Las hilarantes confesiones del joven Oscar Wilde

Foto: Oscar Wilde, en una fotografía 1890 - ABC

Sotheby’s subasta por algo más de 53.000 euros un cuestionario íntimo que el poeta respondió en 1877, cuando tenía 23 años y estudiaba en la Universidad de Oxford

Por: Bruno Pardo Porto

ABC

En 1877, con apenas 23 años, cuando aún estudiaba en la Universidad de Oxford, Oscar Wilde respondió a un cuestionario de cuarenta preguntas sobre la vida, así, en general, y sobre lo que esperaba y pensaba de ella. Era un test muy popular en la época, del estilo del de Proust, que había sido diseñado y comercializado en coquetos álbumes por Robert Saxton, que tuvo el tino de bautizar el invento como «fotografías mentales», y que hizo fortuna con ello. La idea, proponía Saxton, era utilizarlo para hacer un «registro de los gustos y características de los amigos».

Aunque por aquel entonces Wilde no era famoso, ni había firmado ninguna de sus obras maestras, en sus respuestas ya se aprecia

 su lengua afilada, su ingenio, el desatado sentido del humor que lo haría célebre. Su acidez. Habla, pues, con ligereza y gracia y pretenciosidad, siendo consciente de que todo es una broma, una representación, una máscara. Su color preferido, subraya, es el de «la derrota (después de una discusión)», y la hora del día que más le gusta es «la de después». Cuando le preguntan por su concepto de felicidad, suelta: «Tener un poder absoluto sobre las mentes de los hombres, aunque esté acompañado de un dolor de muelas crónico». De la miseria, en cambio, opina que es «vivir una vida pobre y respetable», pero «en una aldea oscura».

Se cree que el «entrevistador» del literato era Adderley Millar Howard, actor y empresario teatral, que conservó este álbum hasta su muerte. La reliquia se fue heredando de padres a hijos pero, al final, llegó a manos de Steven Berkoff, que decidió llevarla Sotheby’s para subastarla. La puja (online) se cerró ayer con un precio final de 53.150 euros, una cifra que confirmó las estimaciones de los expertos.

No habla mucho del amor, Wilde. Esquiva el asunto con ingenio. «Si se casara, ¿cuáles serían las características distintivas de su media naranja?», le preguntan. «La devoción por su esposo», espeta. Antes de eso dice que su diversión predilecta en este mundo es escribir sonetos, y que su ocupación favorita es leerlos. Los suyos propios, por supuesto, no los de los demás.

«Las respuestas de Wilde brillan con la exuberancia característica del autor, y muchas son epigramas perfectos», afirma Philip Errington, especialista del departamento de libros y manuscritos impresos de Sotheby’s, en un comunicado.

El test también muestra la pasión del poeta por la cultura italiana. Le habría gustado nacer en el Renacimiento, y vivir en Roma Florencia. De haber tenido que ser otra cosa escogería ser un cardenal del Vaticano, tal vez anticipando el estilismo de John Malkovich en «The New Pope». En esa ciudad, por cierto, está su escultura favorita, el Apoxiómeno, ese atleta que se quita el sudor con espátula (estrígil). También son italianos dos de sus tres pintores predilectos: Corregio y Fra Angélico (el tercero es Turner). Hay otros referentes de diferentes nacionalidades, como Mozart, Chopin, Keats, John Ruskin, Platón o Safo. Esta última es su poetisa favorita junto a Lady Wilde…

La virtud que más admira en un hombre es «el poder de atraer amigos». En una mujer, sin embargo, lo que le maravilla «es el poder de convertirse en una Cleopatra o en una Catalina de Alejandría». Y el defecto que más odia en ambos sexos es la vanidad. Cualquiera lo diría… Más adelante, confirma que su característica más notoria es el «autoestima excesivo». También que su sueño es cortarse el pelo, pero eso es otra historia.

Wilde no tiene muy claro cuál es la pasión humana más sublime, pues duda entre el ascetismo y la ambición. Eso sí, tiene claro cuál es su objetivo en la vida: «Éxito: fama o incluso notoriedad». Ahí no mintió.

De todas las preguntas del cuestionario, solo hay una sin responder, que es la última: «¿Cuál es su lema en la vida?». Menos mal que para esto nos dejó un buen reguero de sentencias contradictorias con las que responder. Por ejemplo, esta: «La humanidad se toma a sí misma demasiado en serio. Este y no otro es el pecado original».


Tomado de portal del diario español ABC