El escritor galés ha presentado, en una insólita y virtual rueda de prensa internacional, su última novela, «Las tinieblas y el alba», precuela de «Los pilares de la Tierra», la saga histórica más leída del mundo
Por: Inés Martín Rodrigo
ABC
Ken Follett (Cardiff, Gales, 1949) está muy familiarizado con la épica, acostumbrado a ella, casi. La épica, entendida como algo grandioso o fuera de lo común, es la cualidad que recorre e impulsa toda su obra, desde que publicó, en 1989, «Los pilares de la Tierra», la saga histórica más leída del mundo, de la que ya lleva vendidos más de 27 millones de ejemplares, y sumando cada día, como buen «long seller». Y la épica acompaña al escritor, también, en la promoción de todos y cada uno de sus libros, con presentaciones dignas de una estrella de Hollywood en cada país en el que recala. Hasta que llegó el coronavirus. Por eso apena, todavía más, verle a través de la pantalla del ordenador -esa que nos hace parecer a todos protagonistas de un extraño «Show de Truman- para dar a conocer los detalles de, curiosamente, una de sus novelas más esperadas, «Las tinieblas y el alba» (Plaza & Janés), precuela de «Los pilares de la Tierra».
La realidad, que no la ficción, se ha impuesto a la realidad, vivimos tiempos de pandemia, y no hubo los habituales fuegos artificiales en una rueda de prensa inusual y virtual en la que Follett, que domina la comunicación online tanto como el cara a cara (tenía pensado visitar nuestro país a finales de septiembre, pero... ya saben el resto), respondió desde la biblioteca de su casa a preguntas de periodistas de los más diversos países: de Australia a Japón, con parada en Rumanía, aunque los españoles fuéramos los más numerosos, siguiéndonos de cerca los británicos y los mexicanos.
Nuevo tiempo
La trama de «Las tinieblas y el alba» arranca en Inglaterra, en el año 997. A punto de terminar el primer milenio de nuestra era, y con él la terrible Edad Oscura, los tres protagonistas de la novela, el joven constructor de barcos Edgar, la hija de un conde normando llamada Ragna y el idealista monje Alfred, se enfrentan al despertar de un nuevo tiempo, la Edad Media, sabiendo que nunca podrán ser dueños de sus destinos. Frente a ellos, la maldad de un obispo maquiavélico, Wynstan, y todo el devenir de una historia que acaba justo donde, en realidad, todo empezó para Follett: la ciudad inventada (aunque a estas alturas ya tiene hasta página web) de Kingsbridge, cuna de «Los pilares de la Tierra».
Esa localidad fue, de hecho, una de las ideas que hizo germinar la precuela. «En torno a ella giran “Los pilares de la tierra”, “Un mundo sin fin” y “Una columna de fuego”, y pensé cómo sería antes de esa trilogía, me pregunté cómo un pueblo se transforma en una ciudad próspera medieval. En una historia como esa, siempre hay conflicto, porque hay gente a la que no le interesa el progreso, es un conflicto perenne, que hoy existe, se perpetúa», explicó Follett, que no renunció a vestir, como siempre, impecable, con chaqueta oscura, corbata y camisa blanca. A la evocación de Kingsbridge antes de que «Los pilares de la Tierra» fuera una realidad literaria se unió un momento muy particular de la Historia, que atrapó al autor galés. «Es el fin de la Edad Oscura y el renacer de la civilización europea, que durante quinientos años estuvo casi muerta. Es un momento fascinante de la Historia, en el que tres grupos competían por Inglaterra: los anglosajones, los vikingos y los normandos». Y así empezó a construir las «150 escenas dramáticas» que, según él, se necesitan para contar una «novela interesante». El primer día, suele escribir «tres párrafos que resumen en qué me voy a centrar»; en la segunda jornada, se centra en lo que «pasó después» y, al final de ese día, tiene un folio. A partir de ahí, va avanzando, porque la de Follett es «una forma de escribir orgánica».
Resonancia
Uno de los temas centrales de ese proceso de escritura fue, sin duda, la importancia del Estado de Derecho en la sociedad, en una época en la que, por primera vez, las disputas empezaban a resolverse siguiendo las normas. Follett lo considera un «componente básico de la libertad» y observa, con cierto temor, cómo es un asunto que conecta con el momento actual. «La mayoría de mis relatos versan sobre cómo la gente lucha por conseguir algún tipo de libertad, de la libertad religiosa a los derechos civiles. Es un tema que me interesa mucho, porque indica que el conflicto al que se tienen que enfrentar los personajes no es egoísta, sino de miras superiores. Esto resuena en la situación actual, porque la supremacía de la ley y la del Gobierno que debe aplicarla se han cuestionado, cosas que dábamos por hecho hace décadas, siglos. Nadie puede estar por encima de la ley, pero ahora vemos que todos los gobiernos del mundo se están cuestionando el imperio de la ley», se lamenta. Follett tiene un triste ejemplo cerca, con el Gobierno de Boris Johnson, pero hay otros, que también menciona, como el de Polonia. «El Gobierno debe aplicar la ley, la libertad moderna está basada en eso. Los Gobiernos que no respetan la ley tienen un problema», zanja. Y no se trata de un mensaje que quiera trasladar a sus lectores, «pero es interesante cómo un drama histórico de estas características tiene resonancia y eco en el momento actual».
Esa resonancia se percibe, también, en la esclavitud, un asunto igualmente presente en «Las tinieblas y el alba» y del que, en realidad, nunca se ha dejado de hablar, aunque ahora haya cobrado más fuerza y presencia en el debate público con el movimiento «Black Lives Matter», muy activo en Reino Unido, y las revueltas raciales en Estados Unidos. «En el libro hablo de la esclavitud porque es un aspecto muy importante de la sociedad anglosajona, que tenía un 10% de esclavos. En este país, la esclavitud es algo que los historiadores no mencionan, pero es muy importante. Al lado de la esclavitud hay siempre brutalidad», sostiene Follett. En ese punto, el escritor hace suyas las palabras de uno de los protagonistas de esta precuela: «Ser propietario de personas saca lo peor del ser humano». «Eso pienso yo de la esclavitud. Es un tema que es importante que abordemos», remata, tajante.
Un desafío más para la sociedad actual, sumado a las crisis derivadas del Brexit, del que el galés es un ferviente opositor -hace un año protagonizó una gira por distintos países de Europa junto con los también escritores británicos Jojo Moyes, Lee Child y Kate Mosse para concienciar de las virtudes del europeísmo-, del auge del nacionalismo y la extrema derecha en todo el mundo o de la pandemia de coronavirus. Follett reconoce estar «muy preocupado», porque «la tendencia es muy preocupante», pero prefiere, digamos, ver el vaso algo menos vacío. Es decir, tomando el título de la precuela, «Las tinieblas y el alba», pero dado la vuelta, invertido, no cree que estemos pasando de la luz a la oscuridad. «El tipo de movimiento histórico que me gusta es hacia la libertad. Siempre veo dos pasos adelante y uno hacia atrás. Y vamos avanzando, aunque a veces vayamos hacia atrás. Espero que lo que estamos viviendo ahora, todos esos ataques a la democracia y al imperio de la ley, no sean más que ese paso hacia atrás. Estamos en un momento difícil, pero espero que mis nietos puedan decir que la segunda parte del siglo XX y el principio del XXI fue un momento de avance interrumpido por alguna dificultad».
El escritor, que terminó «Las tinieblas del alba» hace cosa de un año (cada «libro largo» le lleva, de media, unos tres años, entre la documentación y la investigación, el primer borrador y la «reescritura total»), confiesa que ya está metido en «otra cosa, pero aún no estoy preparado para hablar de ello, porque quizás cambie». Y si con «Los pilares de la Tierra» vendió 27 millones de ejemplares en todo el mundo, de esta precuela piensa vender... ¡28! Ahí queda eso.
Su conexión con España
¿Por qué le adora el lector español?
«Sencillamente es porque mis libros son buenos y tengo excelentes traductores y editores. En España es impresionante y curioso, también, porque la primera editorial a la que presenté “Los pilares de la Tierra” lo rechazó porque era largo. Se lo vendí a otra y se convirtió en un éxito. Fue una profunda satisfacción para mí»
¿Su catedral favorita cuál es?
«Me gusta mucho la de Vitoria, porque han sido encantadores y tengo allí una estatua, como si fuera un santo. La más alucinante es la Sagrada Familia. Es el edificio más sorprendente que he visto en mi vida, tiene el esqueleto de una catedral normal, pero luego es increíble. A Gaudí no le gustaban las líneas rectas»
¿Y qué hay de Notre Dame?
«Cuando Macron dijo “Reconstruiremos la catedral”, me brotaron lágrimas de los ojos, me conmovió. La gente quiere que Notre Dame vuelva a ser lo que era y como era. Ha habido todo tipo de ideas por parte de los arquitectos, incluso llegó a decirse que podría ponerse una piscina en la azotea... ¡Madre mía! En ese sentido soy un tradicionalista»
Tomado del portal español ABC