24 de enero: Domingo de la Palabra de Dios

El Papa Francisco estableció el III Domingo del Tiempo Ordinario para dedicar un día completamente a la Palabra de Dios. Este año es celebrada el 24 de enero y el tema es tomado de la Carta de San Pablo Apóstol a los Filipenses: ¡Mantengan firme la Palabra de la Vida! (cf. Fil 2, 16).

La fecha  se celebra entre el día en que la Iglesia recuerda sus relaciones con el pueblo judío y la semana de oración por la unidad de los cristianos.

Durante su primera edición, en la Basílica de San Pedro, se utilizó el mismo atril que presidía las reuniones del Concilio Vaticano II y tras las lecturas se entronizó el Evangelio ante el altar.

El Papa quiere que este domingo se utilicen signos visibles que ayuden a resaltar la  importancia de la Palabra de Dios, por ello se pueden realizar diversas celebraciones como la entronización de las Sagradas Escrituras, la bendición de las Biblias o entrega de las mismas.

El año pasado, el Papa regaló 60 biblias a personas que representaron distintas categorías. Entre ellos, el científico italiano Antonino Zichichi y el centrocampista de la Roma Nicolò Zaniolo, una de las promesas del fútbol italiano.

El Papa Francisco presidirá la Sagrada Eucaristía a las 10:00 horas (Hora de Roma) desde la Basílica de San Pedro y en cada parroquia se hará una celebración especial según lo dispuesto en cada comunidad.

Celebración en casa

El Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización ha dispuesto un subsidio para la celebración de este día en los templos y también en los hogares. Entre las propuestas para la celebración están el rito de acogida de la Palabra de Dios en familia que presentamos a continuación:

Durante el Domingo de la Palabra de Dios, toda la familia se reúne alrededor de la mesa principal de la propia casa, donde se colocan el crucifijo, un icono de la Virgen, una vela y la Biblia.

Uno de los miembros de la familia enciende la vela y dice:
– Luz de Cristo
Todos responden:
– Demos gracias a Dios

A continuación, otra persona (se puede dividir el texto en varias personas) recita la siguiente oración:

Ven, Espíritu Santo, dentro de mí, a mi corazón y mi mente.
Concédeme tu inteligencia, para que pueda conocer al Padre meditando la palabra del Evangelio.
Concédeme tu amor, para que también hoy, impulsado por tu palabra, te busque en los hechos y en las personas que he encontrado.
Concédeme tu sabiduría, para que sepa revivir y juzgar, a la luz de tu palabra, lo que he vivido hoy.
Concédeme perseverancia, para que pueda penetrar pacientemente el mensaje de Dios en el Evangelio.
Santo Tomás de Aquino.

Todos responden:
– Amén.

Un miembro de la familia toma la Biblia, la abre y comienza a leer el siguiente pasaje: Mateo 13, 1-9. “Parábola del sembrador”.

Escuchad la palabra del Señor del Evangelio según San Mateo:
Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló muchas cosas en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta. El que tenga oídos, que oiga».

Todos los miembros de la familia besan el Libro de la Sagrada Escritura.

Sigue un momento de silencio, de meditación sobre el texto que se acaba de escuchar y de oración personal.

Luego una persona lee el siguiente comentario:
Jesús cuenta a una gran multitud la parábola —que todos conocemos bien— del sembrador, que lanza la semilla en cuatro tipos diferentes de terreno. La Palabra de Dios, representada por las semillas, no es una Palabra abstracta, sino que es Cristo mismo, el Verbo del Padre que se ha encarnado en el vientre de María. Por lo tanto, acoger la Palabra de Dios quiere decir acoger la persona de Cristo, el mismo Cristo.
Hay distintas maneras de recibir la Palabra de Dios. Podemos hacerlo como un camino, donde en seguida vienen los pájaros y se comen las semillas. Esta sería la distracción, un gran peligro de nuestro tiempo. Acosados por tantos chismorreos, por tantas ideologías, por las continuas posibilidades de distraerse dentro y fuera de casa, se puede perder el gusto del silencio, del recogimiento, del diálogo con el Señor, tanto como para correr el riesgo de perder la fe, de no acoger la Palabra de Dios. Estamos viendo todo, distraídos por todo, por las cosas mundanas.
Otra posibilidad: podemos acoger la Palabra de Dios como un pedregal, con poca tierra. Allí la semilla brota en seguida, pero también se seca pronto, porque no consigue echar raíces en profundidad. Es la imagen de aquellos que acogen la Palabra de Dios con entusiasmo momentáneo pero que permanece superficial, no asimila la Palabra de Dios. Y así, ante la primera dificultad, pensemos en un sufrimiento, una turbación de la vida, esa fe todavía débil se disuelve, como se seca la semilla que cae en medio de las piedras.
Podemos, también —una tercera posibilidad de la que Jesús habla en la parábola—, acoger la Palabra de Dios como un terreno donde crecen arbustos espinosos. Y las espinas son el engaño de la riqueza, del éxito, de las preocupaciones mundanas… Ahí la Palabra crece un poco, pero se ahoga, no es fuerte, muere o no da fruto.

—la cuarta posibilidad— podemos acogerla como el terreno bueno. Aquí, y solamente aquí la semilla arraiga y da fruto. La semilla que cae en este terreno fértil representa a aquellos que escuchan la Palabra, la acogen, la guardan en el corazón y la ponen en práctica en la vida de cada día.
La parábola del sembrador es un poco la “madre” de todas las parábolas, porque habla de la escucha de la Palabra. Nos recuerda que la Palabra de Dios es una semilla que en sí misma es fecunda y eficaz; y Dios la esparce por todos lados con generosidad, sin importar el desperdicio. ¡Así es el corazón de Dios! Cada uno de nosotros es un terreno sobre el que cae la semilla de la Palabra, ¡sin excluir a nadie! La Palabra es dada a cada uno de nosotros. Podemos preguntarnos: yo, ¿qué tipo de terreno soy? ¿Me parezco al camino, al pedregal, al arbusto? Pero, si queremos, podemos convertirnos en terreno bueno, labrado y cultivado con cuidado, para hacer madurar la semilla de la Palabra. Está ya presente en nuestro corazón, pero hacerla fructificar depende de nosotros, depende de la acogida que reservamos a esta semilla. A menudo estamos distraídos por demasiados intereses, por demasiados reclamos, y es difícil distinguir, entre tantas voces y tantas palabras, la del Señor, la única que hace libre. Por esto es importante acostumbrarse a escuchar la Palabra de Dios, a leerla. Y vuelvo, una vez más, a ese consejo: llevad siempre con vosotros un pequeño Evangelio, una edición de bolsillo del Evangelio, en el bolsillo, en el bolso… Y así, leed cada día un fragmento, para que estéis acostumbrados a leer la Palabra de Dios, y entender bien cuál es la semilla que Dios te ofrece, y pensar con qué tierra la recibo.
La Virgen María, modelo perfecto de tierra buena y fértil, nos ayude, con su oración, a convertirnos en terreno disponible sin espinas ni piedras, para que podamos llevar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos.
Papa Francisco, Ángelus, 12 de julio de 2020

Después del comentario todos recitan juntos la oración de Jesús:
– Padre nuestro…

Al final de la oración, la persona que ha encendido la vela coge la Biblia y hace la señal de la cruz, bendiciendo a toda la familia con la Sagrada Escritura.
Se apaga la vela, diciendo:
– Quédate con nosotros, Señor, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.