El cuadro épico de Vasili Grossman, libre de la censura soviética

Foto: El escritor Vasili Grossman, en su época como corresponsal de guerra en el frente soviético durante la Segunda Guerra Mundial – ABC

Tras una gran labor de reconstrucción en los archivos del escritor en Moscú, llega a España la versión original de «Stalingrado», primera parte de «Vida y destino»

Por: Inés Martín Rodrigo

ABC

Pocos escritores tienen tan grabado a fuego en su ADN literario, que no es más que el reflejo de su memoria vital, el horror de la guerra, sus heridas y las contradicciones entre la ideología más reaccionaria y la humanidad como Vasili Grossman (1905-1964). Nadie, a estas alturas de la historia, se atreve a poner en duda que «Vida y destino» es a la literatura del convulso siglo XX lo que «Guerra y paz» fue para la del XIX: dos cuadros épicos sobre el destino de un mundo cada vez más a la deriva. Pero si el testimonio de Tolstói llegó a los lectores como su autor lo concibió, el de Grossman sufrió las consecuencias del autoritarismo soviético en una

 de sus peores manifestaciones, la de la censura, hasta el punto de que murió sin saber si su obra maestra se salvaría o no. Por fortuna, gracias a esa conciencia tan perseguida por el comunismo, «Vida y destino» vio finalmente la luz y la historia de su puesta en circulación da, en sí misma, para una novela de heroísmo y tenacidad.

En teoría, la primera parte de esa obra, en la que Grossman da cuenta de todo lo que vio como corresponsal de guerra, en primera línea del frente, durante la batalla de Stalingrado, habría corrido mejor suerte, ya que la vio publicada en vida. Aunque la realidad se aleja de la ficción. La versión hasta ahora conocida de «Por una causa justa», así titulada pese a ir en contra de los deseos de su autor, es fruto de la imposición de los censores editoriales y gubernamentales, y no de la mente privilegiada de Grossman. Es la conclusión a la que, hace un tiempo, llegó Robert Chandler, traductor al inglés de la obra del escritor, quien, tras hablar con diversos especialistas y, sobre todo, con el hijo adoptivo de Grossman, Fedor Guber, decidió embarcarse en un proyecto tan ambicioso como laberíntico para resconstruir, fielmente, la novela.

Un puzle inmenso

Un puzle inmenso que Chandler logró resolver en 2018 con la ayuda de Yury Bit-Yunan, uno de los mayores expertos del mundo en la figura de Grossman. El tesón de ambos, su entrega a la causa del autor soviético, ha permitido que, setenta años después de que fuera escrita, la obra aparezca, por fin, como Grossman habría querido o, al menos, en la versión más parecida a la original, con cambio de título incluido. La publicación de «Stalingrado», que el 7 de octubre llega a las librerías españolas de la mano de Galaxia Gutenberg, es una excelente noticia para los muchos devotos de Grossman, que podrán concluir, con un peculiar billete de ida, el viaje emprendido con «Vida y destino», pero también una ocasión única para comprobar el daño y la arbitrariedad de la censura soviética, responsable del peor de los crímenes que puede cometerse contra un escritor: la privación de su libertad creativa.

Para comenzar la reconstrucción, Chandler acudió al Archivo Estatal Ruso de Literatura y Arte, ubicado en Moscú. El traductor seguía el rastro dejado por la novela, que Grossman comenzó a escribir en 1943, poco después de regresar del frente. La terminó en 1949, pero, para satisfacer a sus editores, la reescribió parcial o completamente hasta en cuatro ocasiones antes de su primera publicación, a finales de 1952, en la revista «Novy Mir». Entre los cambios sugeridos por reseñistas, editores o correctores, todos ellos censores, se pidió que Víktor Shtrum, protagonista y supuesto alter ego del autor, fuera comisario militar, en lugar de físico, o que desaparecieran todos los capítulos «civiles». Tantas fueron las alteraciones que durante los años previos a su primera aparición sufrió el texto original que el propio Grossman llegó a escribir una carta a Stalin en 1950 para que intermediara. «El número de páginas que alcanzan las reseñas, los estenogramas, las resoluciones y las recomendaciones ya se acerca al de la propia novela y aun cuando todos se manifiestan a favor de la publicación todavía no se ha pronunciado la última palabra. Le ruego encarecidamente que me ayude a resolver la cuestión del destino de este libro que considero como la obra fundamental de mi vida en cuanto escritor», terminaba la misiva. Stalin no contestó.

Tras su publicación en la mencionada revista, la novela fue muy bien acogida e, incluso, llegó a ser propuesta como candidata al premio Stalin, pero un artículo muy crítico en el periódico «Pravda», órgano oficial del Partido Comunista, la perjudicó hasta hacerla caer en el olvido. Tras la muerte de Stalin, la obra apareció, ya como libro, dos veces más: en 1954, en una editorial militar, y en 1956, en una literaria, siendo esta última la referencia que, en adelante, siguieron las reediciones rusas y las traducciones.

Once versiones distintas

Además de obligar al cambio de título –«Por una causa justa» está sacado de una frase del ministro soviético de Exteriores el día de la invasión alemana–, la censura se había encargado de suprimir páginas enteras, párrafos y frases. Tanto es así que las tres primeras ediciones son muy distintas entre sí y difieren bastante de las versiones que Grossman dejó mecanografiadas, tal y como Chandler comprobó en el archivo de Moscú. Allí, el traductor descubrió la existencia de once versiones más de la novela, algunas «completas» y otras sólo «parciales». De todas ellas, la tercera, una copia mecanografiada «bastante limpia, con revisiones hechas a mano», es la más fiel al manuscrito original y, por ello, a juicio de Chandler, es «más audaz y más intensa que las versiones posteriores y merece ser publicada en su totalidad». En ella se basa la nueva edición reconstruida, y en su comparación con la publicada en 1956. Si bien es cierto que esa tercera versión inédita es sólo un borrador, el traductor defiende que «sería completamente imperdonable que continuáramos omitiendo muchos de los mejores pasajes de la escritura de Grossman». Cientos de pasajes «ingeniosos, imaginativos y curiosos», algunos de unas cuantas palabras y otros de varias páginas, que Bit-Yunan y Chandler recuperaron y aparecen destacados en la nueva obra en color gris claro.

Pero, ¿cómo se restaura una novela? «Como se hace con un cuadro dañado», sostienen ambos. El primer paso fue comparar las tres ediciones publicadas en vida de Grossman: la de 1952, la de 1954 y la de 1956. Aquello se convirtió en un «estudio único de la censura soviética», que a veces se centraba en cuestiones políticas, pero en la mayoría de los casos tenía más que ver con el tono de la novela. Muchos de los pasajes eliminados fueron considerados demasiado «frívolos» para narrar algo tan mítico en el imaginario soviético como la victoria en Stalingrado. Tampoco podía haber referencias a delitos menores en el ejército, y ni rastro de cucarachas, chinches, piojos o pulgas que pudieran ensuciar el carácter épico del relato. La narración debía ser fiel reflejo del realismo socialista, y también sus protagonistas: no cabía el individualismo.

Lo que quiso escribir

Joan Tarrida, editor de Galaxia Gutenberg, lo tiene claro: «Por primera vez sabemos lo que Grossman quiso escribir, no lo que la censura quiso publicar. Ahora se ve que la gente tiene miedo, que dudan, hay alguno que se esconde, que huye del frente… Antes eso no pasaba. Ahora se ve que son seres humanos. El libro es un homenaje al pueblo soviético y a lo que resistió e hizo frente, pero lleno de matices que ahora lo enriquecen más». Y, ojo, porque es posible que el futuro depare más sorpresas: «Chandler nos dijo –revela Tarrida– que en los archivos igual hay más cosas. Tengo ganas de hablar con él para ver si ponemos en marcha alguna otra investigación».

El editor reconoce que «hay trabajo pendiente», para regocijo de admiradores de Grossman como el escritor Luis Mateo Díez, quien considera que la «restauración» de «Stalingrado» es «un descubrimiento». «Vemos todo lo que sufrió el material narrativo –sostiene el académico–, la censura virulenta, la huella del stalinismo y esa trastienda que está detrás de esta épica popular, del heroísmo, lo que está pasando más allá del frente, en la parte de atrás, donde están sucediendo cosas terribles, el proceso depuratorio, todos los crímenes… Al restaurar y reconstruir, vas viendo cómo esto se emplasta. Por eso, para el lector admirador de Grossman es un viaje inexcusable, es encontrar la fascinación de lo que le robaron a Grossman, de lo que quedó perdido, oculto, desaparecido, hasta que poco a poco se ha ido encontrando». Una restauración con la que, además, se ha hecho justicia histórica.

La biografía definitiva de Vasili Grossman

Muchos han sido los intentos por acercarse a la vida y a la obra de Grossman desde la no ficción. Pero pocos cuentan con el beneplácito del «state» del autor y, además, son tan definitivos como «Vasili Grossman y el siglo soviético», la biografía escrita por la periodista rusa Alexandra Popoff que Crítica acaba de publicar en España. En ella, Popoff, experta en literatura rusa e historia cultural, ilumina el legado de Grossman, entrelazando su vida personal con los acontecimientos que vivió, y que marcaron el destino del siglo XX. Desde su formación como ingeniero, trabajo que abandonó en la década de los treinta para dedicarse a la escritura, a su labor como corresponsal para el Ejército Rojo tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial o su testimonio sobre los campos de concentración nazis, escrito tras la liberación de Treblinka y que fue utilizado como prueba en los juicios de Núremberg.


Tomado del portal del diario español ABC