“Tinder ratifica la idea de que la seducción todavía está mediada por las palabras”

Foto: Cortesía Alfaguara / Revista Arcadia

Hablamos con el escritor argentino Patricio Pron, invitado a la FILBo 2019 y ganador del Premio Alfaguara de Novela 2019 por su más reciente libro, ‘Mañana tendremos otros nombres’.

Por: Ezequiel Musaschi

Revista Arcadia

Una mujer, un hombre y un departamento en una ciudad europea que podría ser Madrid, pero también cualquier otra, le bastaron al escritor argentino Patricio Pron para componer la historia de Mañana tendremos otros nombres, una novela que puede leerse como una enorme caja de resonancias de microideologías contemporáneas: las relaciones amorosas en las grandes ciudades; las relaciones amistosas y profesionales en las grandes ciudades; la comida, el transporte, las plantas, el arte contemporáneo, los teléfonos y las drogas en las grandes ciudades.

Nacido en Rosario (Argentina) en 1975, y radicado en España desde 2008, Pron ha sido premiado en numerosas ocasiones por sus libros, pero con Mañana tendremos otros nombres ganó uno de los más prestigiosos de la lengua castellana, el Premio Alfaguara de Novela, y la distinción no solo significó para él 154 mil euros, sino también el ingreso a una destacada lista que incluye, entre otros, a Laura Restrepo, Juan Gabriel Vázquez, Sergio Ramírez y Elena Poniatowska. Antes de su llegada a Bogotá para la FILBo 2019, hablamos con él.

¿Cómo fue el proceso de escritura de Mañana tendremos otros nombres? ¿Fue muy diferente al de tus demás libros?

Tuvo algunas diferencias, sí. La principal fue que el período de documentación, a diferencia del de libros anteriores, no fue previo a la escritura del libro sino simultáneo. De hecho, cada vez que daba ese período por concluido tropezaba con un nuevo libro o una nueva serie de datos que me obligaba a revisar lo que había escrito y ampliarlo. En ese sentido, la pregunta mientras escribía Mañana tendremos otros nombres no fue qué incluir en el libro sino más bien qué no incluir para que este mantuviera el equilibrio entre el ensayo y la ficción que me había propuesto que tuviese desde el principio.

La incomunicación juega un papel importante en tus libros de diferentes formas, pero en Mañana tendremos otros nombres se nota una especie de corte radical con el pasado. ¿Por qué decidiste trasladar el problema de la incomunicación al ámbito del presente puro? Por otro lado, ¿esa es la diferencia principal entre este libro y los anteriores?

Sí. Mis libros anteriores dan cuenta del mucho pasado que subyace en el presente, pero este es el primero en el que los personajes habitan ese presente de manera absoluta, sin poder recurrir a otro pasado que el de su relación. Se trata de una diferencia importante en relación con mis otros libros. Pero no resulta tanto de una decisión consciente como de la constatación de que las transformaciones que se han producido en los últimos años en la forma de concebir las relaciones amorosas y asuntos tan sensibles como el consentimiento y la seducción han creado un abismo (otro más) entre la generación precedente y la nuestra. Ya no podemos comunicarnos con ella, las palabras con las que nombra ciertas cosas tienen significados distintos a los que les damos nosotros y esas cosas han cambiado también. Más que nunca, las personas están tratando de establecer sus vínculos amorosos sin guías ni mapas dados de antemano; de hecho, su incomunicación no es solo con la generación anterior sino también con la propia, y nuestra intimidad está llena de malentendidos. Se trata de un momento singularísimo, de enorme perplejidad para algunos, que no deja de tener antecedentes pero que es puro presente, de allí la decisión de no buscar explicaciones en el pasado en esta novela.

Algunos de los personajes de esta novela crean una especie de lengua privada a través del uso de emoticones, tal como ocurre en la vida cotidiana de casi todos nosotros. Cuando hay una lengua común en esos términos, ¿es que ya no hay necesidad de hablar?

No creo que no haya necesidad de hablar: muy por el contrario, me parece que hablar es más necesario que nunca, y, en ese sentido, no deja de ser interesante que Tinder, la aplicación más popular para la búsqueda de pareja, disponga que las personas se comuniquen por escrito después del “match”, en una ventana de chat en el que los usuarios hablan de qué desean hacer y cómo y dónde y cuándo y cuántas veces. Tinder ratifica así implícitamente la idea de que la seducción todavía está mediada principalmente por las palabras; más aún, por la palabra escrita. Pero la historia de una pareja es la historia de la lengua privada que sus integrantes crean, y esa lengua no existe en los primeros momentos, de allí que los chats de Tinder sean notables, sobre todo, por los malentendidos y la frustración que propician.

En tus textos suele aparecer la figura del escritor para cuestionar algunas convenciones en relación al oficio, y en esta novela optaste por un escritor de no ficción. ¿Por qué esa leve variación?

No es habitual que los escritores de ficción presten atención a cosas como estadísticas y datos sociológicos, que abundan en la novela y son todos reales. (Esta es la primera vez en la Historia que tenemos información, ya no acerca de lo que las personas dicen que hacen en su intimidad, sino de lo que realmente hacen; datos que proveen las propias aplicaciones de búsqueda de pareja y que nos obligan a replantearnos algunas ideas preconcebidas en torno al apego y al deseo). Pero un escritor de no ficción en busca de un tema para escribir su próximo libro (que su editora ya le ha pagado, por cierto) sí podía estar atento a esas cosas, de allí que fuera ideal para protagonizar este libro.

A veces da la sensación de que los nombres de los personajes se han convertido en un problema para la ficción contemporánea, y vos lo resolvés apelando a pronombres: Ella, Él. ¿Por qué apelaste a esa solución?

A raíz de ese problema, precisamente. Y porque la experiencia de los personajes es, por decirlo así, universal, de modo que sus nombres también debían procurar serlo. Además, van a tener nuevos nombres, por supuesto, y los anteriores no tendrán ninguna importancia.

Si convenimos que estamos ante una novela de amor, ¿en qué tradición se puede anclar Mañana tendremos otros nombres?

No parece haber de momento un consenso entre los críticos acerca de si esta es una novela de amor o no, y me gusta especialmente que así sea. Quizás podríamos decir, de manera general, que es una novela cuya representación de la experiencia amorosa la aleja de la tradición, y que, en ese sentido, no tiene ningún ancla que la lastre. En última instancia es una novela de ideas, y es en esa tradición en la que podríamos fijarla, si es que es obligatorio hacerlo.

Cuando se publicó uno de tus primeros libros, el crítico literario Martín Prieto escribió que su prosa “convoca de una vez los universos de Kafka, Carroll y de la farsa dramática de Roberto Arlt”. ¿Qué otros nombres fue incorporando a su canon con el correr de los años, contando “clásicos y contemporáneos”?

Muchos, realmente. Por entonces mis intereses eran muy específicos y fueron reemplazados por otros algo más amplios: la tradición germanoparlante, muchos norteamericanos contemporáneos, centroeuropeos, muchísima literatura escrita por mujeres, de la que yo tenía por entonces un conocimiento muy limitado, latinoamericanos, españoles, etcétera.

¿Hay algún proyecto que vertebre tu obra, algún propósito? ¿Es el mismo desde que empezaste a escribir o cambió?

Aparentemente cambió, y digo “aparentemente” porque un escritor no siempre es el mejor crítico de su trabajo. Lo que permaneció o permanece es la voluntad de, diría yo, escribir “contra” lo escrito anteriormente. Es decir, explorar territorios que no haya visitado de antemano e ir a los sitios a los que la literatura me lleve sin prestar mucha atención a otros asuntos.

En la nota introductoria a Nadadores muertos escribiste: “Lo que a menudo creemos es nuestro país nos abandona con el tiempo, pero aquello que éste realmente es nos acompaña dondequiera que vayamos”. ¿Qué cosas te siguen acompañando y cuáles te abandonaron en estos casi veinte años fuera de Argentina?

A diferencia del español rioplatense, cuya pérdida generó efectos específicos en mi trabajo sobre los que sería largo hablar aquí, todo lo que me interesa de Argentina va conmigo siempre: cientos de libros y discos, una cierta forma de mirar, un sentido del humor específico y no siempre fácil de descifrar fuera del país, un “pesimismo de la razón” y un “optimismo de la voluntad” que convierten a Argentina en el país más gramsciano del mundo, en algún sentido. Todo eso es lo que me acompaña dondequiera que vaya.


Tomado de la Revista Arcadia