen vigente.

“Yo lo que sí tengo muy claro es que no voy a dejar que me llegue ningún tipo de amargura, nadie me puede quitar los 60 años bailados. Y puedo seguir actuando hasta el día que me dé cuenta de que por más que estudio no logró memorizarme el texto; entonces diré: ‘ya, tocó dedicarse solo a leer’”.

Pese a tanta experiencia acumulada, a tantas obras superadas, Luzardo estará con nervios y asustada como siempre en estas funciones en el Colón. Parece que la niña tímida sigue ahí, en su interior. “Uno esa condición no la abandona nunca, eso es como el color de los ojos, eso nunca cambia”, finaliza.

SOFÍA GÓMEZ y YHONATAN LOAIZA

Cultura y Entretenimiento


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