Estanislao Zuleta: su legado intelectual, 30 años después

El profesor Alberto Valencia G. explica la prolífica y muy diversa mirada humanista de Zuleta.

Por: Alberto Valencia Gutiérrez *

EL TIEMPO

El antiguo asistente a sus conferencias o el lector actual de sus libros no puede menos que sentirse asombrado ante la diversidad de temas y la pluralidad de disciplinas que aparecen en la obras de Estanislao Zuleta: la filosofía, el psicoanálisis, el marxismo, la crítica de la vida cotidiana (o “crítica literaria”), la historia económica, las ciencias sociales, la sociología política. La presencia simultánea en campos tan distintos no significa que su actividad intelectual estuviera fragmentada en espacios autónomos e independientes, con una justificación por sí mismos; por el contrario, posee una unidad, representada por una afirmación del pensamiento como un valor absoluto e incondicionado.

La labor intelectual de Zuleta está atravesada por un “ideal de inteligibilidad” de todas las formas y expresiones del comportamiento individual o colectivo, sin discriminación alguna. No existe espacio de la actividad humana que, por sus características mismas, pueda substraerse a este ideal y ser declarado ajeno a una consideración racional de cualquier tipo de que se trate.

El concepto de “irracional”, entendido como aquello que se sustrae al sentido, no tenía lugar alguno en su obra. Irracional sería aquello de lo que no podemos hablar, cuyos fundamentos no alcanzamos a conocer, cuya inteligibilidad se nos escapa por principio porque se ubica por fuera de todo conocimiento posible.

El hecho de que en un momento determinado no se alcance a dar cuenta de una determinada situación con nuestros instrumentos intelectuales, no quiere decir que se la pueda declarar “irracional”, o carente de significado. En esta dirección citaba con mucha frecuencia una frase de Nietzsche en la que se refiere a “la ilusión acústica de creer que donde no se oye nada no hay tampoco nada…”. En lugar de declarar “irracional” un determinado comportamiento por no corresponder a un patrón dado y único de racionalidad, nos encontramos en Zuleta con el afán de ampliar el modelo del racionalismo clásico con la exploración de diversos tipos de racionalidad a través del psicoanálisis, de su interés por los estudios antropológicos, de su preocupación por la literatura, etc.

Todas sus indagaciones estaban determinadas por una exigencia de interrogarse por el sentido; no existe fuerza vital alguna, irreductible a un saber, que reivindique una jerarquía superior sobre el lenguaje o sobre nuestras posibilidades de conocer, a la cual tengamos un acceso directo por intuición, empatía o proyección inmediata. En el terreno valorativo de la vida práctica esta actitud se traduce en el hecho de que no existe para Zuleta una contraposición entre un “mundo grave” del pensamiento en contraste con un “mundo del ocio, de la diversión y del entretenimiento”, ajeno a las exigencias de un trabajo, en el plano de la creación o de la interrogación por el sentido.

En esta dirección crítica con respecto a la literatura, la posición consumista que “cree perder el disfrute por el solo hecho de pensarla” o a la creación artística, la imagen romántica que considera al artista como un iluminado, como una especie de “burro genial”, según su propia expresión.

Su obra se construye en una tensión permanente contra todas las resistencias a la interpretación y a la indagación por el sentido. Para describir su trayectoria intelectual podríamos utilizar las mismas expresiones que él utiliza para referirse a Freud: se trata de una “búsqueda heroica de la verdad contra todos los prejuicios”, de una “voluntad de someter lo irracional a la razón”, de asumir el imperativo “Atrévete a saber” en todas sus consecuencias.

De igual forma se podría decir de Zuleta exactamente lo mismo que él afirmaba con respecto a Sartre: “es una trayectoria cultural que se podría definir toda, desde el primero hasta el último de sus escritos, como una voluntad de comprender”. Sus preguntas constantes, en el amplio escenario de sus múltiples intereses, eran de este tenor: ¿Qué significa? ¿Cómo lo podemos entender? ¿En qué condiciones podemos comprenderlo? ¿Cómo podemos explicarnos lo ocurrido? Un ideal de inteligibilidad del mundo formulado en estos términos nos permite entender, entonces, que no es fácil encontrar una disciplina o una temática particular que le hayan sido ajenas.

La conversación con él no tenía límite alguno. El lector mismo puede corroborarlo al echar una mirada a los temas de sus conferencias, que han sido editadas en forma de libro; lo importante allí es la afirmación del pensamiento mismo, independientemente de cual sea el objeto específico de la reflexión: entender un cuadro de Van Gogh; encontrar los “ingredientes” sociológicos de la violencia en Colombia; dilucidar las características de los planes de desarrollo de los últimos 20 años; mostrar los problemas que se derivan del enunciado de la teoría de la forclusión en la obra de Jacques Lacan; discutir con el presidente Betancur el sentido de la paridad política que establecía el artículo 120 de la antigua Constitución; asesorar a un grupo de mujeres que quieren estudiar los problemas de la infancia para fundar una guardería; participar en un coloquio con una reflexión sobre las ciencias en el siglo XVII; colaborar con un grupo de estudiantes de psicología que trabajan en rehabilitación de drogadictos; discutir la estructura de formación de un poema; penetrar en el laberinto de una escabrosa situación afectiva o de una separación matrimonial, etc.

El continuo desplazamiento de una esfera del saber a otra nos indica que la actividad intelectual de Zuleta no se acoge precisamente al modelo del “especialista”, cuyos intereses se circunscriben a un ámbito delimitado y preciso del saber, protegido del exterior por las normas convencionales de una profesión, aislado, “incontaminado” e ignorante de todo cuanto se salga de sus límites; por el contrario, su trabajo rompe los marcos delimitados de los saberes y la construcción de una identidad de investigador alrededor de una disciplina particular pasa a un plano bastante secundario. Lo que prevalece en su reflexión es la búsqueda del sentido, no la afirmación de la pertenencia a una profesión, como es tan común en nuestro medio universitario.

La gran riqueza de sus aportes proviene, precisamente, de tomar como punto de partida la formulación de problemas y de preguntas generales, para descubrir las posibilidades que se derivan del desarrollo de su propia lógica, independientemente de que sean patrimonio exclusivo de un campo determinado del conocimiento.

Al leer sus libros o escuchar sus conferencias se puede fácilmente percibir cómo, para desarrollar un asunto determinado, establece relaciones libremente con múltiples enfoques, sin respetar necesariamente las barreras impuestas por los patrones de pensamiento de una disciplina particular o por el hecho de que una determinada esfera del saber reclame la exclusividad sobre ciertos problemas.

No es extraño encontrar, por ejemplo, que una reflexión alrededor de un tema moderno como la ideología se vea interrumpida para hacer una larga digresión sobre Platón, o para ir a la antropología a buscar allí los ejemplos. En la búsqueda del sentido de cualquier forma de actividad humana de que se trate, lo primero, lo más importante y lo más difícil, es saber formular una buena pregunta y seguir a fondo sus implicaciones, de manera relativamente independiente de las barreras convencionales de los saberes institucionalizados o, incluso, de las coordenadas de espacio y tiempo.

Su reino estaba habitado por una multitud de “preguntas abiertas” que se investigaban no solo por encima de las disciplinas particulares, sino también de las ideologías y los universos simbólicos de pensamiento. A la manera de los grandes pensadores, y poniendo en cuestión los dogmatismos de las escuelas, no era extraño oírle afirmar, en lo que atañe a un problema determinado, que sus desarrollos más altos se encontraban en la teología de un pensador de origen cristiano, donde menos se podría esperar, que en la filosofía de un pensador liberal, donde debería tener un espacio.
La posibilidad de pensar un problema en sí mismo haciendo abstracción de ideologías o corrientes de pensamiento no es, obviamente, una característica original de Zuleta.

Thomas Mann señalaba, entre muchos otros, que la inteligencia no es necesariamente un patrimonio de la izquierda, y valoraba especialmente el pensamiento romántico más conservador de comienzos del siglo XIX –donde encontraba, por lo demás, sus más preciosas fuentes– como desarrollo de posibilidades que la “filosofía de las luces” había dejado de lado en su esquema de la razón como “origen” del mundo. Lo importante no es, pues, mostrar la novedad de este estilo, sino recalcar que no es moneda corriente en nuestro medio, donde la tendencia más difundida, tanto a la derecha como a la izquierda, es buscar partidarios y enemigos, antecesores y continuadores, y no entender el proceso del pensamiento como una empresa común.

La literatura y el arte en general eran promovidos, de manera similar, al rango de “método específico de investigación”, cuyos resultados son tanto o más valiosos que los que se obtienen con los métodos de la investigación psicológica o sociológica. No es, tampoco, un descubrimiento novedoso; pero sí lo es en nuestro medio, donde la literatura es una ocupación para los ratos de ocio, cuando la inteligencia y el entendimiento están “de vacaciones”. La preocupación fundamental por el ejercicio del pensamiento, independientemente del campo particular de que se tratara, constituye uno de los más importantes elementos que dan unidad a sus múltiples intereses intelectuales y explica por qué se desmarcaba con tanta facilidad de un dominio del saber a otro. Si en la mira de encontrarle alguna ubicación en el “mercado de trabajo” o de incluirlo en la “lógica de las profesiones”, pudiéramos hipotéticamente preguntar a Zuleta, “¿Usted qué sabe?”, la única respuesta posible sería: “pensar”. Y en tal sentido la empresa de hallarle un lugar en la división del trabajo sería casi imposible.

En el ámbito de la relación personal con él, el único “prerrequisito” necesario para consagrarse a cualquier tipo de estudio, o compartir sus múltiples intereses intelectuales, era la exigencia de pensar por sí mismo; con respecto a este requerimiento, los procesos formales de investigación no significaban mayor cosa.

Un pensador trascendental

El filósofo, pensador y educador Estanislao Zuleta nació en Medellín el 3 de febrero de 1935 y murió en Cali el 17 de febrero de 1990.

Es considerado uno de los intelectuales colombianos más importantes del siglo XX. Sus alumnos y amigos recuerdan la gran capacidad de oratoria que tenía. Nadie se perdía sus clases.

Fue asesor de las Naciones Unidas, entre otras importantes entidades, y recibió el doctorado honoris causa de la Universidad del Valle, en 1980.

Alberto Valencia Gutiérrez
Especial para EL TIEMPO* Profesor de la Universidad del Valle. Autor de varios libros sobre Zuleta. Este texto hace parte de ‘En el principio de la ética. Ensayo de interpretación del pensamiento de Estanislao Zuleta’.