Muere el escritor Andrea Camilleri

Foto: Antonello Nusca

El ‘padre’ del comisario Montalbano, el escritor más leído de Italia, fallece en Roma a los 93 años tras 25 días ingresado por un paro cardiaco

Por: Daniel Verdú – Roma

EL PAÍS (ES)

Andrea Camilleri nunca tuvo la menor intención de prepararse para este momento. Tenía planes, libros en marcha. La voz de contratenor dictaba a diario a Valentina, su asistente, para continuar con su prolífica obra. Había nuevas ideas, reescritura de párrafos enteros de viejas novelas que guardaba en el cajón. En la mano, el cigarrillo que le acompañó siempre (hasta que Philip Morris finiquitó la maldita producción y tuvo que cambiar de marca). Y sobre los ojos, que fueron apagándose lentamente en los últimos años, siempre unas gafas enormes con unos cristales que le permitían descifrar algo de luz y formas en su ceguera consumada ya por el glaucoma. “La oscuridad no se puede combatir. No hay nada que hacer. Hay que agarrarse a la memoria, repasar”, lamentaba en su apartamento del barrio de Prati hace dos años en una entrevista con EL PAÍS. A partir de ahora, será la memoria y sus personajes quienes se agarren a él para siempre.

Camilleri ha muerto en el hospital Santo Spirito de Roma, donde llevaba ingresado 25 días a causa de un paro cardíaco. Dos semanas antes, una caída en casa le partió el fémur y le cambió una parte del humor que le permitía seguir adelante sin mirar hacia atrás. Padre del comisario Montalbano (lo llamó así por su amistad con Manuel Vázquez Montalbán y su obra sobre Pepe Carvalho), autor un centenar de obras, guionista televisivo y dramaturgo (estaba ilusionado por ver el estreno de una de sus obras en julio en las Termas de Caracalla).

Camilleri fue un escritor de vocación tardía —empezó a los 53 años— y debutó en 1978 con su novela Il corso delle cose. En la década de los ochenta publicó dos obras más, sin demasiada repercusión, pero en 1994, cuando dio a luz la primera entrega de Montalbano, con La forma del agua (publicada en Salamandra, como la mayor parte de su obra en español), se convirtió en un héroe contemporáneo de los lectores italianos. Hasta hoy es el escritor más leído en el país y uno de los que contaba con más seguidores en toda Europa.

Las ideas políticas y la literatura nunca transcurren en paralelo en hombres como Camilleri. Comunista hasta el tuétano, dijo siempre lo que pensaba de la política italiana y de sus representantes, cuya decadencia despreciaba cada vez más abiertamente en las entrevistas. Hace solo unas semanas soltó que el actual ministro del Interior, Matteo Salvini, le daba ganas de vomitar cuando empuña el rosario. En cambio, desde que Francisco fue nombrado Papa solo le dedicó elogios. “En los últimos dos o tres años, las cosas más sensibles, de izquierda y sensatas, las ha dicho él. Mucho más que cualquier político. Y continúa haciéndolo sobre los refugiados, la pobreza, las desigualdades”. Su compromiso social y político era extraño en estos tiempos de cálculo oportunista, también entre los intelectuales italianos.

Siciliano como su gran maestro, Leonardo Sciascia, también como su criatura más famosa (Montalbano), nació en la pequeña localidad de Porto Empedocle, en el sureste de la isla. Y el Mediterráneo, dejando de lado a Salvo Montalbano —la serie que emite la Rai es la más popular de Italia— es el personaje principal de sus obras. Desde la primera hasta la última, El carrusel de las confusiones (Salamandra), que se añade a El sobrino del emperador (Destino) y a La moneda de Akragas (Gatopardo). Junto al mar, una localidad imaginaria llamada Vigàta, con su propio lenguaje y un paisaje tan añorado a medida que Camilleri se hizo mayor y solo podía volver una vez al año.

No es cierto, aunque él lo sostuviese, que no hubiera pensado en la muerte. Cuando cumplió 80, Andrea Camilleri concluyó que ya había recorrido mucho camino y que, quizá, el final podía encontrarse ya al doblar la esquina. De modo que escribió de golpe la última entrega de la serie sobre el comisario Montalbano y se la envió a su editor con la orden de que la metiera en un cajón hasta que algún tipo de incapacidad o la propia muerte le impidiesen seguir escribiendo. Mientras tanto, se olvidó del día en que todo iba a terminar, y a un ritmo infatigable de publicación —podía trabajar en varios libros a la vez— siguió explorando otras historias.

Nadie está preparado para este viaje. Pero Andrea Camilleri superado el horizonte de los 90 años, tenía pocos remordimientos, prácticamente ningún miedo. Peor hubiera sido tener que dejar de fumar, decía a menudo. Lo anticipó en su casa dos años antes. “Si me voy ahora con 92 años no sentiré carencias, tampoco pienso en el pasado. En mis tiempos estaba la guerra y las bombas, siempre es mejor lo que pasa hoy. Echo de menos gente, algún amigo en Sicilia. Cuando vuelva este verano ya seré el último. De mis 15 amigos de infancia, solo quedo yo. ¿Y qué voy a hacer?, pues a respirar el aire de mi puerto”.


Tomado del portal del diario EL PAÍS (ES)