(Radio Vaticano)
En el miércoles de la tercera semana de Pascua, el Papa Francisco siguió meditando acerca de cómo Jesús ha llevado la misericordia hasta su pleno cumplimiento, y lo hizo a partir de la narración evangélica de la llamada de Jesús al publicano Mateo para que sea su discípulo:
“Queridos hermanos y hermanas: Hemos escuchado la narración evangélica de la llamada de Mateo. Por ser publicano, es decir, un recaudador de impuestos en nombre del imperio romano, era considerado por los fariseos un pecador público. Jesús, en cambio, invita a Mateo a seguirlo, y comparte su mesa con publicanos y pecadores, ofreciendo también a ellos la posibilidad de ser sus discípulos. Con estos gestos, les indica que no mira a su pasado, a su condición social o a los convencionalismos exteriores, sino que los acoge con sencillez y les abre un futuro. Esta actitud de Jesús vale también para cada uno de nosotros: ser cristianos no nos hace impecables”.
Este es el punto en el cual el Obispo de Roma insistió en su catequesis: “el ser cristianos no nos hace impecables”. En efecto, el pontífice recordó el dicho “No hay santo sin pasado ni pecador sin futuro”, y explicó que, llamando a Mateo, el Señor muestra a los pecadores que no mira a su pasado, sino que abre para ellos un futuro nuevo: “La Iglesia no es una comunidad de perfectos, -dijo en español - sino de discípulos en camino, que siguen al Señor porque se reconocen pecadores y necesitados de su perdón. La vida cristiana es, pues, una escuela de humildad que se abre a la gracia, en la que se aprende a ver a nuestros hermanos a la luz del amor y de la misericordia del Padre.
La iglesia es una comunidad de discípulos en camino que siguen a Jesús “porque se reconocen pecadores y necesitados de su perdón”, remarcó el Papa en la catequesis impartida en italiano, y puso en guardia sobre la soberbia y el orgullo, que no permiten que nos reconozcamos necesitados de salvación, sino que son un muro que impide nuestra relación con Dios.
“Nos reconforta contemplar a Jesús que no excluye a nadie - prosiguió en la catequesis impartida en nuestro idioma. Él es el buen médico que se compadece de nuestras enfermedades. No hay ninguna que él no pueda curar. Nos libra del miedo, de la muerte y del demonio. Nos hace sus comensales, ofreciéndonos la salvación en la doble mesa de la Palabra y de la Eucaristía. Estas son las medicinas con las que el Divino Maestro nos nutre, nos transforma y nos redime”.
El Sucesor de Pedro precisó que aunque la Palabra puede ser dolorosa, porque “incide sobre las hipocresías, desenmascara las falsas excusas, y desnuda las verdades escondidas”, al mismo tiempo ilumina, purifica, da fuerza, esperanza y es un “reconstituyente precioso” en nuestro camino de fe. Mientras que con la Eucaristía, el Señor nos nutre con su propia vida y, como un potentísimo remedio, renueva continuamente la gracia de nuestro bautismo.
“Que el Señor Jesús - concluyó - nos alcance la gracia de mirar siempre a los demás con benevolencia y a reconocerlos como invitados a la mesa del Señor, porque todos, sin excepción, tenemos necesidad de experimentar y de nutrirnos de su misericordia, que es fuente de la que brota nuestra salvación. Muchas gracias”.
(News.va)