Una trilogía literaria alrededor de ‘El Bogotazo’

Foto: Mauricio León / EL TIEMPO

Mirada a ‘El crimen del siglo’, ‘El incendio de abril’ y ‘La invención del pasado’, de M. Torres.

Por: Víctor Diusabá Rojas

EL TIEMPO

Con el paso del tiempo, la memoria del Bogotazo terminó siendo esto y poco más: un loco armado, un caudillo muerto, una explosión de ira popular hecha saqueos, incendios y muertos, en ese estricto orden.

No para Miguel Torres (Bogotá, 1942) y su trilogía (‘El crimen del siglo’, ‘El incendio de abril’ y ‘La invención del pasado’, Maxi Tusquets, 2019). Porque así como la proporción de los hechos de ese día aún están por establecerse, las 1.268 páginas de su obra esculcan en esa jornada de luto y sangre para permitir que él, el novelista (como dice, palabras más palabras menos, uno de sus personajes) explore en el alma humana, desnude el interior de los seres, penetre hasta lo más profundo de sus conciencias y, de paso, deje que afloren algunos de los tantos estados de la condición humana: odios, bajezas, rencor, traición, envidia, sevicia, crueldad, resentimiento, infidelidad, infamia, locura, sí, con algunos brotes de amor, ternura, compasión solidaridad e incluso alegría, pero siempre a las órdenes del dolor, el fracaso, la frustración, el miedo y la muerte.

Qué duda cabe de que el 9 de abril de 1948 fue la suma de todo aquello, más el nítido retrato de una nación enferma y a peor. Como ya lo eran los días violentos que le precedieron. Y esos muchos otros trágicos que vendrían después y que, por lo visto, siguen sumando.

Mucho se ha escrito sobre el Bogotazo. Lo nuevo y lo importante que hace Miguel Torres es poner en escena a hombres y mujeres ajenos a los círculos de poder y sin distingos de condición social, en medio de circunstancias propias de una hecatombe que los atrapa hasta impedir que decidan por sí mismos. Y nadie mejor que el dramaturgo para hacerlo con detalles que son la historia misma y con diálogos que se funden en el relato.

Bien vale entonces poner sobre la obra de Miguel Torres la fotografía de las posibles circunstancias del hecho. Ya sea para encontrar coincidencias, complementos o nuevos ángulos. Al fin y al cabo, y eso lo sabe él mejor que nadie, el 9 de abril (ese 9 de abril que seguimos siendo los colombianos) tiene aún mucho por decir y por gritar.

Amado y odiado

“Al matar a Gaitán, el hombre más importante del país, el más amado pero también el más odiado por hereje, por sedicioso y por déspota, él, Juan Roa Sierra, se volvería más importante que el muerto, se convertiría en un héroe para millones de compatriotas, pasaría a la historia por haber cumplido la sagrada misión que el destino le tenía reservada para cubrirse de gloria.” (Fragmento de ‘El crimen del siglo’)

El perfil del magnicida se proyecta sobre el libro y no al contrario. Roa va y viene como el orate, pero también como el hijo y el padre. Miguel Torres sigue sus pasos que lo llevarán al cadalso, pero también esos otros en el barrio Ricaurte, donde aún sobrevive parte de la casa en que nació y de la que salió temprano aquel día sin saber quizá que iba a enterrar a un país.

Crimen con más testigos

“El campanazo de la iglesia de San Francisco que anunciaba la una de la tarde aún resonaba en mis oídos (…) yo me estaba haciendo embolar los zapatos cuando vi aparecer por la puerta del edificio Agustín Nieto (…) al doctor Jorge Eliécer Gaitán (…) yo me desentendí de Gaitán para ocuparme del embolador (…) cuando oí dos detonaciones consecutivas…
Alfonso, historiador.” (En ‘El incendio de abril’).

¿Cuántos colombianos vieron morir a Jorge Eliécer Gaitán? Muchos más de los muy pocos que a esa hora, 1:05 de la tarde, aún permanecían en la calle, en una ciudad acostumbrada a recogerse a la hora del almuerzo. Sobre el propio suceso, la gente edificó el mito de haber sido testigo. Los testimonios obtenidos por Miguel Torres muestran otras miradas. Y, sobre todo, otras impresiones.

Un solo dolor

“Cuando iba llegando a la casa, mi mujer me salió al encuentro con el hijo en brazos y me fue diciendo: mijo, mataron a Gaitán. ¿Quién le dijo semejante bestialidad?, le pregunté. Lo acabo de oír por radio, dijo ella sin parar de llorar. Yo sentí que se me encajinaban las manos, los pies, todo el cuerpo…” (En ‘El incendio de abril’).
¿Dónde están las historias del gaitanismo raso en las horas posteriores al magnicidio? Se las llevan la tormenta que desencadena el crimen y el diluvio de esa misma tarde. El pueblo guardará ese momento para siempre.

¡A la carga!

“A mí nadie me avisó. Yo estaba sentado en una banca del parque de La Perseverancia (…) esperando a mi clientela (…) quién lo mató, cómo lo mataron, dónde lo mataron (…) Vámonos, vámonos todos (…) y nos bajamos en patota, corriendo. Mi mujer no chistó, pensé que me iba a juzgar. ¿Y qué está esperando?, me dijo, corra a ver si los alcanza.
Isaías, escribidor de La Perseverancia. (
En ‘El incendio de abril’).

El pueblo se echó a la calle, como lo hizo Isaías, sin medir consecuencias, empujado solo por el dolor. Ese sentimiento se transformaría primero en ira y, con el paso de las horas, en impotencia, expresadas ambas de mil formas distintas. Y casi siempre sin un norte. Gaitán había advertido la posibilidad de que lo mataran, pero nunca dijo qué hacer si él llegaba a faltar.

El saqueo

“Yo andaba con mi machete y me junté a unos vergajos volados de una cárcel que estaban rompiendo la vitrina de un almacén que queda por la carrera 13, en La Capuchina (…) Yo me hice a un radio nuevecito, un Phillips de dos bandas…
Cipriano, zapatero”.

(En ‘El incendio de abril’).

El 95 % de los saqueos se localizó en las zonas de incendios, fueron afectados 640 establecimientos con pérdidas en mercancías de 25’726.769 pesos, lo que dejó cesantes a 2.035 empleados (Jacques Aprile-Gniset, 1983 y ‘El Espectador’ 1948), citado en ‘Impacto de El Bogotazo en la actividad residencial y en los servicios de alto rango del centro de Bogotá’, de Amparo de Urbina González y Fabio Zambrano Pantoja, Universidad Nacional.

El otro golpe

“El doctor (Laureano) Gómez se paseaba impaciente de un lado a otro de la oficina. Finalmente logré que el doctor Ospina Pérez pasara al teléfono y le hice una señal al doctor Gómez, quien tomó el aparato (…) Presidente, dijo con firmeza, allá van los generales. Hágame el favor y les entrega el poder inmediatamente. Es una cosa de vida o muerte (…) Ospina Pérez dijo algo que no fue de su agrado…
Capitán Cubillos, Escuela Militar de San Diego” (
En ‘El incendio de abril’).
Laureano, el otro golpista que lo intentó el 9 de abril del 48. También fracasó.

El fuego

“Bastan unos pasos para que los resplandores del hotel Regina se mezclen con aquellos que despiden las edificaciones dominadas por el fuego abajo de la parroquia de la Veracruz (…) Es una calle angosta y el calor me obliga a aligerar el paso.
Anna, mientras busca a Francisco, desaparecido para siempre el 9 de abril”. (En ‘La invención del pasado’)

Las zonas más afectadas por saqueos, incendios y ataques al tranvía las localizadas entre las calles 10 y 13, las carreras cuarta y 13; y la carrera séptima desde el parque Santander hasta la calle 22. Así como las tres manzanas ubicadas entre las calles 11 y 14, y las carreras sexta y séptima.

Un dato curioso: en el avalúo de las construcciones incendiadas hechas por el catastro de Bogotá se incluyó también el valor de la tierra, como si ella hubiera sido incendiada también.

El 15 de abril se creó una Junta Informadora de Daños y Perjuicios. Los incendios afectaron 136 construcciones. Siete de ellas eran oficiales, doce pertenecían a instituciones no gubernamentales y el resto eran de privados.
Citado también en ‘Impacto de El Bogotazo en la actividad residencial… ‘

Víctor Diusabá Rojas*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
* Periodista y escritor. Su libro más reciente (2018): ‘Los beatos mueren a las cinco’, de Ediciones B.


Tomado del portal del diario EL TIEMPO