“El uso paupérrimo del lenguaje nos hace seres más tristes”: Abraham Gragera

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Gragera es considerado uno de los mejores poetas jóvenes de España. Su libro más reciente, ‘O Futuro’, despertó decenas de alabanzas y buenas críticas. Previo a su llegada a la FILBo, ARCADIA conversó con él.

Por: Juan De Frondo

Revista Arcadia

Abraham Gragera tiene cuarenta y cinco años, tres poemarios publicados y una hija. Su primer libro, Adiós a la época de los grandes caracteres (2005), está dedicado a sus padres. Los dos siguientes, El tiempo menos solo (2012) y O Futuro (2017), a su compañera de vida, o su mujer, como él la llama y como la nombra en las dedicatorias, Luz Arcas, bailarina y coreógrafa de La Phármaco, una compañía de danza contemporánea que ambos crearon y codirigen. Uno supondría, entonces, por el curso de la biografía del poeta, que su próximo poemario estará dedicado a su hija de un año, aunque él solo se ría cuando se le menciona el asunto.

La voz de la niña, dueña de esa dedicatoria futura, es la banda sonora de esta entrevista. Mientras ella juega de fondo, Abraham contesta cada pregunta atento a dos mundos: el de la conversación y el de su hija. Sus respuestas, como en casi todas las entrevistas que ha dado, son profundas y claras: las de un hombre conocedor de su arte y de la tradición.

Según la crítica española, Gragera es uno de los poetas más destacados de su generación. O Futuro fue elegido por el Gremio de Libreros de Madrid como el mejor libro de poesía de España en 2017 y recibió el Premio de la Crítica ese mismo año. El poeta Martín López-Vega ha escrito que la poesía de Gragera “apuesta más por abrir caminos que por agotarlos”. Y el poeta colombiano Darío Jaramillo Agudelo dijo que su obra se ajusta con “honradez y sabiduría a una poesía que no renuncia a sus búsquedas y su despojamiento de todo brillo”.

“Búsquedas” es una buena palabra para la obra de este escritor español, pues cada uno de sus poemarios es una “colecticia y desordenada silva de varia lección”, para usar la definición que Borges dio de su libro misceláneo El Hacedor. En otras palabras, un libro de Abraham Gragera es un universo múltiple que contiene en él muchas formas y voces, tantas como todos los “rostros” que un hombre alberga.

Ha dicho que le interesa darle voz a todos los poetas que hay dentro de usted, porque “uno es muchos poetas”. Y para esto no usa heterónimos. Hablemos sobre este tema.

En la actualidad el asunto de los heterónimos ha quedado un poco obsoleto. Tal como lo veo, después de la modernidad, un poeta debería poder mostrar con total libertad las voces que viven en él. Y un libro debería poder exhibir sin problema varios tonos, varias voces, sin perder la unidad: es lo que trato de hacer.

Nunca me ha convencido eso, tan típico en las artes, de identificar la voz personal con el estilo formal. Creo que es un error, porque cuando un poeta usa deliberadamente un estilo como marca identificativa de su voz, o está haciendo trampas o se está limitando.

La voz de un poeta es, por naturaleza, variada, proteica y responde a toda la complejidad del humor, en el  sentido más profundo de la palabra: puede ser elegíaca y a la vez jocosa, grave e intelectual o cancioneril. Siempre he vivido la poesía así. Me he formado como poeta con esta concepción y trato de que en mis libros se vea.

A partir de esto, en sus libros es posible ver diferentes capítulos y formas clásicas, versos medidos, poemas en prosa. ¿Cómo surge cada poema? En otras palabras, ¿cómo elige la forma?

Es la forma la que suele elegirme a mí. Por lo demás, mis procesos de creación son lentos. Además, trato de concentrar en un solo poema toda la multiplicidad de las percepciones, sensaciones y sentimientos que gravitan alrededor del tema, o la ocasión, que despierta ese poema. Esto me hace trabajarlos como si fueran en sí mismos libros. Algunos están divididos en series, y siempre hay en ellos muchas capas de sentido.

Pero a veces el brote de la poesía es más espontáneo, directo, más musical. Todo para que el libro muestre esa multiplicidad de voces de la que hablábamos antes, y la variedad y riqueza de la experiencia poética, compuesta de todo lo que uno ha vivido y leído. Soy una persona abierta en mis gustos poéticos y literarios. Siempre digo que lo único que le pido a un libro de poesía es que en él haya poesía, no me importa si está escrita de una manera o de otra, si es más moderna o menos, me da igual. La poesía es difícil de simular, al menos a largo plazo.

Hablemos un poco más de su trabajo con la métrica. ¿Qué le interesa al hacerla?

Siempre he considerado la poesía un oficio. No en el sentido profesional de la palabra oficio, no porque dé de comer, sino porque se requieren unas habilidades y una formación técnica para practicarla. Siempre he valorado mucho a los artistas que tienen en alta estima su oficio. Quiero decir: a mí un pintor a quien verdaderamente le preocupan los rudimentos de su arte, por ejemplo, cómo llegar a conseguir tal efecto manejando el pincel o la espátula o el color de tal manera, me infunde, de entrada, respeto.

En las artes hay que prestar atención al oficio, porque es lo que dignifica el propio arte. Eso me llevó desde el principio a interesarme por la métrica y la evolución de las formas a lo largo de la historia. Es esa inquietud, o fascinación, la que me ha llevado a trabajar y estudiar para tratar de entender las posibilidades métricas y rítmicas de mi idioma, hasta llegar a concebirlo como un ser vivo y no como un simple instrumento para que nosotros, los seres humanos, nos hagamos los interesantes. Dicho de otro modo, es el lenguaje el que se expresa a través de nosotros. Somos meras encarnaciones de nuestro idioma y estamos obligados, si nos tomamos nuestro arte en serio, a buscar que ese idioma llegue a encarnar verdades y a hablarles a los demás de lo que realmente importa.

En relación con lo anterior, usted ha dicho que estamos en “tiempos del desgaste del lenguaje, de la tiranía de los eslóganes”. ¿Podría explicar con más detalle esta idea?

El lenguaje no solo lo falsean los políticos, los publicistas, las tiranías… Lo falseamos día tras día cuando para expresar nuestras experiencias usamos clichés, frases hechas con las que nos empobrecemos más, con las que se empobrecen las experiencias; de ahí a caer en las bajas pasiones solo hay un paso. Y las bajas pasiones, cuando hay canales que las favorecen, como las redes sociales, acaban convirtiéndose en auténticas tiranías de masa. Lo vemos a diario, ¿no? No puede decirse, en sentido estricto, que la mayoría de los usuarios de las redes piense; más bien se lanzan al ruedo a decir lo primero que se les ocurre, a exhibir sus mediocridades, sin calibrar las consecuencias, censurando o participando en auténticos actos de fe, como el populacho en la antigüedad. Todo eso es para mí, entre otras cosas, una consecuencia de la pobreza del lenguaje. Cuanto más rica es la experiencia lingüística de uno, cuanto más se profundiza en lo que significan las palabras, menos propenso se es a actuar irreflexivamente. De ahí que me interese reivindicar la poesía como algo que ennoblece a quien la practica y a quien la lee. En otras palabras: la poesía es un antídoto contra el uso paupérrimo del lenguaje, un uso que nos hace seres más tristes y más capaces de cometer cualquier injusticia o de someternos a ella.

Ha mencionado las redes. Hay un tema relacionado con ellas que ha generado muchos debates, sobre todo en España, que se refiere a los poetas que han surgido desde estas plataformas y enfocan su obra hacia ellas (algo que parece que ha resultado muy bien para el mercado). ¿Qué opina de este tipo de obras?

Sí, es un debate que está a la orden del día. Pero siempre digo —porque ya me han preguntado por el tema y se ha convertido en habitual en las conversaciones con los amigos— que no quiero juzgar a los autores que forman parte de ese movimiento. Tendría que leerlos uno por uno y hay, en primer lugar, demasiadas cosas que leer y, en segundo, creo que despachar con desdén a personas que hacen lo que pueden, como todos, que están tratando de salir adelante y de que se les escuche, es un acto de soberbia propio de carcamales resentidos. Además, es cierto que en algunas ocasiones se les critica por envidia, porque no hay que olvidar que venden miles de ejemplares y tienen muchísima notoriedad. Son autores que están llegando a un público (antes eran lectores, ahora son un público) que muchos poetas querrían alcanzar.

Así que me parece un tema delicado, desde ese punto de vista. Por otra parte, no creo que sea un movimiento que le haya venido bien al mercado, sino que es una creación del propio mercado. Me explico: siempre han existido poetas adolescentes y poetas que han escrito para adolescentes, porque en esa época, la de la juventud, las experiencias son irreprimibles y, además, el mundo de la canción popular y el de la poesía siempre han estado muy unidos. Pero el asunto se vuelve tendencia cuando unas empresas grandes se dan cuenta de que ahí hay un nicho de consumo que pueden aprovechar. Entonces masifican  este tipo de publicaciones, acompañándolas de un aparato de publicidad tremendo y depurándolas de dificultades intelectuales, porque hay miles y miles de adolescentes y jóvenes que las van a comprar.

Honestamente creo que la literatura es otra cosa: tiene una tradición, hay que estudiarla, hay que saber desde dónde se habla. Creo que estas expresiones artísticas por las que me preguntas pueden ser dignas, útiles, pero para mí la poesía es otra cosa y exige otras cosas. Exige, sobre todo exige. Por más accesible que sea, la poesía exige una apertura y un estar dispuesto a modificar tu propia sensibilidad. Las cosas que te llegan simplemente para dorarte la píldora, para reafirmarte en tu propia, y falsa, singularidad, o en tu gregarismo, de entrada me provocan sospecha. A mí me gustan las experiencias artísticas que vienen a hacer que mis juicios y creencias se tambaleen al menos un poco.

El poeta polaco Adam Zagajewski ha escrito que le aburren los poemas que no contengan al menos una idea. En su poesía casi todos los poemas albergan ideas muy inteligentes. ¿Qué piensa de la opinión que plantea la poesía como solo emoción?

Estoy completamente de acuerdo con Zagajewski, un poeta que conozco bastante bien, perteneciente a una tradición, la de la gran poesía europea, que para mí ha sido muy iluminadora en términos formativos. Su afirmación la suscribo. La poesía no solo es una cuestión de sentimientos, sino algo capaz de hacer que se tambalee la propia realidad y de ayudar a los individuos a enfrentarse a situaciones terribles, de represión, de engaño, de esclavitud. Creo en la utilidad de la poesía en ese sentido —sin caer en los panfletos, claro—. La poesía de ideas no es la que procede de ideas políticas o prefabricadas. La poesía de ideas es la que viene de la conciencia de las posibilidades y las implicaciones del lenguaje.

Cuando Zagajewski dice esas palabras probablemente está pensando en Milosz, en Herbert, sus maestros, poetas muy comprometidos intelectual y moralmente con su época y con la historia en general. Y el peso de la historia, y el peso metafísico, no pueden faltar en la buena poesía. Eso no quiere decir que no haya buena poesía que no se mete en tales vericuetos; ahí están los cancioneros, las canciones populares, que también contienen ideas, y muy sutiles, porque te colocan frente a un misterio a través de la intensificación de un sentimiento.

Los poemas buenos contienen ideas, sí, pero sobre todo, le colocan a uno frente al misterio, el de la existencia, el de la lengua, el de los propios afectos, el de la complejidad del mundo.

Ha dicho que le interesa la rehumanización de la poesía. ¿Qué significa esto?

No sé si lo dije de verdad así o si algún periodista me lo colgó, porque lo cierto es que es una afirmación bastante imprecisa y grandilocuente hasta para mis peores momentos. Digamos que la poesía que me interesa es la que se preocupa por cómo se concibe la condición humana en la época en la que uno escribe. Los poetas maestros de Zagajewski, por ejemplo, los europeos del siglo XX, vivieron una serie de experiencias terribles que les hicieron abordar la condición humana de la manera precisa en que lo hicieron. Creo que un poeta está obligado a plantearse qué significa ser humano en la época en la que está viviendo. Y en esta, la nuestra, me parece un asunto mayor, dado que con lo que prometen la tecnología y la ciencia puede que dejemos de ser estrictamente humanos y nos convirtamos en otra cosa. Como especie, digo. Es un momento conflictivo, con consecuencias tremendas que afectan al ecosistema, como la superpoblación y todas esas personas que en un futuro próximo no van a servir para nada, que no serán más que excedentes del sistema. Son asuntos que, a mi modo de ver, deberían estar presentes en la poesía. A eso me refería probablemente con lo de “rehumanizarla”, aunque no me gusta esa palabra, entre otros motivos porque no soy capaz de imaginar una poesía no humana.

Hablemos de su constelación de lecturas. ¿Cuáles son los poetas a los que siempre vuelve?

César Vallejo, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Luis Cernuda y José Ángel Valente. Esa mezcla de poetas españoles y americanos ha configurado, de algún modo, mi mundo expresivo. Y la gran poesía europea también, la italiana, la rusa, la inglesa: esta última escrita en una lengua que leo con relativa facilidad y traduzco. Pero prefiero citar solo a los maestros de mi lengua.

Ya que menciona la traducción, y teniendo presente que usted ha sido traductor de autores como Louise Glück o W. S. Merwin, ¿qué aporta el oficio de traductor al oficio de poeta?

Te aporta un conocimiento puramente de taller, de conciencia del propio idioma, porque el secreto de una buena traducción está, muchas veces, en tu propia lengua, la de recepción, más que en la de partida. Plantear cómo decir en tu lengua algo que se ha construido en otra requiere un entrenamiento y una apertura que aumenta la capacidad de recreación. Traducir ayuda mucho a ser preciso y sutil en tus propios escritos.

Usted dirige y trabaja como dramaturgo en la compañía de danza contemporánea La Phármaco. ¿Esta experiencia aporta algo a la experiencia poética?

Trabajo con mi mujer en la compañía. Ella es la coreógrafa y directora. Y los dos compartimos muchas inquietudes estéticas, éticas, lecturas… Y muchas de nuestras conversaciones han influido en mis temas. Además, he observado últimamente que mi obra cada vez tiende más a que el texto poético se vuelva dramático y supongo que esto es una consecuencia de mi dedicación a las artes escénicas.

Al releer y observar sus libros ahora, ¿qué opinión le merecen? ¿Encuentra diferencias?

En el primer libro el lenguaje trataba de ser muy concreto en los detalles y deliberadamente impreciso en el conjunto, un efecto que yo buscaba para que el resultado se asemejara más a la música. En el segundo me despojé de ciertos juegos lingüísticos y busqué una dicción más clásica. Y en el tercero lo que he hecho, creo, es tratar de acercarme a la encarnadura de lo que propuse en el primero y en el segundo, intentar que fuera algo así como el cuerpo y la memoria de los otros dos. No concibo mis libros como obras exentas, sino como una obra en marcha, una especie de cancionero, una búsqueda donde todo está interconectado.

Sus libros han sido muy bien recibidos por la crítica y han ganado premios importantes, como el del Gremio de Libreros de Madrid. ¿Qué opina de los premios?

Bueno, los premios no te hacen mejor ni peor artista, pero ayudan a ganar lectores, lectores muy buenos a veces, y solo por eso los agradezco mucho. Pero premios los hay de varios tipos.  Los que yo he recibido me enorgullecen especialmente porque no los he buscado, se los han dado a los libros una vez publicados.

Sus tres libros los ha publicado la editorial Pre-Textos, una de las más prestigiosas de nuestra lengua. Además, una que posee un catálogo envidiable, por su calidad, y un trabajo de editores impecable, encabezado por Manuel Borrás. ¿Cómo ha sido su relación con ellos?

La relación con Pre-Textos es más que profesional. Son un poco mi familia. Lo digo de verdad, no es retórica. He convivido con ellos, son personas con las que mantengo una relación de amistad profunda.  Y tener a Manuel al lado, uno de mis máximos valedores y uno de mis lectores más inteligentes y apasionados, es un enorme privilegio.

Por último, ¿en qué está trabajando ahora?

Ahora estoy trabajando en algo relacionado con mi libro anterior, con los vínculos, desde el punto de vista de las personas que se van a tener que hacer cargo de lo que viene, como por ejemplo mi hija. De lo que significa realmente traer gente a un mundo gobernado por el neoliberalismo más bruto, que desecha personas porque no son rentables. En fin, esas cuestiones humanas a las que me refería más arriba, y la esperanza de que se pueda diagnosticar y  resistir la barbarie.

Cuatro poemas de Abraham Gragera

Laguna

Y el ángel dijo entonces: te enseñaré qué pintan ahora los maestros antiguos. Y me llevó a otra sala, y me mostró un paisaje: una laguna de aguas verdiazules, con huellas de un naufragio, y una multitud en cada orilla.
Quiénes son, pregunté; por qué lloran.
Los que nacieron en el siglo de la muerte de la muerte, respondió; los que ya nunca podrán cruzar al otro lado.

Albada

Somos como los siglos
antes de separarse.
Espera un poco más, amor,
que el mar está lloviéndonos aún,
que no llegamos tarde.

Que ya no teme la semilla
caer sobre la roca,
y el silencio y la oscuridad se besan,
y mi mano te busca,
y hay otros en nosotros que se tocan

sus pieles encendidas.
Estar desnudos es venir de lejos
y siempre estar llegando.
Espera un poco más, amor,
que nada es poco para los que esperan tanto.

Que el aire se hará llama,
como la voz aliento,
como ahora es de noche
y el ojo mira a las estrellas,
y las estrellas miran hacia dentro.

Siete presentes

Ya las conoces
en cierto modo son como la gente
están deseando encontrarse:
las nubes, las palabras.

Por eso ahora
tras el relámpago
cuando las nubes pugnan por echar raíces
las palabras se reúnen para preguntarse

dónde se encuentran
los que desaparecen.

Y los silencios mudan de lugar.
Y la vida es
casi más rara aún
menos nuestra

de lo que suponíamos.

                                         Ya nos conoces.

Estrella fugaz

Aún es pronto, demasiado pronto para el ojo
pero tarde, muy tarde ya para el pensamiento
si veloz ilumina
esta árida extensión de la noche,
este manso terreno donde el girasol
se despereza, se astilla, se equivoca.


Tomado del portal de la Revista Arcadia