La cotidianidad poética desde la vida de una pareja

Foto: Gonzalo Mallarino acaba de publicar la novela Matrimonio, editada por Tusquets / Claudio Rubio

En Matrimonio, el bogotano Gonzalo Mallarino Flórez continúa su exploración con las voces femeninas.

Por: Carlos Restrepo

EL TIEMPO

Cuando el escritor Gonzalo Mallarino Flórez finalizó su anterior novela, Canción de dos mujeres, sintió que necesitaba continuar sumergido en el universo femenino. A partir de ese momento, su cabeza comenzó a buscar los personajes que podían darle continuidad a esta aventura literaria.

Y llegó a su mente la imagen de un niño y una niña jugando en el río de una finca de la población de Sasaima, Cundinamarca, y se convirtieron en los protagonistas de Matrimonio, su nueva novela.

“Y en el curso de un año y medio escribí la novela, sin mayores contratiempos, y me di cuenta de que quedó muy aburrida. No parecía una novela que lo pusiera a uno delante de las cosas que pasan en el corazón y en la mente de las personas”, dice el autor.
Para lograr su objetivo, narrar en cien páginas la historia de vida de un matrimonio de 50 años, Mallarino cuenta que tuvo que salirse del formato tradicional.

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En ese proceso de reescritura, en busca del tono y la estructura ideales, en la que tardó más de tres años, Mallarino apela a una imagen singular.

“Cogí, como quien toma un vitral, y lo hice añicos contra el piso. Y empecé a coger aleatoria y arbitrariamente las piezas, para narrarlas por el valor de sus escenas, diálogos y los viajes introspectivos de los personajes en tiempo presente. Sin importar en qué momento de la cronología histórica ocurriera”, explica.

De esta manera fue tomando forma la historia de Lucía y Juan, que le revelan al lector las memorias de una familia tradicional bogotana, de clase media, con un telón de fondo rico en nombres, plantas, calles, rostros, el habla y hasta los prejuicios sociales.

La poesía como faro

De alguna manera, la estructura de Matrimonio, como anota el autor, se alimenta ante todo de la poesía, que ha sido su gran pasión como lector y con la que se inició en la escritura.

“La poesía es el padecimiento del tiempo. Y me di cuenta de que en el poema, una cosa lo lleva a uno al recuerdo o a la escena, pero una vez que uno entra está siempre en presente. Y así, de esas piezas en desorden construí un mosaico aleatorio, con un tiempo gramatical que me inventé y que denomino ‘pasado exacerbado’ ”, explica Mallarino.

Y así, como ocurre en los poemas, el lector se enterará de la vida de Lucía, a partir de pincelazos escénicos cargados de la emotividad de una Bogotá de antaño.

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En este punto se destaca un trabajo artesanal del tono oral del relato, que se nutre de unos monólogos profundos y del habla tradicional capitalina de los protagonistas.
“Las novelas de esta Trilogía de las mujeres son protagonistas bogotanas. Siempre he creído que la voz es lo más importante en la literatura. Y en esta novela, lo más importante era encontrar la voz de Lucía sin que yo apareciera”, dice.

Sobre la construcción de Lucía, el autor comenta que es una mezcla de cinco o seis mujeres trascendentales en su vida.

“El pelo, las trenzas y los ojos azules son los de María Teresa Uribe Mallarino, mi prima de quien me enamoré cuando era chiquito cuando íbamos al río en una finca de Sasaima, cuando llegué con mi familia de Cali. Y lo otro es una mezcla extrañísima de otras mujeres cercanas”, acota.

Manías de un escritor

Y para sentir la estructura y el tono del libro, el autor confiesa que tiene todo un ritual –“casi maniático”– cuando se sienta a escribir.

No suele tener una cartografía definida del camino que recorrerá, pero sí escribe a unas horas puntuales en la mañana y en la tarde, con lo que él llama unas “metas volantes” muy claras en la cabeza. “Es decir, si termino una página puedo comer un poco de arequipe o de queso holandés o puedo fumarme un cigarrillo. Y tengo unas cuantías, eso sí: debo escribir o veinte renglones o una página, lo que primero ocurra”.
Otra de las extrañas obsesiones de Mallarino es la de elegir un concierto de música clásica, que pone todos los meses o años que dura la escritura de la novela.

“Es como una especie de barrera, porque llega un momento en que no oigo la música –es una protección como inconsciente–, que equivale un poco al psicoanálisis; está el encuadre, el diván, la bata del doctor, la luz, la biblioteca, y sin embargo, cuando usted se echa en el diván y comienza a hablar, nada de eso lo distrae. Algo así me pasa con las novelas: la misma música, la misma hora y la misma luz”, explica.

Para la nueva novela que está escribiendo, por ejemplo, con la que cierra esta Trilogía de las mujeres, la sobredosis musical corre por cuenta de Bach y sus Suites inglesas, en la interpretación de Andras Shift.

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Y, siguiendo con sus manías, el autor comenta que nunca lee novelas. Solo le gustan los ensayos históricos y la poesía.

“Tengo mis grandes lecturas a las que vuelvo mucho, sobre todo en la poesía. Las palabras puestas unas al lado de las otras tienen unos efectos extrañísimos. El poder del lenguaje en la poesía es brutal, y eso ayuda mucho al ejercicio de cargar simbólicamente el lenguaje”, comenta.

Y así como para la primera novela (Canción de dos mujeres) se le aparecieron en su ventana dos hermosas jóvenes de veinte años y en Matrimonio fueron estos niños en una finca, para la obra que cierra este grupo, el autor ya sabe quién será la protagonista.

“Ella ya tocó en mi ventana y me dijo que se llama Malela –María Gabriela–, que tiene 70 años y está viuda desde los 59. Ya empezó a hablar. Y yo voy detrás con mi camarita en el hombro, pero no tengo ni idea de para dónde vamos. Pero mi gran preocupación, reitero, es no meterme en la novela, porque a nadie le interesa quién es ese señor Mallarino”, anota el escritor.

Al reflexionar sobre esa pasión por el universo femenino, él se lo atribuye a una sensibilidad particular de observación de los detalles que lo conforman.
“Yo no logro escribir sobre hombres del presente en la vida de una relación. La voz masculina es muy aburrida; ha predominado durante siglos y siglos. Entonces, uno empieza a escribir y siempre está siguiendo un estereotipo. Y el mundo masculino, en general, con esas cosas del predominio, de doblegar a los otros, de conquistar y de la virilidad me aburre tremendamente. Mientras que los elementos de lo femenino son mucho más ricos, más graduales, más cromáticos”, concluye Mallarino.


Tomado del portal del diario EL TIEMPO