River Plate-Boca Juniors: más que fútbol, ¡es la vida de un país!

Foto: Cultura Colectiva News

Este sábado, un partido que paraliza, define emociones y exalta la cultura argentina.

Buenos Aires no se detiene realmente, pero parece que lo hiciera, que quedara suspendida, paralizada, inerte, como si nada fuera más importante, como si ese partido lo fuera todo, y no solo durante esos 90 minutos de éxtasis, sino desde un día antes, tres días antes, cuatro, las últimas dos semanas. En esa antesala, los cuerpos se mueven por esas calles con angustia. Las miradas desconocidas se cruzan con desconfianza. Los colores brotan de esquina a esquina, de barrio en barrio. Los hinchas implicados se llenan de coraje. El duelo River Plate-Boca Juniors, que se repetirá este sábado en la final de la Copa Libertadores (2-2), no se juega: se vive.

El clásico nace en las más angostas calles de Caminito, el colorido sector donde germina Boca Juniors, y atraviesa la ciudad entera, por plazas y parques, por canchas de cemento o de pasto donde los pequeños juegan a ser profesionales de esos mismos equipos; da vuelta al Obelisco, donde los hinchas se congregan para desatar sus festejos; surca desde Palermo hasta la Recoleta; se instala con sus leyendas en las librerías de Corrientes; pasa con sus marcas de grafitis por San Telmo y desciende en algún mural en Núñez, el barrio de River Plate. Los ecos van y vienen: de un lado gritan que Boca es la mitad más uno; del otro aseguran que River es el más grande.

Parece como si esos hinchas abarcaran a todos los hinchas del país.

Son los equipos más populares de Argentina, pero son tan diferentes. A River le dicen ‘Gallinas’ desde que en 1966 perdieron una final de Copa Libertadores contra Peñarol y en la cancha de Banfield les arrojaron gallinas en vez de papelitos. A Boca le dicen ‘Bosteros’, que tiene que ver con bosta, es decir, con excremento de ganado, asociado al riachuelo aledaño al barrio de La Boca. River es, en el imaginario popular, el equipo de las clases más favorecidas, no en vano los llaman ‘los Millonarios’. Y como millonarios, a sus hinchas los ven como fanáticos elegantes y perfumados. A los de Boca, por el contrario, se los vincula con las clases populares, con la lucha sin opulencia. De esos símbolos se valen las hinchadas para ofenderse, aunque ambas los asumieron como propios; las ‘Gallinas’ son orgullosas de ser ‘Gallinas’ y los ‘Bosteros’ lo son de ser ‘Bosteros’.

Por eso, cuando River y Boca se enfrentan está en juego mucho más que un partido de fútbol, es el desafío de la identidad, de la cultura misma. Ganar o perder incide de manera directa en esos aficionados. Así lo cree Claudio Mauri, periodista argentino. Escribe para el diario La Nación. Conoce a fondo la idiosincrasia del clásico. “Esto es una definición que altera el ritmo de vida del país. Para los hinchas de River y de Boca es de un impacto emocional nunca experimentado. El deseo de ganar es tan grande y fuerte como el miedo a perder. No sin razón se dice que aquí se disfruta más la desgracia del rival que el triunfo propio. El resto de los hinchas de los demás equipos lo siguen con el morbo de quien es espectador de un drama ajeno.

Seguramente la definición marcará una frontera, se hablará de un antes y después, con huellas indelebles y efemérides que se recordarán hasta la noche de los tiempos”, dice Mauri.

Un hombre se percata de que algo falta en Núñez –el barrio de River–. Falta el estadio Monumental. Ya no existe. Se demolió hace muchos años… Con esa revelación comienza un cuento de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares –Esse est percipi– que relata un tiempo en el que ya no hay estadios, ni equipos ni partidos reales. La literatura no se ha olvidado de la importancia del fútbol para los argentinos. Ningún hincha se imagina hoy que no existan el Monumental o La Bombonera. Esos estadios son testigos de buena parte de la cultura del país. El Monumental es símbolo del poder; imponente como el Coliseo romano, fue remodelado durante la dictadura argentina para acoger el Mundial de 1978. Está ubicado en un barrio bonito, elegante y de ricos olores. La Bombonera, que no fue remodelado en la dictadura ni fue sede del Mundial, es un estadio con otras fragancias, las del sudor de un pueblo apasionado. Pero es un fortín en el que las tribunas rozan la gramilla: es el alma de Boca. Hay que estar en esos estadios –que existen aunque Borges y Casares nos despisten– para creerlo.

Roberto Fontanarrosa, el escritor y caricaturista argentino que fue un furibundo hincha de Rosario Central, visitó alguna vez el estadio de River para ver el clásico y contarlo en la revista El Gráfico: “Es difícil ver bien desde la platea. Hay gente parada en los pasillos y parada sobre las plateas. Me tengo que incorporar, a mi edad, por cada ataque de River y por los nervios. Entonces me pregunto: ¿por qué estoy nervioso si yo soy hincha de Central? Es difícil no estarlo. Hay una carga eléctrica en estos partidos. Una energía que dinamiza y crispa, sea el partido bueno, malo o regular…”, escribió.

Los clásicos europeos son fascinantes, paralizan el mundo con sus estrellas y su poderío económico. El clásico argentino es otra cosa, es pasión, es rivalidad. Juan Villoro, el escritor mexicano, da cuenta de ello. “En 1974, cuando fui al estadio de River, un señor oyó mi acento y me preguntó si era cierto que en México el hincha de un equipo como River podía sentarse al lado de un hincha equivalente a un bostero (como les dicen a los fanáticos de Boca). Le dije que sí. ‘¿Y no se matan?’, preguntó con interés. Le expliqué que, al menos para eso, éramos pacíficos. Su respuesta fue fulminante: ‘¡Pero qué degenerados!’”, relató Villoro en la revista Soho.

Esa rivalidad la narra otro escritor no argentino, el uruguayo Eduardo Galeano, en un párrafo que puede ser entendido como ficción, o quizá no. “Creo que fue Osvaldo Soriano quien me contó la historia de la muerte de un hincha de Boca Juniors en Buenos Aires. Aquel hincha se había pasado toda la vida odiando al club River Plate, como correspondía, pero en el lecho de la agonía pidió que lo envolvieran con la bandera enemiga. Y así pudo celebrar en el último suspiro: –Muere uno de ellos”.

River y Boca se reparten hasta los hinchas famosos. El mejor futbolista de la historia argentina, Diego Maradona, hizo carrera en los palcos de La Bombonera. El presidente de la nación, Mauricio Macri, fue presidente de ese mismo equipo. Un ícono del rock argentino y latinoamericano como Charly García es confeso hincha de River, también el ‘Flaco’ Spinetta. Mucha música se mueve de banda cruzada.

Los papelitos caen como lluvia y acarician los cuerpos de esos guerreros que en la cancha se gritan, se gruñen, se sujetan como si de ese partido, y de cada jugada, dependiera la vida. Unos visten de blanco y con una coraza cruzada, roja, que protege el pecho; los adversarios lucen la armadura azul y oro, inigualable, inconfundible. Ambos rivales se conocen de memoria. Se han desafiado por años: se huelen, se descifran, se retan, se miran con antipatía, pero no pueden vivir el uno sin el otro.

River Plate y Boca Juniors se necesitan para desatar esta pasión.

Sin embargo, para algunos, ese partido, que puede ser lo más importante que el fútbol les puede dar a ciertos argentinos, no debe llegar a los excesos, al drama. Juanky Jurado es periodista del canal Fox Sports. Tiene su mirada particular del clásico. “El River-Boca es importantísimo, más en un país atravesado por el fútbol, porque aquí realmente la gente disfruta con el deporte más popular de nuestro país. Es el deporte más querido, el más amado y el que nos hace salir de la dura realidad; tenemos problemas económicos, políticos, culturales, sociales, y el fútbol es nuestra alegría.

Pero no hay que dejar de entender que es un partido de fútbol, que uno solo va a ganar y el otro, por perder, no va a ser peor. Al otro día, los hinchas irán a trabajar, pagaran sus impuestos, llevaran a sus hijos a la escuela. Ojalá este partido nos ayude a comprender el fútbol sin tanto dramatismo”, dice.

Pero algunos hinchas no lo ven así. Para ellos, el drama será o no será. Gabriel Ruggiero Silva es argentino. 29 años. Barrio Belgrano, en Buenos Aires. Lleva dos semanas sin dormir. Si se duerme –dice–, tiene pesadillas: que Boca les da la vuelta olímpica en el Monumental. Trata de no cerrar los ojos. “Si gana River, estoy seguro de que mi familia, que es de Boca, me va a bloquear de las redes, porque desde acá hasta un año voy a festejar jodiéndolos todos los días. Si pierdo, me tengo que ir del país, buscar trabajo afuera, no miro nunca más fútbol. Cuando tenga hijos, no serán de River porque los joderían toda la vida. Este partido es más importante que una final del mundo con Argentina”.

Del otro lado, la angustia no es menor. Lucas Oliveto vive en Villa Ballester, provincia de Buenos Aires. Tiene 23 años. Ya ha visto a Boca campeón, pero este partido no se compara con ninguno. “Para un hincha de Boca, este partido es toda la historia del club. Lo voy a vivir con mis amigos, con muchos nervios. Si pierdo, me mato; no literal, pero va a ser trágico. Si gana Boca, es la fiesta”. También lo dice Vanessa Reyes, argentina, hincha de Boca. Vive en la ciudad de Hurlingham, en el Gran Buenos Aires. “Hay cosas más importantes, claro, pero acá, el fútbol es algo que no tiene explicación. Yo no veo la hora de que se juegue el partido. Tenemos tremendos jugadores y hay que creer que Boca lo puede ganar. Lo veré con mi papá, que es fanático de River. Estamos muy ansiosos”, dice Vanessa, y su voz no esconde esos nervios, los que deben tener su papá y los hinchas en el mundo. Porque de este partido se habla en francés, en inglés, en japonés… El clásico es universal.

El River-Boca es cultura, deporte, arte, pasión… ¡es la vida de un país! Y en una final de la Copa Libertadores, como la de este sábado, es todo eso al extremo. Lo dicen los hinchas y no exageran.


Redacción Paz Estéreo. Con información del diario El Tiempo.