Brad Pitt, entre estrellas y planetas

Foto: Micaiah Carter para The New York Times

El actor y productor conversa sobre sus dos grandes películas de este año, la masculinidad, su divorcio de Angelina Jolie, el alcoholismo y su futuro en la industria.

Por: Kyle Buchanan

The New York Times (Es)

LOS ÁNGELES — “Si quieres ir rápido, ve solo; para llegar lejos, ve acompañado”, murmuró Brad Pitt. Sobre su hombro izquierdo se veía Marte, una esfera rojiza tristemente pequeña, y a su derecha estaba Júpiter, más grandioso e iluminado cual bola de disco.

Estábamos sentados el uno frente al otro en un piso subterráneo del Observatorio Griffith de Los Ángeles, en una exhibición que estaba cerrada al público —Depths of Space (en las profundidades del espacio)—, y estábamos hablando de los hombres estoicos. Pitt ha interpretado a varios de esa estirpe en el cine, dos de ellos tan solo este año: Cliff Booth, el doble de acción que se mueve a su ritmo en Había una vez… en Hollywood, y Roy McBride, un astronauta enviado a partes especialmente remotas y solitarias de la galaxia en Ad Astra: Hacia las estrellas.

Las superestrellas del cine tienen sus toques distintivos. Aunque Pitt ha demostrado ser más que capaz de interpretar a hombres parlanchines en Doce monos o Snatch: Cerdos y diamantes, es particularmente cautivador cuando es obvio que está guardándose algo. Realmente le da vida a aquel hombre que no dice nada de sobra, un logro pues ha protagonizado dos películas de Quentin Tarantino, famosamente locuaz.

“Crecí con ese lema de ‘Sé fuerte, sé capaz, no muestres debilidad alguna’”, me dijo Pitt. Fue criado en Sprinfgield, Misuri, como el mayor de tres hermanos y con un padre que era dueño de una empresa de camiones. A sus 55 años, el actor está en un momento de su vida en el que ve a su padre en todos los papeles que interpreta. “De cierto modo, lo estoy copiando”, dijo. “Creció en un ambiente de pobreza y fuertes adversidades, y se abocó a darme una mejor vida de la que él tuvo. Lo cual logró. Pero era una persona muy del estilo estoico”.

Es un linaje que le ha servido más en sus papeles en pantalla que en la vida real. En este año en el que ha tenido dos grandes actuaciones, Pitt está pensando mucho en qué estilo de persona se ha convertido. “Agradezco mucho que se me hizo hincapié en ser capaz y en hacer lo que necesitabas con humildad, pero a ese enfoque le hace falta el evaluarte a ti mismo”, dijo, encorvado en su silla. “Es casi una negación de esa parte propia que es débil, que tiene dudas, a pesar de que son cosas que todos vivimos. Definitivamente, creo que no puedes conocerte a ti mismo hasta que identificas y aceptas esas partes de ti”.

Unas horas después de la conversación, amigos y familiares me empezaron a mandar mensajes en masa: ¿cómo era Brad Pitt en persona?, ¿qué tal se veía? Durante casi toda la conversación, Pitt pareció ser alguien tanto arrepentido como privado; era como si a momentos era la persona que confiesa y en otros, la que recibe la confesión. Traía una boina gris, una camiseta gris y de su barba se asomaban cabellos grises. Me sorprendió ver ciertos tatuajes en sus brazos, como una cita del poeta persa Rumi, una motocicleta, la palabra “Invictus” y un hombre con su sombra. Aunque, en general, se veía igual a Brad Pitt.

A JAMES GRAY no tuve que preguntarle si escribió Ad Astra pensando en que Pitt iba a protagonizarla; supe que fue así cuando vi la película, en la que los otros personajes se quedan maravillados con que el astronauta interpretado por Pitt tiene un ritmo cardiaco que nunca supera los 80 latidos por minuto. A Gray le gusta contar una historia sobre Pitt que demuestra lo templado que es el actor. Es una anécdota que también responde las dudas de quien se haya preguntado por qué Pitt no estuvo ahí cuando Luz de luna (Moonlight), película de la cual fue director ejecutivo, ganó el Oscar hace dos años.

Pitt sí estaba en Los Ángeles esa noche, pero prefirió no ir a la entrega y mejor ir a casa de Gray para cenar espagueti. Es una muestra clara de sus prioridades cuando lo que estaba en juego era quedarse con el premio más codiciado de Hollywood. Mientras Pitt, Gray y algunos otros amigos cenaban, la esposa de Gray estaba viendo la transmisión de los Oscar en otra habitación. Fue así, de segunda mano, que Pitt se enteró de que su película fue parte de uno de los momentos más extraños en la historia de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas: que primero se anunció, por error, que la estatuilla era para La La Land cuando en realidad había ganado Moonlight.

Pues Gray cuenta que Pitt reaccionó a lo sucedido de manera escueta. Dijo: ‘Oh, ok, eso es genial’”recordó Gray, al imitar el tono sereno y lánguido del actor entre risas. “No estaba desagradecido, claro, pero Brad no queda atrapado en la pompa y la ceremonia. Creo que siempre sabe cómo mantenerse centrado”.

Pitt y Gray han sido amigos desde hace más de dos décadas, cuando el actor vio el primer largometraje del director, un drama de bajo presupuesto de 1995 llamado Little Odessa. En ese entonces, Pitt empezaba a dejar atrás los papeles de galán de cabello largo que había interpretado en Leyendas de pasión y Entrevista con el vampiro, y creía que con Gray podría dar a conocer una nueva faceta.

Los dos querían colaborar, pero tardaron tiempo en lograrlo. En 2010, Pitt se retiró antes del rodaje de La ciudad perdida de Z, la épica de exploración amazónica de Gray (el papel fue finalmente interpretado por Charlie Hunnam). “En ese momento, no tenía cómo mover mi agenda para viajar por la Amazonía”, dijo Pitt.

Años después, Gray buscó al actor para Ad Astra, que creyó que también iba a rechazar. “Aun cuando dijo que lo iba a hacer, no pensé que fuera a suceder”, dijo Gray. “Mi único desacuerdo con Brad para temas profesionales es que considero que no protagoniza suficientes películas. Creo que tiene un dominio sobre la pantalla que muy pocas personas logran tener y quisiera verlo hacer eso todo el tiempo”.

Pitt es más taciturno y pensativo en persona de lo que uno esperaría, y Ad Astra, también. Hay algunas secuencias de acción impresionantes, pero la película se enfoca más en la vida del protagonista que en el paisaje estrellado afuera de su nave. Hay periodos largos en los que solo aparece Pitt a cuadro con su narración sobre los vaivenes de la vida.

Pitt dijo que el aspecto solitario del papel lo atrajo. “Queríamos investigar nuestra incapacidad de conectarnos con los demás y los mecanismos de autoprotección que construimos y que no nos permiten abrirnos al mundo”, indicó.

El poder abrirse emocionalmente es algo que ha ocupado mucho los pensamientos recientes de Pitt. Es una cualidad que no siempre se les da a muchos hombres, aunque tampoco corresponde criticar a uno de los actores más escudriñados del mundo por decidir guardarse partes de su vida para sí. “Pero creo que el objetivo definitivo de mi modo de actuar, como lo entiendo, es partir de un lugar con verdad absoluta”, dijo Pitt. “Necesito estar viviendo algo que es real para mí para que pueda transmitírtelo a ti como algo real”.

En abril de 2017, cuando Pitt se comprometió a protagonizar Ad Astra, seguía sacudido por su rompimiento con Angelina Jolie, con quien tiene seis hijos.

Gray dijo que Pitt “sin duda usó los estímulos de su vida” para la interpretación. Cuando le pregunté a Pitt sobre ese momento de su vida me frenó. “Estaba pasando por asuntos de familia”, dijo. “Dejémoslo así”.

¿Grabar Ad Astra fue una manera de lidiar con parte de la soledad que él tal vez estaba viviendo? “La verdad es que todos cargamos con dolores, pesares y pérdidas”, indicó. “Pasamos casi todo el tiempo intentando esconderlo, pero ahí está, lo tienes dentro. Esto se trata de ir abriendo esas cajas”.

Se ha reportado que el momento que puso fin a la relación de once años de Pitt con Jolie fue un incidente en septiembre de 2016, cuando se pelearon sobre cuánto tomaba él mientras iban en un avión privado. Ahora Pitt dice estar comprometido con mantenerse sobrio. “Llevé el asunto bastante lejos, así que me quité el privilegio de beber”, dijo. Después de que Jolie solicitó el divorcio, Pitt pasó un año y medio en el programa de Alcohólicos Anónimos.

Todos en el grupo al que acudía eran varones y a Pitt lo conmovió que se mostraran vulnerables. “Estaban todos estos hombres sentados para compartir, abrirse y ser honestos de maneras que yo nunca había oído”, contó. “Era un espacio seguro donde no nos estábamos juzgando y, por ello, no te juzgas tanto a ti mismo”.

Sorpresivamente, nadie del grupo al que iba Pitt reveló nada de lo sucedido a los tabloides que pagan justamente por ese tipo de información. Los hombres confiaban el uno en el otro y eso le abrió camino a Pitt para su catarsis. “Fue muy liberador poder exponer las partes desagradables de mí mismo”, comentó. “Es algo muy valioso”.

EN AGOSTO, empezó a circular un artículo de BuzzFeed que afirma que Pitt “es un actor de carácter atrapado en el cuerpo de una estrella de cine”. El argumento de la escritora Alison Willmore es que Pitt siempre luce más cuando es coprotagonista: cuando hace del alter ego de Edward Norton en El club de la pelea, por ejemplo, o en Había una vez… en Hollywood, en la que es el sostén constante del personaje de Leonardo DiCaprio. Este último papel probablemente llevará a que Pitt sea nominado por cuarta vez al Oscar por actuación.

A decir de Gray, el ego de Pitt tiene poco que ver con qué papeles elige interpretar. “No creo que a Brad realmente le guste ser el centro de atención; tiene que ser empujado a estar en esa posición”, indicó el director.

El mismo Pitt sugiere que algunos de esos papeles secundarios le dieron alivio. Ha estado en el centro de las miradas desde el papel de 1991 en Thelma & Louise que lo dio a conocer, así que ¿por qué querría también estar bajo todos los reflectores cada vez que trabaja?

“En los años noventa me sonsacó toda esa atención”, dijo Pitt. “Fue muy incómodo estar rodeado por esa cacofonía de expectativas y de juicios. Me volví casi un ermitaño y me la pasaba fumado para olvidar”.

Todo lo que hacía entonces era desmenuzado: sus éxitos, sus fracasos, su cabello, su cuerpo y, sobre todo, sus romances; entre ellos un compromiso con Gwyneth Paltrow y un matrimonio con Jennifer Aniston. Pitt me dijo que su vida no era “la lotería ganadora que parecía ser desde fuera”. Que en algún punto ya no podía distinguir sus sentimientos y deseos de los que los demás le imbuyeron.

Con el tiempo, Pitt fue encontrando su espacio, al pasar de los papeles del varón naíf a tener una fructífera asociación con el director David Fincher para películas como Seven: Los siete pecados capitalesEl club de la pelea y El caso curioso de Benjamin Button. Y aunque tiempo después se volvió todavía más famoso por su relación con Jolie, para entonces ya había aprendido a desvincularse de las expectativas impuestas sobre él.

“No importa. Ya pasé demasiado tiempo de mi vida batallando con esas ideas o sintiéndome atenido a esas ideas o enjaulado por esas ideas”, dijo.

Ahora, en su quinta década de vida, a Pitt le atraen más otros emprendimientos artísticos. Se ha vuelto un productor cinematográfico próvido con la compañía Plan B, que dirige junto con Dede Gardner y Jeremy Kleiner: “Al producir no tienes que despertarte muy temprano ni ir a que te maquillen”, explicó. La empresa, además de Moonlight, ha financiado películas como 12 años de esclavitudSelma Blues de la calle Beale.

Aunque no suena muy optimista sobre el futuro del entretenimiento en la gran pantalla en esta era de las plataformas de emisión —“Me da curiosidad ver si las películas tendrán permanencia, si van a seguir existiendo”, dijo—, sí está seguro de que ya no va a protagonizar tantos filmes. “Serán ocasiones contadas, porque ahora tengo otras cosas que quiero hacer”, contó Pitt; sus intereses incluyen la escultura y el paisajismo. “Cuando sientes que por fin puedes sostener algo con todo el largo de tus brazos, entonces es momento de intentar sostener algo más”.

Así terminó nuestra entrevista, tras la cual subimos dos tramos de escaleras para dejar el Observatorio Griffith. Brad Pitt empezó a caminar solo hacia el auto que lo esperaba. Pasó enfrente de los muchos turistas reunidos en esa parte de Los Ángeles, que estaban emocionados tomando fotografías del cartel de Hollywood al otro lado del cañón sin darse cuenta de que junto a ellos estaba una estrella de Hollywood: un hombre que tiene toda la fama posible y no la quiere ni un poco, un hombre que va solo para caminar más rápido.

Kyle Buchanan, reportero de cultura pop que vive en Los Ángeles, escribe la columna Carpetbagger (sobre el mundo del entretenimiento). Antes fue editor en Vulture, el sitio web sobre espectáculos de New York Magazine, donde cubría la industria del cine.


Tomado de portal del diario The New York Times (Es)