El absurdo de abordar discusiones de género desde orillas opuestas

Foto: Carlos Ortega / Archivo EL TIEMPO

Andrés M. Muñoz reflexiona sobre las aflicciones cotidianas en la nueva novela ‘Las margaritas’.

Por: Juan Camilo Rincón

EL TIEMPO

Se necesita una literatura feroz para criticar lo pequeños que somos a veces, y para contar las historias de los que han sido derrotados, las de los seres minúsculos. Son historias de esa mayoría que todavía no alcanza la felicidad que venden las revistas del corazón y que se escuda en falsas relaciones, excusas, goces artificiales y consumos desmedidos para justificar derrotas.

‘Las margaritas (historia de un hombre minúsculo)’, novela del payanés Andrés Mauricio Muñoz, es una valiente diatriba contra una sociedad que se entrega fácilmente. Trata temas que son necesarios de discutir, porque más allá de las grandes violencias del afuera, en la vida cotidiana, de puertas para adentro, subsisten otros males que carcomen.

Muñoz presenta, sin adornos, esa familia que se siente obligada a ser funcional, que busca ajustarse a la expectativa social, pero que se destruye por dentro. Presenta un texto atravesado por la desazón ante las derrotas de una vida cuyas relaciones se imaginaron diferentes, triunfales, gozosas.

Su protagonista, Manuel Rosero, representa al hombre que se deja llevar por la vida, el pasmado, el miserable, el infeliz. Y del otro lado está Valentina, la que sobrevive con pequeñas victorias y se esconde tras falsas virtudes para sentirse moralmente superior.

¿Cómo se inspiraron los personajes?

Desde hace años asumí la cotidianidad como fuente de mi literatura, sobre todo desde lo que llamo los agobios contemporáneos. La confrontación entre Manuel Rosero y Valentina tiene mucho de lo que percibo en la calle, en las redes sociales o en el ámbito corporativo. Puse la mirada sobre estos personajes como una manera de reflejar el absurdo de que las discusiones de género se planteen desde las orillas. El feminismo de Valentina no me gusta por plantear una relación de antagonismo con el hombre, que la lleva a radicalizarse. La de ella es una militancia discursiva y retórica. No por eso lo que reclama deja de ser cierto, pues señala una realidad apabullante.

Al otro lado de la balanza está Rosero…

En Rosero quise dibujar a un hombre que cree que el machismo es una construcción del feminismo, tan solo porque contradice su propio relato. Cree que su decoro en el trato con las mujeres lo exime de señalamientos. Y puede no ser machista, pero sin darse cuenta encarna un personaje que también resulta nocivo, como lo es aquel que desconoce el fenómeno, que se mueve entre los márgenes de lo que es y no es ser un hombre machista. Estos personajes, que logran camuflarse, porque su comportamiento los blinda, llevan en sus espaldas su propio pecado.

¿Cómo se destruye el modelo masculino fallido?

La deconstrucción de este modelo, que debe colapsar, debe ser un propósito colectivo. Las transformaciones sustanciales no sucederán si nos arrojamos piedras desde las orillas. Un género señala y el otro se defiende. Pude plantear esta novela con una Valentina más madura y racional, y no la que replica con su pareja los mismos comportamientos que busca erradicar. Y pude haber construido un Manuel Rosero empático y comprometido con el movimiento, como deberíamos ser todos. Pero no son esos los personajes que me interesaban, precisamente porque me interesaba señalar el absurdo de las confrontaciones de género cuando se abordan desde las orillas.

¿Dónde entran los rituales amorosos?

Siento que esta novela es también una cartografía de los amores fallidos. La búsqueda incesante, por parte de Rosero, de la imagen estereotipada del amor. Por eso pienso que esta obra huele mucho a nostalgia, a desencuentros. Se nos ha enseñado a los hombres a ocultar los sentimientos, a no expresarlos bajo el supuesto de que al hacerlo se nos resquebraja la coraza que nos hace fuertes, pero Rosero se ve abocado a hacerlo para comprenderse desde la raíz. Por eso asiste a terapias sicológicas y busca a una escritora que narre su vida.

Por siglos, los hombres relataron sus conflictos con las mujeres. ¿Da una nueva mirada?

No podría afirmar que hay novedad en sentido estricto, además sería pretencioso. Sin embargo, decidí retratar los caminos que transitamos en momentos en que el feminismo es un fenómeno en construcción, en el que se nos ha dificultado esa convergencia necesaria, ese remar hacia mejores aguas. Quisiera que más adelante, cuando se pretenda retratar una suerte de historiografía del fenómeno, se encuentre en esta novela una radiografía literaria de lo que tuvimos que vivir para llegar a donde hayamos llegado. No creo en el poder de la literatura para transformar sociedades, al menos no en horizontes temporales demasiado estrechos, pero sí en su capacidad de alterar conciencias individuales.

¿Cómo cuestionar el machismo desde la literatura?

Cada autor que ponga su mirada en este asunto tendrá su propia apuesta. Por mi parte, la manera de confrontar lo que me preocupa es retratando lo que veo, poniendo mi mirada desde diferentes flancos, hasta que se advierta el absurdo o se insinúe lo que debe insinuarse. Un amigo me preguntó: ¿Y entonces qué propone la novela? Contesté que no propone nada, tan solo muestra lo que hay, lo que tenemos, para que a partir de ese reflejo cada uno haga o piense lo que corresponda. En temas tan controversiales cada quien lee lo que quiere leer, más allá del sentido que el autor haya querido darle al debate.

¿Por qué la derrota en el amor es una victoria en la literatura?

En la literatura siempre será una victoria lo que produzca desazón o desconcierto. No solemos poner la mirada en personajes felices cuya vida marcha a ritmo de crucero. Nos apasionan, en cambio, las vidas hostiles, la aflicción o el desencanto. Esa suerte de morbo justamente sostiene el arte.

¿Cuál es su estrategia para no caricaturizar el feminismo?

Nunca me planteé la posibilidad de caricaturizar o parodiar nada, hacerlo habría sido un desatino. Aunque Rosero y Valentina, como lo señala uno de los personajes, parecen figuras de una maquetica hecha para representar aquella confrontación que parece haberse desatado entre los géneros, se presentan desde su propia humanidad, sin apelar a deformaciones que no sean las que he advertido en seres similares con las que me he encontrado. Las caricaturas parten de la exageración del rasgo que sobresale, pero en esta novela procuré ser cuidadoso en matizarlos.

¿‘Las margaritas’ es una novela necesaria?

No lo es. Ninguna novela es necesaria. Cada novela es lo que el autor quiere que sea. En mi caso, quise escribir sobre personajes que me resultaban atractivos literariamente con la única intención de que el lector estableciera una relación estrecha con ellos, se sumara al debate y tomara algún partido.

¿Quiénes son los hombres minúsculos?

Aquellos que no han comprendido de qué es de lo que se trata todo esto.

Juan Camilo Rincón*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
* Escritor, periodista e investigador cultural


Tomado del diario EL TIEMPO