La gloria de Halep, el triple vacío de Serena

Foto: Halep besa la bandeja de campeona en Wimbledon. Hannah Mckay / Reuters

La rumana conquista su segundo grande con una extraordinaria actuación (doble 6-2, en 56 minutos) ante la estadounidense, que por tercera vez vuelve a quedarse a las puertas del récord de 24 grandes

Por: Alejandro Ciriza

EL PAÍS (ES)

No hay ni ha habido nunca término medio con Serena Williams. En lo mejor y lo peor, en la victoria o en la derrota, la estadounidense siempre ha dibujado un paisaje de dos polos: veraniego y resplandeciente a las buenas, e invernal y oscuro cuando la historia no le va de cara. No hay puntos intermedios para la norteamericana, permanentemente en el exceso o el defecto, siempre tocando los extremos. Y en Londres se ha repetido la dinámica que domina una carrera de máximas y mínimas.

Hasta hace nada estaba arriba, pletórica porque por fin había dado con un buen punto de juego y el tono físico necesario como para resistir las dos semanas de exigencia de un grande, pero ahora su ánimo vuelve a caer en picado porque Simona Halep la derrotó (doble 6-2, en 56 minutos) y la privó de la gran hazaña. Otra vez. Y ya son tres ocasiones. Si regresó a las pistas después de ser madre por primera vez fue única y exclusivamente para dar caza a Margaret Court, la plusmarca de 24 majors lograda por la australiana; quiere y, sin embargo, no puede.

Tal vez no esté demasiado lejos, pero el tiempo progresa (el 26 de septiembre cumplirá 38 años) y son ya tres las balas perdidas. De un vacío a otro. Cayó en la final de Wimbledon del curso pasado, frente a Angelique Kerber; no pudo después con la jovencita Naomi Osaka, a la que de paso le arruinó su extraordinaria irrupción en Nueva York; y este sábado, otra vez sobre la hierba inglesa, tampoco pudo contener el tenis robótico y triturador que plantea Halep, quizá no el más atractivo, pero sí cada vez más eficiente.

La rumana, de 27 años, va construyendo poco a poco una carrera de relieve. Ganó el año pasado su primer gran título en París y ahora su expediente también incluye Wimbledon, además de haber defendido el número uno durante 64 semanas. Hasta hace no demasiado se le negaba la gloria —había perdido las tres finales previas de Grand Slam que disputó—, pero parece haber dado con la tecla y seguramente sea la tenista más sólida de un circuito megafluctuante en el que los vaivenes y los patinazos están a la orden del día.

Mejor o peor, siempre está ahí Halep, nacida en Constanza y premiada en el presente por su constancia y regularidad, sin comparación en un territorio en el que las campeonas entran y salen con excesiva facilidad. Arriesgó esta temporada con un relevo en el banquillo, dejando atrás al técnico Darren Cahill y apostando por su compatriota Daniel Dobre, y de momento la nueva fórmula funciona. Este sábado se encumbró en el templo tenístico de Londres y el futuro pinta bonito, puesto que hay pocas jugadoras que sepan desenvolverse así de bien en las distintas superficies.

Casi siempre está en las quinielas Halep, que redujo a Serena en una final disputada durante un buen rato a dos velocidades completamente diferentes. El brío de la rumana contrastó con el sesteo inicial de la estadounidense, que cuando todavía estaba despertándose —“¡Despierta, Serena!”, le gritaron desde una tribuna; “lo escuché, pero no estaba dormida…”— ya había encajado cuatro juegos consecutivos. Recurrió entonces a esa escenificación dramática que en ocasiones le ha dado resultado para reavivar los partidos, aunque esta vez se quedó a medias.

Reaccionó con orgullo y reavivó el pulso, pero en ningún momento dio la impresión de poder voltear una escena dominada de principio a final por Halep. Un meteorito esta, rápida donde las haya y astuta en la construcción de los puntos. El carecer de golpes definitivos la obliga a desarrollar otras virtudes y seguramente haya pocas tenistas tan rocosas —tres errores no forzados en todo el duelo, ¡tres!, por los 26 de la errática Wiliams…— y con tanto olfato para ir reinterpretando los partidos. No le hizo falta esta vez, porque llevó la batuta de mando desde la primera bola en juego y cada vez que Serena intentó levantarse la devolvió de un manotazo al suelo.


Tomado de portal del diario EL PAÍS (ES)