Cuando el móvil es una piedra envuelta en bambú

Foto: Samsung

Samsung experimenta con nuevos materiales y abre las puertas a su centro de I+D, el lugar donde se cocinan sus ‘locuras’

Por: Joseba Elola – Seúl

EL PAÍS (ES)

Cuando en las manos cae un móvil de piedra, a unos les da por alabar, cejas arqueadas, la solidez del artilugio mientras otros piensan en lo útil que resultaría si se lo quieres tirar a alguien a la cabeza. Sobre la mesa, un teléfono con carcasa de color gris, color piedra, dura, pero ligera. Es el centro de Investigación y Desarrollo que Samsung tiene en Seúl. Preguntado por el inopinado material, el ingeniero, con esa especie de momentáneo estrés propio del solícito y cortés empleado coreano que no quiere defraudar las expectativas del periodista occidental que tiene enfrente, aclara que se trata de porcelana.

Porcelana, sí. Y a su izquierda, uno de cerámica, junto a muchos otros, de los más variados materiales y colores. La experimentación es una de las claves de la innovación y en esas anda inmerso Samsung, gigante coreano de la telefonía, que la semana pasada abría las puertas del espacio donde se cocinan sus locuras, sus avances. La visita, a la que EL PAÍS fue invitado junto a otros medios europeos (y españoles), formaba parte del esfuerzo que está haciendo la compañía coreana por romper con tiempos de opacidad informativa tras los fiascos del teléfono plegable (Galaxy Fold, cuyas primeras unidades, probadas por periodistas, ofrecían problemas de pantalla, lo que obligó a posponer su salida) y el Galaxy Note 7, aquel móvil que se incendiaba y que la marca coreana tuvo que retirar del mercado en 2016 (perdió 6.000 millones de dólares en el trance, según confiesa su propio consejero delegado, DJ Koh, un ejecutivo con nombre de estrella del pop).

El centro parece más una universidad que una oficina. Jóvenes con vaqueros, zapatillas deportivas, camiseta y omnipresentes gafas redondas deambulan por los pasillos. La masa laboral se antoja millennial. Ubicado en pleno barrio de Woomyeon, en un elegante y traslúcido edificio, aloja a 3.800 trabajadores.

El Design Lounge es un espacio ligero y futurista en el que la marca coreana expone algunas de sus líneas de trabajo más recientes. En la segunda sala, rodeados de mesas altas que albergan móviles con todo tipo de carcasas y colores, tres armarios con ropa futurista colgada en perchas permiten comprobar que Samsung ha estudiado el perfil de sus futuros compradores y diseña gamas de colores y formatos con arreglo a tres perfiles tipo: urban un-construct (urbanita deconstruido), alien organic (extraterreste orgánico) y soft baroque (barroco suave). Tres perfiles ilustrados mediante fotos, vestimenta asociada, accesorios y rasgos psico-sociológicos. Todos ellos, muy molones. A cada grupo se le asigna un rango de colores. Y la gama se dirige al público objetivo: los millennials y, sobre todo, la generación Z.

La experimentación con materiales no se limita a los dispositivos. También afecta a los envoltorios. Para evitar la proliferación de plásticos, Samsung apuesta ya por un material llamado Pulp Mold, elaborado en un 80% con bambú. Uno de sus empleados lo explica con orgullo.

Móviles de piedra envueltos en bambú. Dureza incardinada en flexibilidad. Esto seguro que daría para un proverbio chino.

Yun-Je Kan, vicepresidente de la compañía y jefe de diseño, vaticina que en un futuro no muy lejano el negocio no gravitará tanto en torno al teléfono. “La evolución de los dispositivos ha estado guiada por los móviles en los últimos años”, asevera, “pero ya se ha llegado al límite. Ahora estamos muy interesados en el diseño de auriculares y relojes. Poco a poco se van a ir abriendo nuevas oportunidades”. Yun-Je, que sostiene que los diseñadores siempre tienen que ir cinco años por delante, relata que las fuentes de inspiración son, a veces, insospechadas, y uno puede dar con ellas al contemplar, por ejemplo, los gráciles movimientos de una bailarina.

La compañía coreana está volcando esfuerzos en la innovación, aspecto en el que todas las marcas afrontan una batalla sin cuartel que, en ocasiones, como ocurrió con el Note 7, fomenta que alguien se precipite en su afán de adelantar al competidor. A su centro de I+D en Seúl, uno de los siete que tiene repartidos por el mundo, suma un curioso espacio dedicado a la experimentación. Es el C Lab, con C de creatividad, ubicado en los cuarteles generales de Suwon, a una hora en coche de la bulliciosa y contaminada Seúl. En este lugar, hoy bautizado como Samsung Digital City, se establecieron las primeras naves industriales de Samsung Electronics, allá por el año 1969.

El C Lab es el clásico espacio de design thinking (método de diseño que parte de explorar las necesidades) muy a la Silicon Valley, en el que los ingenieros forman equipos y desarrollan nuevas ideas. De los 30.000 empleados que hay en la Samsung Digital City, 1.005 han participado en alguno de los 247 proyectos que se han realizado a lo largo de sus 6 años y 6 meses de existencia. De aquí han surgido iniciativas como Welt, el cinturón que va registrando tus datos y te ayuda a controlar el peso o Nemonic, una pequeña impresora cuadrada con la que imprimes en blanco y negro y en formato post it, fotos, recordatorios, textos.

Dong Jing (DJ) Koh, presidente y consejero delegado de Samsung Electronics, responsable de la parte de comunicaciones móviles, pretende colocar a su compañía a la vanguardia de la innovación. Está empeñado en construir un ecosistema abierto e incentiva la colaboración con otras plataformas como Google, Microsoft, Spotify, o Netflix. Sentado frente a una quincena de periodistas extranjeros, en un solemne salón del lujoso hotel Schilla, en el centro de Seúl, desgrana, con voz grave y profunda, su visión de futuro. Considera que el despliegue de las redes 5G va a ser un factor clave en los próximos años. Va a permitir descargas de información 20 veces más veloces y una capacidad de procesamiento de la información 10 veces mayor. Eso lo cambiará todo. “Tenemos una nueva era frente a nosotros”, declara, solemne. “Con el 4G no se podía implementar el auténtico Internet de las Cosas, pero ha llegado la hora de utilizar la tecnología en la vida real”. O sea, el 5G, cruzado con la Inteligencia Artificial, se antoja como la llave para el advenimiento de la largamente cacareada interconexión digital entre objetos cotidianos como el coche, la nevera, el frigo o la puerta.

El coche autónomo sigue siendo uno de los arietes del desarrollo de ese Internet de las Cosas en el que las máquinas hablan entre ellas y se intercambian información. Al final de la visita al Centro de Investigación y Desarrollo de Woomyeon, el pelotón de periodistas extranjeros desplazados a Corea se encuentran con un vehículo, desarrollado junto a la firma Harman, que incorpora algunos elementos del coche del futuro (o del presente). El calor aprieta y, dentro del automóvil, aún más. El salpicadero está plagado de pantallas. Hay 8 desplegadas en total y 9 cámaras, dos dentro y siete fuera. Una de las de interior enfoca a los ojos del conductor. Le avisa si detecta que se está quedando dormido o si se distrae con tanta pantallita.

El ingeniero coloca el móvil en un espacio ad hoc bajo la pantalla central y explica que la más grande, la de la derecha, es para el copiloto, para que pueda consultar en ella sus correos electrónicos y redes sociales. Se podrá conectar con el frigo de casa y mostrarnos una imagen que delate si faltan cervezas. Bajo los retrovisores, dos pantallas más amplifican la imagen que convencionalmente nos ofrecen los retrovisores, ofreciendo un ángulo de visión más grande. Esto es lo que nos ofrece ya un presente en el que habrá que diseñar los vehículos para que no se conviertan en espacios para la distracción. En un futuro no muy lejano, la información se desplegará sobreimpresionada en los cristales, con la llamada Realidad Aumentada. Pasaremos pantalla con la mano, como con el dedo en Tinder. Esperemos que el vehículo sea autónomo porque, si no, habremos abierto un nuevo frente en la era de la distracción masiva.


Tomado del diario EL PAÍS (ES)