El jardín que escribió Tomás en una novela

Foto: El Colombiano / Cortesía de Planeta

Tomás González nació en Medellín, en 1950. Una de sus novelas más conocidas es La luz difícil

Por: Mónica Quintero Restrepo

El Colombiano

En el primer párrafo de Las noches todas, Esteban visita a su hermana para decirle que ha decidido disminuir sus relaciones con los demás seres humanos, que se va a dedicar a la jardinería y al silencio. Y de ahí para allá, el jardín y el silencio se van armando en 210 páginas.

Esteban se parece a Tomás González, el escritor que lo puso en su novela. Él también es jardinero, también le gusta el silencio, también es asocial.

Conversamos en silencio, por correo.

Ha dicho que le gustan las matas, el mar. En Temporal el mar es protagonista, y esta es una novela en la que se va construyendo un jardín. De hecho, el conflicto con el jardín es que Esteban quiere que se vea bonito, pero a su vez que luzca como si nadie lo hubiese intervenido. ¿Es su manera de acercarse a la naturaleza, de volver a la esencia?

“Creo que va a producirse o se está produciendo un gran cambio en nuestra relación con la naturaleza. Ya pasaron los días en que se hacía necesario dominar el mundo natural, para que no acabara con la especie humana. Y lo dominamos, pero infortunadamente no nos conformamos con eso. Lo empezamos a destruir, además. Ahora nos hemos venido dando cuenta de la gran brutalidad, del suicidio que estamos cometiendo. Es por eso que Esteban quiere un jardín libre. No quiere dominar la naturaleza, domesticarla, quiere crear con ella algo muy bello, un jardín que dé la impresión de formarse solo. Es un contrasentido, por supuesto, pero solo en apariencia, pues uno es quien forma el jardín, cierto, pero la forma misma que uno tiene se creó sola, o fue creada por la naturaleza o por Dios, que viene a ser lo mismo. Por eso podemos decir que incluso los daños ecológicos, por ejemplo, el desastre de la Ciénaga Grande, obra de la ignorancia humana, de esa seminteligencia que, como digo, se formó sola o fue formada por Dios o por la naturaleza, o que se formó quién sabe cómo, incluso esos desastres en última instancia se formaron solos y el hombre y su codicia miope fueron apenas la herramienta de esta tragedia impersonal”.

A usted le gusta la soledad, la prefiere a veces. Mientras Esteban construye un jardín, usted escribe… ¿La soledad para construir?

“Todo depende del escritor. Sé de escritores que necesitan bulla alrededor para escribir, para enfocarse. Esteban y yo necesitamos más calma, menos ruido. Los dos somos amantes, no del silencio sino del ruido escogido, pero lo importante en cada caso es no perder la concentración. La soledad no es mejor ni peor que la compañía, pienso yo. Cada cosa tiene su encanto y uno escoge la que más le guste”.

De hecho, Esteban no está tan solo. ¿Es una soledad acompañada? Porque no es una que llega, es la que se elige. ¿Es distinta? ¿Es eso de lo que habla?

“Exacto. Y es paradójico, como bien lo anotaba Diego Aristizábal en el lanzamiento del libro (en el Museo de Arte Moderno). A Esteban le gusta mucho la soledad, pero está siempre rodeado de gente. Está muy acompañado, de cerca y de lejos”.

La vejez es también hablar de la muerte. Dijo que es ahí donde sabe uno quién es…

“Esa es solamente mi sospecha, mi intuición, mi fe. De repente todas las distracciones del mundo pierden importancia. ¿Qué le puede interesar al agonizante la pobreza mundial, Trump, Duque, la pérdida de especies biológicas, las hipotecas y el ruidito que venía haciendo el carro y que se estaba convirtiendo en obsesión? Todo enredo superfluo desaparece y uno queda enfrentado al ser de uno mismo sin nada que lo distraiga. Era bonito como lo decían antes: uno va a encontrarse con su Creador”.

La novela se va yendo de pronto, en esa sensación de que no pasa mucho, pero está pasando todo… Así es la vida, un día y otro y de pronto otro. ¿Eso es envejecer?

“En la mayor parte de la vida de los seres humanos y tal vez en la de los demás animales, pasar, lo que se dice pasar, no pasa mucho. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Puesta de esa forma no es gran cosa, la vida. Lo importante y dramático del día a día humano está casi siempre en los detalles. En la lágrima de la viuda, que tal vez sea de alegría o de alivio por haberse liberado de su marido. En el billete de veinte mil que un taxista decide regalarle al indigente. En el árbol que empezó a florecer. Uno mira y lo dramático está por todos lados, incluso en lo evidentemente dramático, por supuesto. Es de esa forma como pasa todo”.

Otro tema de esta novela es el amor. ¿Cuándo se crece el amor es distinto? Porque finalmente uno se queda esperando que pase algo con Aurora (joven que vive con Esteban), y entiende que ese amor es diferente: “Ni ella ni yo parecíamos sentir necesidad de ver al otro, pero sí de saber del otro”.

“Sí fue un amor diferente. Estaba en la frontera entre el cariño intenso y el amor estándar, pero se quedó del lado del cariño intenso”.

¿Qué es el tiempo para Tomás?

“Es el movimiento de las cosas. Cualquier cosa que esté en movimiento serviría para medir el tiempo. El ternero que crece dentro de la vaca, como en La historia de Horacio, o la alternancia de temporada seca y de lluvias, en Primero estaba el mar. Tiempo y movimiento son la misma cosa, ya se sabe. Por eso pienso que el tiempo es la materia prima de mis novelas, que son la creación o la recreación de un conjunto de circunstancias humanas en movimiento. Y como no hay nada que no esté en movimiento, todo en este mundo humano es novelable”.

¿Para qué le sirve a Tomás la jardinería? ¿También quiere que su jardín parezca que nadie lo diseñó?

“Ciertas personas no alcanzan a ver mis jardines. Cuando vendí mi finca de Cachipay, la compradora me dijo que a ella le habían dicho que yo tenía un jardín zen en mi finca, pero que ella no veía jardines por ningún lado. Lo único que veía, dijo, eran árboles sin podar y muchas matas rastrojudas y varudas. Juliana, mi hija política, me dijo en cambio que mi jardín era uno de los más bonitos que había visto en la vida. Lo que para la compradora era descuido e incluso abandono, para ella era expresión de libertad.

El que estamos haciendo ahora en el Peñol apenas empieza. Como la casa está sobre pilotes, mirando a la represa, hay la posibilidad de hacer algo muy bello debajo, con heliconias, anturios, helechos y suculentas de sombra. En este mismo momento estamos trazando apenas los caminos y ya pronto nos va a tocar ir a un vivero y traer el carro hasta los bordes con helechos y plantas de sombra”.

¿Cómo equilibrar el ser jardinero con el ser escritor? Porque no empieza a escribir si el jardín lo necesita todavía…

“Cuando trabajaba para ganarme la vida escribía por la mañana y laboraba por la tarde. Cuando me jubilé seguí escribiendo por las mañanas y dedicándome a leer o al jardín por las tardes. Pero el jardín se la pasa llamándome toda la mañana, haciéndome guiños para que deje la computadora y vaya a jugar con las matas. Y la voluntad flaquea”.

¿Hay en la escritura una sensación de vacío?

“Tenemos la famosa página en blanco, tan difícil de sobrellevar. Cada vez uno piensa que hasta ahí llegó todo, que el asunto se jodió, murió, y cuando menos se piensa la narración vuelve a cobrar vida y a echar hojas, ramas”.

Usted sintió el impacto de la naturaleza cuando llegó de Nueva York a Chía. ¿Qué fue eso que sintió? ¿Y ahora que vive en el Peñol?

“Me sentí deslumbrado por mi país. Hasta lo feo me parecía bonito, alegre, lleno de color. Fue una reapropiación del país muy profunda, que se hizo posible por el hecho de haber vivido lejos tantos años. Después me fui a vivir a Cachipay y el deslumbramiento siguió, y también en El Peñol. Esta represa es ‘demasiado’ bella, como se dice ahora. Ojalá no sigan tumbándole el monte para construir casas rodeadas de césped. Los paisas sentimos verdadera pasión por las mangas y no nos tiembla la mano para tumbar uvitos y sietecueros de muchos años y muchas flores, de modo que todo quede liso, despejado y ordenado, como un Club Social. Claro que no siempre. Nuestro vecino, por ejemplo, tiene algo de monte y algo de manga y su jardín es bastante equilibrado y elegante”.

¿Cómo son las noches todas de Tomás?

“Son largas. Sufro de insomnio”.

Esa primera frase del libro, por lo que uno lee de Tomás, y no significa que esté diciendo que usted es Esteban, también lo podría decir Tomás…

“Soy asocial, sí. Le tengo afecto a la gente, pero me gusta vivir más bien solo”.

Los nombres de los personajes, ¿de dónde salen? Cuando empecé a leer, dije, Esteban, así se llamaba el de la Luz difícil. Estaba mal, claro, pero creo que me dio la sensación de que tienen cosas que se parecen…

“En todos mis libros hay temas recurrentes y personajes que se parecen mucho entre ellos. Creo que eso siempre pasa cuando se tienen varias novelas. David aparece en muchas. Y David ciertamente se parece a Esteban. Podrían haber sido hermanos. J se parece a los dos y de hecho es hermano de David. Y en cuanto a los nombres… siempre llegan por caminos diferentes. El traductor de mis libros al alemán, mi amigo Peter Schultze-Kraft, por ejemplo, conoció a un Henry de Jesús y me pasó el dato, pues le gustó el nombre, con toda la razón. Y Henry de Jesús se llamó el joven y correctísimo abogado de Las noches todas”.

¿Su escritura está determinada por ser un hombre criado entre montañas?

“Tal vez sí. Mi gusto por el mar es distinto al de los costeños. El mío es el deslumbramiento del montañero por el paisaje infinito, no recortado por peñas ni riscos y cuando escribo del mar lo hago como persona nacida y criada entre montañas. Y ahí está la gracia, digamos. En cambio la relación de los costeños con el mar es de familiaridad. Si uno les comunica aquel deslumbramiento hacen un gesto parecido al del niño que se cansa de que le digan que su hermana mayor es muy bonita, y está hasta la coronilla de la tal belleza de la hermana mayor y de los amigos que le dicen ‘cuñado’. En los costeños creo ver un gesto de fatiga con esa belleza constante del mar, con su misma infinitud, y una necesidad de darle la espalda para descansar de su presencia”.

Dijo en el Museo de Arte moderno que la vejez es el punto en el que la forma y la falta de forma se hace más evidente. ¿Cómo es eso?

“Hay personas que durante la agonía están muy vivas, intensamente vivas, para, muy poco después, empezar a perder la forma con rapidez, si están en una tumba, y con mayor rapidez aún si son cremados. La forma y la falta de forma están aquí más cerca que nunca la una de la otra”.

Usted se toma su tiempo para escribir, ¿ahí no puede haber afán?

“Es mejor que el escritor no mueva la narración, es mejor dejar que avance sola, y a veces, cuando parece empecinada en no avanzar, es necesario esperar. La novela da la impresión de estar quieta y estancada, pero debajo del agua todo ha seguido bullendo y avanzando y cuando uno menos piensa aparece la frase siguiente y la siguiente a la siguiente, hasta que llegue la próxima calma chicha. Entonces hay que esperar otra vez. Nunca perder la fe”.

PARÉNTESIS

UNA PRECISIÓN

Tiene un mapa de las plantas y de la casa para seguirles el rastro… ¿Cómo es eso?

“Cuando iba por la mitad del libro empecé a darme cuenta de que trazar un mapa del jardín y un plano de la casa iba a ayudarme a aterrizar la historia. A diferencia de otras narraciones, el sitio, la ‘locación’ que dicen los del cine, es creación mía completamente. En cambio la finca de J. es La Gloria, que fue la finca de mi hermano. En las dos novelas hice mapas, pero el de Primero estaba el mar buscaba precisar mis recuerdos de la locación, mientras que en este buscaba aterrizar el sitio, darle realidad”.


Tomado del portal de noticias del diario El Colombiano