Montevideo, la “maravilla” de Mario Benedetti, en su centenario

Crónica por las calles que inspiraron varios de los escritos del querido escritor uruguayo.

Degustar un café en Las Misiones, maldecir el desvío para rodear la fuente de la Plaza Matriz o sentir la “desnudez de los sueños” paseando “en calzoncillos” por Sarandí son algunas de las escenas que vive Martín Santomé, el inolvidable protagonista de “La tregua”, en la Ciudad Vieja de Montevideo.

Su creador, Mario Benedetti, y la capital uruguaya son un tándem inseparable, por más que él no naciera allí, sino en Paso de los Toros (Tacuarembó), y que la ciudad haya lucido sus calles en canciones, películas o relatos ajenos al poeta, novelista, dramaturgo, ensayista y crítico.

El autor, de cuyo nacimiento se cumplen 100 años el 14 de septiembre, es uno de los montevideanos más ilustres, ya que “amaba Montevideo, vivió Montevideo, recorrió Montevideo, habla de las calles de Montevideo y de lo que sentía, de lo que le transmitían”, explica Elizabeth Villalba, su directora de Turismo, quien lo califica de “gran embajador de la ciudad”.

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“Es un auténtico montevideano que escribía a las cosas simples de la vida, la amistad, el amor, la ciudad, la solidaridad, cosas muy comunes”, detalla Villalba, quien agrega que “cualquiera puede sentir cercanas las obras de Benedetti” y, por tanto, caminar de su mano por las calles de la capital.

Eso pretende “Mirada Benedetti”, un proyecto impulsado, con motivo del centenario del escritor (1920-2009), alojado en la web de Turismo de la Intendencia de Montevideo, con el que locales y foráneos pueden recorrer -virtual o presencialmente- rincones retratados en sus cuentos o poemas.

“Hoy va a seguir tendiendo puentes entre Montevideo y los extranjeros, que la van a poder conocer a través de su propia obra y eso es increíble”, recuerda Villalba, que califica a Benedetti de “un símbolo” de la “identidad” montevideana.

De Tacuarembó a los barrios montevideanos

El pequeño Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farrugia solo vivió cuatro años en el departamento (provincia) de Tacuarembó, los dos primeros en su pueblo natal y dos más en la capital departamental, antes de mudarse con su familia a Montevideo.

Pasó buena parte de su vida en sus barrios, retrató en su obra, como pocos, su vaivén cotidiano y sus gentes, y la amó a distancia hasta idealizarla cuando sufrió el exilio político durante la dictadura cívico-militar (1973-1985).

Hasta 600 referencias a Montevideo se han encontrado en sus 80 libros, según relata a Efe el periodista, escritor y arquitecto argentino Alfredo Fonticelli, autor en 2006 de la primera “Guía Benedetti”, junto a la Fundación que lleva el nombre del poeta, que proponía seguir sus huellas por varios barrios.

En su opinión, hay tres ‘Montevideo’ en su producción: el de “La tregua” (1960), una ciudad “que encuentra Mario con 40 años, el lugar donde él vive y trabaja”, donde el autor escribe al salir de la oficina, en las plazas o los cafés; el “del exilio, que es imaginario”; y un tercero, “que es el del desexilio, como diría Mario, que es cuando él vuelve y es un reencuentro”.

El creador de “Poemas de la oficina” (1956) o “Rincón de haikus” (1999) creció en el barrio Capurro, cuyo parque homónimo, como narra en su novela más autobiográfica, “La borra del café” (1992), “era como una escenografía montada para una película de bandidos, con rocas artificiales, semicavernas, caminitos tortuosos y con yuyos (hierbas)” durante su infancia.

Otras zonas de la capital donde residió fueron Punta Carretas o Malvín, si bien su última casa estaba situada en pleno centro, en la calle Zelmar Michelini, el nombre del político y gran amigo suyo que fue asesinado en Buenos Aires dentro del Plan Cóndor orquestado por las dictaduras latinoamericanas en los años 70.

¿Realidad o ficción?

La realidad y la ficción se confunden en las miles y miles de páginas escritas por ese oficinista que trabajó en la Ciudad Vieja y de cuyo jefe, viudo como Martín Santomé, tomó detalles prestados para trazar el personaje.

También Santomé, como Benedetti, se sentaba en los bancos de la Plaza Matriz, que el autor describió así: “Estuve un buen rato contemplando el alma agresivamente sólida del Cabildo, el rostro hipócritamente lavado de la Catedral, el desalentado cabeceo de los árboles”.

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El poeta escribía “en una misma mesa” del Café Sorocabana, también en el casco histórico montevideano, a la hora del almuerzo porque solo tenía “dos horas al mediodía” y no podía “volver en el 142” a su casa de Malvín.

En ese bar acristalado de la calle 25 de Mayo, Laura Avellaneda, protagonista de “La tregua”, solía pasar sus ratos libres antes de entrar en la vida de Santomé.

Y también Benedetti pasaba a menudo por el Palacio Salvo, el coloso que marca el inicio de la avenida 18 de Julio y que fue hasta 1935 la torre más alta de Latinoamérica. Y de nuevo incluyó una mención en su novela más famosa: “He aprendido a querer ese monstruo folclórico que es el Palacio Salvo.

Por algo figura en todas las postales para turistas. Es casi una representación del carácter nacional: guarango, soso, recargado, simpático. Es tan, pero tan feo, que lo pone a uno de buen humor”.

“Quien pinta su aldea pinta el mundo. Es así, pero, claro, Benedetti es un tipo que tiene mucha ida y vuelta con su lector. Logra ser popular, logra ser profundo. Eso es lo que le hace ser muy universal y muy profundo”, comenta Fonticelli sobre la enorme difusión de su obra.

Esa “aldea” que retrató Benedetti, para muchos gris y sucia, para otros repleta de árboles y recostada junto a un río que parece mar, era la suya, aunque no naciera en ella. Como él escribió en su poema “Metrópoli” (“Adioses y bienvenidas”, 2005): “qué metrópoli extraña / a mí me gusta / montevideo es mi maravilla (sic)”.


Tomado del diairo EL TIEMPO /Agencia EFE