“Mi cultura. Mi mundo. Mi lenguaje”

Foto: La líder chocoana Josefina Klinger

“En la cultura negra hay una larga lista de elementos que se están olvidando, y que es preciso recordar porque definen nuestra relación con la vida, con nuestro entorno y con quienes nos rodean.” La líder chocoana Josefina Klinger habla de su cultura negra.

Por: Josefina Klinger

Revista Arcadia

Cuando nacíamos solían “ombligarnos” con un elemento de la naturaleza para que durante nuestro andar por este plano, tuviéramos características de dicho elemento. Por ejemplo, con arriera para que fueramos trabajadores o con madera como el guayacán para que fueramos fuertes. Luego, el “ombligo” se enterraba en un árbol como símbolo de arraigo al territorio. Es decir, se sembraba vida, uno de nuestros principales bienes.

La muerte, por el otro lado, la seguimos asumiendo como la partida  a un plano mejor donde se descansa y se regresa a  casa. Por eso hacemos una fiesta fúnebre con despedida solidaria donde se canta, se bebe, se juega y se encuentran los pueblos. Despedimos al que parte con un homenaje porque va al encuentro con Dios. Si el difunto era niño los cantos son alegres. Los llamamos arrullo. A este bebé no se le llora porque no tuvo tiempo de contaminarse y pasará a ser un ángel.

La solidaridad la manifestamos en varias prácticas, por ejemplo, en el intercambio de alimentos entre mujeres. Una costumbre que se ha ido perdiendo es la del hueso pangaró, una parte del hueso de res. Éste se ahumaba y se pasaba de cocina en cocina para darle sazón a la sopa. Uno lo tenía que ahumar y luego pasarlo a la que lo necesitara. Por eso se gritaba de un patio a otro: “‘vecina présteme el hueso pangaró.”

La “mano cambiada” sigue siendo el intercambio de mano de obra, principalmente en las prácticas agrícolas y en el caso de las mujeres en los partos y en el cuidado de los hijos. Es parte de la relación entre familias o individuos.

La “minga” es el trabajo común para solucionar problemas comunes, por ejemplo: hacer una escuela, una  capilla. El aeropuerto de Nuquí fue hecho en minga. Los entierros y los momentos de enfermedad generan una relación de “mano cambiada” y de “minga.” Todos aportan: unos café, otros azúcar, otros fabrican el cajón, otros cantan alabaos; es un verdadero homenaje colectivo.

El trueque es el intercambio de productos tangibles: plátano, por pescado; coco por petróleo etc. La vida está determinada por la complementariedad y la solidaridad. El dinero no media en la relación.

El uso del territorio antes era colectivo. No necesitábamos tener linderos con cercas y el uso del suelo y sus límites se pactaban. La palabra era un sello y eso generaba confianza entre la gente.

Solucionábamos nuestros conflictos con la mediación de adultos mayores porque ellos eran los que poseían la sabiduría. A los mayores se les honraba con el  título de “tíos,” y a los “padrinos” se les reverenciaba en el saludo de rodilla y pidiendo bendición. Ellos eran los únicos que podían rescatar a su ahijado cuando el diablo o el duende se los llevaba selva adentro.

Nuestra sonoridad es aún parte esencial de nuestra alma. El sonido del agua y de la selva aportan a nuestra forma de hablar, de reír, de ser. Nuestra información genética nos da una impronta especial para la música, las artes y la gastronomía. Esto nos convierte en seres que a pesar de tantos desafíos y tantos miedos aprendidos y heredados, mantenemos una energía especial. La alegría es para nosotros una herramienta de resiliencia. Volvemos música lo que para otros es tragedia. Nuestra inclinación hacia la alegría es fundamental en nuestra cultura.

Algunas de estas costumbres y valores de la cultura negra -que nos han definido como pueblo- se han ido desdibujando y perdiendo. Por eso yo vivo comprometida con la labor de recordarlas, enseñarlas y vivirlas. Luego de haberlas olvidado, recuperarlas ha significado para mí volver a mi mundo y hablar mi lenguaje.


Tomado del portal de la Revista Arcadia