Los cuentos de monstruosidad y deseo de Pilar Quintana

Foto: Quintana ha explorado la sexualidad y el deseo femenino en su obra. Es crítica frente a las etiquetas que encasillan la literatura femenina sobre estos temas como ‘literatura erótica’. Manuela Uribe

La caleña lanzó una reedición de ‘Caperucita se come al lobo’ después de su censura en Chile.

Por: Karen Parrado Beltrán – REVISTA BOCAS

EL TIEMPO

Una ‘caperucita’ excitada, adulta, que desea, seduce y devora intensamente al tipo ‘lobo’ de su barrio en Cali, durante un encuentro sexual en la casa de su abuela, fue una de las historias que descubrió un niño chileno en un libro de la biblioteca de su escuela pública, en octubre de 2015. Ese día, casi tres años después de haber sido publicados, los seis cuentos escritos por la colombiana Pilar Quintana para ‘Caperucita se come al lobo’ se convirtieron, de la noche a la mañana, en el libro “desviado” del que hablaban los telediarios de Chile.

La obra de Quintana había sido publicada en ese país en 2012 por la editorial Cuneta. Tenía 400 copias y 283 de ellas habían llegado a escuelas públicas por una compra del Ministerio de Educación chileno. Fue un escándalo. “Qué raro que al Ministerio le interese este libro que tiene muchísimos polvos”, recuerda Quintana en la narración que hace de ese suceso en un episodio del pódcast Radio Ambulante. Polvos, sí, pero también mamadas, infidelidades, torturas y violaciones.

Cinco años después de que Caperucita se come al lobo fuera censurado y retirado por el Ministerio de todas las escuelas públicas chilenas, la escritora caleña habla con EL TIEMPO por llamada desde su casa. “He tenido días muy agitados como de entrevistas, pero, bueno, estoy igual en pijama en mi casa (risas)”. La reedición del libro fue publicada por Random House en medio de la cuarentena en Colombia a comienzos de julio e incluye dos nuevos relatos: El estigma de Yosef y Hasta el infinito.

De esto, y de su novela La perra (2017), que le valió en 2018 el IV Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana Eafit, conversa con desparpajo y sinceridad, tan feroces como las mismas palabras ficcionadas de sus cuentos. Sabe que se trata de un libro incómodo porque es un espejo de monstruosidades difíciles de aceptar, pero que llega en un año raro y con un ambiente social un poco más abierto para leerlo y hasta elogiarlo. Días agitados, dice al teléfono. “Entonces no es tan grave”, añade.

¿’La perra’ y ‘Caperucita se come al lobo’ son una pugna de deseos: el que se concreta y aquel que se frustra?

Por lo general las personas empiezan por decirme “qué diferente su literatura anterior en La perra, cómo cambió de tema”, y yo creo que no he cambiado de tema. Los dos libros están enfocados hacia puntos muy diferentes, pero continúa estando el deseo femenino, en uno más implícitamente, lo instintivo que hay en el deseo, la animalidad. Ambas son mujeres deseantes. Damaris, la protagonista de La perra, desea ser madre y ese es un deseo absolutamente animal que gobierna su vida. Y creo que lo mismo pasa en los cuentos de Caperucita, vemos unas mujeres deseantes, ya no deseando tener un hijo como Damaris, pero sí mujeres que tienen deseos sexuales.

En sus cuentos narra a unas mujeres capaces de ir por la presa de su deseo y luego soltarla, como suele pensar la gente que hacen los hombres, ¿no?

Sí, creo que últimamente la literatura escrita por mujeres nos está descubriendo esas otras aristas del tema. Estamos viendo historias de maternidad que resultan inquietantes y perturbadoras, historias del deseo femenino que también son así. Creo que el deseo femenino ha sido explorado antes por mujeres, Anaïs Nin, por ejemplo, para mí ha sido de las cosas más perturbadoras que he leído. En sus diarios hay unas escenas que son tremendas de su deseo, que es absolutamente prohibido y tabú, que es con el incesto, pues ella tuvo sexo con su padre y lo cuenta. Ahora me estoy leyendo a una escritora que se llama Agota Kristof y creo que después de la escena de Anaïs Nin teniendo sexo con su padre, las escenas de sexo que he leído en el libro de Kristof es como lo más perturbador.

Ahora que menciona estas escenas, recuerdo su cuento ‘Violación’. En esta narración hay una perversión y un deseo extraño. ¿Puede ser uno de sus cuentos más chocantes?

Sí, claro que sí. Yo fui la primera sorprendida cuando lo escribí al darme cuenta de que conté una violación desde el punto de vista del violador, que es un hombre deseante y que se está imaginando que esta niña de pronto está disfrutando. Y tenemos una víctima que no la vemos como una víctima que está sufriendo sino que decimos “¿será que está sintiendo placer?”. Después de escribir el cuento he reflexionado mucho sobre por qué lo hice, y lo hice porque yo tenía una pregunta: ¿las violaciones son siempre situaciones terriblemente violentas? Nos enseñan que las violaciones ocurren en los parques oscuros, de noche, pero la mayoría de violaciones no son así. La violación típica siempre transita por un terreno donde la mujer al final no sabe bien qué le pasó. Hay niñas que pensaron que ellas tuvieron sexo consentido con su padrastro a los doce años y a los treinta, en terapia, se dan cuenta que eso fue una violación.

¿Ha recibido historias de mujeres o personas refiriéndose a una violación en la niñez?

Sí, mucho a raíz de ese cuento. El cuento ha sido demonizado, pero también he conocido profesoras en pueblos de la costa Atlántica que me han dicho: “gracias por escribir ese cuento porque lo leí con mis estudiantes, muchas mamás se pusieron bravas, por poner el tema sobre la mesa”. Entonces lo han usado como una clase de educación sexual. En una fundación para los derechos reproductivos y sexuales de las mujeres, me dijeron que el cuento les impresionó porque muchas de las niñas violadas sienten que ellas consintieron esa violación y que lo que les pasó fue su culpa porque sintieron placer físico. Y luego, en un Hay Festival, un hombre y una mujer psiquiatras, y que trabajaban con violadores, me dijeron: “usted describió exactamente la mente de un violador. El violador no piensa que está haciendo nada malo, sino que está dando placer y que lo que está haciendo está bien”. Yo quedé un poco en shock porque me dije: “¡yo por qué hice la mente del violador!”.

Un poco perturbador…

¡Muy perturbador! Pero, pues, también he hecho asesinos, torturadores. En Caperucita se come al lobo, en el cuento ‘El hueco’, pues hay un señor torturador horrible. Y creo que de ahí es donde viene mi pregunta: ¿yo por qué escribo? Y creo que lo hago para poder ser monstruo, o una mujer deseante sin toda la carga que tiene para una mujer en nuestra sociedad desear. Es ser libre en mi literatura, poder ser asesina, poder ponerme en los zapatos del violador. Y es muy perturbador porque yo intento ser una buena persona y no he cometido actos horribles en mi vida, pero sí creo que tengo una mente con unas zonas muy oscuras, y la literatura me permite trabajar y explorar esa oscuridad y convertirla en cuentos y novelas.

Esa fracción oscura de su mente también se mete con otro tema tabú que es la religión en uno de los cuentos nuevos de esta edición. Ahí recrea la historia de la sagrada familia, pero con todo el drama contemporáneo de las relaciones de pareja…

Llevo escribiendo desde que tengo siete años y he visto que hay una constante en mi literatura y es enunciar lo que en la vida diaria no podemos hacer, lo que está vedado. En el cuento El estigma de Yosef tenemos una historia bíblica donde hay un señor que está comprometido con una señora, los dos son jóvenes (y suponemos que vírgenes). Ella queda embarazada y él sabe que el hijo no es suyo. Yo creo que ahí hay un drama que está muy inexplorado en la narración bíblica y es el drama de este hombre que va a criar un hijo que no es suyo. Entonces me pregunto: ¿este hombre no tenía dudas, no decía “esa señora me puso cachos”? Ahí hay un drama implícito en la historia bíblica y nunca, en todas las películas que vi, uno ve el drama de José. Quise explorar de manera un poco humorística ese conflicto, como pasa también en el cuento Caperucita se come al lobo, que es una recreación también de una historia clásica.

Aunque el cuento de ‘Caperucita’ es una recreación con unos rasgos muy criollos, un poco derivada del ‘lobo’ como adjetivo peyorativo…

(Risas) Ese cuento lo escribí por un encargo de la revista Soho hace varios años. Invitaron a unas escritoras mujeres para que todas recontáramos los cuentos infantiles, pero pasados por el feminismo. Y a mí me dijeron que sí quería escoger la caperucita o la bella durmiente, y yo de una dije ‘Caperucita’, pues ya la historia original es perturbadora. Es una niña que desobedece a la mamá, se deja seducir por un lobo y la termina devorando. Cuál sería un lobo actualizado: un hombre prohibido con el que yo no debo meterme. En Cali hay un barrio que se llama El Bosque y ambienté el cuento ahí. La abuelita, pues no quiero que sea una ancianita vestida con una bata, sino que hagamos una abuela real, y yo la hice muy parecida a mi abuela. La mía era una señora montada en tacones, fumando un Piel Roja y bailando música funk y música tropical, y alegre. Quería hacer un poco unas mujeres que son más cercanas a la realidad.

¿Ha percibido alguna vez que el feminismo sienta algo de rechazo hacia lo que usted escribe?

No lo he sentido. Creo que no podemos juzgar las obras literarias con ojos feministas. Lo que yo intento hacer en mi literatura no es cambiar el mundo para que sea un mundo mejor y un mundo feminista. Como autora, mi interés es retratar el mundo y el mundo es machista. Mi posición frente al mundo es feminista en cuanto quiero enunciar y hacer historias que muestren los mecanismos con los que funciona el machismo. Hace muchos años, cuando empecé mi carrera, no me consideraba feminista porque pensaba que las feministas eran unas señoras amargadas, peludas que odiaban a los hombres. Sentía que yo ya estaba liberada. Poco a poco, con las cosas que me pasaron, con las cosas que fui leyendo, con las terapias que hice, me di cuenta cómo estaba inserta en una sociedad absolutamente machista y empecé a identificar los mecanismos sutiles (y no sutiles) del machismo, y entonces me hice feminista. Pero yo creo que desde siempre todas mis historias son feministas porque reivindican el deseo de la mujer y muestran una sociedad machista.

Regresemos a su novela ‘La perra’, el libro acaba como en punta, con Damaris todavía decidiendo si se acepta buena o mala. ¿La gente le reclama ese final?

Algunas personas sí pero estoy en desacuerdo. Las entiendo, porque a veces uno dice: “yo quería saber bien qué pasó”; pero siempre creo que es mejor dar un pasito atrás del final del personaje y dejarlo un poco abierto. Me parece literariamente más rico dejarlo así que cerrarlo definitivamente. En la vida nada es definitivo. Si alguien se muere, la vida sigue para los demás. Uno se casa y ese no es el final de la historia, es el comienzo de otra. Lo que yo hago es profundamente realista, entonces la literatura debe ser un poco como la vida, donde nada es definitivo. La historia termina en una mujer que está conflictuada porque cometió algo que para ella era impensable, y quiero dejarla ahí.

KAREN PARRADO BELTRÁN
Revista BOCAS – EL TIEMPO


Tomado del portal EL TIEMPO