Que duren hasta el infinito y más allá

Foto: Fotograma de 'Toy Story 4'

Pixar, ahora absorbida por la factoría Disney, crea una obra que aunque su oferta parezca estar destinada a la infancia, en realidad está pensada para el disfrute del público adulto

Por: Carlos Boyero

EL PAÍS (ES)

Durante una cena con un amigo y su hijo mayor, un crío inteligente, natural, con diversas y sanas aficiones, el padre y yo hablamos con arrobo y admiración de Toy Story 4, de la saga de esos juguetes con vida propia, de Pixar, ese invento maravilloso que revolucionó tantas cosas en el cine de animación. Veo que el chaval presta más atención al sushi que a nuestra elegía del vaquero Woody y el astronauta Buzz Lightyear. Y le pregunto si a él, a su hermano pequeño, a sus amigos no les apasiona Toy Story y las películas de Pixar. Con tanta educación como sinceridad me responde que sí le gustan, unas más que otras (los varones están colgados ante todo con la serie de Cars), pero que no son las películas que más les interesan.

La conclusión es más obvia que arriesgada. Pixar, ahora absorbida por la factoría Disney, crea una obra que aunque su oferta parezca estar destinada a la infancia, en realidad está pensada para el disfrute del público adulto. Los mayores tienen el inmejorable pretexto de acompañar a sus hijos para ver cine de animación, pero el gran colocón está garantizado para los padres. A veces ni siquiera necesitan coartada. Van en soledad y con la certidumbre de que van a encontrar agua de mayo en Wall-e, Up, Ratatouille, Buscando a Nemo, Monstruos S. A., Los Increíbles, Del revés, Toy Story y otras que recuerdas con sonrisa tierna.

Conozco a una criatura que desde que era bebé, cuando empezó a parlotear, su mayor ilusión era que le regalaran animales de goma o de plástico. Con cuatro años ya posee un zoológico completo al que cuida con amor e infinita dedicación. Pero sospecho que aquel mundo inagotable de muñecos, coches, soldaditos, trenes, fuertes (de fortaleza militar y a ser posible de madera), chapas, canicas, peonzas, mecanos y demás artilugios pertenecen a un pasado muy remoto. Que ahora los anhelos de la infancia están más concentrados en videojuegos, tabletas, móviles y otros aparatos electrónicos. Cada uno se divierte como quiere o puede.

Y no sé cuánto tiempo le puede quedar a los entrañables protagonistas de Toy Story 4, esos juguetes con alma, con nuevos dueños, miedo, sensación de abandono. Unos supervivientes. También generosos y solidarios. Hasta el punto de adoptar a un tenedor, carne de basurero, del que se ha encaprichado la niña que es ahora la dueña del grupo. Y retorna toda la familia, con el eterno protagonismo de ese vaquero tan imaginativo, sensible y noble llamado Woody y del disparatado astronauta Buzz Lightyear. Y regresa la pastora Bo Peep, que aparecía en la segunda. Allí comenzó un idilio de complicado final feliz entre ella y Woody. La pastora sigue igual de brava y la llama con el vaquero modélico vuelve a surgir. O no se apagó nunca. Y hay sorpresas muy gratas en el bonito desenlace.

Será memorable alguna nueva incorporación como el fantástico motorista canadiense Duke Caboom. También una muñeca inquietante y sus temibles ayudantes, cuatros marionetas antiguas que me recuerdan a Chucky, el muñeco diabólico. La lógica te induce a creer que la saga termina aquí. En un final muy bonito. Pero estos muñecos pueden provocar mono en los adictos si les perdemos de vista. Y somos muchos los enganchados.


Tomado del diario EL PAÍS (ES)