Mia Couto: “En África, las ideas se defienden contando historias”

Foto: Massimiliano Miniocri

El escritor mozambiqueño, autor de libros como ‘Tierra sonámbula’ y ‘Trilogía de Mozambique’, pregonero de Sant Jordi

Por: Carles Geli – Barcelona

El País (Es)

Tuvo suerte el niño Mia Couto: como sus padres, que huían de la dictadura de Salazar, no tenían los prejuicios de los colonizadores portugueses, le dejaban que se mezclara con los mozambiqueños negros. Y así bebió de dos manantiales narrativos: “Viví en la frontera entre Europa y África: las historias que contaban mis padres en casa les permitía rescatar la añoranza, eran su barco, su manera de viajar a Europa; lo que oía en la calle era en otras lenguas, con otra mística; eran dos formas de producir encantamiento y quizá, sin saberlo, he querido tender un puente”. La mejor manera de transitarlo puede ser leyendo Trilogía de Mozambique (Alfaguara), vibrante saga sobre la guerra colonial, o Tierra sonámbula (Alfaguara; Edicions del Periscopi, en catalán), sobre un joven que encuentra el manuscrito de otro mientras huye de la guerra civil. Este último está considerado uno de los 12 libros africanos más importantes de siglo XX y ambos están ahora en las librerías a rebufo de la presencia de Couto en Barcelona, donde hará el pregón de Sant Jordi en el Ayuntamiento. En ese relato, los colores se enganchan en las bocas, el polvo se despierta por las mañanas con las primeras luces, los paisajes cambian casi imperceptiblemente sin moverse uno de una carretera muerta; un hombre cava y cava sin cesar para cuando llueva y crear así el cauce de un río donde el agua traería vida y la guerra quedaría en la otra orilla…

Las historias de sus padres y de los mozambiqueños tenían algo en común: “Se contaban por las noches: el ritual africano marca que si la practicas de día te quedas calvo… Contar historias para ellos tiene algo de momento religioso, lo vinculan siempre con sus antepasados; quizá mi obra no deja de ser una manera de buscar esa verdad, ese sentimiento religioso que tienen y a mí me falta quizá porque mis muertos no están enterrados en ese lugar”. Esa búsqueda, para gozosa tortura de sus traductores, la hace Couto (Beira, Mozambique, 1956) con una prosa lírica con profusión de neologismos y alteraciones de la sintaxis inusual en las letras occidentales y que marca, como su particular realismo mágico, la obra de quien empezó a publicar poesía ya con 12 años. “En Mozambique hay 25 lenguas vivas y quienes hablan portugués, que no son todos, tienen como lengua materna alguna africana; mi recreación, por tanto, no es algo literario, buscado, sino es social, cultural: la lengua portuguesa de ahí está desordenada, se vuelve más plástica; como poeta, me gusta porque es un idioma que habla bien del desorden del mundo; en un lugar en el que los objetos tienen alma, el portugués estándar no me serviría”.

Aparecen y reaparecen los libros de Couto en un evidente momento de boom de la literatura africana, dando la sensación que defiende su colega angoleño Eduardo Agualusa de que “África tiene más historias que escritores; y viceversa”. En su opinión, “en África se preserva el dominio de la oralidad: la gente no sólo aprende a escuchar historias sino también a contarlas; si escucha un debate parlamentario en Mozambique verá que es muy frecuente que los políticos cuenten historias para fundamentar sus argumentos: las ideas en África, se defienden con historias, contándolas; en Europa se defiende con la lógica cartesiana de lo escrito, con ideas y amenazas y miedos y más mentidas”.

Publicada en 1992, Tierra sonámbula (“el único libro mío construido desde el dolor, con el luto de los amigos muertos durante la guerra civil y por mi desesperanza por una paz que no llegaba”), tiene una vigencia inquietante. Como cuando un personaje afirma, por ejemplo: “Ahora que el desorden era total todo estaba autorizado”. Insinúa Couto una triste sonrisa elegante tras sus finas gafas doradas, rasurada barba y ojos azul claro. “La idea de desorden es mayor, creo, que el propio desorden que impera: el poder fabrica un sentimiento en el que la gente ha perdido toda certeza y por ello busca un salvador; eso no viene del dominio de la realidad sino de la percepción de la realidad; de eso a la tentación de buscar un poder autoritario que ponga orden solo hay medio paso…”.

En otro momento, se lamenta uno de los narradores de que los poderosos sean tan ciegos al sufrimiento de los otros. “Desde que lo escribí hay ahora una doble ceguera: Los poderosos no ven a los pobres; pero los pobres no ven la cara a los poderosos, que no tiene nación, son un enemigo invisible; prefiero aquel periodo, la verdad”, dice recordando Couto la guerra civil que sacudió Mozambique entre 1977 y 1992, en la que participó intelectualmente desde las filas de marxismo-leninismo. Luego está la gestión del olvido colectivo: Muidinga, uno de los jóvenes narradores, sufre amnesia ante el pasado: no sabe de dónde viene ni qué le pasó; ni a él, ni al país. “Mozambique no es un buen ejemplo de gestión de eso: nosotros, además, fuimos poniendo capas de olvido al olvido: la esclavitud, la guerra colonial, la guerra civil y eso ha durado hasta hoy: se ha decidido no hablar dela guerra porque saben que la amenaza ha estado ahí aún”.

Dijo Couto al poco de conseguir, en 2013, el premio Camoes (el Cervantes de la lengua portuguesa), que su literatura no tiene intención de revivir demonios sino de “ayudar a cerrar una identidad nacional a partir de mitos y valores…”. Hoy, dice, matizaría: “No hablaría de una identidad nacional sino de identidades múltiples; esa cruzada por la identidad única fue uno de los motivos de la guerra civil”. Quizá por ello rescata que el gran valor de África hoy, y que Europa debería imitar, es “la capacidad de escuchar al otro; hay turnos para hablar, en África aún hay gente dispuesta a ello; prosigue el ritual de la conversación, en parte porque el concepto del tiempo es más amplio; y también se acepta viviendo la diferencia, puede haber dos verdades, algo que viene de la religiosidad: es de los pocos lugares del mundo donde uno tiene una religión islámica o judeocristiana y también una africana”.

Enfrascado en ayudas solidarias a través de la fundación que lleva el nombre de su padre, Fernando Leite Couto, el escritor se alegra de que las Bibliotecas de Barcelona hayan cooperado con la capital mozambiqueña, Maputo, para formar conductores de clubs de lectura. Se felicita Mia Couto de ello y hasta vería interesante que escritores africanos y mozambiqueños vinieran a Barcelona a conversar en clubs… de escritura. “Me ofrezco voluntario”, bromea. La literatura europea ganaría en magia, colores y sueños.

DISCUTIR IDEAS, MEJOR QUE FIRMAR AUTÓGRAFOS

De los 29,6 millones de mozambiqueños, hoy la población adulta analfabeta es de 6,3 millones, más que en 1980. “Cuando la independencia, la alfabetización movilizó a toda la sociedad en 1978; no fue nada institucional: yo mismo participé y no venía de la movilización institucional; la guerra civil hizo mucho daño, la cultura fue un objetivo: murieron más profesores que soldados”, dice Mia Couto. En su afán por “rescatar la memoria del olvido”, Couto es consciente de que con la literatura, en ese contexto, no basta: “Yo hago teatro, radio, voy a la universidad y a entidades civiles a dar charlas… Un intelectual debe asumir su papel de ciudadano, también”. Reivindica, claro, al intelectual comprometido, algo que no se lleva mucho. “A veces los jóvenes me paran en Maputo para contrastar, discutir ideas… prefiero eso que firmar autógrafos”.


Tomado del portal del diario El País (Es)