El legado de Gabriel Ochoa Uribe, el DT más ganador del país

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Triunfador con Millonarios, Santa Fe y América, el médico murió el sábado, a los 90 años. 

Por: José Orlando Ascencio

EL TIEMPO

El carácter y la disciplina que caracterizaron la carrera de Gabriel Ochoa Uribe, en todos los aspectos de su vida, viene de cuna. Seguramente lo aprendió de su mamá, doña Tránsito, quien quedó viuda cuando el pequeño Gabriel tenía 2 años. De allí aprendió, seguramente, que ningún detalle se podía quedar por fuera. Y eso hizo que se convirtiera en el técnico más ganador del fútbol colombiano.

El sábado, Ochoa falleció en Cali, a los 90 años, y todos los entrenadores que siguieron sus pasos reconocieron el legado que dejó en 34 años de carrera como entrenador.

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“Estarás siempre presente en nuestras canchas y nuestros corazones, maestro inigualable, que nos enseñó siempre a ganar y a comprender que el trabajo es el camino del éxito”, escribió en su cuenta de Twitter Jorge Luis Pinto, tal vez su alumno más aventajado, el técnico colombiano que más lejos ha llegado en un Mundial: en 2014, con Costa Rica, alcanzó los cuartos de final. Pinto solía llamar a Ochoa después de cada partido a pedirle consejo.

En una charla con el escritor y periodista Umberto Valverde, Ochoa recordó esa primera vocación. “Mi disciplina deviene desde la infancia: a los 11 años trabajaba los caballos de mi padre. Tenía que levantarme a las cuatro de la mañana para ir a galopar y luego estar en el colegio a las 7. Regresaba por la tarde, a las cuatro y media, para reiniciar mis entrenamientos. Así gané un gran clásico, en el hipódromo de Itagüí, con ‘Pipo’, un purasangre”.

Nació en Sopetrán (Antioquia), el 20 de noviembre de 1929. De allí saltó a Medellín, tras la muerte de su padre biológico, Pablo Ochoa, quien era minero y murió en un derrumbe. Doña Tránsito se fue a Medellín y allá volvió a casarse con Etiene García, el padre que terminó de criar a Gabriel.

Llegó al fútbol como arquero y por casualidad. Jesús María ‘el Cura’ Burgos, un histórico personaje del fútbol antioqueño, lo vio un día y le llamó la atención por su figura: era alto y longilíneo. Le preguntó de qué jugaba. Y no lo dejó responder: “¿De portero, cierto?”. Y lo recomendó al Unión Indulana, el club que luego le dio origen a Nacional.

Lo hizo bien, pero para poder ser futbolista necesitaba de un permiso muy importante: el de su mamá, que ya había sentenciado: o Gabriel es cura o es médico. Jugó al fútbol y después le cumplió. En la cancha tenía espejos: jugaba con boina, como su ídolo internacional, el español Ricardo ‘Divino’ Zamora, o como el local, Carlos Álvarez, a quien en su momento calificaron como el mejor de la historia de Colombia.

Humberto Salcedo Fernández ‘Salcefer’, primer presidente de la Dimayor, fue quien lo metió del todo en el fútbol profesional. Lo vio jugar en la selección de Antioquia y le propuso irse al América. Y al año siguiente ya estaba en Millonarios, su primer amor futbolístico.

En Millos tuvo que vivir una situación que luego tendría que manejar con otras personas: por delante tenía a Julio Cozzi, el ‘Arquero del siglo’. “Al quedar de suplente, me sentí mortificado porque yo pensaba que era superior a Julio. Cuando descubrí todo lo que él sabía, sus enormes cualidades, me di cuenta de que yo no sabía nada”, reconoció. Aprendió a ser suplente, ganó cuatro títulos de liga e incluso, un día, se destacó como delantero: lo pusieron a jugar en esa posición en un duelo contra Bucaramanga. Ganaron 7-1 y marcó un gol.

Médico y entrenador

En 1955, tras haber conseguido su título de médico en la Universidad Javeriana, de Bogotá (carrera que cursó mientras estaba en Millonarios), aceptó una oferta para irse al América de Río de Janeiro. Allá aprovechó para seguir estudiando.

“Sin duda, mi formación académica y mi estructura profesional fueron definitivas en mi vida. Sobre todo, me sirvió mucho hacer la especialidad en ortopedia y traumatología porque me permitió tomar decisiones acertadas en los momentos justos. Creo que recibí un regalo de Dios y fue haber podido hacer la medicina de la mano del fútbol”, explicó Ochoa en una entrevista con la periodista Carolina Bohórquez, de EL TIEMPO, en 2017.

Cuando volvió de Brasil, con la idea de seguir jugando en Millonarios, se lesionó y tuvo que retirarse. Pero en Río había tenido un maestro al que le aprendió muchísimo, Martín Francisco de Andrada. Allá se empapó de todos los procesos de formación. Millos no andaba bien ni en la tabla ni económicamente en 1957 y le ofreció a Ochoa la dirección técnica.

En su primer año, quedó subcampeón detrás de Santa Fe. Perdió el título en la última jornada. Pero se desquitó en 1959: fue el primer DT colombiano en ganar un título en el país. Y repitió en 1961, 1962 y 1963.

Tenía todo listo para seguir en 1964, pero terminó peleado con los directivos azules: en un amistoso contra River Plate, puso a jugar a Marino ‘Pintuco’ Aguirre, que no tenía contrato, a pesar de que le habían dado la orden de no hacerlo. Y tuvo que irse. El desquite de Ochoa fue increíble: en 1965 firmó con Santa Fe y al año siguiente salió campeón.

Sin embargo, su amor por Millonarios lo hizo volver, a finales de 1970. En 1972 armó una delantera con tres jóvenes prometedores. Era la época del BOM: Brand (Alejandro) Ortiz (Willington) y Morón (Jaime). Y salió campeón otra vez.

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“El médico Ochoa no solo pensaba en uno como jugador de fútbol sino que lo pensaba como un profesional del fútbol, como un ser integral, o sea, le explicaba cómo cuidar su dinero, al que quería estudiar le ayudaba y le decía que hiciera una carrera paralela a lo que estaba haciendo futbolísticamente, lo orientaba para que invirtiera su dinero lo mejor posible”, recordó Willington.

Su pensamiento integral no solo tenía que ver con lo de la cancha, sino con lo de afuera. Dejó las bases de la sede deportiva que Millonarios tuvo hasta comienzos de 2010, en la autopista Norte de Bogotá. Hasta que la relación se rompió y en 1977 se despidió definitivamente de los azules. No quería volver al fútbol. Se concentró en la medicina.

Una tarde de finales de 1978 se presentó a su consultorio un paciente llamado Pepino Sangiovanni. Ochoa sabía que esa persona tenía vínculos con el América de Cali y sospechó: le retrasó la cita. Sangiovanni tuvo paciencia y esperó hasta que terminara su turno. El técnico del América tenía que ser Ochoa y nadie más.

Los logros con los rojos son más cercanos y muy importantes. En 1979 lo sacó campeón por primera vez. Luego obtuvo cinco títulos seguidos, de 1982 a 1986, algo que no ha logrado ningún otro club, ni siquiera ahora, cuando se ferian estrellas cada seis meses. Y luego volvió a salir campeón en 1990.

Ochoa fue generoso a la hora de compartir conocimientos. Varios jugadores que fueron sus alumnos también dirigieron: Pinto, el más exitoso. Pero también Ricardo Gareca, Julio César Falcioni, Pedro Sarmiento, Hernán Darío Herrera. Y otros que nunca pasaron por sus filas también recibieron su consejo.

Luis Fernando Suárez, DT mundialista con Ecuador en 2006 y Honduras en 2010, estaba terminando su carrera de jugador en 1988. En un partido con América en Cali quiso hablar con Ochoa en el camerino. Le dijeron que no podía atenderlo. Pero esa noche lo sorprendieron.

“Estaba mi habitación del hotel donde me hospedaba y me llamaron de la recepción para decirme que un tal Sr. Ochoa estaba allí preguntado por mí. Me sentía ansioso y lleno de miedo, y sin pensarlo busqué apoyo en Francisco Maturana y luego de contarle mi historia le pedí que, junto a Diego Barragán, me acompañaran a este gran encuentro con el entrenador más ganador del fútbol colombiano. Esa noche, el doctor Ochoa y yo hablamos de fútbol. Y, así, sin saberlo, había dado mi primer paso para convertirme en entrenador de fútbol, de la mano de un histórico”, escribió Suárez en el prólogo del libro Los mejores técnicos del fútbol colombiano, del autor de estas líneas.

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Ochoa, además, diseñó el uniforme que hoy usa la Selección Colombia, el amarillo, azul y rojo. Pero también dejó una planeación a todo nivel. Le quedó un tema pendiente: ganar la Copa Libertadores. Llegó tres veces a la final. “Es una deuda que quedó conmigo”, dijo. Pero eso no le quitó brillo a una carrera que sirvió de inspiración para muchos y que ayudó a escribir la historia de tres grandes del país.

José Orlando Ascencio
Subeditor de Deportes


Tomado del portal del diairo EL TIEMPO