“A los 70 no se construye obra ni carrera, se escribe por placer”

Foto: Ian Manook, en Barcelona, el pasado mes de junio. CONSUELO BAUTISTA

Ian Manook dice adiós a Yeruldelgger, su sarcástico detective mongol, en una novela que denuncia cómo una conocida marca de ropa está destruyendo la estepa

Por: Laura Fernández

EL PAÍS (ES)

an Manook no se llama Ian Manook. Tampoco, como su famoso detective, vive en Mongolia. Ian Manook es Patrick Manoukian, un periodista y editor francés a punto de cumplir los 70 años que un buen día hizo una apuesta con su hija: escribiría cuatro novelas. Tal vez alguna triunfase. Acababa de jubilarse y le apetecía escribir. Había publicado un par de libros de viajes. Fascinado por Mongolia, decidió que uno de esos cuatro libros sería una novela negra y que su protagonista sería un detective mongol. Le llamaría Yeruldelgger. Yeruldelgger iría a caballo y viviría en la estepa, un lugar que es como un pueblo enorme, en el que todo el mundo lo sabe todo de todo el mundo, y en el que ves durante días cómo se te acerca quien sea que pretenda visitarte. O en el que puedes contemplar, también durante días, como un alguien sigue a otro alguien. La novela, Muertos en la estepa (Salamandra), fue un éxito. Y no solo por el vasto, inhóspito y atractivo paisaje, sino sobre todo por la aventura – las novelas de Manook, lo dice él mismo, son novelas de aventuras “que acaban como westerns” – y un sentido del humor deliciosamente cáustico.

“Para mí escribir es una manera de compartir mis viajes”, dice. Es un día de finales de junio. Manook está de paso por Barcelona. Aprovecha cualquier descanso en su apretada agenda de promoción para escribir. Desde que Yeruldelgger le convirtió en escritor a tiempo completo, un escritor apasionado que está recopilando, en forma de series de noirs, los viajes que más le han impactado, extrayendo el país de su propia peripecia y eligiéndolo para darle una nueva vida, ha escrito casi una decena de novelas, entre ellas una trilogía islandesa que podría acabar en Nueva Zelanda. Nueva Zelanda es, como Islandia y Mongolia, uno de esos países que le llamó en exceso la atención. Supo, nada más pisarlo, que quería hablar de él. Recopilar recuerdos que luego se convertirían en escenas de algún tipo de novela. Porque Manook nunca se documenta, todo lo que se lee se basa en su propia experiencia. Quizá por eso dice que necesita tener un feeling especial con el lugar, “que ocurra algo en él que me llame especialmente la atención”.

Cuando se puso a escribir la serie de Yeruldelgger, que ha cerrado con La muerte nómada (Salamandra), lo hizo porque le fascinó la manera en que vivían los tres millones y medio de habitantes de Mongolia, ese país encajonado entre Rusia y China, que “casi no existe”. No tenía ninguna pretensión más que la de contar una historia. “A los 70 no se construye obra ni carrera, se escribe por placer”, dice. Se considera un afortunado porque no siente ningún tipo de presión. Las novelas arranca con una imagen “potente” en la que a veces lleva “años” pensando y luego se desarrollan sin más, hilando recuerdos con desarrollo de personajes. “Surgen un puñado de historias que luego mezclo para darle un sentido”, asegura. Cuando piensa en la arquitectura de sus novelas, piensa en la Torre Eiffel: un cruce metálico erigiéndose en busca de sentido. La imagen potente, el tema de fondo de La muerte nómada es, evidentemente, el nomadismo que, dice, está empezando a desaparecer, y no por culpa del cambio climático. Esa es solo la excusa.

Detrás de la novela hay una crítica feroz a una multinacional del textil que ha dado a los pastores de Mongolia algo mejor que hacer con cierto tipo de cabras no trashumantes que está acabando, por un lado, con el paisaje de la estepa y, por otro, con una cultura milenaria que era también una forma de subsistencia climática. La multinacional en cuestión, Manook no teme señalarla, es United Colors of Bennetton. Hay un tipo de cachemir que se fabrica, dice el escritor, “con las barbas de un tipo de cabra que no necesita moverse del sitio”, y lo que ha ocurrido es que los pastores, que antes tenían rebaños de todo tipo de cabras y permitían “que el ecosistema se recuperara de su paso”, crían el doble o el triple de cabras de este tipo para poder ganar más dinero, y sin darse cuenta, “están destruyendo una forma de vida”. Pese a todo, cree que cuando se habla del fin del nomadismo “no se es justo, porque no se mencionan las causas reales”.

Sea cual sea el caso, Patrick Manoukian quería despedirse de Yeruldelgger regalándole un caso – o varios encadenados – a la vez delirante y reparador, que “no tiene nada que ver con los anteriores”. Consciente de que en la última entrega – la segunda, Tiempos salvajes (también en Salamandra) – había hecho sufrir sobremanera al detective – “lo perdió todo, no era justo” –, ha querido recomponer los pedazos que de él quedaban para entregárselo, de alguna manera, al paisaje que le vio nacer. “Quería darle otro final, uno no tan triste, porque creo que se lo merece”, dice. Lo que leamos a partir de ahora firmado por Manook no transcurrirá en Mongolia. Pero seguiremos leyéndole, porque está en mitad de tres libros ahora mismo y tiene al menos otros 10 en mente. “Siempre que tengo una idea, escribo las 30 primeras páginas, y ahora mismo tendré unas 10 o 12 de esas 30 primeras páginas”. El amante del noir viajero está de suerte.


Tomado del portal del diario EL PAÍS (ES)