La novela visceral de Guillermo Arriaga que ganó el Premio Alfaguara

Foto: Claudia Rubio / EL TIEMPO

El novelista  mexicano hablará con Juan C. Rincón el miércoles 29 de abril por EL TIEMPO.COM.

Por: Por: Juan Camilo Rincón*

EL TIEMPO

Como bien logra expresarlo en su libro más reciente, Salvar el fuego, para Guillermo Arriaga hay que escribir “para rebelarse. Escribir para reafirmarse. Escribir para no enloquecer. Escribir para apuñalar. Para apurar. Escribir para no morir tanto. Escribir para aullar, para ladrar, para tirar tarascadas, para gruñir. Escribir para provocar heridas. Escribir para sanar”.

Esta novela, ganadora del Premio Alfaguara 2020, es una obra animal que golpea desde el primer párrafo y no suelta al lector hasta que voltea la última página. Sobre cómo fue tejiendo la historia hablará Arriaga el próximo miércoles, 29 abril, a las 3p.m., por EL TIEMPO.COM, en el marco de la Feria del Libro de Bogotá, que se realiza de manera virtual.

Salvar el fuego es un texto hecho para ser recordado, que permanece en el lector como la cicatriz que deja la mordida de un animal grande. La historia nos lleva a movernos entre los límites de quienes deben cruzar fronteras, convulsos entre la venganza y los deseos. Cada palabra sabe tanto a nuestro continente, que nos hace sentir en terrenos conocidos, mostrándonos de frente toda la sordidez que vemos de reojo: la cárcel, los abusos, el narcotráfico, el exceso de los excesos, y todo ese material que llevamos en nuestro ADN pero que preferimos ocultar bajo el tapete.

En entrevista con EL TIEMPO, Arriaga nos cuenta sobre la creación de su novela.

¿Cómo fue la carpintería de tres historias con lenguajes tan distintos?

Cuando inicio una novela, apenas tengo un leve esbozo de hacia dónde se va a dirigir. No hago, como otros colegas, un diagrama o dibujo sobre un pizarrón con las líneas argumentales. No tengo idea de quiénes son los personajes, ni del final y mucho menos de la estructura. Arranco la novela con esta vaga idea y, como si me adentrara en un bosque desconocido, empiezo a explorar sin detenerme. Una vez que arranco, ya no me detengo. Soy un contador de historias y trato de someter todo lo demás a narrarlas lo mejor posible. Eso significa que la estructura, el lenguaje, los personajes, crecerán en función de la historia. Así que, un poco a ciegas, fui desarrollando la estructura y los lenguajes. Me pareció importante que la historia fuera narrada en tres planos para dar el contexto total. El punto de vista de Marina, contado en primera persona con un lenguaje de una mujer rica, educada; el de Francisco Cuitláhuac, hermano del protagonista masculino, contado en segunda persona, un tú en el que habla con el padre en la tumba. Francisco posee un lenguaje aún más elaborado y su discurso es pomposo, lleno de retruécanos; por último, un narrador omnisciente, en tono malandro, relata la historia de José Cuauhtémoc. Este punto de vista explora variaciones de la jerga norteña y chilanga.

¿Por qué sus textos suelen iniciar con el conflicto de la historia?

Estoy influenciado por tres grandes maestros: Shakespeare, Rulfo y García Márquez. Con Shakespeare, en cuanto empieza la obra, conocemos el conflicto. Y García Márquez siempre nos sitúa en un momento crítico de la historia: “Frente al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella remota tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo” (cito de memoria). Rulfo, a veces con el puro título, ya dibujaba un conflicto: “Diles que no maten”. Así que hago responsables a esos tres genios de mis intentos por seguir su camino.

¿Cuál es el propósito de enfrentar al lector con las ambigüedades del ser humano?

Mi propósito es contar una historia lo mejor posible. No planeo escribir las ambigüedades; salen (si es que llegan aparecer) conforme voy avanzando en la novela. Como a mí mismo me sorprende lo que va a apareciendo, espero que al lector le suceda lo mismo. Ahora, dicho esto, he aprendido a lo largo de la vida que, si algo caracteriza a la condición humana, es su carácter contradictorio, lleno de paradojas.

¿Cómo logra que lo posean personajes tan diferentes y sean creíbles?

Puedo elaborar una teoría convincente, pero completamente falsa y alejada de la verdad. Lo cierto es que no tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Si alguien considera que mis personajes son creíbles, entonces me sentiré muy satisfecho con mi trabajo porque esa es una búsqueda de todo novelista. Creo que abona a mi favor la calle y el monte, que escribo de cosas que más o menos conozco, a la cual le agrego capas de experiencias propias o que he atestiguado y que mi trabajo no es producto de documentación o investigación.

¿Qué ha aprendido usted de los presos?

Que la cárcel es uno de los lugares más terribles que puede existir, pero que dentro de ella pululan historias de humanidad, generosidad y amistades que perduran. En la última cena que tuve con mi querido hermano colombiano, Fernando Gaitán, se encontraba con nosotros su abogado (cuyo nombre desafortunadamente ahora no recuerdo), que sin saber que me hallaba yo trabajando una novela al respecto, hizo una reflexión sobre la cárcel y cómo en nuestras contemporáneas nos hemos negado a ver otras formas de castigo, como el exilio, el repudio social, la señalización en la ropa o en el cuerpo, la incapacidad de ser sujeto de crédito o de trabajo, la prisión domiciliaria. En Salvar el fuego me situé imaginariamente en la cárcel y traté de visualizar lo que significaría ser encarcelado de por vida. Los espacios también los imaginé. Un periodista mexicano me preguntó cuántas veces había visitado el Reclusorio Oriente porque lo dibujaba a la perfección y se sorprendió de que jamás había ido y que tampoco había investigado al respecto.

¿Cómo encuentra esa diminuta partícula que transforma un acto de creación en una avalancha, esa avalancha capaz de arrasar a los lectores, que los deja sin respirar, ni pensar, ni distraerse?

Nunca se sabe cómo es posible encontrar esa diminuta partícula. De saberla, créanme que me dedicaría a escribir obras maestras. Es muy volátil y escurridiza e incluso, grandes maestros de la literatura, entre los que incluyo tristemente a mi maestro más admirado, Faulkner, puede perderse con el tiempo. El genio que escribió El Sonido y la Furia o Absalón, Absalón, no pudo escribir obras del calibre de las que escribió entre los treinta y los cuarenta años de edad. Aquí aprovecho el espacio para hacer un comentario: la gran literatura no la hace la corrección gramatical o estilística, como lo piensan algunos escritores y críticos, sino el mundo interior que se trasluce detrás de las líneas de una obra. Lo sentencia en forma definitiva Ortega y Gasset cuando defiende la obra de Pío Baroja en su ensayo sobre el tema: “Corrección gramatical pueden tenerla muchos; un mundo de la profundidad y complejidad de la de Baroja, solo unos pocos”. Así que la diminuta partícula se traduce en huellas digitales, en la visión de la vida que solo pertenece a un autor, a uno solo y no a otro, en la capacidad de arrojar luz sobre aspectos que siempre se han mantenido en la oscuridad, en la capacidad de tomar riesgos y llevarlos hasta sus últimas consecuencias.

¿Cuál es el sentido de trabajar la escritura creativa con población carcelaria?

Brindarles una salida más a la asfixia de su cotidianeidad. Alguna vez recibí una carta que me conmovió. Me llegó de una cárcel en Brasil y cito de memoria: “Le escribe (tal y tal), desde el penal (tal) en el Estado de Sao Paulo. Soy un bibliotecario y estoy condenado de por vida. Mi cuerpo aquí es prisionero, pero los libros me permiten que mi alma sea libre. Así que aún gozamos de libertad. Su libro El Búfalo de la Noche es el predilecto de los reos y solo tenemos un ejemplar. Le ruego nos envíe un par más.” Por supuesto, le mandé cincuenta. Poco después, en la Feria del Libro de Paraty, encontré a un joven promotor cultural proveniente de una de las favelas más feroces de Río de Janeiro. Octavio, había resuelto que las bibliotecas y la promoción de la lectura abrían horizontes a los jóvenes favelados y les permitía contemplar otras opciones lejos del crimen y la violencia. Él había fundado unas cuantas bibliotecas pequeñas en diversas favelas y conseguí con la Cámara Editorial de Brasil le donara una cantidad inmensa de volúmenes para sus bibliotecas.

En El salvaje usted menciona a Hernando Téllez y, en ‘Salvar el fuego’, a Álvaro Mutis. ¿Por qué estas referencias a escritores colombianos?

Hernando Téllez, en un par de páginas, cuenta como nadie el conflicto armado, no solo en Colombia, sino en el mundo. “Espuma y nada más” es un cuento perfecto que me dejó maravillado cuando lo leí. Mantuve una relación con Álvaro Mutis, gran amigo de mi cuñado John Page. Él leyó parte de mi libro de cuentos “Retorno 201” cuando era un manuscrito y yo tenía apenas 24 años. Lo leyó en un día y me llamó apenas lo terminó. “Eres un escritor de verdad”, me dijo, “así que no pares”. Le dediqué mi cuento “Nueva Orléans”. Lo visité varias veces y en cada una me regalaba un libro suyo. “La Nieve del Almirante”, “La última escala del Tramp Steamer”, y muchos otros. Lo admiré como lo que era: un gran escritor y un magnífico y generoso ser humano.

¿Cómo es vivir el Premio Alfaguara en medio del confinamiento?

Mi madre me enseñó una regla fundamental: laméntate un minuto y luego dale para adelante. La gira internacional por los países de habla hispana, entre ellas mis numerosas visitas planeadas a Colombia, país que saben bien que amo, se canceló. Durante un minuto me lamenté y al siguiente minuto me puse de acuerdo con la editorial para adaptarnos a estos momentos. Es así que presenté la novela por Twitter (hasta ahora la presentación de libro más exitosa de la historia, con casi 170,000 visitas), vivos en diversas redes sociales (tuve una en Instagram con mi otro hermano colombiano: Jorge Enrique Abello), doy varias entrevistas por Skype o por teléfono, dependiendo del medio y grabo infinidad de videos para ser subidos en las diversas plataformas. No tengo tiempo de aburrirme. Ah, y aproveché para hacer ejercicio y bajar de peso. Ya estoy logrando deshacerme de los casi 14 kilos que subí al escribir El Salvaje y Salvar el fuego. Estoy a dos kilos de mi meta. Espero recuperar mi condición física y aguantar al pie de cañón la gira de Salvar el fuego, que estoy seguro se hará en un futuro). Así que ha sido un tiempo de reinvención, de conocer nuevos medios, de gozar el premio de otra manera.

JUAN CAMILO RINCÓN*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
* Periodista, escritor e investigador cultural. Autor de Ser colombiano es un acto de fe. Historias de Jorge Luis Borges y Colombia y Viaje al corazón de Cortázar.


Tomado del portal del diario EL TIEMPO