“No quiero ser un ícono”: la nueva vida de Gustavo Gatica, el joven que quedó ciego por disparos de la policía en las protestas de Chile

Foto: Gustavo Gatica fue una de las 445 personas que sufrieron lesiones oculares en Chile durante las protesta / Manuel Soto.

“No fue doloroso. Sentí el impacto y de inmediato algo como agua correr desde mis ojos. Era la sangre. Vi estrellitas por todas partes, como en los dibujos animados y luego me fui a negro”.

Francisco Jiménez De la Fuente

Santiago de Chile, especial para BBC Mundo

A Gustavo Gatica Villarroel los perdigones descargados por la policía el 8 de noviembre de 2019 durante una manifestación en Santiago de Chile le cambiaron la vida para siempre: lo dejaron ciego.

Como él, 445 personas padecieron lesiones oculares entre octubre de 2019 y febrero de 2020, en el marco del estallido social chileno -la ola de manifestaciones pacíficas y violentas que llevaron al país sudamericano a enfrentar la mayor crisis social en las últimas tres décadas-, según datos del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH).

Este viernes, la Fiscalía anunció la detención del ex teniente coronel de las Fuerzas Especiales de Carabineros (policía) de Chile Claudio Crespo -actualmente desvinculado de la institución-, acusado de haber efectuado los disparos contra Gatica.

Y tras una audiencia de formalización, en la que la jueza señaló que con las pruebas audiovisuales “no cabe duda” de que fue quien disparó el arma antidisturbios y que existió “una actitud y un proceder doloso”, se le decretó prisión preventiva como medida cautelar mientras se investiga el caso.

“Es un paso gigante que se veía un poco lejano”, le dice el joven a BBC Mundo. “En algún momento se pensó que no iba a ser posible. Incluso, me siento un poco más tranquilo”.

“Para nosotros como familia no fue raro escuchar ese nombre, el de Claudio Crespo, porque algo ya sabíamos, pero que la Policía de Investigaciones (PDI) lo diga y con tantas pruebas, uno dice ya, ok, fue él”.

Gatica dice no espera que le pida disculpas, que no le gustaría enfrentarlo, y que lo único que quiere es que tenga que cumplir la pena donde se dicte y el tiempo que se decida.

“¿Por qué? Porque sé como actúa carabineros en las marchas, entonces no me sorprende que haya hecho eso, disparar los balines a la cara. Yo tenía claro lo que yo estaba haciendo ahí, él tenía claro lo que él estaba haciendo ahí. Y así pasó todo”.

“Siento que no tengo nada que hablar con él. Cometió un delito y tiene que pagar por eso y ya está. Que se haga justicia y ojalá que en todos los casos sea así”.

Este es el relato en exclusiva para BBC Mundo de un joven que, optimista, se para con firmeza para enfrentar su nueva vida.

El incidente

“Tras el impacto me di vuelta y me ayudó una persona, Jaime Bastías. Él me acompañó en todo momento, hasta la clínica. Yo no lo conocía. Seguimos en contacto hasta hoy.

Me operaron dos semanas después para sacar los perdigones.

Para sacar el del ojo izquierdo tuvieron que romper una parte del cráneo, porque quedaron en lugares muy difíciles.

Se supone que esas escopetas se ocupan a cierta distancia y ellos dispararon como a la mitad de esa distancia. Se habla de armas no letales, pero cuando las ocupas como dice el fabricante. No así.

Aún no sé cómo referirme a ese momento. Por ahora digo “el incidente”.

Un amigo dice que somos sobrevivientes. Él recibió una lacrimógena en la cara. Perdió uno de sus ojos, le rompieron la nariz. Entonces el concepto “sobrevivientes” es fuerte, pero no me parece exagerado.

Yo sabía a lo que me arriesgaba estando allí.

Al instante imaginé que podía perder la vista para siempre. Cuando llegué a la clínica el oftalmólogo me dijo: “Las probabilidades de volver a ver son muy pocas”.

Yo era consciente de eso, nunca tuve expectativas muy altas de recuperarme.

Eso hizo concentrarme rápidamente en la rehabilitación.

Aprendí a ocupar el teléfono sin ver, en la misma clínica. También comencé de inmediato a aprender braille. No me costó nada.

El bastón me ha costado mucho. Hay que practicarlo, pero apenas he salido de la casa.

Da miedo al principio. Una rama en la cara, tropezarse, los ruidos de los buses. Sinceramente, no me atrevería a salir solo ahora, ni a la esquina.

El Estado se acercó de manera eficiente a mí a través de la Unidad de Trauma Ocular del Hospital Salvador (UTO), en la parte judicial con el INDH y el Consejo de Defensa del Estado (CDE), que son parte de mi causa.

Pero como gobierno no se acercaron de ninguna forma. Nunca, nada.

De alguna manera esperábamos que lo hicieran. No que viniera la ministra vocera con cámaras, pero quizás mandar un representante, un emisario, a decir algo así como “sabemos la gravedad de los hechos y vamos a apoyar en lo que sea necesario”. Nada más que eso.

Pero ni así fue. De ninguna manera.

Que nadie del gobierno se haya acercado a mí en todo este tiempo, me da la sensación de que ellos están de acuerdo con lo que estaba pasando. Me hace pensar que tomaron esa postura frente a la situación.

Cada vez que hubo carabineros heridos, (el presidente Sebastián) Piñera los visitó.

Tampoco nunca nadie de Carabineros se acercó a hablar conmigo.

Creo que es muy importante una reestructuración de la policía en Chile, casi que cambiarles el nombre y el color, que la base sea la prevención y el respeto de los derechos humanos.

Me gustaría en algún momento confiar en esa institución, que te debiese proteger, pero no creo que pase si es que no cambian las cosas.

De todas maneras, no siento rencor contra nadie.

Mi nueva vida

Siempre me ha gustado mucho la música.

Mi primera banda favorita fue Queen. Hoy Foo Fighters y Blink 182 son mis bandas regalonas.

Cuando estaba en el colegio tocaba bajo en un grupo y hacíamos covers de Los Prisioneros. Mi canción favorita era “Por qué no se van”.

Cuando me pasó todo esto, mi hermano me regaló una batería eléctrica. Y en abril, la banda chilena Santa Feria me mandó de regalo una batería acústica, de las grandes.

Ahí toco, meto harto ruido. Aislamos (la habitación), pero igual se escucha en todos lados.

Hace dos semanas reacomodé la batería y estuve pegándole a cualquier lado, pero después me acostumbré.

Los bateristas suelen tocar sin mirar. La mano va sola donde hay que pegar.

La audición para mí ahora cobró mucho más sentido. También el tacto.

La vibración en la mano cuando la baqueta golpea o el bombo que se siente retumbar en el pecho. Son cosas que quizás antes no distinguía.

La música es algo que yo percibo igual a ustedes, a cualquiera que sí ve.

Es la misma experiencia, por eso es muy significativo.

Me pasa también con las texturas.

Al vestirme no busco que la ropa combine, sino que al tacto me sea agradable. Esta polera que estoy usando la encontré suave, y por eso me la puse. No sabía cuál era.

Me gustaría volver al estadio, a un partido de (el equipo de fútbol) Colo Colo.

Hace una semana lo hablé con Fabiola (Campillai, quien perdió la visión de camino a su trabajo, por una bomba lacrimógena), que también es del Colo y queremos ir juntos.

Ahora voy a seguir los partidos por la radio. Mi papá me dice que así se hacía antes, pero tengo muchas ganas de estar ahí. El estadio es mucho de escuchar los gritos, los cánticos, el ambiente, de sentir.

Me gusta la fotografía.

A la vuelta de mi universidad está la Corporación para Ciegos. Una vez pasé con un amigo y tenían una exposición de fotos, que habían sacado ellos.

No imaginaba cómo podían hacer fotos sin ver. Eran muy buenas, bonitas. Me acuerdo que tenían harto contraste, blanco y negro.

Muchas de las fotos que yo saqué después, las hacía con ese formato. Me gustó la técnica que emplearon. Les copié. Me gustaría volver a sacar fotos.

Quizás algún día tome uno de esos mismos talleres con ellos.

“No quiero ser un ícono”

Siento que mi vida no ha cambiado tanto en las relaciones que establezco con amigos, amigas, familia. En eso todo ha seguido igual.

La diferencia está en que si salgo a la calle me saludan y cosas así, y que mi nombre esté en muchas partes. En las redes sociales sobre todo.

Los primeros días en la clínica, me comentaron que en los alrededores de la plaza Dignidad había un esténcil con mi cara al lado de uno del Ché Guevara. Me hizo reír.

No quiero ser un representante de las luchas sociales ni menos un vocero.

En una marcha me siento cómodo entre la gente, no quiero ir adelante con los dirigentes.

Incluso me han llamado para participar en franjas políticas, con miras al plebiscito (el referéndum del 25 de octubre para determinar si la ciudadanía está de acuerdo con iniciar un proceso constituyente para generar una nueva Constitución y establecer el mecanismo para dicho proceso).

No sé si lo voy a hacer.

A mi mamá le contaron que una niña tuvo un hijo ¡y le puso Gustavo por mí! Pasan esas cosas.

O me mandan regalos, polerones, lienzos.

No sé bien cómo afrontarlo. No fue algo que yo busqué. No quise ser un icono, pero para mucha gente, quizás lo soy. Es raro.

Me llama la atención cuando la gente me da las gracias. No lo entiendo.

Pero soy feliz con el cariño que he recibido.

Siempre que salía a la calle se acercaban personas a saludarme, a darme un abrazo o simplemente pasaban por el lado y decían “fuerza compañero”.

Acá en el barrio, los 8 de cada mes se conmemora lo que me pasó y se hacen cacerolazos. Agradezco mucho esas cosas.

¿Por qué protesto?

En mi caso y en el de mi hermano, nuestros papás pudieron pagarnos la universidad.

Eso no significa que no me den ganas de luchar por los que no tienen para pagar o los que están con CAE (Crédito Aval del Estado) y van a estar endeudados por mucho tiempo.

Esa desigualdad que quizás a mí no me afecta tanto como a otros me hace ir a protestar.

A veces uno se pone a pensar que es bacán que la gente se manifieste, porque la gente tiene rabia.

Sin embargo, siento que esa rabia tiene que traducirse en acción política, en organizarse, en generar cabildos. Finalmente eso es lo que vale.

Hay lesionados, muere gente, pero todo queda ahí.

Entiendo que la gente se enoje, pero eso tiene que decantar en algo, no soltar la rabia en la calle, volver a la casa y seguir con la vida normal.

“No me arrepiento de nada”

Cuando a mí me pasó esto, el 8 de noviembre, ya había más de 200 personas heridas, con trauma ocular. Pero nunca sentí miedo.

Las últimas veces iba a las marchas iba exclusivamente a fotografiar, en una posición como de denuncia y a registrar.

Tampoco me llamaría fotógrafo, soy aficionado.

No me limitaba a sacar fotos, sino que era parte activa de las protestas. Si había que ayudar a un compañero, lo iba a hacer.

Hasta ahora en ningún segundo me he arrepentido de nada.

Quizás cuando viejo diga “fue un impulso de inmadurez, debí haberme quedado en la casa”, pero ahora para mí tiene todo el sentido del mundo.

Uno de los perdigones que me llegaron a los ojos, quedó a cinco milímetros del cerebro.

Eso quizás no habría provocado mi muerte, pero quizás sí. Podría también haber quedado con un daño cerebral. Pero no fue así y ahora estoy aquí, y ya que es así hay que darle, seguir luchando.

Soy Optimista. Marcelo Barticciotto (exjugador de Colo Colo), dijo que yo tengo paz, a diferencia de la persona que disparó. “Y vivir sin paz, es peor que morir”.

Eso me quedó marcado. Vivir sin paz, es peor que no ver”.


Tomado del portal BBC Mundo