Michael Keaton: la vida tras una temporada en la cárcel de Hollywood

Foto: Max Vadukul

En la meca del cine decirle no a la persona equivocada penaliza. Keaton se lo dijo a Batman y pasó unos años en el ostracismo. Volvió, y arrasó con ‘Birdman’ y ‘Spotlight’. Hoy es el villano del ‘Dumbo’, de Tim Burton

Por: Juan Sanguino

Icon / El País (Es)

Cuando se reunió con Barack Obama en 2008, Michael Keaton pretendía hablar sobre el medio ambiente, pero el entonces inminente presidente de Estados Unidos arrancó la charla con: “Oye, ¿por qué ya no haces películas?”. Durante el entreacto de su carrera, que acabaría extendiéndose casi dos décadas, Keaton se dedicó a llevar a su hijo al colegio y a descansar en su rancho de Montana, desde donde –tras una serie de catastróficas desdichas que impidieron realizar una entrevista cara a cara con él al término de la sesión de fotos con ICON– nos atiende por teléfono mientras trasplanta unos árboles en su huerto. Allí se refugió tras dirigir su primera película (Caballero y asesino, en 2009) para, según denunciaba la querella interpuesta por los productores, pasar las tardes pescando en vez de supervisar el proceso de montaje. Aunque a veces no haya sido por elección propia, Michael Keaton (Pensylvania, 1951) prefiere observar las cosas desde fuera, sin miedo a las represalias.

Existe un lugar llamado “la cárcel de Hollywood”, un ostracismo al que la industria del cine envía a sus actores cuando se portan mal. Casi nadie habla de ella con la esperanza de salir algún día, excepto kamikazes como Keanu Reeves (quien recaló en esa prisión profesional tras rechazar Speed 2) o Josh Hartnett (aún recluso, por negarse a hacer Batman begins y Superman returns después de que su agente las aceptase sin consultarle). En 1995 Michael Keaton dijo “no” a interpretar a Batman por tercera vez y enseguida se puso en marcha la rumorología del desprestigio: que si pidió demasiado dinero, que si no quería ceder su cara para los muñecos del merchandising, que si no soportaba que los villanos fuesen las estrellas de la función. La realidad, como suele ocurrir con Keaton, era mucho más honesta.

“El guion de Batman forever apestaba. Me di cuenta de que algo iba mal cuando el nuevo director, Joel Schumacher, preguntaba en las reuniones que por qué tenía que ser todo tan oscuro”, explicó Keaton hace dos años. Hoy sigue sin arrepentirse de aquella decisión. “Espero que no creyesen que no estaba agradecido, porque no hay nadie más agradecido que yo. Cada día me recuerdo a mí mismo lo afortunado que soy. Yo sabía que rechazar la película suponía un riesgo, pero continuar en ese camino me alejaría de otras oportunidades y otros papeles que merecían la pena. Yo quería hacer otras cosas, decir otras cosas y estaba dispuesto a sufrir durante un tiempo para llegar donde realmente quería llegar. Y fue duro. Fueron un par de años duros. Pero defiendo que si hubiera hecho más de lo mismo es probable que nunca hubiera surgido la oportunidad de hacer Birdman, porque se me asociaría a algo diferente”.

Es posible que de haber hecho otro par de películas de Batman (Schumacher pasaría a la posteridad, efectivamente, por iluminar la saga con más colores de los que el ojo humano puede gestionar y por ponerle pezones al bat-traje) no solo no habría protagonizado Birdman, sino que habría acabado convirtiéndose en Birdman, un actor fracasado que perdía la cabeza mientras trataba de recuperar la fama perdida tras haber hecho tres películas de superhéroes en los noventa. La diferencia es que Keaton solo hizo dos y saltó a tiempo, pero los paralelismos entre él y Riggan Thomson, el protagonista de Birdman, resultan tan amargos que cuando se reunió con el director, Alejandro González Iñárritu, lo primero que Keaton le dijo es: “¿Te estás riendo de mí?”.

Iñárritu asegura que Keaton es el hombre con más confianza en sí mismo que ha conocido jamás. El actor rebate esta percepción: “Es cierto, sí, pero no todo el tiempo: soy perfeccionista y eso puede llevarme a la ansiedad. Hay momentos en los que no tengo seguridad, pero no duran demasiado. Creo que la seguridad en uno mismo nace de trabajar en ella. Hay ciertas trampas en las que puedes caer cuando te dedicas a este trabajo. Siempre han sido muy obvias para mí, y una vez tomada la decisión de no caer en ellas me sentí seguro de mí mismo en muchos aspectos. Además, si estamos aquí durante un corto periodo de tiempo nada importa tanto. Así que más te vale aprovechar: no tengas miedo a caer, no tengas miedo a fallar”.

Keaton sabe de lo que habla, porque ha esquivado esas trampas (un mal guion, una saga interminable, una cárcel profesional), no ha tenido reparos en definir Hollywood como “una industria basada en el miedo” y se ha metido en embolados que él mismo reconoce que “si fallaban, fallarían a lo bestia”. Por eso es de aquellos actores que describe su trabajo con metáforas pugilísticas: “Tienes que saber cuándo lanzar un gancho de izquierda y cuándo no”.

Al productor de su primera película, Turno de noche, le incomodaban sus improvisaciones, pero el director, Ron Howard, le pidió que confiase en él. Cuando Tim Burton le ofreció la comedia sobrenatural Bitelchús, Keaton le dijo que no dos veces porque no terminaba de comprender la propuesta. Aparecía solo durante 19 minutos, pero fueron suficientes para marcar a toda una generación de espectadores.

Y volvió a hacerlo con Batman, a pesar de que los fans del cómic inundaron las oficinas de Warner con miles de cartas de protesta en una campaña pretuitera: ¿qué pintaba un cómico con cejas de sátiro interpretando al caballero oscuro, en vez de al Joker? “Yo no entendía por qué la gente se indignaba tanto y se lo tomaba tan en serio, la verdad. Es solo una película. Tim y yo estábamos muy seguros del enfoque y si funcionaba, pues funcionaba; si no pasaríamos a lo siguiente. A mí me hacía mucha gracia que tanta gente de repente se preocupase de que yo hiciese de Batman”, recuerda.

La batmanía que asoló el planeta en el verano de 1989, en el que el logo del superhéroe decoraba camisetas, gorras y menús de comida rápida, hace difícil explicar que antes de aquel fenómeno la imagen de Batman en la pantalla se limitaba al fondón yeyé de la serie de televisión de los sesenta. Burton y Keaton le diagnosticaron depresión y le internaron en la que sigue siendo una de las superproducciones más grotescas (la cara desfigurada de Jack Nicholson), exuberantes (¡Kim Basinger! ¡Jerry Hall! ¡Prince!) y traumáticas (“¿alguna vez has bailado con el diablo a la luz de la luna?”) de Hollywood. Como todo lo que rueda Burton, tiene un envoltorio precioso, pero si miras al fondo de la caja solo hay angustia vital.

Ese vuelve a ser el caso de Dumbo, la primera de las cuatro adaptaciones en imagen real que Disney estrenará este año (llegará antes que AladdínEl rey león y La dama y el vagabundo; para 2020 tiene otras tantas). Porque, según Keaton, en los tiempos que corren la gente necesita conectar con algo y se siente reconfortada ante historias que ya conoce: hace unos meses internet perdió la cabeza por el tráiler de El rey león, precisamente, por la precisión con la que fotocopiaba el original.

Así que Dumbo está lejos del riesgo que supusieron Batman o Birdman. “Es una historia sobre la familia y por muchas veces que la veas nunca falla, porque la familia es el núcleo de toda estructura social, independientemente de lo que consideres familia. La verdad es que yo apenas recuerdo escenas de la original. Pero sí, es interesante que el público reaccione con tanta intensidad a una historia que ya ha visto”, reflexiona mientras se disculpa por su pérdida de aliento. “Es que estoy subiendo una colina”.

Lo que sí tiene en común Dumbo con las anteriores colaboraciones de Burton y Keaton es que se trata de un relato sobre un marginado contado por dos tipos que nunca se han integrado del todo en el sistema. Pero en este caso, el paria no es solo el elefante sino también el villano, interpretado por Keaton: “Es un capitalista que posee varios circos corporativos, pero que siempre soñó con tener un circo pequeño, familiar, porque quizá nunca tuvo una familia propia. De modo que cuando se encuentra con una familia tratará de controlarla económicamente pero, de forma extraña, también emocionalmente”.

En 2004 Keaton estuvo a punto de interpretar en Perdidos a Jack Shephard, que, en la versión que se le ofreció moría al final del primer episodio para desconcertar a la audiencia. Cuando la cadena se negó a este giro truculento y exigió que Jack fuese el héroe durante varias temporadas, Keaton abandonó el proyecto. ¿Acaso no ha dejado nunca de sentirse como un marginado? “El otro día un amigo me contó que su hijo se siente excluido y yo creo que no tiene nada de lo que preocuparse. Cuando yo era joven tenía muchos amigos, pero no sentía que perteneciese a ningún grupo, así que siempre me sentí un poco apartado. Y no me importaba. Podía encajar en todas partes y en ninguna a la vez. Si Tim se sintió atraído hacia mí y yo hacia él desde el principio es en parte por eso, porque compartimos nuestra condición de marginados”, asegura. Al fin y al cabo, Keaton empezó a actuar para conseguir “cualquier tipo de atención” de sus padres y sus seis hermanos, todos mayores que él, en la minúscula población de Pennsylvania donde creció.

Hoy es por fin la estrella que siempre pareció destinado a ser, aunque con 20 años de retraso. Ha hecho por fin la dichosa tercera película de superhéroes –pero ahora como villano de lujo en Spider-man: Homecoming– y es uno de los tres actores que han protagonizado dos películas ganadoras del Oscar consecutivas gracias a Birdman y Spotlight (los otros son Clark Gable y Russell Crowe).

Normal que se haya reconciliado con su profesión tras varios años de tedio. “Empecé a recurrir a viejos trucos y me aburrí de escucharme a mí mismo, así que tuve que parar y recalibrar. Trabajar en películas como Dumbo no es fácil, porque tienes que comprender lo que está ocurriendo con ayuda de la tecnología. Es algo que me vuela la cabeza. Es complicado rodar así, pero tienes que ajustarte, adaptarte y abrazar esta nueva forma de hacer cine, no luchar contra ella. Y cuando te pones en manos de alguien como Tim tienes que confiar en él. Es sencillamente otro tipo de interpretación”.

La estrella ya no es el villano, sino el elefante adorable: contradiciendo a la Norma Desmond, de El crepúsculo de los dioses Michael Keaton no ha dejado de ser grande, es que las películas se han hecho aún más grandes. Pero, como él explicó en una ocasión, “cuando alguna vez me falta talento, lo compenso con cojones”.


Tomado del portal de ICON / El País (Es)