Black Sabbath: cómo cuatro parias de Birmingham crearon una nueva religión, el ‘heavy metal’

Foto: Black Sabbath en 1970, el año en el que editaron su primer disco: (de izquierda a derecha) Bill Ward, Tony Iommi, Ozzy Osbourne y Geezer Butler.CHRIS WALTER / WIREIMAG

Hace 50 años una serie de accidentes y locas decisiones llevó a unos chavales a fundar un género que todavía hoy sigue convocando a miles de personas

Por: Carlos Marcos

EL PAÍS (ES)

Tenía 18 años y un empleo en una fábrica de montaje de su ciudad, la oscura e industrial Birmingham (Inglaterra). Su trabajo consistía en soldar piezas. Lo hacía sin ninguna motivación, esperando a que llegase el viernes para salir a tocar la guitarra con su banda. Aquel día un compañero que manejaba una soldadora eléctrica no apareció. “Tony, tú ocuparás su sitio”, le dijeron. La máquina tenía una pequeña guillotina, afilada, para cortar piezas de metal. A los pocos minutos de iniciar su turno, Tony puso su mano derecha cerca del filo y ¡zas! Un dolor espantoso. “Me quedé sin los dedos. Se quedaron colgando y yo mismo me los quité”, ha recordado en alguna ocasión. Cuando llegó al hospital le quitaron los huesos dañados y le dieron la noticia: “Olvídate de tocar la guitarra. Para ti se ha acabado”.

Tony cayó en una depresión. Se encerró en su casa, acumulando latas de cerveza. Un día recibió la visita del capataz de la fábrica, que le regaló un disco de Django Reinhardt, el talentoso guitarrista belga de jazz. Reinhardt perdió dos dedos en un incendio, tragedia que no le impidió tocar el instrumento. Animado por este ejemplo, Tony buscó un remedio casero para contradecir a los médicos. La mano dañada era la derecha. Él era zurdo, así que aquellas yemas de los dedos que le faltaban cumplían una función básica: moverse por el mástil de la guitarra, entre trastes y cuerdas. Con el plástico de una botella de lejía se fabricó unos dedales para los dedos mutilados. Por encima les pegó unos trozos de cuero, para afianzar el agarre. Tuvo que aflojar la tensión de las cuerdas de la guitarra para poder tocar con comodidad. Y lo consiguió. Cincuenta años después las revistas de guitarra todavía desarrollan acalorados debates sobre esos riffs pesados y profundos. Su nombre es Tony Iommi, el guitarrista que creó el heavy metal al frente de Black Sabbath.

“Eran escoria y lo sabían. Tipos sin futuro de las sucias calles de un Aston de postguerra. Pero cambiaron el mundo de la música”, dijo el escritor de rock Mick Wall

“Black Sabbath es el primer grupo en tocar heavy metal tal y como conocemos hoy el género. Las canciones son dramáticas, los riffs y las voces, poderosas, y hay mucha oscuridad en las letras, temática de la que fueron pioneros. Las bandas anteriores que inspiraron el metal (The Kinks, Steppenwolf o Blue Cheer) tenían algunas de esas cualidades, pero no eran tan pronunciadas como en Black Sabbath. Y no tocaban con la contundencia como lo hacían los Sabbath”, reflexiona desde su casa en California el escritor estadounidense David Konow, autor del best seller Bang Your Head. The rise and fall of heavy metal.

Todo ocurrió a finales de los sesenta en la sombría, superpoblada e industrial Birmingham. El batería de Black Sabbath, Bill Ward, definió así lo que le esperaba a un joven allí: “Si crecías en Aston [la zona de Birmingham donde nació el grupo] tenías tres opciones: ‘Trabajar en una fábrica, unirte a una banda de rock o ir a la cárcel”. Los miembros del grupo pasaron por los tres lugares. El futuro que tenían los jóvenes trazado consistía en tres estaciones: colegio, fábrica y cementerio. Ese era el camino en el mejor de los casos.

Ozzy Osbourne lo describe a su manera en su biografía, I’m Ozzy: “Éramos cuatro putos tontos de Birmingham”. El veterano periodista musical británico Mick Wall (autor de Black Sabbath. Symptom of the Universe) lo explicó así: “Eran escoria y lo sabían. Tipos sin futuro de las sucias calles de un Aston de posguerra. Pero cambiaron el mundo de la música”. Tony Iommi (guitarra, 1948), Geezer Butler (bajo, 1949), Bill Ward (batería, 1948), Ozzy Osbourne (voz, 1948). Los cuatro nacidos en la misma época, en idéntico agujero (Aston, un barrio de Birmingham) y de clase media baja.

Musicalmente estaban unidos por su fanatismo por el blues rock, con dos referentes, Cream y los Fleetwood Mac de Peter Green. A pesar de ser un desastre, el instinto de supervivencia (lo otro era la fábrica) los llevó a tomar dos decisiones comerciales que, sorprendentemente, funcionaron. Una fue apostar su furgoneta en el local de la ciudad donde actuaban los grupos de primer orden. Su razonamiento era ilusorio: si no se presentaba a actuar la banda programada allí estaban ellos preparados con sus instrumentos para ofrecerse. Y ocurrió.

Una noche estaban anunciados Jethro Tull, pero a la hora del concierto todavía no habían llegado. El organizador, desesperado y con la sala llena, accedió a que tocasen estos cuatro desconocidos, que por entonces se llamaban Earth. Triunfaron. Desde entonces empezaron a ser reclamados para tocar en otros locales. Su otro acierto tiene que ver con las letras. Ozzy Osbourne lo cuenta así en su biografía: “Tony [Iommi] sugirió que hiciésemos algo que sonase maligno. Cerca de donde ensayábamos había un cine y siempre que echaban una película de miedo la cola daba la vuelta a la esquina. ‘¿No es raro que la gente esté dispuesta a pagar para que la asusten? Quizá deberíamos dejar de tocar blues y escribir canciones que den miedo’, recuerdo que dijo Tony. A Geezer y a mí nos pareció genial, y nos pusimos a escribir Black Sabbath. Básicamente trata de un tío que ve una figura vestida de negro venida para llevarle al lago del fuego”.

El título de la canción lo copió Geezer de una película protagonizada por Boris Karloff y dirigida por el italiano Mario Bava, I tre volti della paura (1963). En España se tituló Las tres caras del miedo y en el Reino Unido Black Sabbath. Como el nombre de Earth ya estaba registrado por otra banda, decidieron llamarse también Black Sabbath, como su canción. La letra dice así: “Una gran sombra negra con ojos de fuego, revelando a la gente sus deseos./ Satanás está ahí sentado, sonriendo./ Mirando cómo las llamas se elevan más y más./ Oh, no, no. Por favor, Dios, ayúdame”. Ya tenían interiorizado el concepto maligno.

La pieza arranca con unos truenos, el sonido de la lluvia al golpear el pavimento y unas campanadas. A continuación retumba la guitarra de Iommi, apocalíptica y amenazante. “Lo que hace el guitarrista es tocar tres notas progresivas, con un intervalo conocido como tritono, que estaba prohibido que se cantase durante la Inquisición porque creían que invocaba al aquelarre, a la llamada de Satán. Jimi Hendrix utilizó el tritono en Purple Haze, pero solo unos segundos. En Black Sabbath es permanente, de forma siniestra. Estos riffs luego los han utilizado un montón de grupos. Son tremendamente influyentes”, dice Salvador Domínguez, uno de los guitarristas del rock español más respetados (ha tocado, entre otros, con Miguel Ríos, y formó Banzai o Tarzen).

“Creo que hicieron de la necesidad una virtud. Ellos se dieron cuenta de que tocando blues rock iban a tener mucha competencia, así que buscaron su hueco. Con ese sonido denso y distorsionado de guitarra, probablemente por las dificultades que tenía Iommi por el accidente que tuvo y la forma de cantar de Ozzy, totalmente ácrata. Tiene una forma de entonar extrañísima, pero encajaba con esas letras y las atmósferas oscuras”, señala Armando de Castro, mítico guitarrista de Barón Rojo. Y añade: “A mí me costó entrar en su música, porque yo venía del blues y el rock and roll, de Led Zeppelin, Deep Purple o Cream. Pero luego entendí ese sonido tan frío e industrial y me voló la cabeza. Ese primer disco de Black Sabbath está entre mis favoritos de la historia. De hecho, me metí en el heavy por ese disco”.

Ese debut del grupo (de título Black Sabbath, febrero de 1970) se grabó en un día, 12 horas, con un equipo básico y costó 600 libras (lo que hoy sería 700 euros). David Konow explica lo que siente todavía hoy al escucharlo: “A veces me siento asustado, a veces emocionado, otras claustrofóbico, o intrigado. Hay mucha profundidad todavía en esa música”. El sonido es perturbador, penetrante, la banda sonora que acompañaría a alguien arrastrando un cadáver por el fango.

Black Sabbath fulminó lo que quedaba del movimiento hippy, alcanzó el número ocho de ventas en el Reino Unido (23 en Estados Unidos) y fundó una nueva doctrina, el heavy metal. Sin que los protagonistas lo supieran. “El término heavy metal no existía en aquella época. Pero fueron ellos los que crearon esa religión”, explica el autor de Bang your Head. Ese mismo 1970, en septiembre, la banda publicaría su segundo disco, Paranoid, que ascendió más peldaños: número uno en el Reino Unido y Holanda, dos en Alemania y cinco en Noruega.

Todo a pesar de tener en contra a la crítica especializada. Lester Bangs escribió en 1970 en Rolling Stone: “Todo el disco es una porquería. A pesar de intentar poner títulos de canciones de nombre turbio, las letras son absurdas, como si Vanilla Fudge rindieran tributo a Aleister Crowley. Existe discordancia entre los instrumentos, que parecen gritarse. Quiere ser supuestamente ocultista, pero es un desastre”. En 2004 la revista tuvo que rectificar. Otro crítico, Scott Seward, lo calificó con cinco estrellas sobre cinco.

Durante cinco décadas Black Sabbath ha sufrido muchos cambios, los miembros se han peleado con saña y han hecho las paces para discos y giras. Aquellos cuatro chavales desahuciados de Aston siguen entre nosotros, algunos con achaques serios. Han tenido una vida plena, han sobrevivido a las drogas duras y llevan siendo millonarios mucho tiempo gracias al heavy metal.

Iommi recuerda recurrentemente aquello que dijo el líder de Pink Floyd, Roger Waters, cuando los escuchó, en 1970: “Son una mierda y desaparecerán rápidamente”.


Tomado de portal del diario EL PAÍS (ES)