‘La vida no es rosa; tiene matices, por lo general, bastante oscuros’

Foto. Claudia Rubio. Archivo EL TIEMPO

Alonso Sánchez Baute habla de su nueva novela, ‘Parábola del salmón’. ¿Autobiografía?

Por: Armando Neira

EL TIEMPO

El escritor costeño Alonso Sánchez Baute habla de su nueva novela, ‘Parábola del
salmón’, en la que sin tapujos muestra el dolor que lleva a cuestas por
el matoneo y la discriminación por su orientación sexual.

Es difícil clasificar en un género literario su nuevo libro, ‘Parábola del salmón’. Para usted, ¿qué es?

Son cuatro relatos de viaje que construyen una historia lineal de autoficción.

Luego de escribir sobre el conflicto nacional en ‘Líbranos del bien’ y sobre un juglar tan entrañable como Leandro Díaz, veinte años después vuelve al universo que lo dio a conocer.

El universo es el mismo en cuanto a que el protagonista es homosexual, pero aquí ya no hay un personaje pícaro, ‘trickster’ y alegre, sino uno que arrastra a cuestas un dolor que no sana desde la niñez por causa del ‘bullying‘ escolar, una forma de discriminación en su estado más cruel y uno de los grandes retos de la sociedad, pues con frecuencia es aplaudido o fomentado por rectores y profesores, creyendo que ‘forja carácter’. El matoneo no es inofensivo ni puede tenerse como algo normal.

¿Ese es el tema de fondo de este libro?

La intención inicial fue escribir un relato sobre el profundo daño psicológico que deja en su víctima el abusador. Pero al final creo que me salió una historia muy bonita sobre el amor encontrado –el propio, el del amado y el amor hacia los demás–, y sobre el perdón y la reconciliación.

¿Qué propósito tiene este libro: invitar al lector a un viaje por varias ciudades o contar un viaje al interior del protagonista?

En ‘Parábola del salmón’, el protagonista viaja, al mismo tiempo, de tres maneras distintas: primero está el viaje físico, en este caso a Barcelona, Río de Janeiro, São Paulo y Buenos Aires; luego, el viaje espiritual, pues el personaje está siempre en la búsqueda de experiencias trascendentes; y luego, el viaje de la droga, porque es adicto al éxtasis.

¿El éxtasis es clave?

El éxtasis abre y cierra el libro. Lo fácil hubiera sido escribir solo sobre el matoneo, contar ese dolor, pero no me interesaba ni victimizar al personaje ni blanquearlo. Hubiera podido terminarlo en el momento en que el personaje desahoga la catarsis que ha hecho de antemano, pero el infierno está en la Tierra y la vida no es una novela rosa. Tiene matices; por lo general, bastante oscuros.

(Le puede interesar: Diego el Cigala, el rey del flamenco, le canta a México y al Caribe)

A propósito, ¿cómo cree que Colombia enfrenta el problema de las drogas?

La droga es una realidad que a Colombia solo le interesa abordar desde el narcotráfico, cuando el problema real, la salud del consumidor, es cada vez peor. Para colmo, los moralistas creen que, al no mencionarlo, el problema no existe. O desaparece. Escuchan la palabra ‘adicto’ y de inmediato se asustan y la banalizan porque no les interesa entender. Como buenos provincianos, solo saben juzgar.

Volviendo al libro, ¿por qué el salmón?

El salmón es un pez que, digamos, ‘cruza géneros’: nace en agua dulce, se desarrolla en el mar y regresa al mismo sitio donde nació. Pero para volver a casa debe viajar contra la corriente haciendo parábolas en el aire que lo ayudan a sortear cascadas y grandes piedras, mientras esquiva osos y tigres. Es un viaje de retorno guiado por el amor, porque regresa a aparearse y morir para conservar la especie. De esa parábola en el aire me valgo para sugerir que los míos son también unos viajes a contracorriente, riesgosos, porque el camino es culebrero y pedregoso.

Cuatro ciudades en la novela son protagonistas, ¿qué representan para usted?

Barcelona es la narración, desde adentro, de veinte días de depresión. Para mí, la ciudad representa literatura y modernismo. Para el personaje, como él mismo lo dice, es “chemsex, ‘chemical sex’, sexo químico”; Río es ‘malandragem’ y obsesión por la belleza; São Paulo es caos, pobreza, desigualdad, pero para el protagonista es también el encuentro con el amor, tanto el propio como el del amado; Buenos Aires son amaneceres nostálgicos y caminatas infinitas en las que el personaje se perdona a sí mismo, aunque ese perdón lo lleva al abismo que conduce al infierno en el que termina el libro.

Sorprende que descartara las ciudades colombianas donde ha vivido…

Valledupar y Bogotá son igual de protagonistas. La primera, porque de allí huye el protagonista. Bogotá, porque es su hogar permanente y la ciudad que recorre en la soledad del amanecer. En esto último, el libro es muy baudelaireano. Siempre están presentes las figuras del ‘flâneur’ y del ‘badaud’.

La soledad es una constante en su obra, pero aquí introduce el tema de la multitud

Uno puede sentirse solo en cualquier lugar, pero –como se ve en los óleos de Hopper– la soledad en la ciudad se siente diferente. Edgar Allan Poe tiene una novela corta, ‘El hombre de la multitud’, donde el ‘flâneur’ aparece como alguien que no encaja en la sociedad y busca la multitud para esconder su soledad, como hacía Andy Warhol, que fue un tipo tremendamente solitario a pesar de que ya quisiera mucha gente llevar la vida social tan frenética que él llevó. En ‘Parábola del salmón’, en cambio, el personaje huye de la multitud porque es en ella donde se siente más solo, mientras que la calle solitaria es el lugar donde menos solo se siente, precisamente porque cuando está solo es cuando siente lo más parecido a no estar solo.

(Le puede interesar: Pau Donés: ‘Sé que el futuro no existe y la vida es urgente’)

¿Este hombre se aísla por completo?

No todo el que vive solo se siente solo, como no por estar acompañado alguien deja de sentirse solitario. En este caso, se trata de un aislamiento mental porque su soledad es más bien una falta de conexión, incluso consigo mismo. El lío es que el hombre no logra generar un vínculo emocional con nadie, pero tampoco se resigna a estar solo, y esa lucha desesperada por sentir que ama y que es amado se le desborda y lo lleva a los excesos, a lo que yo llamo “el miedo de la cama vacía”.

El miedo del hombre a su propio silencio…

Es que se trata de una soledad aterradora y difícil de describir porque no puede expresarse; una soledad que nos asusta porque lleva a cuestionarnos por qué vivimos y que asusta a quienes nos ven solos porque tiene un aura de sospecha: el que está solo es porque algo trama u oculta. O porque es raro o inestable. O porque se lo ‘merece’. Algunos llegan a sentir vergüenza de esa soledad. Y a veces, como le pasa a este personaje, produce un dolor tan insoportable y crónico que se le ha vuelto placentero.

¿Le atraen los personajes derrotados?

Siempre me he manchado las manos antes de escribir. No conozco otra manera. No me atrae narrar la vida de personajes exitosos, sino de los derrotados, de los fracasados. Por eso, en este libro hay tripas y alma, pero también está la veracidad de la carne, los pliegues del cuerpo humano que caen sobre la pesada humanidad; el cuerpo que exhibe su memoria: las cicatrices, el vergonzoso volumen, las llantas y los conejos, los vellos de más, la angustia de la existencia. ¡La vulnerabilidad!

¿Busca provocar con su temática a parte de la sociedad colombiana?

No entiendo cuál es el rollo con el sexo. Todo el mundo habla de él, en todas partes y a toda hora. El que no lo habla lo piensa. O lo practica solo. Muchos lo sufren llevados por la culpa, y otros siguen creyendo que es solo para procrear. Pero resulta que la sexualidad tiene que ver con lo que somos. Por eso Freud y Foucault dedicaron toda su vida a investigarla, uno desde la psique y el otro desde el poder. ¿Alguien de veras cree, en su intimidad, que el sexo se da solo de la manera como está ‘normalizado’? Si así es, despierta, amigo, estamos en el siglo XXI y quizá sea hora de que dejes de temerles a las nuevas normalidades.

Ningún libro suyo es igual al otro, ni en tema ni en estructura. En ‘Parábola del salmón’ vuelve a cambiar de registro. ¿Sigue buscando su propia voz?

¡Ojalá así sea, con tal de no repetirme! Cada historia tiene su propio lenguaje, su propia estructura y su propia banda sonora. Busco entender el conflicto metido bien adentro en la cabeza de los personajes, pero sin juzgar. Me gusta la idea de que el libro ya ha sido escrito dentro de mí durante extensas caminatas, que yo soy solo un amanuense del narrador y que lo cuento todo tal cual me lo dicta el protagonista. Por eso no hago concesiones. Si la historia y su lenguaje son crudos, se cuenta así.

Como en sus anteriores libros, estos relatos también están escritos en primera persona. ¿Por qué?

En primera persona se ha escrito desde San Agustín. Yo intento que el lector se meta no en la piel, sino en la carne de mis personajes, que se estremezca, se horrorice o se entristezca como ellos y que entienda qué los mueve y por qué. Escribir en primera persona me ayuda a conseguir esa verosimilitud. Que algún lector crea que ‘Parábola del salmón’ es completamente autobiográfico es un triunfo para mí. Pero ni soy Knausgård ni hago un autoescrutinio. Y, aunque al reconstruir la memoria también hay imaginación, me dolería saber que se subestima el trabajo de creación en la ficción, que no es poco.

ARMANDO NEIRA
Editor de Política de EL TIEMPO


Tomado del portal del diario EL TIEMPO