Ken Follett: «Las democracias pueden morir y son las personas quienes las matan»

Foto: El escritor Ken Follett, fotografiado durante su última visita a Madrid, en noviembre de 2019 - ISABEL PERMUY

El escritor galés, que acaba de publicar «Las tinieblas y el alba», precuela de «Los pilares de la tierra», se muestra muy preocupado en una entrevista con ABC por cómo los hechos «despreciables» del pasado tienen ecos «terroríficos» en el presente

Por: Inés Martín Rodrigo

ABC

Han pasado más de treinta años desde que Ken Follett (Cardiff, Gales, 1949) comenzó a construir, con la paciencia y el rigor de los artesanos y arquitectos que daban forma a las ancianas catedrales, el universo de Kingsbridge, la ciudad alrededor de la cual surgió «Los pilares de la tierra». Y en esas tres décadas el escritor no ha dejado nunca de ser fiel a sí mismo y a sus lectores. Su regreso a esa cuna literaria, con la precuela de la serie, titulada «Las tinieblas y el alba» (Plaza & Janés), se produce en plena pandemia, pero a Follett no le tiembla la voz cuando considera que debe elevarla para hablar de cuestiones tan pertinentes ahora como el maldito virus, por supuesto, pero también el racismo o la política. Siempre, eso sí, con sus exquisitos modales de «gentleman» y una sonrisa casi perpetua.

– La primera pregunta resulte, quizás, obvia, pero yo siento una enorme curiosidad: ¿por qué una precuela?

– En primer lugar, porque no quiero hacer lo obvio. Hubiera sido obvio ambientar otra novela en Kingsbridge en el siglo XVI o en el siglo XVIII. Pero, como creador, es importante no hacer lo obvio, por eso decidí hacer algo diferente. En segundo lugar, el periodo que elegí es muy interesante y dramático, y muy importante en Inglaterra, porque había tres grupos que competían por el poder: los anglosajones, los vikingos, que atacaban constantemente, y los normandos, que estaban esperando al otro lado del canal para invadir y finalmente conquistar Inglaterra. Se trata, pues, de un momento que ofrece grandes oportunidades para escribir una historia interesante.

– Lo acaba de decir, la época en la que se ambienta esta novela, el final del primer milenio de nuestra era, es un tiempo de gran agitación, un caldo de cultivo propicio para un libro, fantástico como materia prima para un escritor. Sé que la distancia es obligada a la hora de escribir ficción, pero ¿cómo abordaría una novela que transcurriera en este tiempo que nos está tocando vivir ahora?

– No puedo imaginarme una novela ambientada en el momento actual, porque no sabemos cómo van a acabar los problemas que tenemos ahora. Lo interesante de escribir sobre crisis históricas, sobre determinados momentos históricos, es que conocemos el final. Todo relato tiene que tener un desenlace, un final, y la crisis actual está ocurriendo en estos momentos, ni siquiera no sabemos quién será el presidente de Estados Unidos en seis meses. O sea que no me imagino en absoluto escribiendo una novela sobre el tiempo actual.

– El título de la novela, «Las tinieblas y el alba», es premonitorio de nuestros días, pero al revés: vemos cómo cada vez más nos adentramos en esa etapa oscura que corresponde a cada periodo de la historia.

– Lo que ocurrió en el pasado da bastante miedo, porque la gente perdió su libertad. Las democracias pueden morir. En Europa, lo vimos en Alemania y en España en la década de los treinta. Las democracias pueden sucumbir, y son las personas quienes las matan. En Turquía, hace poco, fueron los propios turcos quienes votaron que no querían seguir siendo libres, es sorprendente, una nación vota a favor de perder su libertad… Es alucinante, pero ocurre. Lo hemos visto antes en el pasado y hay ecos terroríficos de estos hechos pasados que resuenan en el presente: ataques a la judicatura, ataques a la prensa libre… Son cosas despreciables, esos ataques despreciables contra determinados puntos de vista políticos, que están llenos de odio, es algo muy característico de naciones que están en proceso de perder su libertad, y a mí eso me preocupa enormemente.

– Acaba de mencionar la libertad. Lo cierto es que la búsqueda de la libertad es un elemento esencial de toda su obra, la ha tratado en diferentes libros y de muy diversas maneras. ¿Cree que en la actualidad está amenazada? De ser así, ¿quién es el principal responsable de esa amenaza?

– Sí, yo creo que la libertad está amenazada y los responsable son los ciudadanos. Un demagogo dictador no va a ningún lado salvo que se le apoye. Afortunadamente, de momento, los demagodos nacionalistas tienen poco apoyo en la mayor parte de países europeos, pero en Estado Unidos tienen mucho apoyo. Pero es el pueblo, es la gente. Los alemanes perdieron su libertad porque no había suficiente gente dispuesta a luchar por la libertad. Ese es el peligro. No se puede culpar a los líderes, a los dirigentes, porque siempre hay gente así, siempre hay charlatanes locos y engañabobos, siempre han existido, pero es la gente quien tiene que ponerle freno a eso.

– Al terminar la Edad Oscura, la gente comenzó a exigir el imperio de la ley, las disputas empezaron a resolverse, por primera vez, siguiendo las normas. ¿Es ese el componente básico de la libertad?

– Sí, absolutamente. En inglés lo llamamos el imperio de la ley, cuando el Derecho está por encima del Gobierno. Todo el mundo debe obedecer la ley, hay que acatar las leyes. Es fundamental acatar las leyes para la libertad, y vemos que hoy en día eso está en peligro en países como Estados Unidos o Polonia. En Reino Unido tenemos un periódico, el «Daily Mail», que ataca a los jueves porque no se les ha elegido. Evidentemente, claro que hay algunos jueces que no se eligen, de eso se trata, no se puede elegir a todo el mundo. Pero hay gente que es tonta, estúpida, y no se da cuenta de eso.

– Después de acercarse tanto a su propia historia, a la de su país, de mirarla con la lupa de la ficción, ¿qué lección ha sacado? ¿Cómo ve a la Inglaterra de hoy en día?

– Creo que hemos cometido un error muy grave con el Brexit y vamos a lamentarlo. Fue una decisión basada en las emociones y nuestros hijos y nietos van a sufrir las consecuencias. Ellos pedirán que vuelvan a aceptarnos en la UE y creo que los europeos dirán que no, porque les hemos dado muchos problemas. Inglaterra se está convirtiendo en un país que se mira a sí mismo. No es un error económico o empresarial, es un error espiritual. Centrarse en uno mismo es estancarse. Tendríamos que mirar hacia fuera, abrazar y aceptar las distintas culturas, la diferencia, la literatura de otros lugares, el arte de otros lugares, la moda de otros lugares. El mundo que disfrutamos es internacional, no es británico, y muchos de los británicos no se dan cuenta. La diversidad es lo divertido. Para mí, el placer de la vida es disfrutar de la diversidad, y mi país está haciendo justo lo contrario. «No queremos extranjeros», dicen, «no queremos nada de fuera»… Es un error muy grande.

– Ese mirarse a uno mismo es una de las evidencias del nacionalismo. Me llama mucho la atención cómo justo en este momento de nuestra historia están aumentando esos sentimientos nacionalistas, ideologías que creíamos haber dejado atrás.

– En los siglos XVIII y XIX, el nacionalismo a veces fue algo positivo para países que escapaban de un imperio. En el siglo XX, muchos países africanos usaron el nacionalismo para independizarse. O sea que no tiene por qué ser malo. Pero ahora es lo contrario, ahora no hay nada que ganar gracias al nacionalismo y sí mucho que perder.

– Pese a la evidencia histórica, la esclavitud, presente también en esta novela, no es un tema muy tratado por los historiadores británicos. ¿Por qué, de dónde viene esa especie de negación?

– Bueno, porque les da vergüenza, no quieren pensar que Inglaterra era una sociedad esclavista. En todos los países, España e Inglaterra incluidos, hubo esclavitud, y siempre que ha habido esclavitud hay brutalidad. Pero los historiadores son seres humanos, no les gusta reflejar cosas malas (ríe).

– ¿Qué le parece el resurgir de las revueltas raciales, qué opina del movimiento Black Lives Matter?

– Bueno, lo primero de todo, yo no soy un espectador en este tema, estoy implicado, porque tengo una familia mezclada, muy mixta, tengo nietos afroamericanos. Es decir, esto trata de mí y de mi familia. Estoy a favor de Black Lives Matter. Es un movimiento muy importante que debe recibir su satisfacción, no va a ponerse a un lado, no va a desparecer, la gente no lo va a aceptar. Y, por cierto, no sólo la Policía estadounidense es racista. Yo he vivido en Londres la mayor parte de mi vida y la Policía inglesa es racista, y la francesa también lo es. No tengo ni idea de qué ocurre con la Policía, pero en muchos países del mundo son racistas. No sé por qué ocurre eso, pero debe ponerse fin. O sea que no soy neutral en este tema, estoy a favor del movimiento Black Lives Matter.

– Algunos defensores de ese movimiento abogan por la retirada de monumentos y estatuas. ¿Es lícito mirar con los ojos del presente el pasado, reescribir la historia, en resumidas cuentas?

– Sí, creo que es legítimo. El hombre de Bristol cuya estatua fue lanzada al agua, Edward Colston, ganó mucho dinero como esclavista, e hizo cosas buenas con ese dinero, era un filántropo, pero era un esclavista. Y cuando se erige la estatua de alguien se está diciendo a la población que es un héroe al que hay que destacar y respetar, porque esa estatua está en un lugar público. Para alguien cuyos ancestros fueron hechos esclavos eso es un insulto, y si uno pasa por delante todos los días, todos los días recibe una ofensa. ¿Cómo puede ser que esa persona tenga una estatua? Toda mi empatía.

– Esta misma semana hemos sabido que el Gobierno británico ha amenazado con retirar fondos a aquellos museos que saquen objetos de sus exposiciones por ser controvertidos o polémicos…

– Debemos conocer los detalles. Yo no creo que los museso tengan que dejar de exponer esos objetos, porque eso nos educa. Si hay una estuta de ese señor en un museo, la información en la cartela debe decir que era un esclavista que usó su dinero en causas filantrópicas, pero nadie dice que se respete a ese hombre y nadie va a sentirse ofendido por él. A mí no me preocupan las cosas de los museos, sino las que están en la vía pública.

– En ese sentido, ¿vivimos un poco presos de lo políticamente correcto? Y me refiero, sobre todo, a las redes sociales. Me estoy acordando, por ejemplo, de los ataques sufridos por J. K. Rowling por su posición con respecto a la transexualidad…

– Si haces declaraciones sobre cuestiones políticas, evidentemente te van a atacar y algunos de esos ataques van a ser maliciosos e injustos. Yo lo sé perfectamente, porque mi mujer y yo hemos estado durante años muy implicados en la política británica, hemos apoyado al Partido Laborista y se nos atacó injustamente. En esos años no había redes sociales, pero los ataques eran injustos y se publicaban en la prensa; la prensa católica decía que éramos proabortistas, cuando no estábamos a favor del aborto, sino de que la mujer decidiera, que tuviera ese derecho. Pero ese es el precio que uno paga si uno dice cosas en público con respecto a cuestiones políticas. Yo estoy seguro de que J. K. Rowling sabe esto, que lo sabía antes de hacer esa declaración y estaba preparada para recibir ataques. No he hablado de esto con ella, pero es lo que creo.

– Al pensar en personajes como el obispo Wynstan, uno de los protagonistas de esta novela, un ser perverso y egoísta al que no le interesa el progreso, me doy cuenta de cómo se repite la historia: hoy nos enfrentamos a gente que incluso cuestiona la existencia de la pandemia, son negacionistas.

– Supongo que siempre ha habido gente que ha querido creer en historias de hadas, y ahora muchos de ellos están en internet. Todas esas cosas que se dicen se pueden convertir en conspiraciones. Debemos ser gente racional y discutir cosas desde un punto de vista sensato. No hay pruebas de esto, no hay nada que indique que la Covid-19 forma parte de una conspiración, todo muestra que ha sido un accidente. El problema con esta gente… Usted ha usado la palabra negacionista, y no es una palabra que exista en inglés, pero debería existir, porque es una palabra muy buena… El problema de esta gente es que realmente no se fija en los datos empíricos, pero siempre va a haber gente así, que crea en ese tipo de alucinaciones, aunque debemos impedir que esa gente llegue a ser la mayoría.

– Ahora que ha salido el tema, ¿cómo ha vivido, cómo está viviendo el confinamiento derivado del coronavirus y que nos obliga a charlar a través de una pantalla y no cara a cara?

– Mi vida de trabajo no se ha visto alterada: me paso el día escribiendo, como he hecho durante los últimos 45 años. Son las tardes las que han cambiado. Me gusta ir al teatro, cenar en restaurantes y, sobre todo, me gusta ver a mi familia. Muchos miembros de mi familia viven en Estados Unidos y no les puedo ir a ver, así que para mí eso es lo peor del virus: no poder ver a mi familia.

– ¿Qué le parece la gestión que los políticos están haciendo de esta crisis? Se lo pregunto porque en España estamos viendo cómo las disputas políticas están eclipsando lo verdaderamente importante: salvar vidas, la gestión sanitaria.

– Esta crisis ha puesto de manifiesto qué Gobiernos son competentes y cuáles son incompetentes, está muy claro. Hay gente que ha señalado que algunos de los Gobiernos dirigidos por mujeres son los competentes y muchos de los incompetentes están dirigidos por hombres… Me temo que es cierto, me da vergüenza, pero es cierto. En Reino Unido tenemos un primer ministro sumamente incompetente, que no es capaz de gestionar esta crisis, pero es que nunca ha sido gestor. Los políticos realmente se tienen que centrar en la gestión de las cosas. Nos fijamos en sus charlas y discursos, en lo que dicen, y no en su gestión, cuando el 90% del tiempo de un político es la gestión. Mi mujer estuvo en el Gobierno y el 90% del tiempo no era la controversia política, sino la gestión de las cosas. Evidentemente, en función de la ideología, se gestiona de una forma u otra, pero la gestión es fundamental. Y ahora sabemos que muchos de los Gobiernos europeos y de otros países del mundo son incompetentes. Supongo que cuando vuelva a haber elecciones la gente no sólo se fijará en lo que dicen los políticos, sino en si esas personas son capaces de gestionar de manera competente los problemas de su nación.

– Hablando del coronavirus, en «Un mundo sin fin» abordó la peste negra y cómo esta alteró las relaciones de poder entonces. ¿Qué cree que pasará ahora, cómo serán las relaciones entre la sociedad y sus gobernantes cuando hayamos superado esta crisis? ¿Y entre las élites y el pueblo?

– Yo espero que la experiencia de vivir una crisis científica y médica nos enseñe algo sobre datos científicos y conocimiento científico, y entonces dejaremos de escuchar a gente que dice cosas bonitas, pero no sabe hacer nada. Hay que tener cuidado, hay que escuchar a las personas que tienen datos científicos y un enfoque científico. La peste negra destruyó la fe que tenía la gente en la Iglesia como fuente de ayuda médica, los médicos empezaron a centrarse más en cuestiones y tratamientos médicos, y ahí empezó la medicina verdadera como ciencia. Espero que la peste que tenemos ahora, esta pandemia, nos permita ser más científicos en lo que creemos y lo que no creemos.

– Y la última pregunta, que ya estamos fuera de tiempo: ¿cree que saldremos mejores de esta, seremos mejores personas?

– Esa es una buena pregunta, nadie me había preguntado algo así… ¿Seremos mejores seres humanos después de esta crisis? No lo sé, no tengo ni idea… Pregúntemelo de nuevo cuando publique el siguiente libro.

– Así lo haré, y espero poder hacerlo en persona.

– Yo también lo espero.


Tomado del diario español ABC