La dispareja uniformidad del “Álbum Blanco” de The Beatles

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En noviembre de 1968, la banda inglesa publicó su álbum homónimo, el cual se dio en un contexto de fricción entre sus cuatro miembros, pero que a su vez entregó su obra más variada y ambiciosa.

En la larga y sinuosa historia de The Beatles, muchos biógrafos y expertos consideran que su álbum homónimo de 1968, conocido coloquialmente como el “Álbum Blanco”, es el principio del fin de la banda. Crudo e innovador, el disco no solo recopiló el mayor número de canciones dentro del catálogo del grupo, sino que también recogió su momento creativo más productivo y ambicioso, pero también el más conflictivo hasta la fecha.

El año de 1968 recibió a unos Beatles huérfanos. Brian Epstein, el hombre que descubrió y manejó a la banda, murió inesperadamente en agosto de 1967 en extrañas circunstancias. Sin su mánager, sin las presiones de verse y vestirse igual, sin las demandas de las giras, y tras haber alcanzado la cima del éxito y la fama, la banda se liberó finalmente de todas sus cadenas. Era un buen momento para arrancar de cero.

Pero las cosas ya no eran como antes. Cada uno de los miembros de The Beatles estaba viviendo, por fin, su vida más allá del grupo. John Lennon estaba comenzando su relación con Yoko Ono y se volcó al activismo político. Paul McCartney se interesó por la fotografía y el arte gracias a su nueva amiga y futura esposa, Linda Eastman, y mientras George Harrison profundizaba más en el hinduismo y la meditación, Ringo Starr vivía los primeros momentos difíciles en su matrimonio.

Harrison propuso entonces un viaje a la India para dar un nuevo impulso. En principio, los cuatro vieron con buenos ojos la idea de escaparse un par de meses para practicar la meditación trascendental y así huir de la atención, aunque Ringo y Paul desertaron. Fue también un buen momento para reencontrarse con la composición, pues, en conjunto, el grupo escribió alrededor de cuarenta canciones mientras estaban en Rishikesh.

“Tenemos cerca de dos discos de canciones Ringo, así que prepara tu batería para cuando volvamos”, le escribió John Lennon a Ringo Starr poco antes de finalizar el retiro, en abril de 1968. “Escribí algunas de mis mejores canciones allí”, confesó Lennon años después.

Pero la armonía que siempre caracterizó a la banda terminó en el momento en que entraron a grabar el disco, en junio de 1968. McCartney describió las sesiones para este álbum como un punto de inflexión para The Beatles: “Hubo mucha fricción durante la grabación. Estábamos a punto de separarnos, y eso fue tenso en sí mismo”, mientras que Lennon, por su parte, dijo años más tarde: “La ruptura de The Beatles se puede escuchar en este disco”.

“No era el trabajo de un grupo: cada uno entraba solo al estudio para poner las bases de alguna canción que hubiera escrito. A veces los demás agregaban sus propios instrumentos, a veces no. El resultado final fue un disco de cuatro solistas con acompañamiento”, cuenta Manolo Bellon, discjockey y experto en The Beatles. “Para 1968 eran ya cuatro brillantes unidades autónomas en el escenario de la creación y la experimentación”, explica por su parte Gustavo Gómez, periodista, director de La Luciérnaga y beatlemaníaco.

Las grabaciones del Álbum Blanco se tornaron diferentes respecto a discos anteriores como Please Please Me, el primero de la banda, o Sgt. Pepper’s, para no irse tan lejos, en los que los cuatro Beatles estuvieron presentes casi en su totalidad. Durante estas sesiones era común ver a The Beatles trabajando por separado. Por ejemplo, el 20 de agosto de 1968, mientras Lennon y Starr trabajaban en “Yer Blues” en el estudio 3 de Abbey Road, McCartney trabajaba en “Mother Nature’s Son” en otro estudio. Esto explica por qué solo en 16 de las treinta pistas del álbum tocan los cuatro miembros del grupo.

Esta situación, sumada a la cada vez mayor influencia de Yoko Ono en John Lennon, hizo que el ambiente festivo de grabaciones anteriores se diluyera. The Beatles escasamente se dirigían la palabra, y cuando lo hacían era para cuestionarse (y no de la mejor manera). El mejor ejemplo de ello fue cuando Ringo Starr renunció a la banda, el 22 de agosto de 1968, tras unas críticas de Paul McCartney a su forma de tocar la batería. La solución en épocas de Epstein habría sido convencer a su compañero de regresar, pero esta vez fue pragmática: los tres restantes grabaron la percusión de “Back in the USSR” y “Dear Prudence”, las dos primeras pistas del álbum.

Llevados quizá por el arrepentimiento, Lennon, McCartney y Harrison le rogaron a Starr que regresara al grupo, dos semanas después de su renuncia. Al arribar al estudio, Ringo, que era siempre el primero en llegar, se encontró con su batería cubierta de flores, algo que recompuso las cosas por un tiempo. “Esos eran The Beatles, más que cuatro amigos eran cuatro hermanos. Y uno con los hermanos pelea y se reconcilia”, explica Manolo Bellon para El Espectador.

Una colección incoherente

El Álbum Blanco es un disco conceptual como lo fue Sgt. Pepper en 1967. Y el concepto está, de nuevo, justo en el título: una reinvención de principio a fin del grupo. De la Banda de los Corazones Solitarios a The Beatles de nuevo, pero esta vez apartados de los flequillos y las botas vaqueras. En dos larga duración, los cuatro de Liverpool entregaron una dispareja unión de canciones que, paradójicamente, fueron uniformes.

“El Álbum Blanco ha sido considerado siempre el disco disfuncional: en el que todos estaban separados y en salas diferentes. Eso es lo que había pensado, antes. Pero simplemente no lo es. Son ellos juntos. Tocando”, cuenta Giles Martin, productor e hijo del legendario George Martin, a la revista Variety. Martin trabajó en la remezcla de las treinta canciones del álbum con motivo del aniversario cincuenta de su publicación.

El padre de Martin estuvo muy involucrado en el álbum anterior de los Beatles: Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band e incluso fue aclamado como el arquitecto de su sonido. Pero los Fab Four se unieron para la grabación del Álbum Blanco en el verano de 1968 con un objetivo diferente en mente. “Ellos no querían un arquitecto. Querían construir un álbum desde los cimientos y sin ninguna idea real sobre lo que iba a ser”, dijo Martin a Billboard.

Las canciones progresan a lo largo de un orden anárquico pero coherente en conjunto. En el primer disco, The Beatles le dan la bienvenida al rock and roll con “Back in the USSR”, que luego se desvanece en la delicada “Dear Prudence”, escrita por Lennon durante su estadía en Rishikesh.

Canciones de hard rock como “Glass Onion”, “Happiness is a Warm Gun”, “Yer Blues”, “Helter Skelter” y “Revolution” son seguidas por temas risueños y tranquilos como “Ob-La-Di Ob-La-Da”, “Martha My Dear”, “Mother Nature’s Son”, “Long, Long, Long” y “Honey Pie”. Es también donde aparecen baladas como “I Will” o “Julia”, en la que McCartney y Lennon, respectivamente, mostraron su faceta más íntima.

“El Álbum Blanco es, ante todo, una colección incoherente”, opina Manolo Bellón.

El disco también marca el destape de George Harrison como compositor, que con cuatro canciones hace su aporte más significativo en la discografía de The Beatles. El guitarrista aportó clásicos como “While My Guitar Gently Weeps” (con la ayuda de su amigo Eric Clapton), “Savoy Truffle”, “Long, Long, Long”, y “Piggies”.

Fue también el estreno de Ringo Starr como compositor con la divertida y melancólica “Don’t Pass Me By”, que había sido escrita en 1962 pero que esperó seis años para ver la luz al fin.

“No puedes hacer un disco como el Álbum Blanco si estás todo el tiempo discutiendo”, explica Giles Martin a Billboard. “Creo que lo más revelador para mí al trabajar en el Álbum Blanco es lo creativos que fueron, todo el tiempo”, dijo.

Y es que muchas canciones quedaron por fuera del ya de por sí extenso álbum que fue The Beatles. En las tomas inéditas realizadas en Esher, grabadas en la casa de Harrison en las afueras de Londres, se pueden escuchar los primeros bocetos de lo que serían canciones como “Hey Jude”, “Across the Universe” o “Let It Be”, entre otras.

Ese fue el Álbum Blanco. Un disco que es el vivo testimonio de uno de los momentos más tensos de The Beatles, pero también uno de los más creativos y revolucionarios. Las tensiones que los rodeaban eran evidentes, pero lo era también su camaradería y compañerismo. Porque cuando tocaban, cualquier fricción personal se desvanecía, pues todo, al final, se trataba siempre de la música.


Redacción Paz Estéreo. Con información del diario El Espectador.