Evangelio del día: viernes 4 de marzo

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 9, 14-15
En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunarán.»
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Meditación
El evangelio de hoy nos permite hablar de una práctica cuaresmal que la Iglesia nos invita a vivir: el ayuno. Jesús lo practicó durante cuarenta días en el desierto; sin embargo, no obligó a sus discípulos a su cumplimiento estricto. Jesús se presenta como el novio que está con sus amigos en un contexto de fiesta. Cuando él no esté, si ellos quieren, podrán ayunar.
La Iglesia, esposa de Cristo, nos invita a vivir, en la libertad de los hijos de Dios, el ayuno y la abstinencia en este tiempo cuaresmal. ¿Qué significado tienen estos ejercicios cuaresmales?
Recordemos lo que dice el Señor por medio del profeta Isaías 58: “¿Para qué ayunar, si no haces caso? Miren: el día de ayuno buscáis su interés…ayunan entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad…El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces, clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: Aquí estoy”.
El profeta nos conduce a pensar de dónde brota el verdadero ayuno y hacia dónde nos conduce. El verdadero ayuno, como nos lo dice el Señor no es un ejercicio para que otros lo vean; debe ser una disposición interna, que brota del corazón rasgado que ha sido herido por el pecado. El ayuno es un grito existencial profundo: “piedad de mí que soy un pecador”; como lo dice el salmista “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado… Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias” (Salmo 50). Sí, el ayuno verdadero brota del corazón que se reconoce necesitado de Dios, de su gracia, de su misericordia. Un corazón que se pone en camino para conocer la voluntad de Dios y responder a su amor. No es dejar de comer y ya para cumplir un precepto.
Por lo tanto, el ayuno produce unos frutos saludables. Ejercita la libertad interior y el control de sí, ayuda a que el cristiano pueda ver con misericordia la realidad de los hermanos; como dice el Papa Francisco: “El ayuno tiene sentido si verdaderamente menoscaba nuestra seguridad, e incluso si de ello se deriva un beneficio para los demás, si nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina sobre el hermano en dificultad y se ocupa de él. El ayuno comporta la elección de una vida sobria, en su estilo; una vida que no derrocha, una vida que no “descarta”. Ayunar nos ayuda a entrenar el corazón en la esencialidad y en el compartir. Es un signo de toma de conciencia y de responsabilidad ante las injusticias, los atropellos, especialmente respecto a los pobres y los pequeños, y es signo de la confianza que ponemos en Dios y en su providencia”.
Así, aunque en nuestros días parece que la práctica del ayuno ha perdido su valor espiritual, es bueno recordar cómo san Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno, unido a la oración y la caridad, en el contexto de la llamada a todo cristiano a no “vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos”.

P. John Jaime Ramírez Feria