“La xenofobia es una enfermedad del alma y es propia de gente muy inculta”

Foto: Miguel Lizana

El escritor venezolano Juan Carlos Méndez Guédez estudió en el mismo colegio de Maduro. Dice ser un nieto de campesinos, criado en un barrio pobre y peligroso de Caracas que se emociona con el Binomio de Oro. “Solo sé escribir y desdoblarme desde allí”. Es uno de los invitados al Hay Festival en Cartagena 2019. Hablamos con él.

Por: Dulce María Ramos

Exclusivo para la Revista Arcadia

Juan Carlos Méndez Guédez nació en Barquisimeto y desde muy niño se trasladó a Caracas. En la Calle Maury de Catia aprendió a leer y recuerda con cariño a un frutero canario que siempre tenía un lápiz detrás de la oreja. Desde ese momento soñó con ser escritor.  Después se mudó a la populosa parroquia de los Jardines del Valle. Allí descubrió que era un adolescente muy tímido, que no tenía destreza para el baile y mucho menos para pelear, como sus compañeros de clases, pero que era bueno para contar historias.

Cuando terminó sus estudios de Letras en la Universidad Central de Venezuela, decidió trasladarse a la Universidad de Salamanca, España, para hacer una maestría. Recuerda que estaba una noche en la discoteca La Biblioteca y sonó la canción Visa para un sueño de Juan Luis Guerra, al escucharla sabría que no volvería  a su país, mucho menos cuando en 1988 Hugo Chávez ganó las elecciones.

Un rasgo característico de la voz de Méndez Guédez es la melancolía, el recuerdo de aquel hijo único que en la literatura encontró una forma de compañía y el adulto que vive acompañado de dos amaneceres: cuando sale el sol en Madrid y cuando sale el sol en Caracas. Sus personajes, al igual que él, son extranjeros y viven en constante desarraigo.

Desde su primer libro de relatos Historias del edificio (1994), hasta la fecha ha publicado más veinte libros que van desde el género del cuento, novela y ensayo. En su obra destacan los títulos El libro de Esther (1999), Una tarde con campanas (2004), Arena negra (2013), Los maletines (2014), El baile de mademe Kalalú (2016)  y su más reciente novela, La ola detenida (2017), que se puede conseguir en Colombia y que pronto será traducida al francés por la editorial Métailié. El próximo año la editorial española Páginas de Espuma publicará su nuevo libro de relatos.

En La ola detenida, el lector se encontrará con Magdalena Yaracuy, una mujer detective que se ayuda con la brujería marialioncera –culto venezolano encabezado por María Lionza– para resolver sus casos. La historia comienza cuando a Magdalena la llama un importante político conservador español para que encuentre a su hija Begoña de la Serna, perdida en la ciudad más peligrosa de Latinoamérica: Caracas. En esta novela negra, Méndez Guédez retrata la realidad venezolana llena de violencia, escasez y grupos paramilitares.

Hace poco el escritor Alberto Barrera Tyszka dijo que “La literatura donde yo milito se ubica en las heridas”. ¿Dónde milita su literatura?

Es una maravillosa definición la de Barrera Tyszka. Creo que es un buen lugar para desplegar una voz narrativa. Las heridas nos dan historias, imágenes, intuiciones. Volver a ellas para indagar qué tienen que contarnos. Yo la suscribiría, pero agregaría que también mi literatura se ubica en la nostalgia de la plenitud.

Magdalena Yaracuy, protagonista de su más reciente novela, La ola detenida, votó por Chávez. ¿Sintió en algún momento que podría ser rechazado por los lectores?

Me interesaba visitar con mis palabras la conciencia, la memoria, la sentimentalidad de una mujer que tiene opciones existenciales, políticas, cotidianas muy distintas a las mías. Por otro lado, los buenos lectores se asoman con gusto al abismo de personajes que no se parecen a ellos. No esperé nunca un rechazo hacia mi personaje por elementos como los que citas.

¿Por qué desarrollar una detective que recurre a soluciones mágicas para resolver sus casos?

En La ola detenida, los posibles hechos sobrenaturales aparecen de manera muy tenue, envueltos en una ambigüedad que los hace posibles dentro del código de la propia historia. Magdalena Yaracuy ama la brujería, la ejerce, pero no es una bruja muy competente. Esa es una de sus grandes melancolías: añora un mundo mágico que no termina de entregársele. Lo cierto es que a mí el mundo de la magia y la brujería me resultan muy atractivo y lo primero que se plantea un autor es escribir los libros que necesita tener frente a sus ojos. Ya después el libro conseguirá sus lectores. No puedo plantearme como un límite al escribir si ofenderé los prejuicios religiosos o clasistas de algunas personas. No escribo para complacer sino para perturbar. Escribo sacándolo todo desde dentro de mí mismo. Soy un nieto de campesinos, criado en un barrio pobre y peligroso de Caracas que se emociona con el Binomio de Oro y con Locatelli. Sólo sé escribir y desdoblarme desde allí.

Usted siempre habla de una Venezuela donde todos, sin importar la clases sociales, tenían facilidad de acceder a la cultura. También, que estudió en el mismo colegio y vivió en el mismo barrio del Presidente Maduro y algunos políticos que han formado parte de la Revolución. ¿Qué ocurrió si recibieron una misma educación y se criaron en el mismo país?

Lo primero es aclarar que ese señor que mencionas no logró graduarse en mi liceo. Ya desde ese momento su mediocridad intelectual era manifiesta. Y también quiero dejar claro que en mi barrio caraqueño viven miles de personas brillantes y de excelente calidad humana. Tres o cuatro monstruos que salieron de allí no pueden enfangar al resto. Pero tu pregunta es muy complicada. ¿Cómo saber dónde está el gen del mal? Quizá escribiendo historias alrededor de él. Ese el modo en que un narrador intenta responder a preguntas tan difíciles.

Entre sus actividades de Bogotá Contada estuvo visitar a un refugio de migrantes venezolanos. ¿Comparte el mismo deseo de sus compatriotas en relación al futuro de Maduro? ¿Qué opina de los casos de xenofobia que están viviendo los venezolanos´?

La xenofobia es una enfermedad del alma y es propia de gente muy inculta. Me parecen mal los casos de xenofobia que padecen algunos de mis paisanos en los países a donde han tenido que huir, como también me parece mal la xenofobia que han sufrido en el pasado los colombianos o los haitianos o los mexicanos o los portugueses o los españoles cuando debieron salir fuera de sus fronteras. Hay que viajar más y reconocer que la compasión es lo que nos hace humanos; no los nacionalismos reaccionarios como los que exaltan ahora ciertos sectores del supremacismo catalán o el lepenismo francés. Y por supuesto que me adhiero a lo que me comentaban muchos paisanos que ahora están recorriendo las calles de Latinoamérica desesperados en busca de una vida mejor. No queremos venganza, queremos justicia. El usurpador que preside Venezuela y sus secuaces deben vivir una larga vida y pagar en un cárcel durante muchos años por sus infinitos delitos: los asesinatos, la corrupción, las torturas, la debacle económica y la entrega del país a una fuerza de ocupación como es el castrismo.

Podríamos decir que la Venezuela saudita se convirtió en una cárcel de petróleo.

Podemos pensar en esa sensación terrible. Se ha hecho todo para que la gente esté aislada; desconectada del mundo; perdida e indefensa. Tal vez algo que podamos hacer los escritores es buscar esas imágenes que expliquen lo que nos sucedió. La borrachera, el festín petrolero terminó de nuevo en manos de los forajidos militares, como los llamaba Rufino Blanco Fombona, esa ha sido nuestra gran pesadilla como país. La bota militar que desde 1830 no ha dejado de humillarnos y saquearnos.  En todo caso, como te decía, quizá algo que podamos hacer los escritores es buscar las imágenes profundas que expliquen lo sucedido y tal vez construir otras que rompan la circularidad de ese tiempo en que el país se nos hunde cada tanto. Magaly Villalobos aclaraba en un ensayo iluminador y maravilloso que Venezuela quedó en manos de un titanismo donde gigantes y titanes nos avasallan. En ese tipo de situaciones las formas se pierden, todo se sume en el caos y el salvajismo.  Por eso, escribir novelas en este momento tal vez es un modo de configurar o reconstruir una forma; un modo de edificar en las palabras y la estructura de un relato, ese sentido que se ha perdido en las calles venezolanas tomadas por la barbarie. Jaime López Sanz comenta que Venezuela como colectivo tiene un serio problema para pasar del discurso furioso y épico de la independencia al discurso de lo humano, de los límites. Es como si el venezolano quisiera seguir aferrado a la epopeya y se negase a la normalidad de lo novelesco, a esa historia donde a los personajes les duelen las muelas, como dice Kundera al referirse a El Quijote. No tengo una respuesta sólida, pero tal vez los novelistas podamos ayudar a construir esa humanidad llena de limitaciones, esos dolores de muelas que como colectivo nos hagan descreer de esos discursos delirantes con los que el miserable chavismo infectó a una parte del país, o de eso discursos tan ingenuos como el de un líder de la oposición que era capaz de gritar “Venezuela es el mejor país del mundo”, cuando se nos estaba cayendo el cielo encima.  Todo esto para decirte que sí, que Venezuela es una cárcel en este momento.

Algunos cuestionan que en Venezuela haya una dictadura.  ¿Cuál es su posición al respecto?

Si alguien es incapaz de llamar dictadura a un gobierno que disuelve marchas con armas de guerra y que asesina a personas en las calles, que tortura con golpes y electricidad a muchachos indefensos, que tiene presos políticos, que cierra medios de comunicación, que inhabilita a líderes políticos y prohíbe partidos, que envía al exilio a algunos de sus ciudadanos, pues esa persona no tiene salvación ética ni intelectual.  Lo cierto es que cada vez son más las personas que se distancian de la barbarie chavista. La gente con criterio, sensibilidad e ideas verdaderamente democráticas se sienten muy lejanas de la miseria que sucede en mi pobre país.

Usted emigró antes del desastre. ¿Quizás en otra Venezuela sin el chavismo le hubiera gustado de alguna manera contribuir al sector cultural del país?

Quizá el modo que el escritor tiene de contribuir con un país es a través de su escritura. Yo no he parado de escribir. Y mi existencia, como la de millones de personas, ha sido golpeada por estos casi veinte años de barbarie.  Pero sigo escribiendo. Muchos escritores venezolanos, creo yo, hemos intentado estos años desde muchas opciones estéticas, desde muchas posibilidades expresivas, sostener el pulso de una lengua que siga sorprendiendo, que siga manteniendo olores, texturas, sonoridades variadas.  Un modo de complejizar una realidad verbal que el chavismo empobreció y convirtió en un prostíbulo lleno de consignas.Mientras el país era abrumado por las consignas de odio, por las simplificaciones políticas y las mentiras cuartelarias, pienso que los escritores hemos intentado preservar, enriquecer la lengua, jugar con ella y hacerla múltiple, lúdica.

Yo leo a Cadenas, leo a Barrera Tyszka o Leonardo Padrón, leo a Liliana Lara, a Miguel Gomes, a Mario Morenza, a Federico Vegas, a Ana Teresa Torres, a Rodrigo Blanco, a Luis Yslas, a Doménico Chiappe, a Juan Carlos Chirinos, a José Balza, a Rubi Guerra, a Israel Centeno, a Marcos Tarre, a Keyla Val de Ville, a Silda Cordoliani y pienso que en estas palabras no ha entrado el odio, la miseria, la pobreza humana que es el chavismo.

Alguna vez Ricardo Azuaje dijo: “¿Alguien tomó la placa de ese país que se dio a la fuga llevándose el pedazo de futuro bueno que nos quedaba?”. De hecho la frase la usa como epígrafe  en una de sus novelas. ¿Venezuela tiene futuro?

Adivinar el futuro es más propio de mi personaje de La ola detenida, Magdalena Yaracuy. Quizá ella podría ayudarnos. Aunque debo contar una anécdota del año 89, cuando sucedió el terrible caracazo. En ese momento, temprano en la mañana, una conocida que hacía cartas astrales le dijo a mi familia: “Venezuela acaba de entrar en la casa de la muerte”. En efecto los días siguientes fueron un huracán de saqueos, destrucción y muerte. Quizá no hemos salido todavía de esa casa. El caso es que no sé adivinar el futuro. Pero sé que Venezuela no tiene futuro ni presente mientras continúe el régimen militar. Así de claro.  Supongo que la revolución militar me robó muchas cosas. Pero como te decía sigo escribiendo, sigo viviendo. Cada vez que sonrío o soy feliz, estoy sacando de mi vida esa cloaca fétida.

El lector colombiano, latinoamericano o europeo que se acerque a su obra o a la de sus contemporáneos,  ¿qué lectura va encontrar sobre Venezuela?

Quizá eso te lo puedan contar los lectores.  En todo caso, hay una frase de Juan Gabriel Vásquez que me gusta mucho: “Con mis novelas he querido escarbar en lugares invisibles de la historia colombiana, de una manera que lo que descubras sean historias universales. Esa es una de mis obsesiones”. La traslado a Venezuela y la suscribo. Yo hablo de pasiones humanas, de memorias, de vidas que intentan la dignidad, de gente que busca la belleza, que celebra el vivir. Eso sucede dentro de un escenario llamado Venezuela y también dentro de uno llamado España. Pero no soy un sociólogo. Desconozco qué lectura conceptual puedan formular mis libros. Cierto es que si uno lee a Reinaldo Arenas obtiene una lectura sobre Cuba, pero principalmente vislumbra lo que es una vida volcada en la escritura y la belleza como resistencias ante la indignidad de un poder miserable. Con Arenas lees a Cuba, pero también presencias la lucha de lo hermoso contra la fetidez del poder militar. La palabra contra la bota. El verbo contra el fusil. Una historia que ha sucedido muchas veces en la humanidad. Por eso, las novelas de Arenas están situadas no solo en su espacio y en su tiempo, sino que como todo discurso narrativo de verdadero peso, hablan de su pasado y señalan su futuro. Cuando yo leía a Arenas, sin saberlo, me estaba asomando al abismo que aguardaba a mi país muchos años. ¿Qué lectura hay de la realidad en La ola detenida? Pues yo pensaría que la de un país en ruinas, en escombros, pero también hay otros aspectos: la presencia protagónica de una mujer que cruza el mar para rescatar a otra.  Digamos que allí se encuentra la transformación del cuento de hadas del príncipe que rescata a la princesa del castillo. Solo que aquí no hay castillo sino un infierno; no hay príncipe sino una bruja marialioncera armada con un revólver y que además emprende el rescate porque le han pagado para ello. Es decir, la lectura que puede extraerse de este novela mía y de los otros libros que llevo publicados, es la de un mundo en que los mitos y las pasiones se reactualizan, se transforman, porque quienes los encarnamos nos estamos moviendo. Las personas no dejamos de movernos, de vivir la transformación de nuestro ser, y eso, con su aire humorístico y también tráfico, se ha ejemplificado en Venezuela de una manera muy clara.

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Redacción Paz Estéreo. Tomado de la revista Arcadia.