¡Viejo es el sol y todavía alumbra!

Foto: Carátula de "El hombre que hablaba de Marlon Brando" de JJ Junieles. Cortesía de Planeta.

Leyendas, suspenso, misterio, amor, y la vida de Brando en Cartagena de Indias, entre muchas otras cosas, en “El hombre que hablaba de Marlon Brando,” la última novela de J.J Junieles.

POR FERNANDO LINERO

La belleza de Cartagena de Indias está en la eternidad aparente de sus calles, en el efluvio de algas y de mar que se va sudando lánguida y mansamente cuando se las recorre. Está en el agobio que despide tanta cosa caída, sus tapias corroídas y sus huertos erizados de maleza. Pero hay algo secreto y es que no deja de lucir real, hermosamente real, a pesar de lo sombría.

Junieles nos entrega en esta novela una gran fotografía en blanco y negro: caserones antiguos, construcciones de piedra y de ladrillo que animan la idea de niñez y añoranza, con sus soñadas historias de asesinos, de destierros y traiciones. Todo desmoronándose. Un paisaje donde ningún esfuerzo alcanza para borrar del pasado sucesos, que se han clavado profundamente en el corazón de los personajes.

No es casual que el tema sea acerca de una película; el cine ha sido uno de los temas que han robado la atención de Junieles. No hay que olvidar que la primera novela que publicó en 2002 se llama ‘Hombres solos en la fila del cine’; algo nos dice que uno de esos hombres era él mismo, ejerciendo su afición al proyector.

El vínculo estrecho que existe entre el cine y la ciudad de Cartagena viene desde los años treinta, con las películas mexicanas que se exhibían en los 29 teatros que llegó a tener hacia mediados de la década del cincuenta. Esta relación adquiere otros visos y se hace más evidente, cuando a principios de los años sesenta los productores del mundo vuelcan sus ojos sobre esa parte de su arquitectura colonial, sus fachadas y murallas históricas, vestigios propicios para enmarcar sus producciones.

Como efecto de eso, por sus calles han transitado, entre muchas otras estrellas, la princesa de Mónaco, Grace Kelly, Rita Hayworth, Roman Polanski, Sharon Tate, Jack Nicholson, Javier Bardem, y los directores Fassbinder y Bernardo Bertolucci.

Es dentro de este contexto donde tiene cabida la magnífica crónica, relato, historia o guion de “El hombre que hablaba de Marlon Brando”. Así pues, esta ficción es producto, de alguna manera, de lo que ha quedado en el imaginario de la ciudad después de los cientos de películas allí rodadas y de la gran cantidad de anécdotas y recuerdos curiosos que sobre ellas, hasta el cansancio, cuentan los locales.

En realidad, la historia de la filmación del proyecto Quemada es casi que una excusa para traer al escenario a esos personajes secundarios, sin los cuales no es posible montar todo el andamiaje que exige el rodaje de una película; protagonistas en la sombras, pero habitantes de un mundo tan verídico y lleno de interés como el de aquellos perseguidos por las luces.

Hechos ciertos se confunden con la ficción y así van gestándose historias acaso más reales que aquellas que verdaderamente ocurrieron. Cuentos que hacen parte de los recuerdos de Junieles. No de los que él haya podido vivir en carne propia, porque por su edad no es posible. Me refiero a esos heredados del decir de las gentes, esos recuerdos de otros que se han ido aposentando en su memoria de tal modo, que cuando nos los cuenta, como es el caso, tienen la apariencia de haber sido efectivamente vividos por él. Cuando apunta el reflector, también deja percibir rincones del escenario que viven la tragedia. Uno de ellos, el de la juventud que ve en el futuro un horizonte desierto, envenenada por anhelos donde sólo pervive el sueño de escapar algún día de ese pantano azotado por la descomposición política y por el acoso de la religión.

Esta novela es la historia de Giuseppe Tomassi, el hombre que hablaba de Marlon Brando, ese partisano italiano, cuyo abuelo había pescado una ballena con un solo cordel. Él es culpable, de algún modo, de la evolución de los acontecimientos, con su grandísima nostalgia que le hace volver; ese sino del destino que lo conmina al retorno, sin sospechar que allí estaba lo peor: su impensada muerte.

También es la historia de Evangelina Saumeth, entrañable criatura que nos recuerda los encantos malditos de Remedios la bella. Es ella el personaje soporte, en torno del cual gravitan todos los demás, incluido el de el mismo Marlon Brando. Alrededor de su esplendor que trastorna, revolotean el amor adolescente de Tomassi, el amor incestuoso de María de los Ángeles con su hermano el cura Fabrizio, el amor ocasional del doble de Brando y el amor por conveniencia de Cesareo Reyes, el empresario a quien persiguió con el recuerdo de su muerte hasta el final de sus días. Todos sucumben en ese pantano farragoso de las pasiones clandestinas cuando conocen a Evangelina Saumeth. Hasta el mismo lector termina enamorándose de ella con un amor triste. Uno de los íconos de la novela es su cadáver hermoso de diva, flotando en las aguas de la bahía de San Lázaro, símbolo de la infelicidad, del amor imposible y del destino ambiguo de los hombres.

La Luciérnaga, nombre con el que se le conocía en los espacios donde actuaba cantando, nos aporta los mejores referentes de la banda musical de esta novela, en la que escuchamos, -además de las consabidas melodías (Tito Puente, Héctor Lavoe, Benny Moré…) que se escurren entre los portones, cuando el sol desaparece y piadosamente deja de flagelar las barriadas deformes y fallidas- desde el Ave María de Shubert, hasta boleros inmortales como la joya de Ernesto Duarte Cómo fue o Espérame en el cielo corazón, del puertorriqueño Paquito López Vidal, que para mi juicio es el leit motiv de la tira musical.

Otro protagonista es el periodista Santiago Barón, un columnista que se gana la vida del rebusque, del que uno supone es el alter ego del autor y al que corresponde, por encargo de Tomassi, escribir la crónica. Removiendo el pasado, sin la conciencia de que eso puede ser peligroso, se ve atrapado por el afán de contar una historia dispersa vecina de la esencial, la del rodaje del filme. Todos sabemos que, por la corrupción tan grande que existe en Colombia, para un periodista serio, casi todos los temas son peligrosos: el ejercicio de la política, la administración pública, etc. porque le toca ejercer el trabajo que no hace la justicia: investigar.

Es el caso de nuestro reportero, quien se entrega con todo el entusiasmo, y acaso también con una morbosa curiosidad, a indagar sobre la vida y la muerte de Evangelina, la heroína de la historia. Así se encuentra con la desaparición de Mariela Escalante, y la enigmática conexión que ésta tiene con el crimen de Evangelina, ocurrido más de cuarenta años atrás. Con sus pesquisas es el encargado de aportar una pincelada de suspenso que nos recuerda las historias de Chandler y Simenon.

El componente principal es la añoranza expuesta desde distintos ángulos, lo que provoca que la sacudida del azar sea abrumadora durante todo el desenvolvimiento de la trama. Sin embargo, Junieles sabe compensar la pesada carga de evocación con una especie de optimismo, un regocijo espontaneo que emana de sus personajes, no obstante la intriga de amores fallidos y extrañas muertes. Así logra la fuerza y el equilibrio necesarios para que el lector no se desanime.

Otro de los atractivos de la novela es su adhesión a la buena palabra; a esa que se deja degustar por lo abierta y franca, la del Caribe, la más cotidiana, la sardónica y aguda, la de los dichos populares cargados de sabiduría; la que se cuela entre los intersticios de las cosas para, sin consideración alguna, como un puñetazo, conectarnos con la realidad. La que nos reconcilia con la música del idioma: ¡Viejo es el sol y todavía alumbra! En algunos pasajes, y en especial esos que surgen de las pesadillas de la que habla dormida, es evidente la relación que el autor ha tenido con la poesía. No de otro modo se llega a alcanzar ese tono tan entrañable y contrito que conmueve al lector. Es este uno de los logros más significativos de la novela: el tratamiento del lenguaje.

“Yo no soy más que un lector que escribe”, expresa J. J. Junieles en una entrevista, y eso revela algo de la madera de este prestidigitador, que ganó el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá (2002) y fue escogido por el Hay Festival de Literatura en la primera lista del proyecto Bogotá 39 en 2007, entre otros reconocimientos. De acuerdo con otro perfil, el autor ejerce el periodismo a través de crónicas en varios medios y columnas de opinión en el portal Huffington Post. Sueña con ver en la pantalla su primer guión de largometraje de ficción, “Las guitarras de la noche”, basado en tres de sus cuentos, y que narra la historia picaresca de dos obreros de construcción, que de noche también se rebuscan como músicos en una Bogotá nocturna en la que viven muchas aventuras.

El talante de Junieles está más allá de esas tendencias de transformación y experimentación de los años setenta y ochenta, que tanta relevancia han tenido para los narradores colombianos contemporáneos. En un país que se extravía en la anarquía del terrorismo, logra desmarcarse del sello casi obligado del conflicto armado, sin dejar por esto de mostrarnos otras formas de la violencia, con una voz colmada de una alta sabiduría que sin embargo permanece en el contexto de lo más cotidiano.

*Fernando Linero (1957) estudió filosofía y letras en la Universidad de La Salle y música en la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá). Ha publicado los libros de poesía: “Sonata del Sonámbulo”, “La risa del Saxo”, y 2Palabras para el hombre”, entre otros. Vive en Santa Marta, Colombia.


Tomado del portal de la Revista Arcadia