El rocambolesco regreso de Dorothy Parker a Nueva York

Foto: Una de las últimas fotografías de Dorothy Parker, en su apartamento del Hotel Volney de Nueva York - NEW YORK PUBLIC LIBRARY

Las cenizas de la escritora fueron enterradas en un cementerio del Bronx el pasado 22 de agosto, tras un periplo de más de medio siglo durante el que estuvieron olvidadas en el archivador de una oficina en Broadway y pasaron años en Baltimore

Por: Inés Martín Rodrigo

ABC

En uno de sus últimos ataques de maravillosa extravagancia, la escritora Dorothy Parker (1893-1967) sugirió, con esa mezcla de sorna y sarcasmo que hicieron de ella una autora irrepetible, que en su lápida grabaran la frase «Perdonen por el polvo». Más allá de que fuera, o no, una última voluntad o un intento por quedarse, una vez más, con todo el respetable, aquel «deseo» burlón no llegó a cumplirse. Y no porque no la tomaran en serio. Menuda era la señora Parker. Pero si su vida fue puro teatro –del bueno–, tras su muerte protagonizó una trama propia de las mejores comedias de enredos de Billy Wilder. Una historia rocambolesca cuyo feliz final llegó el pasado 22 de agosto, más

 de medio siglo después de su fallecimiento.

Aquel día, gris y lluvioso, las cenizas de la escritora fueron enterradas en el cementerio de Woodlawn, en el Bronx, junto a los restos de sus padres y de sus abuelos maternos. La urna fue trasladada desde la sede de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP, en sus siglas en inglés), en Baltimore, hasta allí por Kevin Fitzpatrick, fundador de la Dorothy Parker Society y artífice de que la autora haya regresado a su adorada Nueva York.

Fitzpatrick descubrió el insólito peregrinar de las cenizas de Parker a través de una de las biógrafas de la escritora, Marion Meade. La autora fue encontrada muerta el 7 de junio de 1967 en su apartamento del Hotel Volney, en el Upper East Side neoyorquino, víctima de un ataque al corazón. Dos años antes, Parker había redactado su testamento, en el que aclaraba que quería ser incinerada en una ceremonia íntima, sin alardes ni algarabías, y que dejaba todo su millonario «state» a Martin Luther King. La escritora, que estuvo en la lista negra de McCarthy, fue pionera en muchas cosas, también en la defensa de la igualdad racial.

Pero, claro, su albacea testamentaria, la también autora Lillian Hellman, no contaba con aquel último gesto de generosidad por parte de Parker, que ni siquiera conocía a Luther King, y cuando se enteró montó en cólera. Tiró todos sus objetos personales y en vez de organizarle un funeral privado y discreto, montó un sarao digno de Hollywood (en el ataúd, Parker iba vestida con un caftán color oro regalo de Gloria Vanderbilt). El caso es que la escritora fue incinerada el 8 de junio en el cementerio de Ferncliff (Hartsdale, Nueva York), pero nadie pagó las exequias y, por supuesto, Hellman nunca recogió la urna.

Giros de guión

La Historia, siempre con sus giros de guión, complicó aún más la trama. El 4 de abril de 1968, Luther King fue asesinado, por lo que el «state» de Parker pasó a manos de la NAACP, tal y como estipulaba el testamento de la autora en el caso de que al pastor le pasara algo. Entretanto, la urna con las cenizas siguió en Ferncliff, sin que nadie reparara en ellas, hasta que en 1973 fue enviada a la dirección neoyorquina de su abogado, que figuraba en los papeles de Parker que tenían en el cementerio. Pero éste ya había fallecido, y el muerto (nunca mejor dicho) le cayó a su socio, Paul O’Dwyer, ya jubilado, quien no supo qué hacer con la urna y la dejó «olvidada» en un archivador de su oficina. Quince años después, O’Dwyer, ya octogenario, decidió tomar cartas en el asunto. Primero, le contó a la periodista Liz Smith, una de las más reputadas cotillas de Nueva York, a quién tenía por extraña compañera de oficina. Smith, ni corta ni perezosa, narró el enredo en su famosa columna del «Daily News», y Parker volvió a saltar a los titulares.

A la redacción del periódico llegaron decenas de cartas, por lo que, ya desesperado y bastante agobiado, O’Dwyer optó por recurrir a uno de los escenarios preferidos de la escritora: el famoso Hotel Algonquín, en el que, durante una década, lideró una ácida tertulia cultural (la «Mesa redonda del Algonquín», también conocida como «Círculo vicioso del Algonquín»). Allí, el abogado reunió a un grupo de admiradores de Parker para pedirles sugerencias sobre qué hacer con las cenizas, con un resultado de lo más variado y peculiar (alguien llegó a proponer que las repartieran en papel y las esnifaran como si fueran cocaína). Finalmente, el entonces presidente de la NAACP, Benjamin Hooks, se llevó la urna a la sede de la asociación, en Baltimore, donde fue enterrada, en octubre de 1988, en un jardín conmemorativo que la asociación creó para ella.

En 1999, Kevin Fitzpatrick fundó la Dorothy Parker Asociation, con la que, desde entonces, organiza homenajes y todo tipo de actividades, entre ellas paseos por los rincones de Nueva York en los que ella dejó más huella. «En mis recorridos a pie –cuenta Fitzpatrick–, siempre digo que sin Marion Meade las cenizas aún podrían estar en un archivador de la oficina de abogados en Broadway. Cuando Meade estaba investigando para su biografía supo, a través de O’Dwyer, que no estaba enterrada con sus padres en Woodlawn, como se pensaba».

En una de sus visitas a ese cementerio, Fitzpatrick dio con las tumbas de sus familiares y descubrió que en el terreno había un sitio reservado para Parker. Aquel hallazgo hizo que se pusiera en marcha: localizó a las descendientes de la escritora, sus sobrinas nietas, quienes llevaban tiempo indagando en el paradero de su tía abuela. «Desde el primer momento, me apoyaron y se mostraron dispuestas a traerla de vuelta a Nueva York para ser enterrada junto a sus padres y sus abuelos», recuerda Fitzpatrick, que en 2006 se puso en contacto con la NAACP para «plantearles la posibilidad de traer a Dorothy a su ciudad natal».

Odisea legal

Comenzó entonces una odisea legal que terminó a principios de este año, cuando Fitzpatrick obtuvo el permiso legal para poder mover la urna. Pero llegó la pandemia y sus planes se frustraron… hasta el pasado 18 de agosto. Ese día, los restos mortales de Parker fueron desenterrados del jardín conmemorativo de Baltimore y trasladados a Nueva York en tren. «El viaje fue muy emotivo, porque la caja de madera que contenía la urna estaba a mi lado en el recorrido de vuelta a casa. Fue un gran alivio bajar del tren, porque al fin Dorothy estaba realmente en su ciudad natal», relata Fitzpatrick.

Cuatro días después, coincidiendo con el 127 aniversario del nacimiento de Parker, sus cenizas fueron enterradas en Woodlawn. La ceremonia fue «pequeña y conmovedora», aunque las sobrinas nietas de la escritora no pudieron estar presentes debido a las restricciones del coronavirus. La autora y cineasta Laurie Gwen Shapiro, a la que Fitzpatrick conoció hace cinco años en uno de los recorridos a pie que organiza, relató tan singular periplo el 4 de septiembre en el «New Yorker», una de las revistas en las que Parker más y mejor firmó. «Ella escribió mucho sobre la muerte y los cementerios, así que creo que le habría divertido. Espero que muchos fans la visiten y le lleven una rosa, en homenaje a uno de sus poemas más conocidos, ‘Una rosa perfecta’», remata Fitzpatrick.


Tomado del portal español ABC