Evangelio del día: jueves 13 de mayo

Foto: ACI Prensa

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 16, 16-20
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: – «Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver». Comentaron entonces algunos discípulos: – «¿Qué significa eso de “dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver”, y eso de “me voy con el Padre”?» Y se preguntaban: – «¿Qué significa ese “poco”;? No entendemos lo que dice». Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: – «¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: “Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver”? Pues sí, os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría».
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

Meditación
“Tampoco nosotros encontraremos la vida si permanecemos tristes y sin esperanza, y encerrados en nosotros mismos. Abramos en cambio al Señor nuestros sepulcros sellados ¿cada uno de nosotros los conoce?, para que Jesús entre y lo llene de vida; llevémosle las piedras del rencor y las losas del pasado, las rocas pesadas de las debilidades y de las caídas. Él desea venir y tomarnos de la mano, para sacarnos de la angustia. La primera piedra que debemos remover es la falta de esperanza que nos encierra en nosotros mismos. Que el Señor nos libre de esta terrible trampa de ser cristianos sin esperanza, que viven como si el Señor no hubiera resucitado y nuestros problemas fueran el centro de la vida”.

Con estas palabras del Papa Francisco, podemos comprender la expresión con la que se concluye el pasaje evangélico de hoy: “vuestra tristeza se convertirá en gozo”. Era poco el tiempo que quedaba; en un instante aquella tristeza que tocaba el corazón de los apóstoles se afianzó con el camino del dolor hasta la cruz; una tristeza por la separación de su Maestro; un dolor que invade todo su ser; dolor, cruz, sepulcro. Un grito de victoria en la cruz que ellos no comprenden; la hora de la glorificación que se empaña con la tristeza desgarradora.

“Pero poco más tarde me volveréis a ver”. Sí, el mismo con el que han compartido y se han sentado a la Mesa y han visto como el hombre del dolor, ahora se presenta entre ellos como el vencedor de la muerte; “Les traigo la paz… y los discípulos se alegraron de ver al Señor”. El testimonio del Evangelio confirma el don de la alegría. La cercanía del Señor resucitado colma el corazón de la comunidad de creyentes, lanzándolos a compartir la alegría del triunfo de su Señor; es una alegría que ya no está fundada en los signos y milagros, sino en la realidad de la resurrección. Hay una nueva presencia que restaura, da confianza y hace avanzar. Es la certeza de la cercanía permanente del Señor que vence la incomprensión, el desánimo y la soledad.

Los discípulos del Señor tenemos una promesa de gozo pleno iluminado por la resurrección; alegría que no es espejismo ni huida de la realidad, alegría no de instantes, no disfrazada. Es la alegría que permanece dando la certeza de su presencia en todos los momentos y circunstancias de la vida del creyente y de la comunidad.

Conservemos el don de la alegría porque como dice el Papa Francisco: “la alegría es la respiración del cristiano y se trata de una alegría hecha de verdadera paz, no engañosa como la alegría que ofrece la cultura actual que se inventa tantas cosas para divertirnos. Un cristiano que no es alegre en el corazón no es un buen cristiano. La alegría no es algo que se pueda comprar. Es un fruto del Espíritu Santo. Aquel que nos da la alegría del corazón es el Espíritu Santo. La verdadera alegría, la que procede del Espíritu Santo vibra en el momento de las tribulaciones, en el momento de las pruebas”.

En este día saludamos a la santísima Virgen de Fátima con la oración del papa Francisco: “¡Salve, Madre del Señor,
Virgen María, Reina del Rosario de Fátima! Bendita entre todas las mujeres,
eres la imagen de la Iglesia vestida de luz pascual, eres el orgullo de nuestro pueblo,
eres el triunfo frente a los ataques del mal. Profecía del Amor misericordioso del Padre,
Maestra del Anuncio de la Buena Noticia del Hijo, Signo del Fuego ardiente del Espíritu Santo, enséñanos, en este valle de alegrías y de dolores,
las verdades eternas que el Padre revela a los pequeños. Muéstranos la fuerza de tu manto protector. En tu Corazón Inmaculado,
sé el refugio de los pecadores
y el camino que conduce a Dios. Unido a mis hermanos,
en la Fe, la Esperanza y el Amor,
me entrego a Ti.
Unido a mis hermanos, por ti, me consagro a Dios, Oh Virgen del Rosario de Fátima. Y cuando al final me veré envuelto por la Luz que nos viene de tus manos, daré gloria al Señor por los siglos de los siglos”.

P. John Jaime Ramírez Feria