Vladimir Putin: la resurrección del zar

Foto: El referéndum en Rusia le dio el visto bueno a la posibilidad de que Putin se mantenga en el poder hasta 2036. Muchos consideran que es repetir de la historia del Imperio ruso y de los Románov / SERGEI ILNITSKY. EFE

El actual presidente ruso es ahora el gobernante más poderoso en la historia reciente de su país.

Por: Leopoldo Villar Borda

EL TIEMPO

Cuando se abren las enormes puertas doradas para dar paso a Vladimir Putin hacia los majestuosos salones del Kremlin, la ciudadela medieval que ha sido el centro del poder ruso desde hace 1.200 años –con excepción de los dos siglos en que San Petersburgo fue la capital del imperio–, es fácil imaginar que así recorrió esos imponentes claustros Nicolás II, el zar sacrificado con su familia por la revolución bolchevique en Ekaterimburgo, en la fatídica noche del 17 de julio de 1918.

El hombre que hoy gobierna desde allí la nación más extensa del mundo, reconocida, además, como la segunda potencia militar y uno de los grandes poderes económicos del planeta, no se parece en su aspecto ni en su atuendo al último de los zares.

(Le sugerimos leer: Así es como Putin pavimenta camino para estar en el poder hasta 2036)

Tiene un físico menudo, una estatura inferior a la media de sus compatriotas y un rostro inexpresivo y reservado. Viste por lo general traje y corbata, a la manera de los burócratas. Su presencia no revela la ambiciosa y enérgica personalidad que lo ha llevado a emular, con un siglo de distancia, al último de los monarcas rusos.

Esa presencia dista mucho de la de Nicolás II, que vestía el uniforme del Ejército Imperial como soberano de todas las Rusias, pero era un hombre amable, tolerante y aun ingenuo, hasta el punto de que su incapacidad contribuyó a la caída del imperio y el triunfo de la revolución de 1917.

Pero, a pesar de estas diferencias, lo que Putin está protagonizando parece la repetición de una historia que sigue siendo objeto de estudio y todavía seduce a muchos habitantes de aquella enorme nación: la del Imperio ruso y, sobre todo, la de la legendaria dinastía de los Románov, que rigió durante 300 años e hizo de aquel uno de los más vastos y formidables dominios de los que tiene memoria la humanidad.

El Estado soy yo

De un solo plumazo, Putin se convirtió el 4 de julio pasado en el gobernante más poderoso de su país en los tiempos recientes y aseguró su reelección hasta 2036, con lo cual superó de sobra a Nicolás II y también a los jerarcas que ejercieron el poder absoluto en la época soviética.

Entre los casos de estos últimos, solo dos se aproximan al suyo: el de José Stalin, quien dirigió con puño de hierro a la Unión Soviética durante casi dos décadas, entre 1924 y el día de su muerte en 1953, y el de Leonid Brezhnev, quien gobernó entre 1964 y 1982, también hasta su muerte.

(Además lea: Los títeres millonarios de Vladimir Putin)

El decreto firmado por el presidente ruso fue la culminación de un plan por el cual, a semejanza de los procesos electorales que se realizaban en la era comunista, las decisiones tomadas de antemano por el poder central fueron ‘legitimadas’ en forma dudosa por la votación popular.

El pueblo ruso fue convocado para pronunciarse entre el 25 de junio y el primero de julio en un referéndum sobre un amplio paquete de reformas constitucionales que refuerzan la autoridad del jefe de Estado y le sirven para atornillarse en el cargo.

El resultado, verificado por la Comisión Electoral adicta al régimen, fue casi tan contundente como los de las elecciones que se efectuaban bajo el régimen comunista: de un total de 74 millones de votantes, cerca de 58 millones optaron por el sí y 15 millones lo hicieron por el no, de modo que Putin obtuvo un respaldo superior al 78 por ciento.

La organización independiente Golos (La Voz, en ruso) denunció que la celebración del referéndum estuvo plagada de suficientes irregularidades para dudar de su transparencia. Entre ellas, mencionó la del voto múltiple, la violación del secreto que debe amparar al elector y la imposición a muchos votantes de la obligación de depositar sus sufragios en sus lugares de trabajo y bajo la vigilancia de sus jefes.

Todo esto fue ignorado por Putin, por la Duma (parlamento), en la que domina su partido Rusia Unida, y por el Tribunal Constitucional, que también le es adicto.

Garrote y zanahoria

La nueva norma que le permitirá a Putin buscar la reelección por dos sexenios, a partir de 2024, cuando terminará su actual período, es la más importante del paquete incorporado a la Constitución por el referéndum sancionado el 4 de julio, pero no es la única.

Otra determina que solo podrán ser candidatos a la presidencia quienes hayan residido en el país en los 25 años anteriores a la elección, lo cual elimina a los principales opositores del actual mandatario.

Entre ellos están Alexei Navani, quien permaneció varios años en Estados Unidos para cursar estudios en la Universidad de Yale, y Mijail Jodorkovski, quien actualmente se encuentra en el extranjero.

Combinando el garrote con la zanahoria, se incluyó en el paquete una serie de medidas encaminadas a satisfacer a distintos sectores. En favor de los más pobres se consagró la indexación de las pensiones y el aumento del salario mínimo.

Para atraer a los más conservadores se reafirmó ‘la fe en Dios’ y se estipuló la legitimidad del matrimonio entre un hombre y una mujer.

Para complacer a los nacionalistas se consagró el ruso como el idioma oficial del enorme y diverso país, aunque en él se hablan más de 30 lenguas, como el tártaro, el buriato y el tabasarán. Además, se dispuso que la ley rusa prevalecerá sobre cualquier otra.

Nicolás II también hizo uso del garrote y la zanahoria con la intención de salvar su imperio. El 9 de enero de 1905 pasó a la historia rusa como el ‘Domingo sangriento’, porque ese día, la Guardia Imperial disparó contra una multitud de manifestantes que se dirigían al Palacio de Invierno en San Petersburgo para presentar al zar una serie de reivindicaciones.

Esto dio lugar a una serie de disturbios y levantamientos conocidos como la Primera revolución rusa, preludio de la de 1917.

Dando marcha atrás en el uso de la mano dura, el zar hizo después varias concesiones, incluyendo entre ellas la instalación de la Duma o primer parlamento ruso, la instauración de la libertad de prensa y una amplia amnistía para los participantes en los desórdenes, pero nada de esto impidió el desgaste del régimen.

A esto se añadieron los reveses de las tropas rusas en la Primera Guerra Mundial, los cuales contribuyeron a crear el ambiente favorable al triunfo de los bolcheviques.

‘Voto de confianza’

A diferencia de Nicolás II, en el horizonte de Putin no se vislumbra ninguna circunstancia que pueda poner en peligro su poder absoluto sobre Rusia, pero esto no significa que todos los vientos soplen a su favor. El país enfrenta serios problemas económicos, agravados por la caída de los precios del petróleo y la pandemia del covid-19.

El propio mandatario lo reconoció así al interpretar el resultado del referéndum como “un voto de confianza” para mejorar la situación de las familias rusas, cuyos ingresos se han deteriorado en los últimos años.

Aun con las dudas que rodearon todo el proceso de la reforma constitucional, su aprobación proporciona a Putin un espacio para adoptar medidas impopulares, como la de subir los impuestos, con el fin de contrarrestar la situación.

Cualquier mejora que logre impulsar en el nivel de vida de una población que ha sufrido la pobreza y la inseguridad desde hace muchos años, y con especial intensidad después del derrumbamiento de la Unión Soviética, le servirá para afianzarse en el poder.

(Le puede interesar: ‘Mientras yo sea presidente, no habrá matrimonio homosexual en Rusia’)

No ocurre lo mismo en el escenario internacional, donde el régimen de Putin enfrenta diversas dificultades. Sus relaciones con la Alianza Atlántica (Otán), la Unión Europea y Estados Unidos han sido tensas desde la anexión de la península de Crimea en 2014, que le ganó una cascada de sanciones diplomáticas y económicas de las potencias occidentales.

Su intervención en Siria en favor de su aliado, el presidente Bashar al Asad, ha comprometido al ejército ruso en un conflicto que equivale a un callejón sin salida.

‘Falsos positivos’ afganos

Por otra parte, las relaciones de Rusia con los Estados Unidos no han dejado de ser turbulentas, a pesar de los frecuentes acercamientos de Putin a Donald Trump. Todavía hay resquemor en amplios sectores de la opinión estadounidense por las acusaciones de injerencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016, precisamente para favorecer a Trump.

Más grave todavía es el escándalo ventilado en días recientes por las supuestas recompensas rusas a los talibanes para matar soldados estadounidenses y británicos en Afganistán, las cuales, según medios tan prestigiosos como The New York Times y The Washington Post, resultaron en la muerte de un número indeterminado de militares de ambos países.

La revelación de estas supuestas bajas, que se pueden denominar como ‘falsos positivos’ en la guerra de Afganistán, mantiene ocupados a los servicios de inteligencia occidentales desde hace varias semanas y ha generado la adopción de medidas adicionales de seguridad por parte de las fuerzas involucradas en el conflicto.

Putin tiene el camino despejado para gobernar más que Stalin

UE le pide a Moscú investigar ‘irregularidades’ alegadas en plebiscito

Aunque los rusos niegan la veracidad de la versión y Trump la calificó como otro ejemplo de fake news, en el Congreso de Estados Unidos no se piensa lo mismo.

Con el propósito de esclarecerla, una comisión parlamentaria realizó audiencias a puerta cerrada con los jefes de los servicios de inteligencia, y la demócrata Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, calificó el hecho como una amenaza que justifica adoptar nuevas sanciones contra Rusia.

A lo anterior se agrega el litigio que Washington tiene casado con Moscú por el apoyo ruso a Venezuela, Cuba y Nicaragua, otro ingrediente explosivo de la complicada relación de Rusia con Estados Unidos durante la era de Putin. Son dolores de cabeza que no tuvo Nicolás II porque su política exterior no se extendió más allá de Europa y Asia.

LEOPOLDO VILLAR BORDA
PARA EL TIEMPO


Tomado del portal del diario EL TIEMPO