Teatro Tierra celebra 30 años con una guerra fratricida

Foto: César Melgarejo. EL TIEMPO

El grupo de Juan Carlos Moyano estrena ‘La maldición del rey ciego’, sobre la tragedia de Tebas.

Por: Yonathan Loaiza Grisales

El Tiempo

Hace diez años, el director y dramaturgo Juan Carlos Moyano fue hasta Caquetá para dar varios talleres en este departamento del sur. En aquel momento, recuerda Moyano, la violencia allí estaba encrudecida, y una de sus habitantes le contó una historia que la reflejaba. Sus dos hijos habían sido reclutados por grupos ilegales; uno, por la guerrilla y otro por, los paramilitares. Cinco años después, por el Día de la Madre, ambos volvieron para visitarla.

Hubiera podido ser el inicio de un feliz reencuentro, pero la mujer le contó a Moyano que sus dos hijos se embriagaron y terminaron matándose a disparos delante de ella. “Yo le dije a la señora: esa historia ya la escribieron, y es precisamente el tema principal de la tragedia Tebana, en la que Polinices y Eteocles (los hijos de Edipo y Yocasta) se matan por disputas no solo de ideas, sino de poder y de ambición”, recuerda el director de Teatro Tierra.

Moyano desarrolló aquella historia en un texto y la llevó a escena. En este, evoca la saga de la familia maldita de Edipo, aquel personaje mítico que mata a su padre y se casa con su madre, Yocasta, sin saber la relación que tenía con ellos. Finalmente, al enterarse de su vínculo, se extirpa los ojos.

Sus hijos, Polinices y Eteocles son los herederos al trono, pero su relación se fermenta con la peligrosa mezcla del amor y del odio. “Lo que yo he sentido en esta época es que el mundo, Latinoamérica y Colombia viven una inclinación fratricida abominable”, dice Moyano acerca de la obra ‘La maldición del rey ciego’, una coproducción con el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, que se estrena este viernes.

El rey ciego

En la pieza, con la que el Teatro Tierra celebra sus 30 años de trabajo, Moyano quiso imprimir una nueva visión, poniendo como eje el sentimiento de Yocasta y de sus hijas, Ismene y Antígona, ante el desarrollo de esta sangrienta historia. Esta decisión narrativa se refuerza con el hecho de que, actualmente, el elenco del grupo está conformado solo por mujeres, lo que le da otro nivel poético a la apuesta.

“Habitualmente se muestra el aspecto heroico, fratricida, a partir de los hombres que protagonizan la historia; pero quisimos hacerlo desde la mirada de las mujeres y también nos pareció que Yocasta no debía morir, la dejamos vivir para que fuera testigo, sufriera e intentara una mirada distinta”, dice Moyano, que tuvo referentes como Los siete contra Tebas, de Esquilo; Antígona, Edipo Rey y Edipo en Colono, de Sófocles, y Las fenicias, de Eurípides.

En escena aparecen ocho actrices y dos músicas, que le dan vida a un texto que bebe de las influencias estilísticas de las tragedias griegas, pero que al mismo tiempo parece resonar en nuestra actualidad. Es un golpe artístico que muestra que nuestras agonías y tragedias ya habían sucedido antes.

El reto para Moyano fue balancear lo clásico con un discurso que apuntara a un público contemporáneo. “Intenté aprender de la tragedia, pero también modificar los ejes narrativos; escribo de una manera que por supuesto se nutre del estilo antiguo pero al mismo tiempo busca la síntesis de la poesía contemporánea”, dice.

Raíces en el cielo

Moyano tiene sus raíces en el cielo. Suena como utopía, pero es un impulso vital. “Tener las raíces en el cielo significa tener sueños, es una vaina loca, pero si uno no se nutre de los símbolos de la poética y del drama no aguantaría”, plantea el director, en referencia a la exigente vida que significa ser artista escénico en Colombia.

Esa regla también ha acompañado a Teatro Tierra en estas tres décadas. El grupo tiene como sede una casa en los límites de La Macarena y La Perseverancia. En la parte trasera de la edificación hay un amplio patio, en el que se acomodó un planchón para ensayos. En la adecuación, el grupo tuvo que talar un árbol de quince metros, que se estaba inclinando peligrosamente hacia las casas vecinas. Como recuerdo, en el patio se conserva el inmenso corazón de la raíz del árbol y, además, se bautizó al sitio La Casa del Árbol Inverso, que curiosamente es el signo del grupo desde hace años.

La Vorágine

Y así es la vida de Teatro Tierra, llena de símbolos que se repiten y que en escena se construyen a través de la poética de los objetos. “Yo fui investigando la relación que hay entre actores y actrices con los objetos, para que a través de la interpretación que hacen de esos objetos permitan construir paisajes simbólicos, panoramas escenográficos sin escenografía que acuden a la imaginación”, dice Moyano.

En uno de los clásicos de la compañía, ‘La Vorágine’, basado en la novela de José Eustasio Rivera, el elemento primordial eran doce tablones originarios del sur del Huila, región en la que nació Rivera. En’ La montaña de los signos’, que retrata el viaje del dramaturgo francés Antonin Artaud a la sierra Tarahumara, en México, se usó una tonelada de piedras; mientras que en ‘Los cinco entierros de Pessoa’ la escenografía eran cinco mil hojas de papel en blanco, metáfora del testamento de la obra que dejó el poeta portugués.

En este caso, el objeto protagonista son 49 ladrillos, que las actrices trasladan, reubican y utilizan como base para crear efímeras arquitecturas. Esa coreografía de construcciones es un discurso secundario, pero igual de potente que el del texto.

“Hemos destruido unos cien bloques solamente probando cómo cargarlo. Hemos tenido un entrenamiento físico que permite responder al uso de ese material tan áspero, sobre todo para la cultura femenina, y ese enfrentamiento produjo un tipo de interpretación decidida y visceral”, explica Moyano.

Al comienzo, con los bloques se escribe la palabra Tebas sobre el piso, y luego se crean todo tipo de estructuras que recuerdan las construcciones de invasiones que se han erigido en las montañas bogotanas.

“Es la historia de una ciudad que yo, a veces, descubro por sus batallas insensatas en los barrios… Es como mirar Ciudad Bolívar, porque ahí uno encuentra más de un Polinices y un Eteocles”, dice Moyano, quien también señala la ironía de que a las paredes de la Casa del Árbol Inverso le faltan los ladrillos que se están rompiendo en escena.


Tomado del diario El Tiempo